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A 462242
T¿o¡'
'A
SOBRE VOCES ARAGONESAS
USADAS EN SEGORBE
SOBRE VOCES
ARAGONESAS
USADAS
EN SEOORBE
POR
C TORRES FORNES
VALENCIA.— 1903
TIPOGRAFÍA MODERNA, A CARGO DB MIGUEL GIMENO
ATSLLAHAS, II
ES PROPIEDAD
INTRODUCCIÓN
El lenguaje es un fenómeno que, cualquiera
que sea la opinión que se tenga acerca de su
origen, da suficiente materia á la observación,
surgiendo teorías cual si fuese una ciencia na-
tural. Las palabras tienen mucho de semejantes
con las especies botánicas en la forma de con-
servarse, propagarse, alterarse y degenerar.
El lenguaje tiene siempre su parte histórica,
y es seguro que errará el que prescinda de ella.
Muchos arcanos de la geografía del lenguaje
han de estudiarse á la luz del pasado.
La tarea del gramático no debe ni conviene
que se limite á distinguir las buenas de las
malas locuciones: el análisis científico ha de
ingerirse en el estudio del país con sus vicisitu-
des históricas, políticas, religiosas, etc. Muchas
veces después de este estudio hallan los críticos
la razón lógica de la existencia de modismos,
palabras y voces en los idiomas, dialectos y lo-
cuciones locales.
Las locuciones de Segorbe, que en la pre-
sente época disuenan del vigente idioma caste-
llano, hemos de explicarlas con la reflexión
puesta en nuestra historia y en la procedencia
de sus moradores en los tiempos de formación
y constitución del romano.
De ninguna manera podemos asentir á que
las pequeñas particularidades de nuestro lengua-
je popular se juzguen barbarismos de gentes in-
cultas ó de generaciones corruptoras. Son cosa
muy distinta. Representan nuestra inclinación
hacia el arcaísmo castizo y nuestra connaturali-
zación y participación en las glorias y lustre del
Aragón antiguo.
El olvido en que se ha tenido en España al
lenguaje aragonés después de la unidad política
y administrativa establecida por Felipe V ha
llegado á tal punto, que insignes escritores, em-
peñados en fomentar la propia unidad en la lite-
ratura española, no han dado muestras de cono-
cer el lenguaje aragonés, al que consideramos
un hermano gemelo del castellano. Cuando esto
ha acontecido en el terreno de la literatura ge-
neral al lenguaje regional hablado en el corazón
de Aragón, nada nos extraña que apenas se
pensase en la existencia del habla aragonesa en
la comarca de Segorbe.
En la existencia y uso de ciertas voces, lo-
cuciones, concisiones de concepto, giros del
lenguaje, etc., que pueden notarse en Segorbe,
3
pocas han sido las gentes ilustradas que han re-
conocido en aquellas formas de expresión el ca-
rácter aragonés dé nuestro lenguaje. Por ello
nos hemos propuesto en el presente libro alle-
gar indicios, síntomas, pruebas y razones en pro
del aragonismo lingüístico en la comarca de
Segorbe.
i
I
CONSIDERACIONES HISTÓRICAS
I
En nuestro suelo sonó la voz humana quizá
más pronto que en muchas partes de España.
Difícil es hacer consideraciones sobre el len-
guaje de los hombres que primeramente habita-
ron nuestra Península en general y esta pequeña
parte en particular.
Los primeros pobladores de la Iberia funda-
ron la antiquísima Segóbriga,«Caput-Celtiberiae»
como la llamó Plinio, y de su lenguaje apenas
podemos ocuparnos por falta de datos. Partire-
mos de la dominación romana. Estos domina-
dores en el orden arquitectónico construyeron
en Segorbe acueducto, murallas y torres, cuyas
obras, subsistentes en parte, demuestran el po-
der y formidable defensa que en Segóbriga acu-
mularon los romanos'.
^ Durante los últimos siglos el desarrollo urbano des-
truyó varias de estas torres que flanqueaban las murallas
6
Los romanos nos dieron el latín, y con él>
incorporadas, un sinnúmero de voces y pala-
bras ibéricas, ó sea de la primitiva lengua de
los españoles. En el idioma latino y sus dialec-
tos debe encontrarse el origen desconocido ó
mal explicado hasta de ahora de no pocos vo-
cablos que se usan en nuestro romance, y en el
que hay su porción correspondiente al habla de
los celtíberos. El elemento céltico es dificilísimo
de apreciar por haberse confundido desde re-
mota edad con el latino, y por no haberse toda-
romanas. En la actualidad sólo quedan dos bien conserva-
das. Estas torres, que no cedieron al golpe de los arietes en
tiempo de los romanos, vienen teniendo por enemigo la pi-
queta. La torre de la Cárcel corrió peligro de ir al suelo en
el año 1872; hubo entonces el incivil intento de derribarla.
Afortunadamente la Comisión provincial de Monumentos
pudo impedirlo. Para llegar á este resultado, nombró aque-
lla corporación dos miembros de su seno, muy ilustrados y
competentes; fueron D. Manuel Montesinos y D. Juan Anto-
nio Balbás. Reconocieron estos señores las torres, murallas
y puertas antiguas de la ciudad, y dictaminaron sobre el
asunto en un luminoso informe. No le transcribimos, porque
gran parte de él se reñere á la descripción técnica de las
obras y á consideraciones económico-administrativas sobre
el ningún provecho ó acaso perjuicio que el derribo repor-
taría al municipio, cosas bien conocidas en Segorbe. Acom-
paña á este dictamen un erudito resumen de los pareceres
sustentados por los más renombrados historiadores sobre
Segóbriga, y aplauden la autorizada opinión de Fernández
Guerra al decir que la Segóbriga antigua es el Segorbe
de hoy.
El último párrafo del informe es una severa, pero mere-
cida, lección á los segorbinos; dice así: «La torre en nada
7
vía averiguado las relaciones de identidad ó
afinidad entre el lenguaje céltico y el vascuence.
Durante la época romana, en España el latín
llegó á conocerlo toda clase de gentes. De aquel
entonces data la invariable costumbre de llamar
en latín á los pollos y gallinas para ofrecerles la
comida. No conocemos mujer alguna que á la
acción de soltar un puñado de maíz en el galli-
nero deje de acompañar las palabras latinas
pillos^ pidos (pullus).
» impide el tránsito público, á causa de hallarse situada en la
» línea de los muros de la fachada de las casas y en el punto
»más ancho de la calle, ni sirve de obstáculo á las mejoras
» que. en lo sucesivo puedan hacerse en Segorbe; es, por el
» contrario, altamente beneficiosa su permanencia, pudién-
»dose destinar á uno de los muchos servicios públicos, bien
»sea para cárcel ó depósito municipal, bien para cuerpo de
» guardia ú otros análogos; daría de este modo el Ayunta-
»miento una p*-ueba evidente y manifiesta de su protección
»y amor por los monumentos que recuerdan las glorias y
» heroicas hazañas de su país, y que á su vez son preciados
» títulos de lustre y esplendor que ennoblecen á los pueblos
» cultos que tienen la dicha de poseerlos.»
Acorde con este informe fué el dictamen de la Real
Academia de San Fernando. Gracias á todo ello recayó por
la superioridad resolución favorable á la conservación de la
torre, y hoy podemos contemplar esta maciza y severa mole
que, juntamente con la torre del Bochí y la puerta de la
Verónica, pregonan el poderío de la céltica y romana Segó-
briga.
Lo más lamentable de este asunto es que hayan sido
segorbinos los que pretendieron borrar con sus propias
manos estos testimonios de nuestra antigua grandeza.
Con los diversos datos y elementos de razón, tenidos en
8
Era ya unánimemente usado el latín por el
pueblo cuando sobrevino la irrupción de los
bárbaros.
El primero de sus reyes que pudo conquis-
tar á Segóbriga fué Valia, año 417.
Los bárbaros influyeron poderosamente en
el idioma; no desimplantaron el habla romana,
por el contrario la fomentaron: su legislación se
escribió en latín, y éste era el lenguaje de su
religión; pero introdujeron en la latinidad ma-
neras y voces godas que dieron nuevo semblan-
cuenta por los historiadores, figuran las torres, murallas y
puertas como de una importancia de primer orden entre el
conjunto de consideraciones históricas que hicieron á Enrí-
quez, Vasco, Beuter, Ocampo, Diago, Cortés y otras reco-
nocer en Segorbe la antigua Segóbriga. Si Zurita, IMorales y
Mayáns hubiesen tenido idea exacta de estas obras, no hu-
bieran dado la importancia que dieron á otras conjeturas.
No hubiesen dudado de ser Segorbe la antigua Segóbriga, y
tampoco hubiera nacido larga y porfiada discusión sobre
esto. Felizmente el docto académico D. Aureliano Fernán-
dez Guerra ha reunido nuevas é irrevocables pruebas deta-
llando minuciosamente la crítica histórica y decidiendo la
cuestión en términos que no queda ya la menor sombra de
duda respecto á que el Segorbe actual pertenece ó corres-
ponda á la Segóbriga antigua.
Al cerrar esta nota hemos de significar el grande interés
que para los amantes de Segorbe deben de tener estas
obras. Ellas son las principales muestras de nuestros blaso-
nes. Segorbe está llamado á vivir más de recuerdos que de
esperanzas, y para buscar glorias y grandezas locales, la ge-
neración presente y las venideras tendrán que registrar los
anales del tiempo añejo.
9
te al lenguaje, constituyendo lo que han dado
en llamar latín gótico, corrupto, mixto, baja
latinidad, etc., etc., de lo que ya se lamentaba
San Isidoro.
El cambio del nombre latino Segóbriga por
el de Segorbe ya se hizo antes del año 6io. Se-
gún afirma el cardenal Loaysa' en la división
de obispados establecida en España en tiempos
de Gundemaro, rey de los godos, mucho antes
que la de Wamba, se halla ya el obispado de
Segóbriga con el nombre mismo de Segorbe.
Y parece por esta lectura que los que se firma-
ban en latín en aquellos siglos ponían Segóbri-
ga, y los que en romance Segorbe, por estar ya
corrompido el vocablo.
La diócesis segobricense, instituida en tiem-
po de los romanos y continuada durante el po-
der de los godos, debió ser causa para que
aquí tuviese subsistencia el habla latina.
El territorio de esta diócesis comprendía la
mayor parte de las tierras que fueron Celtibe-
ria meridional. No seguiremos á los geógrafos
modernos intentando hacer la reconstitución
ideal del viapa de la Celtiberia, ni á los autores
de Historia eclesiástica conjeturando los anti-
guos límites de esta antiquísima diócesis. Obs-
cura se encuentra esta cuestión de límites; pero
hay en ella algo que está claro, y es ello pre-
citado por Escolano, tomo II, pág. 342.
cisamente lo que más nos interesa en estos
momentos. El límite entre la diócesis segobri-
cense con las de Dertosa y Valentía era en la
época goda límite meridional de la Celtiberia.
Acomodábanse por esta parte las demarcacio-
nes civil y eclesiástica á los contornos determi-
nados por una curva que, viniendo por Ayora,
Requena, Alpuente y Segorbe, continuaba si-
guiendo la Sierra Iduveda (Espadan). Plinio
dijo al poner el pie en la vertiente occidental
del monte Iduveda: «Ya estamos en la Celti-
beria», consignando también que el poder de
Segóbriga se extendía hasta las puertas de Za-
ragoza. Con lo cual es evidente el hecho de
que los prelados segobricenses extendían su ju-
risdicción á muchas partes que hoy se incluyen
en los territorios de Aragón y Castilla. De
modo que dentro de la Celtiberia y de la dió-
cesis segobricense se encontraron comprendi-
dos los pueblos en que más arraigo hizo el
habla romana primero y las mudanzas godas
después. Con ello hubo campo idóneo para el
desarrollo del romance español en sus peque-
ñas variantes de aragonés y castellano.
No vemos motivo alguno para que en el te-
rritorio que después fué reino de Valencia de-
jasen de seguirse las propias alteraciones en el
habla romana que acaecían en Castilla y Ara-
gón. Pero dada la irregularidad con que se des-
compuso la latinidad, es de presumir que los
pueblos edetanos é ilercabones, al finalizar el
poder de los godos, tuvieron diferencias de len-
guaje vulgar con relación al de la Celtiberia. Al
estudiar las diferencias que hoy tiene el lengua-
je en el reino de Valencia, no debe despreciar-
se lo que pudo, tener de distinto en la época
goda.
Parece que la condición de provincia ó te-
rritorio de los celtíberos la respetaron los roma-
nos primero y después los godos; por ello las
relaciones de Segorbe con los pueblos hoy lla-
mados aragoneses fueron continuas é ince-
santes.
La transformación del habla romana fué in-
cesante en todos los pueblos latinos durante el
poder de los godos. En España la evolución
lingüística había hecho mucho camino hacia el
romance cuando, llegado el siglo viii, vino la
invasión de los árabes.
La venida de los árabes á España la deter-
minaron las enconadas luchas entre los espa-
ñoles en los últimos tiempos de la monarquía
electiva de los godos.
Hallábanse los españoles en aquel entonces
ebrios de pasiones: el espíritu patrio parecía
estar extraviado. Wamba fué rey por no dar
lugar á que el desprecio de la corona le costase
la vida. Una sola batalla perdida por un partido
en el Guadalete fué bastante para que los ára-
bes se enseñoreasen de la península. El encono
12
entre los nuestros era grandísimo; llegó á decir-
se: «Antes que mi contrario, el moro Muza».
¡Como si Muza hubiese de ser mejor para la
patria! Los árabes puede decirse que no vinie-
ron á España, sino que los trajeron algunos es-
pañoles. La venida de estas gentes del África
fué un rudo golpe para el latín, y sus modifica-
ciones romancescas quedaron profundamente
afectadas por el idioma árabe.
Veamos ahora cómo describe nuestro sabio
Obispo Aguilar la venida de los árabes á Es-
paña':
«A últimos de Julio del año 711, siguiendo
»el cómputo comúnmente adoptado, sucedió la
» derrota de D. Rodrigo junto al Guadalete,
» vencido tal vez más por los españoles, judíos
»y partidarios de Witiza, que por los árabes.
»La noticia voló en pocos días por todos los
» ámbitos de la península, haciendo saltar de
»gozo á los judíos, que creyeron llegado el mo-
» mentó de constituir su soñado imperio, ó al
» menos de apoderarse de las riquezas de los es-
» pañoles, concertándose con los invasores para
» entregarles las ciudades y ocupar luego las
» casas que la muerte, cautiverio ó la huida de
»sus dueños dejaban desiertas. También se ale-
»graron los partidarios de Witiza, creídos que
^ «Noticias de Segorbe y su Obispado», tomo I, capítu-
lo VI, pág. 56. Segorbe 1890.
13
»la derrota de D. Rodrigo les pondría á ellos
»en el gobierno; pero el gozo se trocó en duelo
»al ver que los musulmanes, de auxiliares, con-
»virtiéndose en señores, se internaban en el
»país, tratando como enemigos á cuantos no se
»les sometían, sin distinguir entre witicistas y
»rodriguistas, dispensando su principal confian-
»za á los judíos y á los pocos que, renegando
»de Cristo, abrazaban el islamismo.
tEl asombro y la confusión de los españo-
»les fueron tan grandes, que el enemigo halló
»en muy pocos lugares resistencia. Los altos
» empleados y pudientes de las comarcas prime-
»ramente invadidas se retiraron con los bienes
»que pudieron llevar consigo de Andalucía á
»ToIedo, á Mérida, á Zaragoza, etc., llegando
» algunos á los montes de Asturias y á las varias
«cuencas del Pirineo, en donde pasado el pri-
»mer estupor organizaron la resistencia, princi-
»pio de la reconquista.»
Algún tiempo tardaron en llegar los árabes
á Segorbe. D. Adolfo Miralles de Imperial' in-
cluye esta ciudad entre las poblaciones que su-
frieron el furor musulmán. Tomándolo de Diago,
dice que Segorbe fué entonces saqueada y pa-
sados á cuchillo gran número de sus habitantes;
robaron los invasores cuanto encontraron en la
* «Crónica de la provincia de Castellón», libro 11, cap. I,
página 39.
í4
Catedral y la convirtieron después en mezquita,
año 716.
Es imposible indagar hoy en qué consistió
ó qué proporciones revistió la resistencia que
Segorbe opuso á los musulmanes. Tenemos que
contentarnos con saber que hubo resistencia, y
que por ello vino cruel castigo á los segobricen-
ses. La causa de los musulmanes tuvo que ven-
cer obstáculos locales para dominar en el país.
Estos obstáculos fueron indudablemente la ad-
hesión firme de los segobricenses á la religión
cristiana y al tradicionalismo hispano.
Los cristianos que pudieron escapar del fu-
ror musulmán quedaron reducidos á la sumisión
ó al cautiverio. Ellos debieron de constituir aquí
un núcleo de población mozárabe, cuya latente
vitalidad duraría muchos años fortalecida con el
recuerdo de las víctimas inmoladas por sus opre-
sores.
Dan noticia de la existencia de población
mozárabe en Segorbe á raíz de la invasión sa-
rracena Villagrasa, Cortés y Aguilar. D. Miguel
Cortés, canónigo que fué de esta Catedral', en
un documento manuscrito, nutrido de datos y
noticias que á Segorbe interesaba hacer cons-
tar, entre otras cosas, dijo: «El año 717 el ge-
»neral moro Tarif, tomando á Tortosa, á Te-
* Informe sobre los términos de Navajas y Segorbe, fe-
chado en Valencia á 13 de Abril de 1845.
15
»ruel, á Sagunto y á Valencia, tomó también á
»Segorbe, y desde entonces desaparecen sus
» obispos, aunque á los cristianos de la ciudad
»se les permitió el ejercicio de su religión en la
» iglesia de San Pedro, extramuros de la ciu-
»dad.»
La pequeña discrepancia entre la fecha que
fija Diago y la que Cortés dice es insignificante
á nuestro objeto y fácil de explicar por trueque
del itinerario ú orden de los sucesos llevados á
cabo por Tarif. Al decir Cortés que desde en-
tonces desaparecen sus obispos, quiso dar á en-
tender que ya no hay noticia de ellos. Pudo
muy bien ocurrir que los tuviese, como sucedió
en otros puntos de España. El Obispo Aguilar
admite esta posibilidad como muy probable'.
Si continuó habiendo Obispo en Segorbe en
los comienzos del dominio musulmán, es indis-
cutible que aquí quedó numerosa población mo-
zárabe; si no le hubo, puede objetarse porque
serían los cristianos cautivos en insuficiente nú-
mero para tener entre ellos tan alta dignidad
eclesiástica. De todas maneras resulta que, en
mayor ó menor número, quedaron en Segorbe
cristianos cautivos ó mozárabes, á los que se
les permitía el ejercicio de su religión en la igle-
sia de San Pedro.
Entre nuestros antepasados quizá hubiese
«Noticias de Segorbe y su Obispado», tomo I, pág. 6i.
i6
algunos tan alentados que, no queriendo sufrir
ó no pudiendo tolerar el poder agareno, toma-
sen refugio en el Pirineo aragonés y se uniesen
á las huestes de Garci-Jiménez. Este fué el cau-
dillo aragonés que reclutó las gentes de esta
parte de España y apartó con ello el lenguaje
de los visigodos, abrigándolo algún tanto del
contacto inmediato del de los árabes. La huida
hacia Covadonga ó al Pirineo catalán era mucho
más difícil desde nuestra región: Pudo suceder
que el espanto que á los segobricenses causara
la visita de Tarif decidiera á parte de ellos á
buscar la salvación ó la venganza uniéndose á
las huestes del caudillo aragonés. Cuando menos,
deudos ó amigos de los segobricenses no falta-
rían entre aquellos cristianos libres.
En proporción á lo que era entonces la po-
blación española, la emigración hacia el Pirineo
fué escasa: todos no podían, y muchos no que-
rían abandonar sus pueblos; la inmensa mayoría
de los españoles quedaron por de pronto en sus
casas, resignados á sufrir el nuevo dominio.
Es de suponer que, formalizada la recon-
quista en Aragón, las comunicaciones entre
cristianos cautivos y libres fuesen incesantes;
la población mozárabe de aquí, identificada se
encontraba con la de Aragón, y de ambas partes
salían los mozárabes que podían huir á nutrir
las filas de la reconquista. Todas las probabili-
dades están de parte de relaciones estrechas
'¡^... ..
17
habidas entre nuestro paí$ y el alto Aragón
con motivo de la reconquista.
II
Los árabes que con la invasión se estable-
cieron en España formaban una población exclu-
sivamente masculina; privados aquí de sus mu-
jeres, echaron mano de las españolas, muchas
de ellas sin amparo de padres, hermanos ó
esposos, y la descendencia de estas uniones
aprendía el lenguaje de la madre, que después
mezclaba con el del padre.
Los niños tienen gran aptitud para apren-
der los idiomas de viva voz. Por razones de ín-
dole fisiológica, basta que oigan por algún tiem-
po una lengua para expresarse en ella. El mejor
método para la enseñanza de idiomas consiste
en poner á los niños entre los naturales de la
nación cuyo lenguaje se trata de hacerles apren-
der. Cuando al fin dicho se trasladan las fami-
lias al extranjero, al regresar á su vecindad, los
pequeños han aprendido la lengua extraña, los
adultos muy poco, y cuando el idioma es difícil,
nada.
Haciendo aplicación de este hecho natural
á las circunstancias de España creadas por la
invasión árabe, se pueden hacer algunas deduc-
ciones.
i8
Ya dijimos que con la invasión no vinieron
mujeres. Nuestra población femenina hablaba
el latín clásico ó el vulgar, según eran en cate-
goría social las mujeres.
Las costumbres caballerescas y galantes de
la raza árabe, para ser activas, habían de sol-
ventar las dificultades del idioma, y á los árabes
les fué más fácil aprender el lenguaje vulgar que
la complicada sintaxis del latín clásico. El vul-
gar podría ser para los árabes, tan pagados de
la lengua de su raza, lenguaje soez, pero no un
testimonio de fe cristiana, cual era para ellos el
latín. Los motivos de religión, muy poderosos
en aquellas circunstancias, fueron tan contrarios
á la latinidad clásica como favorables al lengua-
je vulgar.
Es evidente que todos ó casi todos los niños
nacidos en España durante el siglo viii mama-
rían en su lactancia un lenguaje latino más ó
menos vulgar, y la vulgaridad se acrecentaría al
contacto de las palabras árabes pronunciadas
por el padre. Estas condiciones de lenguaje,
entrañadas en las primeras generaciones de los
árabes españoles, difícilmente podían extinguir-
se en lo sucesivo.
La población árabe usó por necesidad ma-
terial, y sin escrúpulos de religión, el lenguaje
vulgar, y los mozárabes se acomodaron más á
su uso porque ello les apartaba de los peligros
que la latinidad llevaba consigo.
19
No vemos en este lenguaje vulgar más dife-
rencia que la del nombre; los cristianos llamá-
banle romance y los árabes aljamia. Habitada
estaba España por árabes, cristianos libres, mo-
zárabes ó cristianos cautivos ó sometidos y mu-
ladíes ó renegados, y todos tenían miras par-
ticulares, políticas ó religiosas que trascendían
profundamente al lenguaje.
III
No puede desconocerse que al comenzar la
época árabe en España había en ella un nume-
roso populacho falto de toda cultura, del que
apenas importa saber en qué proporciones con-
currían á formarle los árabes y muladíes. Este
populacho, rodeado continuamente de los exce-
sos de unos tiempos fecundos en tropelías y ar-
bitrariedades, hallábase sin disciplina social. El
calificativo de árabes ó de muladíes era para
gran parte de aquella muchedumbre poco más
que una marca de ganadería.
La fatalidad de las circunstancias colocó
-entre este populacho á los mozárabes más hu-
mildes. El hecho de tener adoptado como len-
guaje el latín hispano, les imprimía el sello de
la degradación social y les hacía pertenecer al
pueblo ínfimo.
Este lenguaje era para la gente literata de
20
aquel entonces el conjunto de corrupciones y
adulteraciones causadas por depravación y aban-
dono intelectual y alejamiento de todo estudio;
no tenía representación en la escritura, y las
voces de que se componía se encontraban en el
arroyo.
Por todo esto, el lenguaje vulgar era muy
mal visto por la parte intelectual de la pobla-
ción de aquel entonces: lo mismo le repudiaban
los latinos que los árabes ilustrados, y todos se
empeñaban en no reconocer más que dos len-
guajes, el latín y el árabe. El lenguaje latino-
hispano usado por el vulgo merecía por igual el
desprecio de los árabes que de los latinos.
El árabe se habló en España por los invaso-
res en primer lugar y después por la propaga-
ción en los hijos del idioma del padre. Ya diji-
mos que los hijos de los primeros invasores
tomarían el lenguaje de la madre; después uni-
rían á aquél el del padre, pues en la infancia
esta dualidad de idiomas es cosa fácil de poner,
rodeados de circunstancias á propósito.
Ser el lenguaje del dominador y hasta cier-
to punto símbolo del poder musulmán, eran
condiciones muy favorables para la propagación
y arraigo del árabe.
Así vemos que los muladíes, más atentos á
las conveniencias del tiempo que á las de la
conciencia, fingían abolengos orientales, usaban
nombres oriundos de aquellas regiones, esforzá-
banse por arabizarse y reprendían á los depen-
dientes suyos que no disponían de algún voca-
blo de cortesía del nuevo idioma.
De la política de los árabes surgía la mar-
cha de los acontecimientos en aquellos tiempos.
Los mozárabes, ilustrados por necesidad, cono-
cían ambos idiomas. La política imperante no
era á propósito para cultivar latinidades. A las
clases directivas de aquella sociedad había que
hacerles toda expresión y comunicación en su
idioma. Para la vida pública era preciso poseer
el árabe; el latín quedó relegado á la vida pri-
vada; el árabe era la lengua oficial, y el latín fué
llamado el lenguaje de los cristianos. De mane-
ra que en el comercio ordinario de la vida el
árabe era de mucha mayor aplicación que el
latín; por ello el número de personas conoce-
doras de éste disminuyó considerablemente.
El P. Burriel, á propósito de esto, dijo':
«Duró entre los españoles dominados de los
» moros la lengua latina, á lo menos como len-
»gua erudita y necesaria á la religión. Mas con
»el tiempo la lengua vulgar de esta rama de la
» nación fué la árabe, que en el siglo ix cultiva-
»ron muchos cristianos en Córdoba con tal afi-
»ción, que competían y aun excedían en primor
»á los moros, desdeñando y olvidando la lengua
»latina propia de su nación y religión.»
^ Citado por Bernardo Aldrate en su obra del «Origen
y principios de la lengua castellana», libro I, pág. 142.
Lo dicho por el P. Burriel no demuestra la
desaparición completa del latín, como se ha su-
puesto por algunos, sino el disgusto que le cau-
saba la desatención hacia la latinidad y el des-
acierto en que se incurrió apartándose de una
lengua que siempre fué símbolo de la civiliza-
ción.
Conservación y uso constante del latín por
parte de los cristianos ilustrados hubo siempre*
Son muchos los doctores de la Iglesia mozára-
bes que escribieron en aquel idioma, y muchas
también las actas de Concilios y de martirios
que se escribieron en latín, así como numerosas
las colecciones canónicas y litúrgicas.
Esta conservación de la latinidad era sola-
mente en el reducido círculo de la literatura y
de la erudición eclesiástica; en el terreno vul-
gar, el latín había perdido por completo todo
uso, y el árabe era ya lenguaje de intimidad y
de sociedad hasta para los mismos mozárabes.
Y tanto es así, que obispos españoles del
siglo IX mandaron traducir del latín al árabe los
libros santos'. La Iglesia siempre procuró que
la doctrina de Jesucristo . fuese explicada en
todos los idiomas. Nuestro paisano el fraile do-
minico P. Diago, cuando escribió sus décadas
en el convento de Segorbe, ya nos dio la noti-
^ «La ciencia española», por Marcelino Menéndez Pela-
yo, tomo III, pág. 134. Madrid, 1888.
23
cia, hoy muy útil, de que los frailes de Santo
Domingo, desde el año 1237, trabajaron acti-
vamente para establecer la enseñanza del idio-
ma arábigo, tan necesario á sus misiones.
Las obras escritas en latín clásico difícil-
mente podrían consultarlas las muchedumbres
iliteratas y aun los que, como lengua vulgar,
usasen el romancé hispano-Iatino. Los doctos y
admiradores del idioma del Lacio resistieron
seguir al vulgo por el camino del romance; ten-
drían como una indignidad escribir los libros
santos en aquel bastardo lenguaje.
¿Quién había de creer entonces que aquel
lenguaje tan despreciado por todos constituía las
primeras manifestaciones de lo que fué después
excelente escritura é incomparable decir de
Fr. Luis de León, Fr. Luis de Granada, los
PP. Nieremberg y Avila, Santa Teresa, Cer-
vantes y Quevedo?
Los hombres estudiosos en las últimas eta-
pas de la dominación árabe, y aun antes, exten-
dían el examen literario á los trabajos aporta-
dos por ambas partes; así, que hubo sabios que
lo fueron en ambos géneros de literatura.
IV
Buscando nosotros restos del dominio árabe
en la comarca, lo que hallamos es de poca sig-
24
nificación. Como si fuera consigna entre lite-
ratos, llevan éstos á cualquier escrito que de
cosas árabes trate, ponderaciones fantásticas é
imágenes voluptuosas. El azul de los cielos, per-
fumes, jardines, flores y fuentes figuran casi
siempre en los artículos que se ocupan de mu-
sulmanes asuntos. Dejemos para escritores de
más vuelo estos deportes, y para otras comar-
cas, las milesias de elegante traza; en la nues-
tra, de la época árabe, sólo encontramos grande
animación en los campos y prosa orgánica en
sencillas viviendas.
Los castillejos de Ahín, Almedíjar, Azuébar,
Valí de Almonacid y otros, son obras que ape-
nas merecen citarse.
Los habitantes de la cuenca del Palancia
vivían más diseminados que ahora: la vida era .
menos urbana y más campestre. Las caseríos de
los valles de Almonacid, Aurín, Cánava y otros
han desaparecido, y las tierras son al presente
términos municipales de Algimia y Yall de Al-
monacid, Castelnovo, Altura', etc.
Los caseríos de Mosquera, Campillo, Argui-
nas"", etc., han quedado en fincas de un solo
dueño. Muchos de los actuales pueblos de la
comarca tomaron entonces origen. Allí donde
^ Según D. Miguel Cortés, en la época romana Segorbe
partía mojones con Artana, Eslida, Jérica, Liria y Sagunto.
'^ Locum supra Torres Torres qui dicitur Arguinas cum
términis suis in Darocha («Repartimiento», pág. 266).
25
los árabes encontraron terrenos á propósito para
el cultivo y agua para beber y regar, instalaron
sus viviendas. La mayor parte de la población
habitaba en el campo, y los peligros de las gue-
rras hacíanles unas veces huir y otras buscar
abrigo en los castillos vecinos. En este ambien-
te campestre de la comarca no es probable tu-
viesen gran vida, literatura, ciencias y artes.
Estas sencillas apreciaciones no armonizan con
lo que cuenta el historiador Escolano. Escribió
este autor en sus «Décadas» : «Un sabio moro del
» Valle de Segorbe contaba haber leído en un
» libro arábigo que cuando los suyos tenían el
» poder en España, florecía en Jérica la escue-
»la general de este reino y los maestros de las
» ciencias que entre ellos se enseñaban. Según
»que hallaban por experiencia que los natura-
»les de ella se aventajaban á los demás en suti-
»lidad de ingenio, merced del cielo que unos
» atribuían al clima y otros á la calidad de las
» aguas, por donde comúnmente son tenidos los
»de esta villa y del cuartel de Segorbe por los
» andaluces del reino de Valencia'.»
Es un absurdo suponer que las condiciones
climatológicas y topográficas de Jérica fuesen
solamente en aquel período de la historia aptas
para producir sutilidad de ingenios. Las mis-
^ Escolano. «Décadas de la Historia de Valencia», edi-
ción de D. Juan B. Perales, tomo II, pág. 330. Valencia, 1889.
26
mas causas debían seguir produciendo igua-
les efectos, y al presente no se notan en el país
rasgos intelectuales superiores á los del resto
del reino de Valencia. De ser cierto el cuento
que Elscolano refiere, mayores serían las huellas
de la cultura de aquella época.
Lo que sí parece ser cierto es la residencia
en el castillo de Jérica, al que llamaban de
los xerifes (nobles), de la ilustre familia de los
Jazrrachíes, descendientes de Saad-ben- Abada,
el valeroso campeón del Islam, indicado para
primer califa, aunque no llegó á serlo, y de
quien procedían también los reyes de Granada\
D. Julián Rivera, actual catedrático de len-
gua árabe en Zaragoza, en un artículo sobre las
tribus árabes en el reino de Valencia, habla de
los Tihries, rama de la tribu de Caraix (á la que
pertenecía Mahoma), descendientes del emir
Yusuf, antecesor de Abderramán I. Los Tihries
tomaron el apellido mozárabe Alpuente, por ser
heredado de este castillo. Los de la tribu de
Cadaa, tan célebre en los fastos arábigos, eli-
gieron por residencia la villa de Onda, y los
Abdaríes, Sagunto^
Es verdaderamente una nota saliente el he-
cho de residir estas nobilísimas familias árabes
^ «Valencia», por D. Teodoro Llórente, tomo I, pág. 361.
Barcelona, 1887.
* «El Archivo», núm. 11. Denia, 1886.
27
en nuestra zona; pero ello no es motivo bastante
para que consideremos las cosas árabes intro-
ducidas y arraigadas en nuestra comarca de una
manera excesiva. Al contrario, domina en nos-
otros la idea de una relativa y preponderante
subsistencia en el país de las tradiciones visigo-
das conservadas por los mozárabes. La época
árabe, que bajo ciertos aspectos fué muy inte-
lectual en España, no dejó aquí recuerdos que
se hayan transmitido en obras, ciencias ni lite-
ratura. De aquella época, y revelando lenguaje
mozárabe, podrá ver el lector en el lugar co-
rrespondiente de este libro algunas palabras de
nuestra nomenclatura rural.
V
Los hechos mejor conocidos de nuestra his-
toria y que más influencia han ejercido en el
lenguaje de esta comarca, corresponden al rei-
nado de D. Jaime I de Aragón. Los años de
lucha, más ó menos activa, entre la decaída mo-
risma valenciana y la pujante acción del Con-
quistador, tuvieron trascendencia muy directa
en favor del aragonismo en nuestro suelo.
Entre cuantas personas figuraron en la re-
conquista de Valencia, ninguna ha causado tanta
influencia en el lenguaje de la comarca de Se-
gorbe como Zeit-Abuceit. No vaya á creerse
28
fué esta influencia de carácter literario ó que
dejó sentirse transitando por los senderos de la
erudición. La expresada influencia actuó con-
servando las tradiciones del país, y se determi-
nó como una consecuencia lógica y necesaria
de la actitud política adoptada por Zeit-Abuccit
en el año 1229.
En lo sucesivo de este trabajo tendremos
ocasión de citar repetidas veces á Zeit-Abuceit;
y para dar á entender la importancia mucho
más grande que tuvo en tiempos anteriores á
los de su llegada á Segorbe el expresado per-
sonaje, basta decir que poseyó los reinos de
Valencia y Murcia. Zeit-Abuceit había estado
en la batalla de las Navas al lado de Mirama-
molín, y como vio rotas por los aragoneses las
cadenas con que estaba atrincherado su real,
juzgó que iba á ser vencido por allí, dando su
caballo al dicho Miramamolín para que se salva-
se. Después de la derrota, de gobernador que
era Zeit, se alzó con el reino de Valencia y des-
pués con el de Murcia, que hasta entonces había
sido de aquél, juntamente con los de Sevilla,
Jaén y Granada. Aquellos dos primeros reinos
los poseyó Zeit-Abuceit hasta el año 1223, en
que la gente de Cuenca, Huete, Alarcón y Moya
se juntaron por mandato del rey D. Fernan-
do III de Castilla, y corriendo las tierras de Va-
lencia, obligaron á Zeit á pagar tributo al caste-
llano. Pronuncióse después contra él el reino
29
de Murcia, y en el de Valencia alzóse Zam, cau-
dillo de Denia, hijo de Madet y nieto de Maho-
med-Lobo, rey que fué del propio reino de
que ahora se apoderaba su nieto.
Llegados á las postrimerías del poder sarra-
ceno, fué Segorbe la población escogida por
Zeit-Abuceit para reunir á sus más fíeles ser-
vidores, y la población conservóse adicta mu-
cho tiempo después de transitar por terri-
torio valenciano los ejércitos de la recon-
quista.
Al fijar la atención en la reconquista del
reino de Valencia, distínguense dos elementos
principales, uno aragonés y otro catalán. La
acción de los aragoneses fué la base político-
militar que preparó la reconquista de Valencia.
Los autores que han escrito anales de Aragón
y los que escribieron crónicas catalanas, han
estudiado cada cual á su respectiva región sin
particularizar mucho en la parte que aisladamen-
te les afecta. Dentro de un mismo asunto se han
reducido á enaltecer á sus paisanos. Los histo-
riadores de Valencia, dicho sea en su honor,
han sabido guardar justo respeto á la imparcia-
lidad histórica, y no han actuado de catalanis-
tas ni de aragonistas.
Para nosotros ofrece un interés de primer
orden la acción aragonesa en el reino de Va-
lencia, antes de incorporarse los catalanes á las
huestes de Aragón. Consideramos una conse-
30
cuencía de dicha acción el lenguaje aragonés
que predomina en nuestra comarca.
Ya en los tiempos del rey D. Pedro, padre
de D. Jaime I, D. Pedro Ruiz de Azagra con-
quistó á los sarracenos las tierras del Rincón de
Ademuz.
La brevedad nos impone omitir el relato de
las hazañas de este caballero navarro antes de
posesionarse del señorío de Albarracín. Cuando
se halló instalado en él, gozaba de cierta inde-
pendencia en sus relaciones con los monarcas
de Castilla y de Aragón. Después de muerto
Aben-Lobo, á quien debía atenciones, llevó á
cabo una incesante guerra contra los moros, y
con continuas correrías dio gran ensanche á su
estado. Llegó á inspirar temor, ó por lo menos
respeto, á los reyes cristianos. Atrajo hacia sí
numerosas gentes de Navarra, Castilla y Ara-
gón, y durante algunos años estos guerreros,
con sus excursiones, fueron la inquietud de los
emires de Valencia.
En los pueblos conquistados por este Aza-
gra, primer señor de Albarracín, de seguro no
instalarían catalanes. El lenguaje de aquellos
guerreros era el castellano de su época con las
modalidades aragonesas, y éstas fueron las que,
andando el tiempo, observó en los comienzos
del siglo pasado en Titaguas el sabio D. Simón
de Rojas Clemente.
Tan grande como fué la influencia y pode-
31
río de dicho Azagra, mayor la tuvo su hijo don
Pedro Fernández de Azagra; tal caso se hacía
de éste en Aragón, que por su intervención no
estalló la guerra civil á la muerte del rey don
Pedro, y mereció el honor de conseguir la liber-
tad de Jaime I, niño de cinco años retenido
como prisionero en Francia en poder de don
Simón de Monforte, después de la desgraciada
batalla de Murel. Este hecho de armas ocurrió
en 13 de Septiembre de 12 13.
Después que fué recibido por el rey de Valen-
cia Zaén y echado de ella Zeit-Abuceit, éste se
retiró á Segorbe, en cuyo castillo se hizo fuerte.
Adheridos á la causa de Zeit-Abuceit estaban
los pueblos de este distrito y de las cuencas
altas de los ríos Mijares y Turia con todas las
tierras que hay por esta parte hasta Teruel. De-
jando la población de Segorbe bien asegurada,
y quizá vigilada por los de Azagra, partió con
su hijo Zeit-Mahomet para Zaragoza á entrevis-
tarse con el rey de Aragón.
Expúsole Zeit á D. Jaime I sus agravios con
Zaén, y le pidió su auxilio para obrar manco-
munadamente en contra de éste.
No parecieron mal á D. Jaime I las propo-
siciones de Zeit. También fueron del agrado de
los ricos-hombres de Aragón, los que expusie-
ron al rey que, mediante un tratado y el soco-
rro de los amigos que en sus Estados conserva-
ba el destronado emir, prometía resultado más
32
fructuoso una campaña contra Valencia que
una expedición marítima, expuesta á tantas
eventualidades'. El tratado se hizo en Calatayud
á 21 de Abril de 1229. En él, Zeit-Abuceit y
su hijo ceden la cuarta parte de lo que podrán
conquistar en el reino de Valencia al rey don
Jaime y á su hijo D. Alfonso, que prometen
ayudarles en la empresa, y sp reservan además
las conquistas que por sí mismos hagan sin ayu-
da de Zeit. Estas pocas noticias da de aquel
tratado ó convenio el barón de Tourtolón, las
que tomó de un documento que se halla en el
archivo de Aragón (pergaminos de D. Jaime I,
número 373). Escolano añade además"" que
«Zeit-Abuceit exigió de D. Jaime que no se lla-
mara rey de Valencia durante la vida de Zeit».
Ambos contratantes diéronse la tenencia de
Castillos. De este tratado es evidente que deriva
la retención y conservación en favor de Zeit-
Abuceit de Segorbe y su comarca hasta mucho
después de caer Valencia en poder de don
Jaime. Durante los catorce meses que estuvo
el Conquistador dirigiendo personalmente la
conquista de Mallorca al frente de los catalanes
y algunos caballeros aragoneses, Zeit-Abuceit
pudo sostenerse en Segorbe y retener á sus ór-
* <D. Jaime I el Conquistador, según las crónicas y do-
cumentos inéditos, por Ch. de Tourtolón, tomo I, pági-
na 200.
* Escolano, tomo I, pág. 209.
33
denes esta comarca, favorecido por el apoyo con
que robustecían su poder los Azagras, Jiménez
de Árenos y otros caballeros aragoneses.
Las huestes de Zaén, que desde Valencia
á Tortosa paseaban y maltrataban el país, no
pudieron hacer lo propio en Segorbe: los in-
tentos de encender el fuego de la rebelión
en la comarca, los sofocaron pronto los arago-
neses.
Vuelto de Mallorca el rey D. Jaime, siguió
otorgando su amparo á la causa de Zeit, pero
á éste le vemos figurar en la corte cual si fuera
un rico-hombre. En ocasión en que el rey don
Jaime se disponía á reconvenir á D. Blasco de
Alagón, que se anticipó á tomar la plaza de
Morella, quiso hacerlo en presencia de su séqui-
to, del que formaban parte Fernández Azagra,
Atho Orella y Zeit-Abuceit'. La presencia de
este último entre los ricos-hombres de Ara-
gón formando en la escolta de D. Jaime I es
muy frecuente notarla leyendo nuestras histo-
rias de la Edad Media. La categoría de Zeit-
Abuceit, á juzgar por esto, estaba equiparada á
la de los ricos-hombres de Aragón, y la pose-
sión de Segorbe, con su comarca, considerada
como un Estado de señorío dependiente del
^ «D. Jaime I el Conquistador, según las crónicas y docu-
mentos inéditos», por Ch. de Tourtoulón, tomo I, pág. 274.
Valencia, 1874.
34
Conquistador. Para el antiguo emir de Valen-
cia no podía ser esta distinción cosa tan alta
como la que le había usurpado Zaén, pero era
la mayor distinción que podía otorgar el rey de
Aragón. A tanto la hacían llegar algunos ricos-
hombres, que hasta se permitían tratar al rey
de igual á igual. Muchas veces aquellos seño-
res, con derecho bastante, designaban como
suyos castillos que estaban por tomar á fuerza
de armas. Por ello, cuando se rendían los fuer-
tes á la persona del monarca sin emplear la
fuerza, suceso en aquella guerra muy frecuente,
se originaban incidentes de amor propio ó de
conveniencia material que siempre lastimaban
ó debilitaban la autoridad real. Del cúmulo de
alegatos y reclamaciones que había en derredor
del monarca, podrá formar idea el lector tenien-
do presente el capítulo 146 de la crónica del
rey D. Jaime, en la que se lee: «Sobre las pre-
sas tocaba al rey la quinta parte nada más; el
resto había que distribuirlo. »
Laboriosos y antojadizos solían ser en aque-
lla época de guerra los trámites para obtener la
posesión ó dominio de cuanto podía constituir
objeto de propiedad. Lo mismo la adquisición
de una alhaja que la de un señorío de proce-
dencia sarracena, no se alcanzaba sin contra-
dicción más ó menos manifiesta. Las riquezas
de los moros huidos eran solicitadas por los de
su propia raza que se quedaban en el país y por
35
los conquistadores. Los ímpetus de la codicia
hallábanse desbordados. Así que la posesión
de la comarca adherida al señorío de Zeit-
Abuceit, mediante el apoyo de los aragoneses,
se conservaba en una especie de equilibrio in-
estable. Zeit-Abuceit, á pesar del gran interés
que por él tenía D. Jaime, era un árbol caído
del que todos esperaban sacar astillas. La espe-
cie de protectorado que para muchos sarrace-
nos ejercía en favor de Zeit-Abuceit el rey de
Aragón, seguro es que suscitaría simpatías entre
árabes y aragoneses que no se borrarían des-
pués por entero, pero todo ello no resolvía en
definitiva el problema de la paz pública en Se-
gorbe. El dominio de Aragón había de consoli-
darse por otros hechos que vinieron después.
El Estado de Zeit-Abuceit, ó sea la cpmarca de
Segorbe, estaba de hecho incorporado á Ara-
gón; pero esto no podía decirse públicamente
ante el temor de apartar algunos sarracenos del
servicio de la reconquista, á la que servían in-
conscientemente. Las resoluciones y disposi-
ciones que venía adoptando D. Jaime en lo que
afectaba á esta comarca, las hacía suyas Zeit-
Abuceit. Ambos se proponían con las mayores
ansias facilitar la conquista de Valencia. Du-
rante los años intermedios entre el convenio
de Calatayud (1229) y la rendición de Burria-
na (1233), los sarracenos de Segorbe, halagados
de continuo por Zeit y los aragoneses, pudieron
36
perder parte de los odios tradicionales y aver«
sión hacia los conquistadores. En todo este tiem-
po la influencia aragonesa en el lenguaje de la
comarca fué exclusiva é incesante. La influencia
catalana no podía sentirse en Segorbe durante
unos años en que todavía no estaban incorpo-
rados los catalanes á los aragoneses para la con-
quista del reino de Valencia.
VI
Publicada por el Papa Gregorio IX la Cru-
zada contra los reinos musulmanes de España,
y acordado por las Cortes de Monzón (1232)
hacer la guerra á los sarracenos de Valencia,
sólo era cuestión de fecha el fijar el día en que
había de comenzar la empresa.
D. José Puiggarí', en un estudio sobre es-
trategia y costumbres militares de la Edad Me-
dia, trae á la memoria el capítulo CXXIII de
la «Crónica del Rey D. Jaime». En dicho estu-
dio se lee:
«Para correr tierras de moros y apoderarse
»de Burriana asignó día á los ricos-hombres, á
»los maestros del Temple, Hospital, Uclés y
»Calatrava, que se hallaban en territorio suyo^
^ De «La Ilustración Española y Americana», año 1880^
tomo I, págs, 47-78 y otras.
37
»para que á primero de Mayo del año 1233
» fuesen á reunírsele en Teruel, pero ninguno
»de los asignados acudió dentro del plazo, si
»bien comparecieron Bernardo de Montagut,
» obispo de Zaragoza, D. Pedro Fernández de
»Azagra y otros caballeros de su mesnada, uno
»de ellos D. Jimeno Pérez de Tarazona, señor
»de Árenos, hasta ciento veinte señores y las
» milicias de Teruel.» La presencia del de Aza-
gra y del de Árenos parecen puntualizadas en
este capítulo de la «Crónica del Rey D. Jaime».
Azagra ya es conocido por lo que dijimos ante-
riormente del D. Jimeno Pérez de Tarazona: era
hijo del Justicia mayor del reino, dignidad la
más alta después de la persona real. De sus re-
laciones de amistad primero y de familia des-
pués con Zeit-Abuceit da idea el P. Mariana^
diciendo: «Del matrimonio de Zeit-Abuceit con
»D.^ Dominga López nació una niña llamada
»Alda Hernández, mujer que fué después de
»D. Blasco Jiménez de Tarazona, que sucedió
» entre otros muchos señoríos que eran del rey
»su suegro, y los heredaron después los de
» Árenos.»
Zurita"" viene á decir lo propio en el siguien-
te párrafo: «Zeit-Abuceit; antiguo emir de Va-
»lencia, sirvió de intermediario entre los sarra-
Mariana. «Historia de España», tomo I, pág. 388.
Zurita. «Anales de Aragón», tomo I, pág. 147.
38
ícenos y el rey D. Jaime de Aragón. Al abju-
/>rar su religión había conservado las costumbres
»de los musulmanes y practicaba la poligamia.
»Por gestiones de Sancho Ahones, obispo de
» Zaragoza, casó ante la Iglesia con una dama de
«aquella ciudad. De esta unión tuvo una hija
»que fué casada con D. Blasco Jiménez, hijo de
» Jiménez Pérez de Tarazona, señor de Árenos.»
Se llama la atención en la «Crónica del rey
D. Jaime hacia Azagra y Árenos entre los ca-
balleros de mesnada, sin duda alguna por la
acción política ó diplomática que estaba á sus
alcances ejercer en la comarca. Estos dos caba-
lleros tenían un completo conocimiento de este
país y de sus habitantes, lo que era muy impor-
tante al cruzarlo primero y dejarlo á su reta-
guardia después.
A la cabeza de las tropas aragonesas entró
el Conquistador en las tierras de Valencia. No
ocurrió nada de particular hasta llegar á Jérica.
Esta población se opuso al paso por ella del
ejército real. D. Jaime no trató entonces de
rendirla, pasando de largo junto á ella: sólo se
entretuvo el tiempo necesario para talar sus
campos. Segorbe tuvo abiertas sus puertas al
rey de Aragón, y continuando su marcha llegó
á Torres-Torres. Los de este castillo se ence-
rraron en él, y el ejército aragonés les taló los
campos. Ya entonces se le unieron los soldados
del Temple y San Juan con las milicias de va-
39
rias ciudades, con las que, reforzado considera-
blemente el ejército de D. Jaime, partió para Bu-
rriana.
Ante los muros de ella se completó el ejér-
cito con la llegada de las tropas feudales y co-
munales que no habían podido llegar á Teruel
el día fijado en la convocatoria. En este nume-
roso ejército estaban en mayoría los soldados
catalanes sobre los aragoneses. El sitio de Bu-
rriana por el Conquistador es el primer acto
que la reconquista catalano-aragonesa llevó á
efecto en el reino de Valencia. En los hechos
militares de este reino, ejecutados por los ara-
goneses anteriormente, no tuvieron ninguna in-
tervención los catalanes. Con la llegada de éstos
vino también su lengua, y allí donde se fijó el
elemento catalán, brotó después el dialecto va-
lenciano.
Rendida Burriana á los dos meses de sitio,
la presencia, por algún tiempo, en ella del rey
apresuró la rendición de villas y castillos, algu-
nos importantes como Peñíscola, Alcalá y Cer-
vera.
Urgentes asuntos reclamaron la presencia
del rey en Cataluña. Dejó entonces el monarca
á Burriana y marchó á Barcelona.
Prosiguióse más adelante la guerra contra
los musulmanes. Derrotados éstos en la batalla
del Puig en Agosto del año 1237, puso esta
victoria expedito el camino al ejército cristiano
40
hasta las puertas de Valencia. Instalado el cam-
pamento real en las afueras de la ciudad, bien
pronto fueron acudiendo las fuerzas sitiadoras.
Muchos mercaderes de Montpeller y de Lérida
aparecieron en el campamento, donde se vendía
«toda clase de artículos para los sanos y para
»los enfermos; éstos podían cuidarse en el cam-
»pamento como si estuvieran en Lérida ó Bar-
»celona» (palabras de la «Crónica del Rey don
Jaime»).
Obligada Valencia á capitular, entregóse á
D. Jaime I mediante condiciones estipuladas y
firmadas en 28 de Septiembre de 1238. Según
fué lo tratado, los habitantes tuvieron cinco
días para dejar la ciudad con todo lo que pu-
dieran llevar consigo. El rey garantizó con una
escolta su seguridad hasta Cullera, que queda-
ba, con Denia y la parte del reino de Valencia
al Mediodía del Júcar, en poder del emir Zaén.
Los sarracenos que quisieron permanecer en
Valencia conservaron todos sus bienes muebles
é inmuebles, con el libre ejercicio de su religión
y de sus leyes.
Dueño el Conquistador de Valencia, hubo
de procederse al reparto de los bienes abando-
nados por los sarracenos que habían preferido
dejar el país.
El rey dio además feudos en el reino de Va-
lencia á los caballeros aragoneses y catalanes.
Las probables donaciones que el rey hiciese
41
así que tomó Burriana no constan en ninguna
parte, según afirman los historiadores. Las que
hizo con motivo de la victoria del Puig y toma
de Valencia, están consignadas en el libro del
«Repartimiento», del que más adelante nos ocu-
paremos. En las donaciones que corresponden
á los años 12377 1238 se respeta casi por com-
pleto el señorío de Zeit-Abuceit en Segorbe.
Los propietarios no fueron inquietados en la
posesión de sus tierras ó propiedades particu-
lares. Pero quizá por conveniencia ó mero asen-
timiento de Zeit-Abuceit, no muy firme en el
dominio de los pueblos de la Sierra de Espadan,
se hiciesen donaciones que fortalecieran hasta
cierto punto la posesión de Segorbe. Dióse á
Fr. B. dh Bort, comendador de Alcalá, el cas-
tillo de Almedíjar; á Berenguer, obispo de Bar-
celona, el castillo de Almonacid y todo su valle;
á D. Pedro Fernández de Azagra, los castillos
de Chelva y Eyetura (Altura); al obispo sego-
bricense Jimeno, unas casas en Valencia y la
Alquería de Navajas'. D. Jaime hizo también
esta otra donación en el año 1237: «A P. Fe-
^ La Alquería de Navajas estaba situada en una llanura
donde se recogían las aguas; podía haber algunos edificios
en ella; nada de lugar fuerte, cosa tan estimada en unos
tiempos en que el aprecio de las poblaciones se graduaba
por lo que eran sus castillos ó murallas. Lo insignificante de
la donación como poblado lo representa el sello de su mu-
nicipio con sólo una encina en campo abierto.
42
rrandi de Albarracín (Azagra); Vallem de Cana-
va juxta Segorbium IV nonas augusti.'»
Este valle de Cánava no han debido los au-
tores entender cuál era. Ni en el Escolano an-
tiguo, ni en la edición moderna de Perales, ni
en Diago se hace expresa manifestación de esta
donación. D. Juan Antonio Balbas prescindió
de ella cuando recogió en un capítulo de su
libro las donaciones hechas por el Conquistador
en la provincia de Castellón.
La explicación de la aludida omisión es sen-
cillísima para nosotros, que somos hijos de este
país. Durante el reinado de D. Martín de Ara-
gón se levantó en el Valle de Cánava el gran-
dioso monasterio de cartujos; divulgóse por los
monjes la semejanza de este valle con el en que
Jesucristo sufrió la pasión, y desde entonces se
le conoce con el nombre de Vall-de-Christi ó
Valdecristo, al que en tiempos del Conquista-
dor se llamaba de Cánava. Las tierras de los
contornos adyacentes á la derruida Cartuja con-
tinúan llamándose Cánavas, conforme á la de-
nominación primitiva.
Conocidas que fueron en Cataluña las ex-
traordinarias y fáciles victorias alcanzadas por
el ejército conquistador, así como las riquezas
^ «Repartimiento de los reinos de Mallorca, Valencia y
Cerdeña», por D. Próspero de Bofarull, cronista de la coro-
na de Aragón, pág. 372. Barcelona, 1856.
43
que los musulmanes abandonaban, vinieron en
tropel los catalanes á recoger los provechos del
éxito y participar del botín. Gran multitud de
catalanes se esparcieron por Valencia y pue-
blos de su litoral.
Con esta numerosa masa inmigrante llegó á
Valencia su dialecto catalán. Como dicho len-
guaje se usaba por el rey vencedor y por gran
parte del ejército victorioso, era, al menos en
ciertas ocasiones, el de actualidad y el que im-
ponían las circunstancias. En toda la costa valen-
ciana prevaleció prontamente, por ser lugares
donde los catalanes recién llegados estaban
acumulados en gran número; los vacíos que de-
jaban los sarracenos eran en seguida ocupa-
dos por los catalanes.
Los sarracenos de Segorbe no se movieron
entonces de sus casas, sometidos como estaban
á Zeit-Abuceit, pero no satisfechos todos con él.
Los cristianos seguro es que se hallarían
entonces poseídos de lisonjeras expectativas.
Las circunstancias de esta comarca eran
como de una interinidad poco á propósito para
que acudiesen á ella catalanes ansiosos de esta-
blecerse en este terreno. Mayor prosperidad y
riquezas y más ancho campo para instalarse fa-
milias catalanas ofrecíales la parte del reino de
Valencia, que ya habían abandonado gran nú-
mero de musulmanes de todos sexos y edades.
En la comarca de Segorbe no había vacíos
44
de población que ocupar á raíz de la rendición
de Valencia, y por eso no se establecieron en-
tonces en la comarca los catalanes con sus fa-
milias. Lo cual equivale á decir que la primera
y más grande invasión de lenguaje catalán que
inundó á Valencia no alcanzó á Segorbe y su
comarca.
VII
Dos años antes de la rendición de Valencia,
en el de 1236, hallándose Zeit-Abuceit en Te-
ruel, reconoció ser su obispo y de los lugares
que conservaba en su poder el prelado segobri-
cense D. Guillermo. Eran los dichos lugares
Arenoso, Montan, Castielmontán, Cirát, Tormo,
Fuentes, Villanueva, Villamalur, Terdelas, Ar-
tos, Ayódar, Buynegro, Villamalea, Onda, Nu-
les, Usón, Almenara, por un lado, y por otro,
Alpuente, Cardelles, Andilla, Tuéjar, Chelva,
Domeño, Chulilla y Liria, con todos sus térmi-
nos, castillos y alquerías, y Segorbe con todos los
pueblos situados en el centro de los primeros*.
^ La copia original de esta escritura la conserva el Ca-
bildo de Segorbe, la publicó el P. Villanueva en su «Viaje
literario á las iglesias de España», la traen también Perales
en la última edición de Escolano y Balbas en «El libro de la
provincia de Castellón». El obispo Aguilar razonó algún
tanto este documento con sumo acierto y lo publicó en las
«Noticias de Segorbe y su Obispado».
45
En el año 1238, á 19 de Abril, hallándose
el mismo Zeit-Abuceit en Albarracín, renovó la
donación anterior, pero no nombrando otros
pueblos que loa que necesitaban confirmación.
En los anteriores otorgamientos se situaba aquel
rey de Valencia, cosa que no aprobaban los ca-
balleros aragoneses y otras personalidades que
rodeaban á D. Jaime I.
Después de la capitulación de Valencia, la
autoridad y prestigios de Zeit-Abuceit, no sólo
como rey que él se titulaba, sino como á señor
y dueño de esta comarca que D. Jaime le con-
cedía, se debilitó muy de prisa. Era á todas
luces una personalidad enteramente gastada. Ni
á los dignatarios del clero en Valencia ni á los
caballeros aragoneses inspiraban gran respeto
los derechos y providencias del destronado
emir.
Entre los sarracenos que no habían abjura-
do de su falsa religión, las simpatías que antes
sintieran por Zeit tornáronse enojos. Los cam-
bios habidos en la conducta de Zeit-Abuceit,
después de hecho público su bautismo y de
apoderarse de Valencia, fueron muy ostensibles;
la fe musulmana se dio por burlada con los pro-
cedimientos que seguía aquel personaje. Costa-
ríales algún trabajo á los sarracenos convencer-
se de que había abrazado sinceramente la reli-
gión cristiana, porque siendo emir dispuso el
martirio de muchos cristianos en Murcia y Va-
46
lencia; una de sus últimas hazañas, en la segun-
da de aquellas ciudades, fué mandar degollar en
su propio palacio á dos religiosos de San Fran-
cisco recién llegados de Teruel. El recuerdo
de los anteriores hechos retardaría en los mu-
sulmanes la convicción de que Zeit-Abuceit
había abjurado de Mahoma; pero las providen-
cias que á diario disponía pregonaban muy claro
las nuevas creencias que Zeit había abrazado,
con notorio disgusto de la población musul-
mana.
En el año 1242, al tiempo de otorgar las
capitulaciones para fundar el lugar de Villaher-
mosa, dispuso «que si alguno de los nuevos po-
»bladores, y aun sus sucesores, muriesen sin
» recibir por negligencia los Santos Sacramen-
»tos, se les quitase á sus herederos la quinta
»parte de toda la hacienda que dejasen.» Esta
disposición, unida á otras providencias de la
misma tendencia cristiana, desengañó por com-
pleto á los sarracenos, que, contra las mismas
afirmaciones de Zeit, se habían obstinado hasta
entonces en ver en él un musulmán de alta je-
rarquía.
No tardaron en salir por toda la comarca
gritos de rebelión contra Zeit-Abuceit, que los
caballeros aragoneses no se apresuraron á sofo-
car. Al contrario, cabe sospechar que gérmenes
laborantes de esta rebelión nacieron dentro
del partido aragonés y aun del clero valenciano.
47
Alzáronse los sarracenos de esta comarca
contra Zeit-Abuceit, al que ya llamaban y co-
nocían por D. Vieente. Muchos de ellos, que
eran de los lugares vecinos á Segorbe, se apo-
deraron al punto del castillo de esta población.
Al propio tiempo otros muchos insurrectos an-
daban por la Sierra de Espadan y Eslida for-
mando tan importante hueste, que el rey de
Aragón tuvo que ponerse al frente del ejército
cristiano para ejercer mejor la acción diplomá-
tica al amparo de la fuerza y sofocar la rebe-
lión.
Sometiéronse prontamente al Conquistador
los moros de Eslida, Ahín, Veo, Jinquer, Pal-
mes y Zueras, y en un privilegio otorgado por
D. Jaime I en Artana á 29 de Mayo de 1242'
concedióles en propiedad todos los términos,
sin otro tributo que el diezmo que pagaban an-
tiguamente, exceptuando los árboles y sus fru-
tos, y la parte de censo por casas y estableci-
mientos. Además les fueron concedidos, entre
otras cosas, el libre uso de su religión; el que
los hijos heredasen de sus padres; el poder en-
señar el Corán y demás libros de su religión;
^ La copia de estos privilegios se encuentra en la «Co-
lección de documentos inéditos para la Historia de Espa-
ña», tomo XVIII, en <E1 libro de la provincia de Castellón»,
publicado por D. Juan A. Balbas, Castellón 1892, y en la
«Historia de D. Jaime I», compuesta por Cr. de Tourtoulón,
tomo II, pág. 65, Valencia 1874.
4»
que su cadí juzgase las causas sobre casamien-
tos, divisiones de herencias, compras y toda
clase de negocios. Estipulándose además que
ningún hombre que profesara otra religión que
la de Mahoma podría ser recibido en aquellos
territorios, ni residir en ellos sin el permiso de
sus habitantes, aun cuando fuera enviado por el
mismo rey'.
Análogas concesiones que las hechas á los
moros en Artana se otorgaron á los de Segor-
be y Castelnovo. El examen de documentos
posteriores á la época de D. Jaime I, da razón
de que los sarracenos habitantes de dichas po-
blaciones hacían oración en sus mezquitas y
vivían con cierta autonomía en sus aljamas.
Según un documento de fecha 23 de Abril
de 1389 que se guarda en el archivo municipal
de Segorbe, «se reunieron á la puerta de la
» mezquita que está junto á la iglesia de San
» Pedro, al salir de la oración, los moros Alii
»Perriel tenyent lugar de alamy por Abrassim
»raucin alami de la dita morería, Samet monen,
»abdulacies almonestet viejos ó jurados en el
»anyo presente de los moros e aljama de la dita
^ Esta última concesión cuidó Mr. Tourtoulón de ano-
tarla en su obra con el testimonio de Diago. En tiempos de
éste se conservaba esta acta en los archivos de la Bailía de
Valencia, prinier gran libro de enajenaciones del patrimo-
nio real, fecha 238.
49
» morería et en andalla edeiz síndico sobredito
»de la dita morería Samet alamín. Massomat
»sibel Massomat edris Cahat almiarí Massomat
»racín Massomat almari ^abat alñireti Samet
»hadir Samet silil Ali xilenxi Ali quasim Mas-
»somet perello Sucass alacbori Alii sierel ^araig
» xilenxi Massomat racín Alii sabori ^amet
»alquarir Alii laurelin Alii cahat Alberdo Alii
» alacbori Abrasfn albordo Alij Alliri ^ahat edeiz
» menor Jucass alinez Massomat Masson, moros
»del Raual de la ciudad de Segorbe.»
Esta lucida representación de los moros de
Segorbe, después de hacer oración en la mez-
quita, como queda dicho, marchó al encuentro
de los representantes de la ciudad, que lo eran
el honrado D. Juan de Aviñón, justicia; Fernan-
do Ximénez, Juan Vicente de Paracuellos, Do-
mingo de Carrión, Martín Sánchez de Sadojrní,
Ximeno de Cucalón, Bartolomé, DestUam, Jaime
Blandina, Fernando Ffillach, García Aragonés y
F. de Cariñena, jurados; y juntos todos, ante el
notario Miguel del Castillo, desistieron los moros
del pleito que contra la ciudad habían promo-
vido, allanándose al pago de ciertos impuestos.
Se guarda en el archivo municipal de Se-
gorbe un cuaderno que contiene listas cobra-
torias de los contribuyentes de Segorbe en el
siglo XVI. Dicho cuaderno está dividido en dos
secciones, una de cristianos y otra de moros;
éstos eran próximamente la tercera parte.
50
Cuando los jurados de Castelnovo en el
año 1345 (según decimos en otro lugar de este
libro) comparecieron, en unión de los de Se-
gorbe, ante D. Pedro de Jérica, fueron previa-
mente autorizados para llegar á concordia por
la aljama de Castelnovo, reunida al efecto en
la plaza pública.
La población sarracena en Castelnovo debió
ser numerosa: lo hace creer así la escritura de
repoblación otorgada después de la expulsión
morisca entre D.^ Beatriz de Borja, señora de
la villa y Baronía de Castelnovo, de una parte,
y de otra, cincuenta cristianos viejos. Contiene
el mencionado documento la exposición eleva-
da por los cristianos á la referida señora pre-
tendiendo repoblar la villa, y su lectura revela
la importancia que tuvieron los moriscos en
Castelnovo y los alcances de la expulsión.
En la expresada escritura se lee: «Como la
» dicha villa y Baronía de Castellnou estaba
»póblada de extraños viejos y de muchos mo-
»ros y obtemperando al mandato Real se han
» embarcado todos y pasado á tierra de África,
»y assí ha quedado la dicha Baronía en parte
» despoblada, desierta y sin vecinos ni habitado-
»res en sus casas y tierras, y nosotros los dichos
«particulares deseamos poblar la dicha villa y
» Baronía, y avasallarnos, estar, habitar, residir
»y morar en aquéllas, y suplicamos á la dicha
»Señora Doña Beatriz de Borja, señora de la
5»
» villa y Baronía, sea servida de admitirnos á
»nosotros y á nuestros sucesores y de los que
»por tiempo serán señores de la dicha villa y
» Baronía y por nuevos pobladores, vecinos y
»habitadores de aquélla. La dicha Señora Doña
» Beatriz de Borja, señora de las dichas villa y
» Baronía se ha contenta de admitirlos al dicho
» vasallaje y á la dicha nueva población, vecin-
»dad y habitación de la dicha villa y Baronía
»de Castellnou, y para el dicho effecto se han
5> hecho, tratado y convenido por entre las dichas
» partes los pactos abajo escritos en el modo,
» forma y manera que abans se contiene'.»
El pueblo de Algimia de Almonacid, que
era la aljama del Valle de Almonacid, quedó
enteramente despoblado con la expulsión mo-
risca, y el entonces su señor, D. Pedro de
Urrea, lo repobló con 27 familias de cristianos
procedentes de Navarra y de Puebla de Are-
noso.
Estas y las demás aljamas de moros en la
comarca de Segorbe datan de la insurrección sa-
rracena habida contra Zeit-Abuceit el año 1242.
D. Jaime, para someterlos á su obediencia, otor-
gó grandes y extraordinarias concesiones á los
^ Lo transcrito literalmente forma como un preámbulo
en la escritura del convenio; consta éste de cuarenta y cua-
tro cláusulas; lleva el documento la fecha de 15 de Julio
de 161 1, y se guarda copia original en el archivo de la villa
de Castelnovo.
52
sarracenos, desviándoles de su rebeldía y con«
siguiendo que únicamente los más impetuosos
rechazasen el supremo dominio de Aragón.
Discrepan los historiadores en si llamaban
Alzarach, Aladrach, Alazarach, Azadrach, Aza-
draque ó Al-Azak al jefe moro que en el
año 1242 insurreccionó primero la comarca de
Segorbe, y casi todas las montañas del reino de
Valencia después.
Es lo probable que todos estos nombres fue-
ran expresiones confusas del nombre árabe
Alazrach, que significa el azul según unos y el
celoso también según otros. En el primer caso d
en el segundo, usándose por los sarracenos el
romance vulgar para motejar los nombres, dirían
el Blau, Blou ó Blay^ expresiones que en len-
guaje mozárabe significan el azul y el celoso.
Eiy recuerdo de Mur-Blay (moro azul ó moro
celoso) tiene Segorbe desde tiempos inmemo
ríales una calle que lleva por nombre dicho
apodo: ello demuestra no fué Segorbe extraño
á los hechos del inquieto caudillo sarraceno.
En El Celtibero^ periódico decenal que se
publicaba en Segorbe, y número correspon-
diente al i.^ de Enero del año 1850, se publi-
có la escritura de capitulaciones del castillo de
Segorbe.
No hemos podido averiguar el paradero del
documento original. De su traducción ó copia
permítasenos decir debió de trabajarla persona
53
enteramente desconocedora en la materia, y el
escrito no resulta presentable al objeto de este
trabajo. Únicamente consignaremos aquí su
fecha: Luna once de este año mil doscientos ochenta^ y
en que, según la expresada copia, aparecen en
las capitulaciones del castillo de Segorbe.
Por las noticias que asoman en documentos
muy posteriores al año 1242, es de creer que
los sarracenos de Segorbe, así como los de los
pueblos limítrofes, acogiéronse á una especie de
indulto otorgado por D. Jaime I.
Es racional creer que un pueblo que vivía
tan dividido como el musulmán, en Segorbe es-
taría dividido, siguiendo unos á Zeit-Abuceit,
otros á Zaén, otros ansiando solamente la paz,
fuera quien fuese el que la diese. Pero D. Jaime,
quizá por haber prometido en sus primeras vi-
sitas á Segorbe no desamparar á los sarracenos,
<3 por razones que desconocemos, hizo cuanto
pudo para retenerlos en el país, particular-
mente en la Sierra de Espadan. Respeto, sim-
patía ó lealtad es incuestionable que inspiraban
á D. Jaime los sarracenos de esta comarca que
le habían auxiliado en los comienzos de sus con-
quistas en el reino de Valencia.
La vida sarracena recibió de D. Jaime cier-
ta sanción legal.
Desde luego en los vecinos pueblos de la
Corresponde este año al 1242 de la Era cristiana.
54
Sierra de Espadan aceptó ó dispuso el Conquis-
tador las cosas de tal manera, que podía hacer-
se en ellos vida enteramente musulmana. El lec-
tor se convencerá de ello recordando el privile-
gio otorgado en Artana que insertamos más atrás.
Debemos citar también al mismo fin otro
privilegio análogo que contiene la Carta-puebla
otorgada por D. Jaime I á los moros habitantes
en el valle de Ujó, por el cual podían rechazar
ó expulsar de su valle á todo hombre que pro-
fesase otra religión que la de Mahoma'.
Los privilegios concedidos antes del año 1 245
por D. Jaime á los sarracenos de estos pueblos^
las aljamas que entonces se constituyeran y los
distintos señoríos adjudicados á magnates ara-
goneses, vinculados en pueblos que pertenecían
al territorio de Zeit-Abuceit, alteraron profun-
damente la fisonomía social de la comarca de
Segorbe. Este orden de cosas dio lugar á que
los obispos de Valencia, combatiendo el resta-
blecimiento de la diócesis segobricense, dijesen
«que las donaciones hechas por Zeit-Abuceit á
»los obispos segobricenses del dominio espiri-
»tual de Segorbe y su distrito no tuvo ejecu-
»ción, por cuanto después los moros de aquel
»país se le habían rebelado y el rey D. Jaime
»los conquistó á fuerza de armas.»
^ Tomado del libro de la provincia de Castellón, por
D. Juan A. Balbás.
55
Nosotros creemos, por el contrario, que los
sarracenos de Segorbe y su distrito fueron, más
que vencidos por las armas del Conquistador,
atraídos por su política. Ello debió anular los
prestigios de Zeit-Abuceit, alejándole de toda
intervención autoritaria en las cosas de la co-
marca. Hay que reconocer que hizo D. Jaime
cuanto pudo por sostener en Segorbe á Zeit-
Abuceit; cuando esto fué imposible, le dio com-
pensaciones.
Todas las grandes concesiones hechas por
D. Jaime á los sarracenos parecen complacen-
cias y afectos de gratitud hacia antiguos aliados
suyos, con los cuales se consideraba obligado;
por ello debemos de suponer que llevó las con-
cesiones hasta el límite de lo posible y quizá
llegando á lo inconveniente.
. La suave y benigna política de D. Jaime para
con los sarracenos de esta comarca se había
agriado un poco en Jérica. Los habitantes de
esta villa habían sido, entre los de la comarca
de Segorbe, los únicos que á la llegada del rey
de Aragón, de paso para Burriana, le hicieron re-
sistencia, no respetando los pactos hechos entre
aquél y Zeit-Abuceit. Este proceder no lo olvidó
el Conquistador, y en el año 1235 envió contra
los jericanos á Guillen de Mongrín, el que tomó
la población el día de Santa Águeda del mismo
año, haciendo los soldados saqueo en la villa.
D. Jaime la tuvo desde entonces por suya, y
56
Zeit-Abuceit no la incluyó entre los pueblos ce-
didos después al obispo segobricense.
Donaciones en esta villa hechas por D. Jai-
me no aparecen hasta el año 1 249, lo cual nos
induce á creer que Guillermo de Mongrín y sus
gentes dejaron la población tan pronto como
cumplieron la misión que les fué confiada.
Con estos incidentes de Jérica ocurridos en
las primeras fases de la reconquista, podemos'
considerar á dicha población como la que tuvo
mayores motivos para despoblarse de sarrace-
nos; pero de los sarracenos de la fortaleza, que
se quedaron parte de éstos en algunos puntos de
los alrededores, hoy partidas del término muni-
cipal de Jérica, lo expresa claramente la siguien-
te donación hecha por D. Jaime en el dicho
año 1249.
« A Hamel Ambediz y otros noventa y nueve
sarracenos la alquería que se llama Tula, y la
alquería denominada de Acullo con todos sus
términos y pertenencias y la heredad que fué
de Abcadahom y cinco j ovadas de tierra que
pertenecieron á Tobet, según se divide por los
términos puestos entre el término de Jérica y
el de Tula, de una sierra á otra; la quinta parte
franca al señor rey'.»
^ Traducido del libro del «Repartimiento de los reinos
de Mallorca, Valencia y Cerdeña», por D. Próspero de Bo-
ferull, pág. 483.
57
Las consideraciones históricas del presente
capítulo X revelan la marcha lenta y gradual
que condujo á esta comarca desde el dominio
árabe á la dependencia de D. Jaime I. La con-
quista de Segorbe por los aragoneses fué más
política que militar. El rey de Aragón la hizo
suya por procedimientos que resultaron una
verdadera evolución desenvuelta durante los
años 1228 al 1242. Los sarracenos de Segorbe
no recibieron de los cristianos las bruscas aco-
metidas que en otras partes los inundó de es-
panto y les resolvió á huir de prisa, sin pensar
en otra cosa que en salvar la vida. Lenta y casi
pacíficamente iba D. Jaime echando las más só-
lidas bases á su dominio real en Segorbe.
Así es de ver que en este año 1242 el rey
de Aragón dio la escribanía de la Curia de Se-
gorbe á P. Cubells. «A P, de Cubells, escribania7n
curiae civitatis segorbicencis in vita. III Kalendas
Septembrts.y>'' Esta donación es un dato bastante
para significar que ya estaba ó había de estar
en lo sucesivo á cargo del rey de Aragón la ju^
risdicción civil y criminal en Segorbe, y á esta
fecha es positivo que Zeit-Abuceit no se había
alejado de Segorbe. Pero las actuaciones del es-
cribano Cubells, á juzgar por la potestad que le
había nombrado, es indudable que fueron fun-
^ «Repartimiento de Mallorca, Valencia y Cerdeña», por
D. Próspero de Bofarull, pág. 326.
58
dones emanadas de la soberanía de D. Jai-
me I.
Introducido paulatinamente el dominio ara*
gonés en Segorbe, los sarracenos pasaron al
través de un período de preparación que pudo
conducirles suavemente á la dependencia de los
aragoneses. Muchos sarracenos, colocados en
circunstancias tan favorables para la amistad,
con los nuevos dominadores se adherirían á la
causa de Aragón.
En los años sucesivos al de 1242 prosiguió
D. Jaime sus conquistas al Sur del río Júcar, y
la ocupación de ricas poblaciones de aquella ri-
bera promovió de nuevo entre los catalanes la
emigración hacia Valencia.
Hubo gran trasplante de población catalana
en la región meridional de la ribera antes nom-
brada, y que había sido despoblada por los sa-
rracenos.
El barón de Tourtoulón dice á este propó-
sito': «El reino de Valencia, que se extendía
»más por la parte de Aragón que por la de Ca-
»taluña, parecía pertenecer especialmente á la
» conquista aragonesa; pero como Estado marí-
»timo, tentaba la ambición de los catalanes, que,
» dueños ya de las islas Baleares, supieron apro-
»vecharse perfectamente del jardín de España.»
En Segorbe y su comarca no hubo motivos
* Tomo I, pág. 268.
59
bastantes para despoblarse de sarracenos por el
año 1242 y los sucesivos. De manera que esta
segunda irrupción de lenguaje catalán que llegó
al reino de Valencia se esparció casi en su tota-
lidad por la parte meridional de dicho reino de
Valencia.
Los alicientes que los catalanes apetecían,
eran en Segorbe más escasos y puestos á la
mano de los aragoneses, quienes se les disputa-
ron impulsados por un mal calculado interés ó
por afecto y afición de colindantes.
D. Roque Chabás, ocupándose de la génesis
del Derecho foral valenciano, se expresó así:
«Bien sea por razón de clima ó por apego á ran-
»cias preocupaciones de los magnates aragone-
»ses, no sacaron ellos gran provecho de la con-
»quista. Fueron heredados en la parte contigua
»á Aragón, y allí educaron á los pobladores en
»el habla y costumbres legales de los sarrace-
»nos, ó como aquí llamaban á los aragoneses ó
» churros, si bien este último nombre designa
» etimológicamente á los que venían de las ribe-
>ras altas del Turia ó Guadalaviar. Segorbe fué
»el núcleo principal de todos ellos»'.
^ «Génesis del Derecho foral de Valencia», por D. Ro-
que Chabás, canónigo archivero de la Metropolitana de la
misma, pág. 12. Valencia, 1902.
6o
VIII
Que había cristianos en Segorbe al tiempo
de la reconquista, lo dice claramente Villagra-
sa'. AguilarV reproduce el dicho del anterior,
pero no hace suya la afirmación de que fuesen
únicamente tres las casas ó cristianos que había
en aquel entonces, como Villagrasa opinó. La
cifra tres, de cualquier manera que se interpre-
te y á cualquier fecha que se refiera, nos pare-
ce exigua: probablemente serían en gran nú-
mero.
Refieren las crónicas de este reino y los his-
toriadores de nuestro obispado, que luego que
tuvo noticia el obispo Jimeno de que el Con-
quistador, en virtud del concierto celebrado con
Zeit-Abuceit, era dueño de Segorbe, se apresu-
ró á celebrar la primera misa en esta ciudad, y
según se desprende, lo hizo sin contar con la
aquiescencia de aquéllos.
Momentos antes de la ceremonia tocaron á
misa, sonando una campana. Esto hubiera sido
enteramente innecesario de ser solamente tres
^ «Antigüedad de la iglesia de Segorbe», por D. Fran-
cisco Villagrasa, pág. 72. Valencia, 1664.
* «Noticias de Segorbe», parte primera, pág. 83. Segor-
be, 1890.
6i
las personas ó familias cristianas, porque es evi-
dente que ya hubieran tenido previa noticia de
suceso tan fausto para ellas.
Si se tocaba la campana era porque se avi-
saba al pueblo que no había concurrido todavía
al lugar de la ceremonia, ó queríase notificar á
toda la población que el obispo iba á ejercer
actos de jurisdicción propia ó delegada del ar-
zobispo de Toledo. Celebrar en aquella ocasión
por primera vez en Segorbe el Santo Sacrificio
de la misa, era hacer una ceremonia doblemen-
te trascendental: dicho acto significaba, de he-
cho, el término de un régimen positivo que lle-
vaba consigo el predominio de la raza árabe é
inauguraba el gobierno latino en la población.
Prescindiendo del carácter religioso de la cere-
monia, como acto de trascendencia en aquel
entonces tan significativo, debió de haber re-
vestido solemnidad apropiada y no hacerse en
una forma poco menos que furtiva. El obispo,
al disponerse á celebrar la misa de que trata-
mos, no parece sino que había lanzado un reto
á las dificultades, prescindiendo de D. Jaime I
en un paso tan importante para posesionarse de
la capitalidad de la diócesis segobricense.
Haciéndose cargo de estas circunstancias,
los cristianos, que hasta entonces habían gemi-
do en el cautiverio, quizá dudasen de ser ya lle-
gada la ocasión de su libertad. Estos cristianos
sometidos hasta aquel momento al dominio sa-
62
rraceno, necesitaban de gran abnegación para
hacer actos ostensibles, de nuestra religión, y
todos no querrían hacer explícita manifestación
de sus creencias, mayormente hallándose como
se hallaban la mayor parte de los mozárabes en
España insuficientemente adoctrinados en los
deberes cristianos, sin que esto fuese óbice
para que otros fuesen muy doctos en letras di-
vinas y humanas, y algunos ganasen la palma
del martirio. Tampoco es fácil que creyeran por
entero en el completo éxito que habían alcanza-
do las armas cristianas y abrigasen temores para
el porvenir. Aquellos momentos fueron induda-
blemente de indecisión para los cristianos.
Armóse cierto alboroto contra el obispo al
tiempo de celebrar la misa, y se ha atribuido
aquel desorden á la morisma excitada por el ta-
ñido de la campana. Para examinar este extre-
mo, debemos pr'eviamente decir que el cele-
brante, ó sea el obispo Jimeno, había adquirido
anteriormente cierta notoriedad en Valencia, y
sido objeto de desatenciones y censuras por
parte del rey D. Jaime y sus principales secua-
ces. A este propósito dice el obispo Aguilar':
« Como la diócesis de Valencia pertenecía anti-
>guamente á la metrópoli de Toledo, el arzo-
>bispo D. Rodrigo encomendó á D. Jimeno que
^ «Noticias de Segorbe y su Obispado», parte primera,
página 8o.
63
»la representase y tomase posesión al tiempo
»de la reconquista. Con este fin dijo en la ca-
» pilla de San Vicente Mártir la primera misa,
«celebrada durante el sitio, y el día de la en-
»trada quiso celebrar la primera en la Catedral;
»pero los soldados le impidieron la entrada,
» porque el rey había encargado la purificación
»de la mezquita al arzobispo de Tarragona. Aun
» halló medio de celebrar en la capilla de San
» Miguel la primera misa de la ciudad y de en-
»terrar en la catedral el primer cristiano que
» falleció, lo cual no bastó para asegurar el de-
»recho del de Toledo contra la voluntad de don
» Jaime, que había prometido agregar la dióce-
»sis reconquistada al arzobispo de Tarragona,
»y así quedó definitivamente resuelto por el
»Papa.»
El obispo vino á Segorbe, juntando á los
intereses de prelado segobricense los que al
metropolitano de Toledo interesaban, y cuya
representación ostentó ya en Valencia con des-
dichado fruto. Las pretensiones del arzobispo
de Toledo, representado por nuestro obispo,
tenían mucho que les era contrario en este país
y que desde luego rechazaba la carta de don
Jaime. Sostener la jurisdicción metropolitana
de Toledo en Valencia y Segorbe, era defender
una causa calificada de extranjera; el rey opo-
níase á ello, y bien claramente se deduce del
hecho de mandar impedir á viva fuerza que
64
nuestro prelado penetrase en la catedral de Va-
lencia á decir la primera misa.
Las distinciones y contentos dedicólos el
rey á los obispos de Tortosa y Valencia. Don
Jaime desaprobaba las pretensiones del obispo
Jimeno, porque con ellas se daba jurisdicción en
sus Estados á un metropolitano que, siendo de
Castilla, era un extranjero para Valencia.
Estos incidentes, al trascender al pueblo
valenciano, determinaron la unánime adhesión
de éste al rey, al arzobispo de Tarragona y á los
obispos de Tortosa y Valencia.
Las pretensiones del arzobispo de Toledo,
representado por nuestro obispo, fracasaron
respecto á su jurisdicción en Valencia. Por lo
que tocaá Segorbe no sucedió así, y con sen-
sible daño territorial de la diócesis segobricen-
se quedó ésta sufragánea de Toledo, y nuestro
obispo sumido en un cúmulo de materia litigio-
sa para contender con los obispos colindantes
sobre la pertenencia de muchas parroquias.
Si hubo descontento con nuestro obispo en
Valencia por las razones dichas, no es difícil
que el desagrado se propagase después á Se-
gorbe. Es cosa muy frecuente que una pobla-
ción secunde lo hecho por la vecina cuando
existen semejantes motivos ó pretextos entre
localidades próximas. Nada extraño sería que
al llegar á Segorbe el obispo Jimeno á decir la
primera misa en señal de posesión de la capita-
65
talidad de su obispado y de jurisdicción del Me-
tropolitano de Toledo, fuese objeto (como aho-
ra se dice) de manifestaciones de desagrado. El
alboroto de que se trata, ¿serían protestas con-
tra Castilla y en favor del metropolitano de Ta-
rragona, como único en Aragón? No es esto
difícil teniendo en cuenta el desagrado con que
veía en aquel entonces D. Jaime toda ingeren-
cia de los castellanos en los países conquistados
por los aragoneses.
Cuando menos hay que reconocer que los
partidarios que en Segorbe tenía la causa de
Aragón y de su rey no serían afectos, ó, mejor
dicho para suavizar la frase, entusiastas del
obispo Jimeno.
La fecha de dicha misa y alboroto la fija
Villagrasa en el año 1245, pero no funda bien
su opinión basándola en haber entonces entra-
do Segorbe en dominio cristiano. En atención
á lo que llevamos referido, creemos nosotros
que puede señalarse el año 1 242 como fecha más
probable de aquellos sucesos. De todas mane-
ras, el número y calidad de los mozárabes que
había en Segorbe al tiempo de llegar el obispo
Jimeno no pudo manifestarse en su totalidad,
y lejos de ser únicamente tres, lo serían en
gran número.
66
IX
En el transcurso de este trabajo hemos tro-
pezado varías veces con el libro del repartiniien-
to de los reinos de Mallorca, Valencia y Cerde-
ña; esto nos mueve á dar noticia de él, por lo
menos en la parte que á Segorbe se refiere.
Con ello tenemos un nuevo motivo para in-
sistir en la escasa despoblación sarracena que
hubo en Segorbe al comenzar el dominio de
Aragón.
Este repartimiento se halla contenido en
unos cuadernos que son los documentos más
anti;^uos que sobre papel se custodian en el
archivo de Barcelona. D. Próspero de BofaruU,
que tomó á su cargo la publicación de estos
cuadernos, pudo salvar las dificultades que á su
lectura ofrecen la gran antigüedad y las muchas
postillas y borrados que contienen. El docu-
mento parece formado por los apuntamientos
en que hubieron de llevar su cuenta y razón los
repartidores nombrados por el Conquistador.
Sirven de indicación acerca de los sarracenos
que se ausentaron y de los que permanecieron
en el país, constituyendo núcleos de cristianos
nuevos y de moriscos; se prestan también á de-
ducciones informativas sobre la población mo-
zárabe, y da idea del estado social creado por
la reconquista.
67
Antes del año 1856 los cronistas é historia-
dores aprovecharon ya las noticias que el docu-
mento encierra, pero el texto completo no se
conocía hasta la fecha dicha en que lo publicó
Bofarull.
Nosotros copiaremos literalmente del «Re-
partimiento» la parte que á Segorbe se refiere
por lo que se relaciona con el estudio que ve-
nimos haciendo. Esta copia es como dice á con-
tinuación:
Regestrum donationum regni
Valentie'
Anno Nativitatis Domini MCCXL octavo. VI
idus juUii. Donationes de Sogorbio.
Garda Petri Dosa: turrim que vocatur Selda
que est in término de Sogorbio cum X jo..eidem
contiguis et domos in Sogorbio de Exem Aze-
mem cum stabulo et I ortum III faneccatarum
ita quod in vita sua predicta non vendat IV
idusjulii.
Matheo archipresbitero Turolii: domos in
Sogorbio de Mahomet Gayvel et de Abrafim
Gayvel et I orto IIII faneccatarum VIII idusjulii.
G. almozari et IV alus ballistariis Dertuse
^ Publicado por D. Próspero Bofarull, tomo XI de la
colección de documentos inéditos del Archivo general de la -
corona de Aragón. Barcelona, 1856.
68
socis tuis: unicuique singulas domos in alcheria
de Corvera que dicitur Laurin et tibi dicto G.
Almozari et III dictorum sociorum tuorum pre-
dictorum III jo. terre in termino predicte alche-
rie de Laurin XV Kalendas junii.
Aunque BofarulI encontró esta donación
entre las de Segorbe, creyó que se refería á
Corbera y Llaurí, pueblos de la provincia de
Valencia. D. Juan Antonio Balbas, aceptando lo
escrito por BofarulI, no la incluye entre las que
hizo el Conquistador en la provincia de Caste-
llón, y la eliminó de la sección de Segorbe. Nos-
otros nos permitiremos considerarla bien inclui-
da bajo el supuesto muy factible de que en el
viejo manuscrito donde BofarulI leyó Cervera^
diga Cárrica, y Aurín, donde leyó Laurin: los
nombres de Cárrica y Aurín no los encontraría
BofarulI en los censos de población de esta pro-
vincia, donde Cárrica figura con el nombre de
Peñalba y Aurín no existe ya como caserío,
todo lo cual pudo contribuir á esta para nos-
otros indudable equivocación.
Es más: aun en el caso de que en el manus-
crito diga Laurin, nos inclinamos á creer que
sea nuestro Aurín. En aquel tiempo la antepo-
sición de la Z á los nombres propios, frecuente-
mente usada por los mozárabes, no era raro
verla conservada por los latinizantes del lengua-^
je vulgar.
G. de Anglerola: Domos in Sogorbio de
69
Avenlopo et ortum de Raseni XIII Kalendas
septembris.
Fratribus de la Merce: domos et ortum in
Sogorbio. Kalendas septembris.
A. de Focibus: per hereditatem francham et
liberam quasdam domos in Sogorbio que sunt
ante eclesiam Sánete Marie via in medio et con-
tiguantur domibus Pascuasii Coló et I ortum
ibidem confrontantem in rivo et in via Castri-
novi et in orto Apariccii IX Kalendas octobris.
Saturnino de Montealbo: justitiatum et al-
modagafiam Segorbii et filio suo Sancio Sancii
scribaniam curie in vita eorum VI Kalendas
novembris.
G. de Minorisa: per hereditatem francham
domos in Sogorbio que fuerunt Dalcarret sa-
rraceno que afrontant ex una parte in domibus
Gastonis de Benayes et ex alus partibus in viis
públicis et II jo. terre in Albalath et I. jo in Al-
batet et I vincam de^ peonatis qua est in So-
penam et aliam vineam de X peonatis in Ram-
bla et I ortum qui fuit de Avenzulema qui con-
tiguatur cum orto Bertrán de Turolio VI idus
januarri.
C. Scriba notario domini regis: per he-
reditatem francham domos in Sogorbio que
fuerunt de Azmet Amalassan et domos de Ab-
della Mazot et ortum de Amet Abdellalez et
maleolum vince de Jugef Adub et vincam XX
peonatarum in Supenam et III jo. terre in Al-
lo
balato in quadrella Aparicii pictoris. In obsidio-
ne Luxem VII idus aprilis.
Anno de Nativitate Domini MCCXL nono
Segorbium.
Gomiz de Montaragone: domos in Segorbio
franchas et II jo. terre in quadrella de Sope-
nam III Kalendas martii.
Marie de Bilxestre: per hereditatem fran-
cham domos quas tenes in Segorbio et I jo et
dimidiam in ejusdem término in quadrella vida-
licet Sancii de Montalbo et I fancchatam pro
orto VIII Kalendas apriliis.
Dominico de Turolio: per hereditatem fran-
cham domos in Segorbio que fuerunt de Alfa-
qui Dalmalac et de Abella Abenhamalil et
ortum I fancchata juxta viam Turolii et II jo et
dimidiam terre in quadrella de Albacet et me-
diam jo. vinearum in Amara que fuerunt de
Mahomet Axenvaca et de Mahomet Alentnr et
aliam terram prope istam ad complementum
dicte medie jo. XIX Kalendas septembris.
Marie Cara: per hereditatem propriam fran-
cham et liberam domos quas tenet in Sugurbio
et ortum I francata et I jo et mediam in alba-
lat in cuadrella' Aparicii Kalendas augusti anno
Domini MCCXL nono.
* Cuadrellas entre los mozárabes era palabra equivalente
á bancales ó heredades, y llamábanle de aquel modo en
atención á estar limitadas por caminos ó sendas, formando
figuras cuadradas.
71
Hemos preferido ofrecer al lector el texto
latino tal como lo copió BofaruU á su traduc-
ción castellana. Para el presente trabajo nos ha
parecido adecuado ofrecer este ejemplo del des-
aliño de la escritura latina en el siglo xiii, en
personas inmediatas al rey. El lector juzgará
cuál sería la latinidad entre los que viviesen
apartados del real servicio. Los sarracenos cita-
dos son, como se ve, en corto número, y no
muchos más los que no se nombran. Son am-
bos insignificantes, comparados con los que en
otras poblaciones del reino de Valencia perdie-
ron sus fincas.
Pudiera haber sucedido que antes del
año 1237 el rey hubiese hecho otras donacio-
nes aquí. Nosotros nos inclinamos á creer que
no las hizo. Nace esta nuestra creencia de las
relaciones de inteligencia que mediaban entre
Zeit-Abuceit y el Conquistador, que ya expusi-
mos. De la suma prudencia de D. Jaime hay que
creer no hiciese donaciones que, sacadas délo que
Zeit retenía para sí, habían de molestar á éste.
Antes de la toma de Burriana y de Valen-
cia, la previsión militar del Conquistador con-
taba con el amparo de Zeit-Abuceit para el
caso de una derrota del ejército cristiano en la
costa del Mediterráneo. Retirar los cristianos
desde Burriana ó el Puig á Teruel hubiese sido
muy difícil ó imposible; hacerlo á Segorbe era
lo estratégico.
72
Los tratados secretos que dicen algunos his-
toriadores que hubo entre el Conquistador y
Zeit es muy fácil abarcasen el punto de un po-
sible fracaso, que para gloria de Dios y de la
Patria no ocurrió. Hasta después de tomada
Valencia hay que considerar á la fortaleza de
Segorbe como base ó apoyo de las operaciones
militares del ejército conquistador.
El papel de Zeit-Abuceit no podemos nos-
otros reducirlo, como lo han hecho algunos his-
toriadores, á un mero testigo de los sucesos.
En los cálculos y previsiones de las primeras
campañas de D. Jaime en el reino de Valencia
debió tener el destronado emir intervención in-
telectual muy importante.
Pensar que D. Jaime hiciese en estas cir-
cunstancias donaciones en Segorbe, sería atri-
buir al rey de Aragón una intemperancia polí-
tica que no tenía.
Si del año 1238 al 1242 y de éste al de 1247
D. Jaime hubiese hecho donaciones en Segorbe,
probablemente estarían contenidas en el libro
del «Repartimiento» de que venimos ocupán-
donos. En las hechas durante los años 1248
y 1 249 que hemos transcrito figuran solamente
los nombres de las partidas de Amara, Alba-
lath, Albatet, Aurín Bajo Sopeña y Rambla*.
^ Los nombres de Albalato y Albacet los consideramos
alteraciones ortográficas de Albalat y Albatet.
73
La torre llamada de Geldo pudo ser lo que hoy
llamamos el Censal. Los propietarios sarrace-
nos de fincas rústicas que perdieron ó dejaron
perder sus propiedades, no debieron de ser nu-
merosos. Todo el conjunto de propietarios del
resto de las demás partidas no nombradas en
el libro del «Repartimiento» constituían una
inmensa mayoría, y siguieron con la posesión
de sus fincas. En las partidas citadas, entonces
como ahora, los propietarios lo fueron sola-
mente ,de cuadrículas ó bancales, y en estas
partidas fueron muchos más los propietarios que
conservaron sus fincas que los que las perdieron.
Estos breves comentarios hechos al «Repar-
timiento» en lo que árSegorbe afecta, ponen de
manifiesto que había aquí adhesión ó sumisión
casi completa por parte de las gentes pudientes
á la causa de Aragón. Las personas que disfru-
taban alguna propiedad rústica siguieron go-
zándola después de la reconquista.
Los habitantes expulsados de Segorbe como
sarracenos peligrosos y enemigos implacables
de D. Jaime, fueron gente pobre y desvalida en
su mayoría. De las personas que tenían alguna
propiedad, y cuyos nombres hemos podido es-
cribir al copiar las donaciones, ya se ha visto
cuántas eran.
Como decíamos al principiar este artículo
del libro del «Repartimiento», se infiere el es-
caso trasplante de población sarracena que
74
hubo en Segorbe al comenzar el dominio de
Aragón. La parte intelectual de la población,
según todas las probabilidades, no se ausentó
sino en muy escasa proporción.
Entre la masa de población intelectual que
había en Segorbe á mediados del siglo xiii, es
lo probable que fuesen muchos los cristianos.
Los de origen mozárabe, en este país, como en
el resto de España, fueron los que habían rete-
nido los gustos, tradiciones, creencias y lengua-
je de los hispano-romanos.
Los alcances y virtualidad de las tradicio-
nes lingüísticas son en extremo importantes.
Un insigne maestro del Instituto de Francia,
Mr. Morel Fatio, fundador de la filología de los
países románicos y actualmente la más alta au-
toridad en la materia que existe en Europa, ha
estudiado el lenguaje castellano aragonés á pro-
pósito de sus cursos sobre la lengua provenzal y
catalana. Ocupándose Mr. Morel Fatio del sub-
dialecto aragonés de Ribagorza, dejó sentado
que no admite que dos lenguas se hibriden y en-
gendren hablas mixtas, aunque convivan siglos
en una misma población. Así se explica no se
perdiese en Segorbe la levadura latina durante
la dominación árabe, con lo cual los restos de
civilización romana que encontró aquí la recon-
quista, volvieron á tomar forma adecuada bajo
el dominio aragonés.
Y dicho cuanto antecede, creemos oportu-
75
no hacernos cargo de la autorizada opinión del
brigadier Almirante, al significar que en el
siglo XII la actitud de los árabes en el reino de
Valencia fué de paz y de huida.
Desde el punto de vista militar, los ejércitos
del Conquistador no hicieron cosa distinta de
pasear por la región el éxito. «No tenemos re-
latos hechos por cronistas árabes, y no pode-
mos estudiar estas campañas por partida doble'. »
X
Después de sosegada la rebelión de Mur-
Blau ó Blay y de los sarracenos de la Sierra de
Espadan, todavía tardó algún tiempo D. Jaime
en poder satisfacer ó concertar con Zeit-Abu-
ceit las compensaciones que había de obtener
el segundo por su alejamiento de Segorbe. Se-
gún parece, Zeit-Abuceit recibió por este con-
cepto indemnizaciones. En el libro del «Repar-
timiento», pág. 195, se nombran á cincuenta y
dos hombres de su mesnada, á los cuales dio
D. Jaime ciento treinta y seis jovadas de tierra
en las alquerías llamadas Alcora, Albaaylet,
Sagayrent y Arrióla. En Játiva se concedieron
^ «Bibliografía Militar de España», por el excelentísimo
Sr. D. José Almirante, brigadier de Ingenieros, pág. XLIX.
Madrid, 1876.
76
á Zeit unas casas; heredades en Cullera y Cor-
bera; en Valencia, las casas que fueron de su
madre (pág. 576 del «Repartimiento»). Tam-
bién se le adjudicaron las alquerías de Aldaya
y el castillo y villa de Ganalur, á condición de
que se demoliese la fortaleza. No fueron sola-
mente éstas las indemnizaciones que obtuvo el
sobredicho Zeit; debió quedarse al propio tiem-
po con las tierras llamadas actualmente partida
de Benasei en Castelnovo.
Lo hace creer así los distintos nombres de
Zeit-Bensaid, Benceit, Zeita-Abuceita, con los
cuales era conocido Zeit-Abuceit, y usados
también en siglos posteriores á su tiempo para
designar la partida de Benasei.
Refiriéndose á fincas del aludido paradero,
hemos visto indistintamente usados aquellos
nombres en escrituras autorizadas en el pueblo
de Castelnovo por mis cuarto y quinto abuelos,
escribanos que fueron en el siglo xvm del ex-
presado pueblo.
No puede dudarse que D. Jaime retrasó el
pleno y amplio dominio aragonés en Segorbe
hasta solventar ó resolver los incidentes rela-
cionados con Zeit-Abuceit. Hacia éste tuvo el
Conquistador atenciones y miramientos quizá
compasivos. El respeto señorial y el honor
(como llamaban los aragoneses) más ó menos
circunstancial, no cesan por parte del rey para
Zeit-Abuceit. Desde el tratado de Calata-
77
yud (1229) hasta la muerte de Zeit, ambas po-
testades parecen no discrepar una de otra.
Pero el tratado de Calatayud ha dado lugar
á equivocaciones respecto al dominio de don
Jaime en Segorbe. Después de dicho tratado,
los ejércitos del Conquistador estuvieron du-
rante la campaña repetidas veces en Segorbe,
y es de suponer que unas serían por motivos
de tránsito y otras para afirmar lo tratado entre
aquellos personajes. Interpretando mal estas vi-
sitas del ejército de D. Jaime, se han sacado
consecuencias inexactas, entre ellas la de Beu-
ter, afirmando «que habiéndose sublevado la
» ciudad contra Zeit-Abuceit, su señor, el año
»de la batalla del Puig, que fué el de 1237, la
» rindió por ftierza á su corona el rey de Ara-
5>gón», y la de Zurita dando por sentado que
fué conquistada en el de 1235. El único inci-
dente ó rebelión grave suscitada por sarracenos
de Segorbe fué el ya dicho de Mur-Blau ó Blay
en 1242, que, como sabemos, no prosperó.
La situación de Segorbe creada por el con-
cierto entre Zeit-Abuceit y D. Jaime no cam-
bió esencialmente desde el año 1229 al 1245.
Y hemos fijado esta última fecha, porque en
este año 1245 hizo entrega Zeit-Abuceit á don
Jaime del apenas ya nominal dominio de Segor-
be, dando forma de derecho á una cesación de
imperio señorial que de hecho ya no ejercía el
primero, quedando con ello la población incor-
78
porada á la corona de Aragón. Armonizando
con lo que acabamos de manifestar, dijo el obis-
po Aguilar': «El territorio de Segorbe pasó á
»gobierno cristiano en 1245 por convenio de
»Zeit.»
Esta manera de cesar en el dominio seño-
rial de Segorbe el destronado emir de Valencia,
no determinó en manera alguna cambio de po-
blación. Tampoco pudo dar lugar el suceso que
nos ocupa á la instalación de catalanes aquí; las
tradiciones lingüísticas del país no sufrieron
interrupción con el nuevo orden de cosas.
Al tomar forma propia y adecuada la orga-
nización social de la comarca de Segorbe bajo
la tutela de la religión cristiana y de la política
aragonesa, era de rigor el restablecimiento de
la capitalidad de la diócesis segobricense de la
manera como estaba en los primeros siglos del
cristianismo.
Los obispos segobricenses vivían desde el
año 1 1 70, en que se restauró la diócesis en Al-
barracín. Concluido el dominio musulmán en
Segorbe, entendió el obispo Jimeno que debía,
como lo hizo, trasladar la capitalidad de la dió-
cesis á la expresada ciudad. Resolución tan na-
tural y lógica ya sabe el lector que fué desagra-
dable entonces á D. Jaime y contrario sobre-
^ «Noticias de Segorbe y su Obispado», parte primera,
página 96.
79
manera al clero valenciano. Pero la actitud del
rey de Aragón se modificó después grandemen-
te; bien fuese porque ya había fallecido el obis-
po Jimeno, con el que anduvo muchas veces
desacorde, bien obedeciendo á reiteradas ins-
tancias del Pontífice en pro de Segorbe ó bien
fuera por encontrarse de metropolitano en To-
ledo su hijo, lo cierto es que en el año 1247, al
venir á Segorbe el obispo sucesor de D. Jime-
no, lo hizo con la aquiescencia y beneplácito
del rey de Aragón. Villagrasa', ocupándose de
esto, dijo: «Viéndose este obispo D. Pedro am-
» parado y favorecido del Papa Inocencio IV,
»y por su respeto de D. Jaime, entró en Segor-
»be con cartas de D. Vicente, antes Zeit-Abu-
»ceit,'' que públicamente profesaba la fe católi-
»ca, para los sarracenos que aun le obedecían,
»y del rey D. Jaime para los cristianos que es-
»taban de presidio en el castillo y habitantes en
»el arrabal, mandándoles recibiesen á su obis-
»po.» Con lo cual se ve que, cesado Zeit en el
señorío de Segorbe, quedaron en la población
antiguos ó influyentes amigos de aquél. El ins-
talarse en Segorbe el obispo D. Pedro fué gran-
demente enojoso para el clero valenciano.
Tocáronse con este motivo los disgustos y
^ «Villagrasa», pág. 81.
^ Estas cartas irían dirigidas á personas amigas ó cono-
cidas.
8o
procesos unos con otros: los incidentes ruido-
sos provocados por el clero de Valencia hirien-
do los intereses locales y dignidad de Segorbe,
suscitaron simpatías por el clero aragonés.
El obispo valenciano D. Arnaldo de Peral-
ta, en el año 1248, armando clérigos y seglares,
llegóse con ellos á Segorbe y arrojó violenta-
mente de su iglesia al obispo segobricense don
Pedro. La naturaleza de este suceso, unido á
otros muchos, se tradujo en Segorbe como des-
afecto de los valencianos para con los segorbi-
nos, y fomenta las expresadas simpatías hacia
el clero aragonés.
Instituido el arzobispado de Zaragoza en 1 3 1 8,
y hecho el obispo de Segorbe uno de sus sufra-
gáneos, quedó el clero de esta diócesis más lla-
mado hacia Aragón. El carácter oficialmente
aragonés que puede decirse tomó entonces el
clero de Segorbe, no causó el determinismo
lingüístico en el sentido aragonés, como se ha
supuesto. El aragonismo en la comarca ya esta-
ba en aquella época determinado, y la cultura
del clero influyó para sostenerlo y darle incre-
mento.
Cuando en una masa de población hablan
todos la misma lengua y sólo unos pocos otra
diferente, es regla que no tiene excepción que
los segundos se acomoden al lenguaje de los
primeros. Es condición indispensable, para la
más clara inteligencia de los oyentes, hablarles
8í
á éstos en su propio lenguaje. El cura párroco,
en el pulpito ó en el confesonario, no puede
emplear otra lengua que aquella que usan los
fieles á quienes predica ó confiesa.
El clero aragonés pudo en esta comarca dar
carácter literario al idioma vulgar, pero éste
era ya definitivamente castellano-aragonés en la
época de que tratamos. En prueba de lo dicho,
puede verse cómo en los pueblos del río Mija-
res, á pesar de haber sido regidos por clero va-
lenciano, no se introdujo en ellos el dialecto
catalán-valenciano: la cultura de este clero obró,
sí, pero para acomodarse al lenguaje castellano-
aragonés, adaptándose á tradiciones de remotí-
sima fecha y arraigadas profundamente en los
pueblos de dicha ribera.
Las instituciones feudales de orden que pu-
diésemos llamar cívico-militares, creadas cuando
la reconquista en los pueblos de esta comarca,
tampoco desempeñaron directo papel respecto
al lenguaje; su influencia fué secundaria.
Usaba en aquellos tiempos todo el vulgo de
nuestra comarca, como en general el de Espa-
ña, una manera de hablar muy indecisa; el len-
guaje apenas había ascendido á la categoría de
idioma escrito: era el romance español en su
menor edad, nutrido grandemente de voces
originarias de Aragón.
En la mayoría de la región valenciana, lo
mismo el clero que los señores territoriales, po-
82
blando éstos los lugares con vasallos venidos de
Cataluña y adaptándose los curas al lenguaje
de sus convecinos, turbaron el desarrollo del
lenguaje español, como hemos dicho, en su me-
nor edad y lo destruyeron por completo. Por
ello en la inmensa mayoría de los pueblos de la
aludida región reina de una manera casi abso-
luta el dialecto valenciano.
En la pequeña parte del reino de Valencia
que constituye nuestra comarca, por lo general
pasaron las cosas de otro modo. Las circuns-
tancias obstruccionaron la introducción del len-
guaje catalán, que parecía ser la lengua de la
reconquista: la masa de sus habitantes formóse
entonces con antiguos pobladores del país y
aragoneses recién llegados para avasallarse en
él. Señores de los pueblos de esta comarca fué-
ronlo los más conspicuos de Aragón. Conse-
cuencia de todo esto fué la supervivencia del
lenguaje aragonés, del cual necesariamente ha-
bía de servirse el clero en sus funciones sacer-
dotales.
Todas las circunstancias de carácter social
y político que siguieron á la reconquista y las
diversas etapas que trajo el feudalismo, fueron
un excelente cultivo para el lenguaje de Ara-
gón en nuestra zona.
Como centros de muy elevado poder públi-
co, Jérica y Segorbe han sido en este país du-
rante la Edad Media los puntos de donde irra-
83
diaba más principalmente la acción fertilizable
para el lenguaje aragonés en nuestro suelo.
Dicha acción fertilizable ó de incremento
hacia el lenguaje aragonés fué nula ó no llegó
á ejercerse en los lugares de estos contornos en
que el lenguaje español desapareció con la re-
conquista. Dónde la huida de los naturales dio
lugar á la instalación de catalanes, ó donde á la
expresada evacuación de los pueblos no siguió
la ocupación de los mismos por aragoneses, es
cosa obvia que no pudo tomar incremento un
lenguaje no usado en aquellas localidades. Así
ocurrió, por ejemplo, que en los pueblos de Se-
rra y Benaguacil, donde á pesar de las relacio-
nes oficiales que durante el feudalismo los liga-
ba á Segorbe, no se desarrolló el lenguaje ara-
gonés. La base de repoblación que hubo en los
pueblos nombrados últimamente fué catalana;
por esta razón arraigó en ellos el catalán valen-
ciano, con casi entera abstracción del aragonés.
Elemento de feudalización muy importante para
el desenvolvimiento y nueva estructura social
en esta comarca fué el repartimiento con que
D. Jaime favoreció á los que le habían ayudado
en la reconquista.
Por punto general, los aragoneses conserva-
ron las propiedades que les fueron adjudicadas
en esta zona, y mostraron predilección por ha-
cer adquisiciones después en ella. Al contrario,
otros servidores de D. Jaime, particularmente
84
catalanes, prefirieron deshacerse de lo que aquí
les había tocado, para adquirir en los lugares de
donde eran naturales, ejercían cargos ó iban á
residir. Así, por ejemplo, ocurrió con el castillo
y valle de Almonacid, que, dado en el año 1238
al obispo de Barcelona, pasó poco después á
ser propiedad de D. Rodrigo Díaz, caballero
aragonés. Con el castillo y valle de Almonacid
se comprendían los lugarejos de Ahín, Matet,
Algimia, San Juan y Torresomera (estos últi-
mos han desaparecido). Y para demostrar al
lector cuan larga sería nuestra tarea si tratáse-
mos de exponer todas las mudanzas señoriales
habidas en los pueblos, añadiremos que los ci-
tados pueblos fueron después del duque de
Sesa y por confiscación pasaron á la corona,
comprándolos más tarde un conde de Aranda,
de apellido Urrea. De manera que bastándonos
para sonar la nota del aragonismo hacer algu-
nas citas, prescindiremos de tan largo y pesado
trabajo.
Todos los historiadores de Aragón y Va-
lencia encuentran durante el siglo xiii ejercien-
do señoríos en esta comarca á distinguidos ara-
goneses. Entre éstos contamos á la orden de
Calatrava, cuyos caballeros eran señores de Be-
gís y sus alquerías, por donación que les hizo el
rey D. Jaime. Pocos años después el comenda-
dor mayor de Alcañiz, D. Roy Pérez, otorgó
para Begís carta de población á ciento diez
hombres mediante escritura otorgada en Segor-
be á 1 8 de Agosto de 1276.
Montan, Montan ej os, Fuente la Reina y La
Villanueva estuvieron sujetos al señorío de don
Miguel Valterra, personaje aragonés nacido en
los confines de Navarra.
Gaibiel era de D. Pedro Gurrea; Higueras
y Pavías fué para los Urreas.
En muchos pueblos de la cuenca del Mija-
res ya dejamos dicho que ejerció el imperio se-
ñorial Jiménez Pérez de Tarazona.
Gátova y Marines fueron del ilustre caba-
llero aragonés Marañón.
Castelnovo tocó á los Borjas, y cuando en
años muy posteriores el señorío fué elevado á
condado, dependían de él las baronías de Sone-
ja. Mosquera y Azuévar.
Chelva con su castillo y Altura con sus al-
querías, ya consignamos haber sido objeto de
donación en favor de D. Pedro Fernández
Azagra.
Pero la médula aragonesa de la comarca,
donde se encontraba era en los castillos de Jé-
rica y Segorbe.
XI
El entonces inexpugnable castillo de Jérica
y la posición de la villa sobre el camino de Va-
*x
4.
86
leticia á Zaragoza, daban á la población especial
importancia militar.
Juzgúese como se quiera la táctica militar
de la Edad Media, siempre encontraremos en
. los guerreros de aquella época cuidadosa previ-
sión para el caso de ser precisa la retirada. Por
grandes que fuesen las probabilidades de un
avance sin contratiempos por terreno enemigo,
D. Jaime no descuidaba tener garantida ó pen-
sada la retirada hacia Aragón para el caso que
las circunstancias exigiesen esta determinación.
Nuestras crónicas, más narrativas y críticas
que filosóficas, apenas han dado razón de las
previsiones militares del Conquistador al inva-
dir el reino de Valencia. No se lee en ellas si-
quiera el desaliento que debió de causar á los
sarracenos el triunfo diplomático de D. Jaime
al pasar pacíficamente por Segorbe al día si-
guiente de pisar el suelo valenciano.
La atención que el monarca aragonés puso
en Jérica antes de comenzar la guerra contra
los sarracenos de Valencia, fué debida al gran
efecto moral qué buscaba, entrando libremente
en poblaciones importantes y fuertes. Inaugu-
rar sus operaciones militares contra Valencia,
disponiendo de los castillos de Jérica y Segorbe,
era casi prejuzgar el éxito de la campaña.
Mucha parte de las tratos y convenios entre
D. Jaime y Zeit-Abuceit no solía tener deta-
llado cumplimiento, debido á la indisciplina é
87
insubordinación en que los ejércitos y las clases
directivas de la sociedad de entonces vivían.
Así pasó con el convenio de Calatayud de 29
de Abril de 1229.
Era el de Jérica, entre otros, uno de los cas-
tillos que Zeit-Abuceit, en virtud de lo conve-
nido, prometió poner al servicio de D. Jaime,
cuya promesa no pudo cumplir el primero. Pri-
vado el rey de esta ocupación pacífica y de sus
excelentes condiciones topográficas, tuvo que
suplirla con la ocupación de Begís.
No convenía á D. Jaime en manera alguna
que el importante castillo de Jérica, situado tan
cerca de Aragón, le fuese contrario, y antes del
sitio de Valencia mandó parte de su ejército á
atacarle y rendirlo.
Después de conquistado, púsole en él llave
que abría y cerraba el paso entre Aragón y Va-
lencia, la cual estaba en poder de persona de
su entera confianza.
Depositarla de esta confianza no tardó mu-
cho en serlo la ilustre dama aragonesa D.^ Te-
resa Gil de Vidaura.
Esta noble señora ha sido, entre todas las
amantes y las mujeres morganáticas de D. Jai-
me, la que ha tenido el privilegio de ocupar
particularmente á los historiadores. Casi todos
ellos creen deberle conceder un papel impor-
tante en la vida del rey.
La novela ó historia que los autores relatan
88
sobre estos amores está llena de episodios inte-
resantes. Haya en ellos más ó menos veracidad,
no puede desconocerse que el monarca anduvo
muchos años prendado de la dama, y que ésta
ejerció gran imperio sobre el corazón del rey.
En 9 de Mayo de 1255, ^^^s años y medio
después de muerta la reina D.^ Violante (dice
el barón de Tourtoulón), «hace D. Jaime una
» donación á su arriada señora Teresa Gil y á los
» hijos que de ella pueda tener»'. De modo que
en 9 de Mayo de 1255 no tenía hijos el rey con
aquella señora. Pero debía hallarse en vísperas
de tenerlos, porque el obispo Aguilar^ en uno
de los muchos párrafos de su obra, en los que
condensa magistralmente la historia civil para
intercalarla entre las noticias de la diócesis, dijo
lo siguiente: «Queriendo el rey establecer á su
»hijo Jaime Pérez, habido de D.^ Teresa Gil de
»Vidaura, creó en 3 de Septiembre de 1255 el
»señorío de Jérica para él. Los términos de esta
» baronía, según se le habían señalado en 30 de
»Marzo de 1254, tocaban con Arenoso, Alven-
»tosa y Begís, término de Vallada, hasta la Ca-
»rrascade Beriasip y el Villar, del Villar al Re-
»bollo en el fin del Palancar, del camino de
»Monterredondo á la pieza de Cambil. Estos
^ «Tourtoulón», tomo II, pág. 284, Archivo de Aragón,
pergaminos de D.Jaime, núm. 1.416.
^ «Noticias de Segorbe y su Obispado», tomo I, pág. 90.
89
»términos se ensancharon en los años siguien-
»tes y se aumentaron los privilegios de la villa,
» concediendo el rey en 28 de Noviembre
»de 1255 que pasase por ella la carretera de
»Teruel, librando de peaje á sus mercancías
» en 8 de Noviembre de 1256, dando en 10 de
» Abril de 1257 Alcublas á D.^^ Teresa Gil de
»Vidaura, y haciendo en 18 de Junio de 1257
»que Teruel renunciase á sus derechos sobre
»Toro, Pina y Barracas, repoblados como aldeas
»de Jérica. El matrimonio de D. Jaime de Jéri-
»ca con D.^ Elfa Alvarez de Azagra, juntó los
» estados de Jérica con los de Chelva y Al-
»tura.»
Los derechos que Teruel alegó sobre Toro,
Pina y Barracas se apoyaban en los fueros con-
cedidos por el rey D. Alonso de Aragón á la
expresada ciudad en el año 11 76. Contienen
estos fueros una descripción de los límites de
la referida ciudad, y la parte de ellos que ahora
nos interesa dice así': «A la Peña del Cid den-
»tro de la sierra de Utrillas; así como departe
»el término con Alcachiz; y de ahí á la Peña Go-
»losa dentro á Árenos et á Montan Algrán, et
»á la atalaya de Xérica; y á la atalaya de Bexix;
»y Alponte.»
^ Este fuero fué hallado en el Archivo de San Miguel de
los Reyes en Valencia. Lo publicó D. Isidoro de Antiñón en
las cartas á su amigo D. Ignacio López de Auso. Valen-
cia, 1799.
90
Por lo que acaba de leerse se deduce que
el límite meridional de Aragón estuvo algo más
cerca de Segorbe que lo está ahora, lo cual no
es despreciable como causa de aragonismo en
la comarca, y muy digno de tenerse en cuenta
en favor de la permanencia en el terreno de
los hijos del mismo cuando vino á dominarlo
Jaime I.
La importancia y lijstre social que tuvo Jé-
rica en la Edad Media fué debida á D.^ Teresa
Gil de Vidaura.
No andan acordes los historiadores en la
fecha en que D. Jaime puso los ojos en doña
Teresa, pero todos convienen en que le dio pa-
labra de hacerla su esposa, palabra que por ra-
zones de Estado quedó incompletamente cum-
plida.
Habidos con la expresada dama tuvo dos
hijos el rey: el mayor, que fué primer señor de
Jérica, y el menor, de Ayerbe. Tanto la madre
como los hijos teníanse por reina é infantes, y
respecto á estos últimos el mismo rey, en testa-
mento, les llamaba á su herencia, caso que mu-
riesen sin hijos ó descendientes los dos infantes
hijos suyos y de la reina D.^ Violante de Hun-
gría.
La educación del primer señor de Jérica,
esencialmente aragonesa, fué dirigida por su
madre. Eligió para ayo de sus hijos al noble don
José Jiménez, natural de Teruel, y padre del
91
obispo que fué después de Segorbe D. Pedro
Jiménez de Segura. Aquella dama debió incul-
car en su hijo la estimación y afecto que ella
sentía por las tradiciones aragonesas.
Dada la manera de ser de aquellos tiempos,
las más distinguidas usanzas y los más exquisi-
tos gustos aragoneses, se practicarían en Jérica
como régimen y ordenación de un elevado trato
social.
La alta sociedad de la época tendría por un
principal honor acudir al castillo de Jérica. El
citado castillo fué el más elevado centro de
buen tono en la comarca. El hijo del rey de
Aragón, señor y dueño de la fortaleza y jefe del
estado de Jérica, recibiría á sus huéspedes con
la etiqueta palaciega usada en el Aragón ante-
rior á los tiempos de D.^ Petronila. Y decimos
esto, pensando que los formulismos palaciegos
introducidos al advenimiento de los condes de
Barcelona al trono de Aragón no eran tan agra-
dables á D.^ Teresa Gil de Vidaura como las
más modestas ceremonias de los reyes de So-
brarbe.
En los años de sosiego y tranquilidad pú-
blica, la presencia de los señores de Jérica en
las fiestas y solemnidades que tendrían lugar en
los contornos les daría gran realce.
Bendecir ermitas, inaugurar ferias ó mer-
cados, dar posesión de castillos á nuevos seño-
res, bautizos, bodas, entierros, etc., etc., eran
92
sucesos que tenían á la aristocracia en movi-
miento. Con estas ocasiones tendría culto aquel
elegante trato de la Edad Media con que los
caballeros se esforzaban por hacer cuanto no
desplaciese á damas y doncellas.
En los castillos vecinos todo cuanto se decía
ó hacía en la casa de D. Jaime de Jérica había
de dársele carácter de buen tono. El lenguaje
empleado en esta casa es casi seguro serviría
de modelo en la comarca.
Heredados en el nombre y estado de Jérica
se continuaron los descendientes del hijo del
Conquistador y de D.^ Teresa Gil de Vidaura
hasta D. Juan Alfonso de Jérica, que falleció
sin sucesión en el año 1369, por lo cual fué de-
vuelto al rey D. Pedro IV de Aragón, como
bienes feudatarios, el estado que nos ocupa.
En Junio dé 1372 se había verificado en
Barcelona el casamiento de D.^ María de Luna,
señora de Segorbe, con el infante D. Martín,
para quien el rey creó en 6 de JuUo siguiente
el condado de Jérica, intitulándose en adelante
señor de Segorbe, conde de Jérica y Luna.
Después de esta fecha continuó Jérica en
tan directas relaciones como antes respecto á
Aragón; pero aquellas relaciones se cultivaban
bajo la unidad feudataria que pasó á constituir
la villa hasta el reinado de Fernando I, en unión
de Segorbe.
Esta última población no ha sido muy afor-
93
tunada con los cronistas que se han ocupado
de ella. Como ha podido verse en lo que veni-
mos escribiendo, el papel que desempeñó al
iniciarse la reconquista de Valencia, por el he-
cho de ser pasivo y de índole política, apenas
han dado muestra los historiadores de reparar
en lo eficaz que fué y en la positiva influencia
que tuvo facilitando la conquista de Valencia.
Los historiadores de este reino, estudiando pre-
ferentemente el aspecto externo de los sucesos,
no han adjudicado á Segorbe la parte de gloria
que en la reconquista le corresponde.
Encumbrados magnates salidos de la casa
real de Aragón han regido los destinos de Se- .
gorbe en excesivamente larga época feudal.
Nuestro régimen señorial después de la re-
conquista, unas veces atenido al fuero aragonés,
otras al propio fuero y otras al de Valencia,
permanece olvidado. De todo ello sólo ha sona-
do entre los historiadores, cual si fueran un
retal de la heráldica española, los nombres de
sus señores primero y de sus duques después.
Y en verdad, basta con ellos para inferir lo
grandes que fueron las relaciones de conexión
y afinidad que tuvo Segorbe con Aragón.
Las condiciones tan á propósito que reúne
Segorbe para la vigilancia territorial de Aragón
y Valencia las estimó D. Jaime I en tanta ma-
nera, que antes de morir dispuso que jamás
fuese desmembrado de la corona. A pesar de
94
ello, Pedro III, en 21 de Noviembre de 1279,
constituyó con esta ciudad y sus dependencias
un señorío para su hijo D. Jaime Pérez, habido
fuera de matrimonio, el cual casó á poco con
D.^ Sancha Fernández, hija de D. Fernando
Díaz, señor de los pueblos del valle de Almo-
nacid. De este matrimonio nació D.^ Constan-
za, que por testamento hecho en Segorbe el
año 1 308 quedó su universal heredera y casó
con D. Rodrigo de Luna, rico-hombre de Ara-
gón. De este matrimonio nació D. Artal de
Luna, y de D. Artal de Luna y D.^ María Sán-
chez Duerta, el conde D. Lope de Luna y se-
.ñor de Segorbe. El conde D. Lope fué el más
poderoso y opulento entre los ricos-hombres de
Aragón, tanto que el rey D. Jaime II lo casó
con la infanta D.^ Violante de Aragón, su hija
legítima, si bien no tuvo hijos este matrimonio.
Muerta D.^ Violante, casó con una hija del con-
de de Agaviota, llamada D.^ Brinda, y que era
sobrina del Papa Clemente V. De este matri-
monio nació D.^ María, que casó con el infante
D. Martín, y fueron reyes de Aragón.
XII
Los tiempos de D. Martín de Aragón son
la época de mayor apogeo del aragonismo en
la comarca. D. Martín y su esposa D.^ María
95
de Luna sentían especial predilección por Se-
gorbe. Son varios los recuerdos de importancia
que tenemos y que traen á la memoria aquellos
tiempos. Buena prueba del interés que por Se-
gorbe sentía D. Martín es la cesión que hizo
en 1383 de la facultad que tenía del rey don
Pedro, su padre, para imponer sisas y otras im-
posiciones sobre pan, vino, carnes, etc., cedien-
do en beneficio de la ciudad la expresada facul-
tad de imponer sisas por tiempo de doce años'.
Utilizar la ciudad para sí estas sisas (impuesto
de consumos como ahora se llama) era robus-
tecer grandemente los ingresos municipales.
Construyóse en esta época la acequia nueva
tomando las aguas del Palancia, solventando
D. Martín en favor de Segorbe las dificultades
que opusieron los pueblos situados aguas abajo.
Gran parte de la fertilidad de nuestro valle se
debe á aquel infante.
Nada tuvo tanta importancia ni puso tan en
contacto á Segorbe con la médula de la socie-
dad aragonesa como la cartuja de Valí de Cris-
to, construida en tiempos de D. Martín. Duran-
te largas temporadas esta casa fué residencia
del rey de Aragón.
D. José M.^ Morro, notario de Segorbe que
falleció el año 1895, tuvo ocasión de examinar
^ Pergamino que se guarda en el archivo municipal de
Segorbe.
96
unos apuntes procedentes de Valí de Cristo,
recogidos por D. Valentín Carnicer, vicario
capitular de esta diócesis, en la época de la ex-
claustración. De estos apuntes sacó el Sr. Morro
las noticias que dio á conocer al público en sus
artículos sobre la cartuja de Valí de Cristo, pu-
blicados en los tomos II y III de «El Archivo».
El obispo Aguilar tuvo también á la vista
estos apu.ntes cuando se ocupó de la cartuja'.
Ambos escritores dan pormenores de dos ver-
daderas solemnidades de corte que los monar-
cas aragoneses hicieron en este monasterio. Fué
la una con motivo de la consagración que se
hizo en 12 de Febrero de 1401 de la pequeña
iglesia destinada al culto bajo la advocación de
San Martín mientras se edificaba la mayor, con-
curriendo al acto el arzobispo de Catania, arzo-
bispos de Atenas y de Tarragona, el obispo de
Valencia y el de Tortosa, asistiendo D. Martín
con los principales personajes de su corte. Pa-
sado poco tiempo de esta fiesta, murió en Sici-
lia el único nieto legítimo de D. Martín y de
D.^ María de Luna. Tal duelo hicieron éstos de
su muerte, que para buscar consuelo en Dios
mandaron les construyesen dos celdas en el
monasterio, convenientemente separadas de la
comunidad, en las cuales pasaban muchos días.
^ «Noticias de Segorbe y su Obispado», parte primera,
página 168.
97
asistiendo ambos á los actos religiosos del día
y de la noche cual si fueran cartujos pro-
fesos.
Al mismo tiempo preparaban las cosas para
edificar el claustro é iglesia mayor. La otra
gran solemnidad de que hacen circunstanciada
relación los apuntes, según dicen los escritores
dichos, fué motivada por la inauguración de las
obras de esta iglesia mayor. Para colocar la pri-
mera piedra vino de Sicilia D. Martín, hijo de
D. Martín de Aragón y de la expresada doña
María de Luna, y para celebrar este acto hubo
suntuosas fiestas, á las que concurrió la nobleza
y muchos prelados.
De la predilecta inclinación que D. Mar-
tín y su esposa sentían por este monasterio, dan
razón las muchas donaciones con que le enri-
quecieron y las altas y bajas jurisdicciones que
vincularon en su comunidad.
Son muchísimas las fechas que encontramos
en la historia de aquel tiempo, durante las cua-
les los reyes de Aragón se entregaban en Valí
de Cristo al descanso y la meditación.
Todo no fué tranquilidad y sosiego; D. Mar-
tín tuvo grandes disgustos en Segorbe. En ho-
nor de esta ciudad debemos de hacer constar
que no fueron ocasionados por sus habitantes.
D. Martín convocó Cortes en Segorbe á los va-
lencianos en 1 40 1. El objeto principal de aque-
lla asamblea fué procurar la paz entre las
7
98
dos parcialidades en que estaba dividida la gen-
te del reino de Valencia. Simples divergencias
de familias aristocráticas y poderosas tomaron
el aspecto de guerra civil. Cabezas de estas
parcialidades eran D. Jaime Soler y D. Gilaber-
to Centelles. Se esperaba que la asamblea de
Segorbe pondría fin á tan graves discordias,
pero el resultado fué otro muy distinto. D. Gi-
laberto Centelles sorprendió en Almedíjar á don
Jaime Soler, á quien dio inhumana muerte, te-
niendo después la osadía de presentarse en las
Cortes como satisfecho de su bárbara hazaña.
Los de la parcialidad de Soler buscaron al pun-
to la venganza, y al día siguiente, en represalias
del agravio recibido, mataron en el camino de
Valencia á Jaime Jofre, á D. Luis de Torres y
á otros más del bando de Centelles'. Esta acti-
tud de los valencianos en las Cortes de Segorbe
dio al traste con sus sesiones, y D. Martín man-
dó que se trasladasen á Valencia, donde termi-
naron en 1403.
Muerta la reina D.^ María, el rey vivió to-
davía con más frecuencia en su cartuja, donde
parecía tener las mayores amistades y descan-
sos; esta residencia era un lenitivo para el afli-
gido ánimo del monarca aragonés.
D. Martín otorgó testamento en Valí de
Zurita, «Anales de Aragón», libro X, cap. XXXVI.
99
Cristo el año 1407, cuando aun vivía su hijo
D. Martín de Sicilia, el que murió antes que su
padre.
Después de muerto el rey D. Martín, toda-
vía se advierten en Segorbe recuerdos y respe-
tos afectuosos hacia la memoria del difunto mo-
narca. Profesaba éste entrañable cariño á su
nieto D. Fadrique, hijo ilegítimo de D. Martín
de Sicilia, el que hubiera sido rey de Aragón á
no ser por el inconveniente de la bastardía. Don
Martín deseaba esta solución para después de
sus días, y el solo hecho de haber conseguido
del Papa Benedicto XIII su legitimación ca-
nónica, lo hace creer así. Con esto y haber
dispuesto en su testamento que fuese rey el
que mejor derecho tuviese, creyó D. Martín
que D. Fadrique se sentaría en el trono de
Aragón.
Al fallecimiento del rey, ocurrido en Barce-
lona en 29 de Mayo de 1410, trajeron á Segor-
be al niño D. Fadrique, considerando á esta
ciudad el sitio más á propósito y seguro para
residir aquel candidato al trono de Aragón.
Cinco eran los pretendientes á la corona. El
tribunal de los nueve compromisarios reunido
en Caspe, antes de decidir á cuál de los candi-
datos favorecía el derecho, escuchó las razones
que los procuradores ó delegados creyeron
oportuno alegar. D. Fadrique sólo fué defendi-
do por Segorbe; los procuradores mandados á
lÓO
Caspe por el obispo de Segorbe' íuéronlo don
Pedro de la Casta, Arnaldo de Conques, Gui-
llen Estrader y Juan de Aguilar, haciendo dichos
señores de los derechos de D. Fadrique á suce-
der al rey su abuelo una defensa poco afortu-
nada.
Los compromisarios de Caspe, atendiendo
más á razones de conveniencia para el estado,
que á los fundamentos de derecho alegados por
los candidatos, designaron para ocupar el trono
de Aragón al príncipe castellano D. Fernando
de Antequera.
«Proclamado rey D. Fernando — dice don
» Nicolás Sancho^, — inmediatamente se hicieron
»tres instrumentos de esta declaración, sellando
»cada uno de los electores su voto particular
»con el proemio y conclusión que redactó de
»su puño el P. Bonifacio Ferrer, entregándose
»un ejemplar á cada reino en las personas si-
»guientes: por Aragón, el obispo de Huesca;
^ De este prelado dice el obispo Aguilar que se llamaba
Fr. Juan de Tahuste, y era amigo y confesor del rey don
Martín, cuyos últimos días consoló, y de quien recibió el
encargo de amparar los derechos de su nieto D. Fadrique.
Cumplió el obispo su encargo, no perdonando diligencia
ni dinero para que entre los varios pretendientes al trono
prevaleciese el derecho de su pupilo.
^ «Descripción histórica, artística, detallada y circuns-
tanciada de la ciudad de Alcañiz y sus afueras», por el pres-
bítero D. Nicolás Sancho, ex prior del monasterio de Rueda,,
del orden de San Bernardo, pág. 215. Alcañiz, 1860.
»por Cataluña, el arzobispo de Tarragona, y
»por Valencia, al P. Bonifacio Ferrer». Lafuen-
te lo dice también así': «Levantóse un acta que
» redactó D. Bonifacio Ferrer, de que se saca-
»ron tres ejemplares testimoniados por seis no-
»tarios, dos de cada reino, y de ella se dio uno
»al arzobispo de Tarragona, otro al obispo de
» Huesca y otro á D. Bonifacio Ferrer, para
»que se custodiasen en el archivo de cada pro-
»vincia». El ejemplar que se entregó al P. Bo-
nifacio Ferrer quedó en la cartuja de Valí de
Cristo, y hoy es uno de los más preciados ma-
nuscritos que posee la rica biblioteca del Semi-
nario de Segorbe^
Con la solución dada en Caspe á la sucesión
de la corona, perdió Segorbe la dicha de tener
á su señor territorial rey de Aragón. Pero los
^ «Historia de España», por D. Modesto Lafuente, to-
mo II, pág. 153. Madrid, 1879.
^ Me encontraba cierto día en la biblioteca del estable-
cimiento, y el distinguido canónigo y bibliotecario del Semi-
nario, Sr. Sanchis Sivera (conocido eft la república de las
letras con el pseudónimo de Lázaro Floro), que desempeña
aquel cargo, con exquisita discreción y amabilidad, inte-
rrumpiendo su tarea de ordenar volúmenes y formar índi-
ces, me presentó un libro, diciéndome: «Todavía no he te-
nido tiempo de ver lo que son estos manuscritos de la épo-
ca del rey D. Martín». Tomé el libro, y al punto tuvimos la
satisfacción de reconocer en él el protocolo del Parlamento
de Caspe, que, procedente de Valí de Cristo, es indudable-
mente el ejemplar que se dio á D. Bonifacio Ferrer, á la
sazón prior de aquel monasterio.
usos, costumbres y maneras, practicados y ejer-
cidos por la cortesam'a aragonesa en Segor-
be, quedaron implantados ó afianzados en el
país en condiciones de sólida permanencia. Las
tradiciones lingüísticas de la comarca recibieron
una confirmación eficaz durante los tiempos en
que los reyes de Aragón residían en Segorbe ó
en Valí de Cristo.
Es muy digno de notarse que en los últimos
años del siglo xiv y los primeros del xv, que
corresponden al reinado de D. Martín, convie-
nen los críticos en que el romance español com-
pletó su estructura y adquirió formas determi-
nadas y definitivas. Bajo aquel reinado, el len-
guaje aragonés usado en Segorbe, si algo tenía
aún de indeciso, se vivificó y ennobleció al con-
tacto de la corte aragonesa.
Cuando leímos en Blancas discursos pro-
nunciados por el rey en Cortes generales^ su
lenguaje nos recordó á cada momento el usado
en Segorbe.
Los tiempos posteriores á D. Martín, más
que de formación del lenguaje, fueron de refor-
ma ortográfica. Por ello los hechos históricos
acaecidos después no tienen para nosotros inte-
rés filológico, y apenas tuvieron trascendencia
lingüística en la comarca de Segorbe.
I03
D. MANUEL GÓMEZ Y MANES
Y
D. BERNARDO MUNDINA MILALLAVE
Ocuparse del lenguaje de nuestra comarca
y venir á la memoria el recuerdo de D. Manuel
Gómez, es cosa que ocurrirá á todos los segor-
binos.
Vivió aquel señor continuamente preocupa-
do por las cuestiones generales del idioma, y
mostró en sus escritos serios inquebrantable su-
misión á los preceptos de la Academia de la
Lengua.
Escribió mucho durante su vida. En los
años 1849 y 50 publicó un periódico de litera-
tura, El Celtíbero, en el que aparecieron veinti-
séis diálogos, é hizo resaltar en ellos, poniendo
de gran relieve, palabras y voces del ínfimo
vulgo del campo.
En el año 1860 escribió un libro con título
de «Mata-pesares», en el cual reprodujo, modi-
ficándolos algún tanto, los diálogos publicados
en El Celtíbero^ formando un libro de 230 pági-
nas de texto, en donde aparecen cartas, oficios^
I04
exposiciones, datos estadísticos, relatos, con-
sultas hechas á letrados, anécdotas," etc., etc.,
todo ello procedente de alcaldes pedáneos,
amantes labriegos, amigos rudos, etc., etc.
Además, corre impreso un opúsculo de Gó-
mez que contiene cuatrocientas diez poesías,
significando en ellas cómo se dicen muchas co-
sas y cómo debieran decirse.
Estas obras son las más importantes de Gó-
mez, y no tenemos noticia que hayan sido ob-
jeto de crítica literaria ni de impugnación. Tam-
poco nosotros acometemos ahora esta tarea;
pero sí las hemos de tener en cuenta al objeto
de este trabajo, fijándonos especialmente en
los diálogos.
El lenguaje que al acaso.se suele hablar por
acá fué lo que motivó estas publicaciones de
Gómez. Estamos seguros que respecto al uso
corriente de la escritura nadie habrá dudado
que es igual al usado en toda España. Gómez
cuidó de hacerlo constar así, advírtiendo que
los diálogos son enteramente palurdos é imagi-
nativo-históricos.
Estos diálogos palurdos no están copiados
de individualidades determinadas. Jelipe y Ja-
viel, que personifican aquella manera de hablar,
son creaciones de su ingenio que entrañan una
especie de catálogo de voces y palabras reco-
gidas al acaso por el autor, quien las expone y
hace jugar discretamente á un fin crítico.
I05
En el prólogo del «Mata-pesares» lo dice
claramente: disipar un tanto las nieblas que
obscurecen los entendimientos de algunos de la
clase ínfima por una parte, y aprovechar por
otra lo que dijo el poeta:
Que de los rústicos labios,
Entre muchas necedades,
Salen á veces verdades
Que no las dicen los sabios.
La tendencia crítica y los propósitos prin-
cipales de Gómez, quedan manifiestos en aque-
llas palabras y este verso que el autor colocó
en el prólogo de la obra que nos ocupa.
Que algunos lectores no hayan sacado del
libro las consecuencias que el autor se propuso,
eso, es cuestión aparte.
La casi totalidad de palabras en los diálogos
están mal pronunciadas: en muchas de ellas
puede notarse el carácter de origen, en otras se
advierte aquella movilidad informe que existió
en la formación del romance castellano.
La lectura de los diálogos nos hace el efecto
de hallarnos en tiempos de lucha en las palabras
y en los días de gran selección espontánea de
voces que dieron por resultado las palabras
algún tanto cristalizadas, si así es posible expre-
sarnos, y su determinación fija en la escritura.
Jelipe y Javiel son personalidades en las
que Gómez reunió cuanto de rudo pudo hallar
é imaginar en el lenguaje. A este fin sacó de la
io6
colectividad del vulgo muchos detalles de rude-
za que se encuentran aislados; los reunió y for-
mó con ellos dos personalidades. Salieron éstas
de la pluma del autor tan enormemente rudas,
que su ficción en la realidad apenas se concibe.
En lo tocante al discernimiento, Jelipe y
Javiel son buenas muestras de suspicaces y en-
tendimientos ineducados. Al contemplarlos ex-
tendiendo sus juicios á todo el ambiente social
de la localidad, parecen dos grandes críticos. El
autor afilió á estos protagonistas entre los labra-
dores: por eso son disculpables los extremos á
que recurrió adoptando ciertas voces que nos-
otros no hemos escuchado, pero convenimos en
que pueden oirse cuando las gentes incultas se
encuentran precisadas á dar una expresión so-
bre cosas que no son de las de su ocupación ó
de su vida ordinaria.
Teniendo esto presente, se explica que Gó-
mez se atreviera á recargar tanto la nota palur-
da en algunas locuciones escribiendo potronco
(poltrón), ^;í^rz¿¿?j(engreídos),^¿:¿z/m/<2 (esclavina),
churritá de gente (multitud de gente), y otras mu-
chas por el estilo'. Aparte de estas palabras y
voces extravagantes, y cuya convecindad no
podemos por entero admitir, hay tal predomi-
nio de la ese (s) en los diálogos y tales giros en la
conversación, que, al decir de Jelipe y Javiel,
El Celtibero^ diálogo 6. Segorbe, 1850.
107
recuerda algo que Pereda llama el sabor de la
tierruca.
La fecunda imaginación de Gómez recogien-
do y enlazando materiales sueltos del cauce del
lenguaje del vulgo, podemos decir que trazó un
dialecto. Mostró también un excelente espíritu
de observación para el conocimiento del realis-
mo de la vida; así pudo penetrar con éxito en
el naturalismo de la colectividad de nuestro ín-
fimo vulgo, y trazó siluetas á su antojo, expo-
niendo con voces incultas escenas llenas de vi-
gor y de realidad. El conocimiento práctico de
la sociedad en que se vive, el respeto á la virtud,
el aplauso para lo bueno, la reprobación de lo
malo, la belleza moral, el sentimiento estéti-
co, etc., etc., pueden producirse en todas par-
tes: hay que recogerlas donde se ofrezcan, aun-
que surjan entre el cieno de los establos.
Las gentes del campo precisadas á hacer
vida rústica son tantas, y de tan distintas mane-
ras las modalidades rurales, que sus diferencias
intelectuales siempre serán motivo de estudio y
excelente materia novelable. Cualquiera que
sea la rudeza lingüística de las gentes del cam-
po, independientemente de sus medios de ex-
presión, podrán albergar y revelar excelentes
disposiciones para el bien y un alto espíritu en
orden á la belleza moral ó estética, ofreciéndo-
se otras veces refinamientos de astucia y mali-
cia sorprendentes.
lato muestran con un realismo exacto y alar-
mante el trastorno de un pueblo durante las
luchas electorales. Se ve al labriego Javiel trans-
pirando indignación contra los vicios del sufra-
gio: los lamentos parecen más auténticos reco-
gidos en los propios labios rústicos que sufren
las coacciones. Gómez, poniendo en boca de
Javiel la relación anterior, nos hizo una pintura
exacta de nuestras viciosas contiendas electo-
rales. Con un lenguaje correcto, la relación an-
terior carecería de tan directa autenticidad.
Al mismo fin, es decir, á mostrar alcances
intelectuales dentro del lenguaje rudo, transcri-
bimos otro trozo de diálogo; se refiere, como á
continuación se ve, á representaciones teatrales
hechas por aficionados. El lector tendrá con
ello una buena muestra del interés que al vulgo
inspiran las cosas de la escena; verá cómo la
aspiración artística, á pesar de las rudas expre-
siones, campea en Jelipe y Javiel; la rusticidad,
congénita en estos sujetos, no es obstáculo para
que aprecien con muy buen sentido las condi-
ciones de carácter, estudio y disciplina que
han de reunir los actores para el buen desem-
peño de sus papeles.
Las partes de diálogo que nos merecen es-
tas apreciaciones, dicen así:
Javiel, — «Isieron lo que pudieron los pobres
»aficionaus, pero eso de salir á las mil y qui-
»nientas.
» Luego los papelicos, por lo general, esta-
ban algo verdes; se conose que sabían cascau
poco la testerola y tubido pocos ensayos.»
Jelipe. — «Masiau hisieron; verdá es que tu-
vieron pocos ensayos porque ya habían estu-
dian dos de primeria, y por tontas de unos y
dotros subo de dejar; pero no está ahí el quit
prensipal: no ves tú que en comedias de afi-
sionaus toa la vida ha sido y toa la vida será
que casGuno quisiera tener un Ray en el cuer-
po y haser los papeles más destinguidos, aun-
que no sepa más que bramar. Y en toas co-
medias hay pocos destos; dahí es que se que-
dan escontentos y de mala humor. Y el diletor
no puede arremediarlo. Day sorigina que angu-
nos hasen faltas á los ensayos; otros, aunque
vayan, párese que resen el papel; otros di-
sen: «Ya lo diré la noche de la funsión; sáltalo el
mío > ; y cosas puese estilo que queman y recon-
denan á los prensipales, y particularmente en
espesial al diletor, que hase papel destrasa.»
Javiel, — fEso viene á ser, pues, lo mermo;
es la comparansa, que cuando la melisia de los
rialistas, y más de los crestínos y los nasiona-
les, que tol mundo hasía lo que quiría; no sé
cómo había quien quisiera ser comendante ú
mandón', pues si* era blando de morro tos
^ Almirante, en su «Diccionario Militar», dice: «Mandón:
»el que ostenta demasiado su autoridad y manda más de lo
»que le toca.>
112
»hasían su santísima voluntad, y si quiría haser
» valer su drecho, como tos se pensaban ser
» tanto como él, to era' creticarlo y desirle satis-
»fecho, vanitoso, etc., etc.'»
Si yo tomo los diálogos y leo en alta voz,
los que me escuchan dirán: «El hablar seseando
es la característica de nuestro lenguaje local».
Pero si dejo el libro y los mismos que- escucha-
ban leen por sí, al reparar en la escritura y
forma ortográfica dirán: «Tales diálogos son
extraños á nosotros. »
En términos generales dicen los gramáticos:
«Hay verdadera correspondencia entre las letras
»del alfabeto y los sonidos producidos para ci-
»tarlos». No olvidemos que las letras en el len-
guaje se representan por sonidos y en la escri-
tura por signosj éstos son de límites más fijos y
se aprecian con la vista; los sonidos son de con-
diciones más vagas, menos susceptibles de lími-
te físico y se aprecian con el oído. Por este
motivo la ortografía fonética, esto es, escribir
como se habla, nunca podrá prevalecer, y siem-
pre faltaría con ella el modelo que imitar. Apar-
te del sonido de la ¿ y de la v, que nadie por
él puede guiarse para usarlas, y de otras cir-
cunstancias, dicha ortografía no es defendible
sino para el caso de pronunciar bien.
Una ortografía de lo mal pronunciado ha de
El Celtibero^ diálogo catorce. Segorbe, 1850.
113
ser por necesidad caprichosa, y tendríamos en
cada localidad tantas ortografías como son las
distintas variantes ó vicios de pronunciación.
En los diálogos de Jelipe y Javiel, lo que
sobresale y viene bien con la escritura y orto-
grafía de los mismos es la supresión de la ^ y
de la c en funciones de la z. Este defecto de
pronunciación es lo corriente entre nuestro
vulgo inculto; es un defecto constante y bien
determinado que podemos llamar de carácter
local.
Todos los demás defectos de pronunciación
son inconstantes y mudables, habiendo persona
que no sabe pronunciar una palabra bien, y en
cambio lo hace mal de dos ó tres maneras. Ejem-
plo: la palabra procurador hay quien, si tiene
necesidad de citarla tres veces, una dirá precu-
rador, otrs. perairador y la tercoxdi porcurador.
Estos defectos de pronunciación son muy ge-
nerales en toda España entre la gente ruda. Los
diálogos que compuso Gómez en Segorbe con
lenguaje tan palurdo los hubiera hecho en cual-
quier otra localidad, pues en ninguna le hubie-
sen faltado colecciones de palurdos en que ins-
pirarse. En Salamanca, por ejemplo, la palabra
murciélago la notó un observador' pronunciada
de las siguientes maneras: murciégano, vioriciéga-
no, mornciégano, 7narraciégano y burrociégano. En
De la Ilustración Española y Americana , año 1886.
114
un mismo pueblo á la cujada se le dice cornija,
cogujaa y corriijada, y hasta nueve variantes del
nombre enebro, enjumbre, enjhnbre, injwnbrCy en-
jimbre, joimbre, jumbrCy gijnbre^jumbrio y juembre,
derivados todos del \aL\Sx\. juniperiis , que significa
en este idioma el enebro. Hemos tomado estos
ejemplos de una provincia que lleva fama de
hablar bien el castellano, y sin embargo, los
distintos nombres dados á una misma cosa de-
muestran los defectos de pronunciación en la
gente inculta de aquel país.
En el dialecto de Fonz, presunta cabeza de
Ribagorza, se dice nusotros, vusotros, llengiia, te-
niba, siñor, tos (todos), con otras muchas pala-
bras usadas en el Alto Aragón. En Toledo,
ciudad muy preciada de la pureza de su habla,
hay mala pronunciación. En Soria se habla como
en Calatayud y Tarazona, y eso que se propo-
nen competir con Burgos. En el dialecto del
Vierzo se dice enfurruñarse, espatarrarse, tro7i'
cho, etc., como en Aragón. En Ayerbe, pueblo
de la provincia de Huesca, situado en la ruta
de la carretera que conduce de esta ciudad á
Panticosa, pasó parte de su infancia el doctor
Cajal. Y en la autobiografía que escribió recien-
temente, dice que en aquel pueblo llamaban á
los chicos mocetes; decían aivan, por adelante
van; foraiio, por forastero; chifletes, por silbatos;
vesque, por liga, etc.
Según lo que tenemos observado, la mala
"5
pronunciación el vulgo unas veces la emplea
de propósito, como si quisiera motejar las bue-
nas locuciones; otras, llevado de su instinto
ineducado, opuesto á reglas gramaticales que
estorben ó sujeten la espontánea expresión de
sus pensamientos. Así vemos que Jelipe y Javiel,
sin noción alguna académica, manifiestan ó ex-
presan con su especial hablar cuanto piensan ó
quieren decir.
Como circunstancia concomitante á la mala
pronunciación de un país, se observa en el mis-
mo la costumbre de usar apodos. Sobre este
particular tenemos conexiones con Aragón. No
tanto como en Teruel, donde D. Jerónimo La-
fuente hizo una tan larga lista de apodos, que
parece no quedar nadie libre de ellos en la po-
blación. En la sierra de Albarracín, á propósito
de apodos, referiré lo que de ella cuenta Polo
y Peyrolón': Reunidos en cierta ocasión los co-
frades de San Roque en la casa rectoral del
pueblo de Tramacastilla para celebrar una junta,
quiso el párroco cerciorarse de la puntual ó es-
casa asistencia de los asociados, y al efecto
tomó el libro de los cofrades y fué leyendo, uno
por uno, sus nombres y apellidos. La sala esta-
ba llena, y nadie, sin embargo, decía esta boca
es mía.
^ «Costumbres de la sierra de Albarracín», pág. 107,
Valencia, 1873.
ii6
— Hombre, muchos faltan — observó el señor
cura dejando de leer.
— ¡Ca! No, señor — contestó el maestro de
.escuela. — Déme usted ese libro.
Nada comprendió elpárroco, pero obedeció-
— Cuquita — voceó el maestro dando princi-
pio á la tarea.
— Presente.
— Goticaaceite,
— Presente.
— Mediamisa,
— Presente.
— Peroles,
— Presente.
Y al punto contestaron uno tras otro á sus
apodos respectivos, los que momentos antes per-
manecieron mudos al oir sus nombres y apellidos.
Esto da idea de cómo reina el mote en
aquel país para los nombres propios, y anuncia
al lector los defectos de pronunciación.
Por lo dicho se ve que la mala costumbre
de usar apodos está tanto ó más generalizada
en Aragón que aquí.
El lenguaje del vulgo en Teruel corre pare-
jas con el de Segorbe, y se presta á análogas
ocurrencias jocosas. Para probarlo, insertamos
la siguiente carta, calcada en el conocimiento
del vulgo turolense y escrita por el ya citada
D. Jerónimo Lafuente. Dice así':
^ «Por mi pueblo», pág. 7. Teruel, 189Ó.
117
«wSiñor, Alifonso y Menenciano, que son
unos charraires y unos hempróquitas, nos han
dicho que echáramos un mimorial al espen-
tolau que se ha divirtido compusiendo El ray
que rabióy hiciéndole presente que ha sido una
traiduría el no haber metió los nuestros en
aquel timulto y aquella sinfinidad de nombres,
y que le pidiéramos á usté esperjuicios. Pifa-
nio y Liandro, que tienen otro caraite y son
más respetudos, nos aijonean dijendo que al
que escribió aquello lo habían de llevar en
prucisión en una urnia, con piano y todo.
Grabiel y Usebio, que son unos pelafrustanes
y han viageao á porrillo, como que han estado
en presilio, nos han dicho al uído que cuando
haiga prenunciamiento le han de dar una pa-
tiadura al empresor como otra que le daron á
un endeviduo el año de los carlistas, y otras
pachuchadas al consonante. Pero Colasa, Ge-
trudes, Remunda, Gacinta, Mateua y Menen-
cianica, seis mozas mui arrogantes que son
también del barrio, han comenzado á dar chi-
llitos, hacer espamientos y á golver por usté
esplaticando como desagenadas, porque dicen
que lo que reza su escrito es una groma pa
hacer rir, y que usté no es nengún creminal
que merezca ir á Ciauta por decir lo que dice,
que es el avangelio. Y últimamente, tan güeñas
intercesuras ha tenido usté, que nos han en-
chizau con su lavia y con las bocetadas que
iiS
^ofrecían, y al verlas tan dispuestas á dar un
«descándalo y á espizcamos si no le enviába-
»mos á usté una carta bien puesta, nos hemos
>premitido escribir á usté con el objeto de que
» cuando salga otra vez el romance, nos meta
>en él, y si no cogemos, apáñelo pa que coja-
»mos, pues queremos que nuestros nombres
>estén allí premanentes, como lo están, verbo
»y gracia, los pagareses del zurriburri de usu-
>reros que vendeman sin tener viñas y ablentan
»sin tener cincas. — Firmados: Bedijas, Cu loes-
atrecho, Pantorrülas, El Conejo, Caldereta, Chulíny
r^La Cliainarra, Treintarriale5y> , etc., etc.
Comparando la escritura de la carta ante-
rior con la lectura de los diálogos, se ve un
mismo porte de lenguaje. Si en aquélla desapa-
reciese el ceceo y en éstas fel seseo, quedarían
identificados en el hablar ambos vulgos, el de
aquí y el de Aragón.
Los dos escritores hicieron, quizá sin darse
cuenta de ello, un argumento formidable contra
la ortografía fonética'. Y comparando sus es-
critos, aun se notan más los inconvenientes
de aquella ortografía; los propósitos de promo-
ver la risa en el lector hicieron á Gómez, más
* Una ortografía que fuese copia fiel de lo pronunciado
había de cambiar en cada dialecto y en cada época, multipli-
cando así las dificultades. («Introducción á las obras grama-
ticales de Andrés Bello», por Marco Fidel Suárez, pág. 72.
Madrid, 1885;.
119
que á Lafuente, extremar las deformidades de
la escritura, hasta el punto de enturbiar el tipo
del lenguaje corriente.
Lo expuesto hasta aquí hace que consi-
deremos á los diálogos hechos en molde caste-
llano con gran contacto valenciano y nutridos
de aragonismo, formando un conjunto de es-
tructura deforme, pero deformidad puesta en la
pronunciación.
Esta no es la opinión que su autor tenía de
ellos. En el último número de El Celtibero^ ha-
blando de sus diálogos, dijo: «En este lenguaje
» incorrecto y baturrillo, debido á la vecindad
»con la ciudad del Cid, donde se habla el lemo-
»sin adulterado... en una palabra, en ese lengua-
»je confeccionado con los desechos de la len-
»gua castellana y del dialecto valenciano, ma-
»ridaje por cierto informe y repugnante, se han
»anatematizado», etc.
No mentó para nada la influencia aragone-
sa, y los aragonismos los juzgó desechos del
idioma castellano y valencianismos.
Dijimos al principio que no todos los lecto-
res han sacado las consecuencias que el autor
de los diálogos se propuso al escribirlos. Uno
de éstos ha sido D. Bernardo Mundina Milalla-
ve. Este señor escribió una «Historia de la
provincia de Castellón», y al describir y dar
noticias de cada pueblo, trata del lenguaje de
ellos. Por lo que hace á muchos pueblos de esta
120
comarca, manifiesta que su le?tgtiaje es igual al
de Segorbe, Y el de Segorbe lo representó to-
mando de los diálogos de Gómez las palabras
que mejor servían á su intento, y redactó otro
diálogo en el que figuran las frases que le lla-
maron más la atención ó que le parecieron más
características, expresándose en los siguientes
términos': «Para dar una idea del castellano es-
»pecial que se habla en Segorbe, escribo á con-
»tinuación un corto diálogo entre- un caballero
»que se dirigía á tomar las aguas de Navajas y
»un labrador que encontró en el camino, hijo
» natural y vecino de la ciudad.
^> Caballero, — Buenos días, amigo; ¿sigo bien
»por este atajo para. salir al camino de Na-
»vajas?
y> Labrador. — Sí, señor; pero si no lleva
»usté mucha prisa, yo también voy ansiallá
»nomás mudarme las esparteñas y cargar estas
»pocas carabasas.
»6. — Mucho me alegro; así tendré ocasión
»de enterarme de este terreno que piso por
»primera vez y desconozco por completo. Es
» usted de Navajas?
»Z. — No, siñor; soy de Segorbe, pa sirvir á
»usté; pero tengo en este lugar algunas finjas,
»y siempre que vengo aquí me paese que me
^ «Historia, Geografía y Estadística de la provincia de
Castellón», pág. 509. Castellón, 1872.
I2t
»falta algo si no paso á coger unos pocos jínjo-
»les pa mi Jelipe.
» C — ¿Sabe usted que tiene un mulo muy
» ligero?
»Z. — Pues el caballico de usté también
»paise mu güeno, y es tan fínico, que se mete-
»ría por el eos de una aúja.
» C — ¿Me dirá usted qué tal es la ciudad de
»Segorbe?
»Z. — ¿Por qué no se viene usté con mí
»esta noche? Vamos, le convido á señar en mi
»casa, y dispués de comer y beber hasta que
»tengamos pro, daremos por la siudá más vuel-
»tas que una rebaileta ó una galdufa.
» C — Aprecio sobremanera el ofrecimiento
»de usted; pero creo que el mejor tiempo de
» visitar á Segorbe es la feria de la Purísima, sin
» embargo que sus hermosas huertas deben estar
» deliciosas en este tiempo.
»Z. — Pa que usté tenga una idea de sus
» campos y producsiones, le puedo desir que
» desde la fínja donde ma topetan con usté
» ansia allá hay una hermosura de viñas que,
» además de las pansas que se cogen en tiempo
»de vendema, paese imposible el vino que se
»saca. En sus campos se cogen cáicabas, jínjo-
»les, albercoques y otras frutas, siendo riquísi-
»mas entre sus verduras las garro fetas.
» C — ¿Y la población?
»Z. — La población es grande, sus casas son
122
» güeñas, los bancones de hierro, el lindal de la
» puerta de piedra, la chimenera alta y el rafel
»del tejau con canal; y no crea usté que le
» pongo añadijón, que es asina como lo digo.
»C. — Vamos, no puedo dejar de pasará
»Segorbe en la primera ocasión que se pre-
» senté.
»Z. — No tiene usté más que preguntar por
»el tío Javiel el herrero al entrar por la carrete-
»ra de Valensia ó mirar los primeros tejaus, y
»verá una larga chimenera de hierro que tiene
»mi casa, y el ruido de la inclusa le conducirá
»á ella; allí no comemos pan llaudo, sino de
»jeja, y con buenas güemias que tenemos siem-
»pre alrededor del aliar.
y>C. — Pues así quedamos; ya me acordaré
»de las señas del tío Gabriel el herrero, y usted
»no olvide á su amigo Agapito.
»Z. — Corriente; yo aquí me quedo á coger
»unos margallones; adiós, D. Agapito. Cuando
»usté venga á Segorbe, le prometo una caber-
»nera que canta en la mano y un ramo de aba-
» boles.»
Cuando leímos el anterior diálogo, nuestras
primeras palabras fueron de compasión para
D. Agapito: éste, según parece, debía de ser
ciego, ya que estando en la época de acudir á
las fuentes medicinales de Navajas, y hallándose
en medio de la campiña, no pudo enterarse por
sí mismo del aspecto de las huertas y de sus
123
frutos, ni siquiera de las viñas contiguas al sitio
donde encontró al tío Javiel. No proseguiremos
comentando la personalidad de D. Agapito en
este para nosotros frío diálogo: nos reduciremos
á analizar más adelante algunas de las palabras
que el autor puso en boca del tío Javiel.
Es muy de lamentar que en una obra seria
y escrita con el propio carácter de seriedad, se
hayan acogido en serio lo que en los diálogos
de Gómez se dice con carácter jocoso.
El autor de Jelipe y Javiel se propuso, entre
otras cosas, disipar las nieblas que obscurecen
las inteligencias inferiores y promover la risa.
No resultan bien interpretados estos propó-
sitos de Gómez por el autor de la «Historia de
la provincia de Castellón » . Al contrario, las nie-
blas hanse extendido á su libro, y el contenido
de los diálogos, inexactamente apreciado, ha
ingresado en un texto serio lleno de datos es-
tadísticos oficiales y noticias estimables. Tam-
poco cabe suponer en el Sr. Mundina inten-
tos de promover la risa con ocasión ó motivo
de publicar su historia. Lo que hizo el autor fué
hecho en serio. El error partió de haberse in-
formado mal, inspirándose incompletamente en
los diálogos de Jelipe y Javiel.
El que haya en un pueblo un escritor festi-
vo que cultive, con más ó menos gracia, el gé-
nero jocoso exponiendo el mal decir de tales ó
cuales personalidades, no es motivo para con-
124
siderar aquel mal lenguaje peculiar del propio
país.
El fecundo escritor A. Pérez G. Nieva, en-
tre sus muchos escritos festivos, publicó un
cuentecillo sobre la Virgen de la Coscoja, en el
que disculpa con gracia el supersticioso pánico
de los habitantes de las aldeas de Castilla.
Dominados por tradiciones campesinas, ha-
blan un mayoral de coches y un ventero, veci-
no éste de la ermita de aquella Virgen, y el
otro, viajero cotidiano que pasa por delante de
la puerta: conocen ambos por igual los porme-
nores, y dan noticias de ellos con el lenguaje
propio á su condición y oficio.
Nieva da animación al cuentecillo, haciendo
que digan aquellos sujetos, con el lenguaje que
aprendieron de su nodriza, lo. que piensan ó
sienten sobre el caso. Nosotros no podemos
traer aquí esta larga historieta. Para exhibir sus
frases, nos bastará hacer un extracto telegráfico
de lo que en la cocina de la venta dijo el ven-
tero.
— Muíste^ señorito, se hablaba en los alcon-
tornos del diablo; mas cátate^ sobre too^ y como
tenía posible, se e7igarabitó Maruja hasta las ca-
chas: á naide le supo bien. El pae cura, el ar-
carde, toos se opusieron; ella, mu larga, seguía
queriendo bajo cuerda, pero diquia una noche
no le valió la bula de Meco: la probé gritaba y
después se desmayó; el fresco de la noche hizo
125
volver á Maruja de su soponto; acordóse de la
Virgen de la ermita, que cerrada estaba mucho
tiempo, la rezó, pidió auxilio; de pronto salió
una voz que la dijo: «Mi protección no te falta-
rá». El diablo, que era aquel amante, al ver
salir de una carrasca á la que podía más que él,
dio un bufío viu grande y se marchó. La joven
fué ilesa al pueblo; después rociaron con agua
bendita los alcontomos de la caña, pa que el dia-
blo no pasase como ha pasao. Velay por qué se
llama á esa Virgen la «Coscoja»'.
Este lenguaje de un ventero de la región
castellana podrá no haber chocado á los lecto-
res que hayan conocido el texto íntegro del
cuentecillo, pero tampoco ninguno habrá visto
en él una muestra del lenguaje de la provincia
de Ciudad Real, donde se encuentra la venta
en que se hizo el anterior relato.
Leer en los semanarios festivos, almanaques,
revistas ilustradas, etc., cuentecillos baturros,
es hoy día muy frecuente. De todos los ámbitos
de España pueden sacarse jocosidades y cho-
cantes locuciones que divierten al lector, y na-
die por estos ejemplos calificará sobre la pureza
del idioma en la comarca, de donde los cuente-
cillos salieron ó se suponen acaecidos los he-
chos.
* Publicado en La Ilustración Ibérica-* j año III, pa'gi-
ñas 115, 131 y 160. Barcelona, 1885.
126
Compuestas por D. Gregorio García Arista
se han publicado en Zaragoza unas Qantas Ba-
turras (cantares), empleando en ellas términos
usados por el vulgo zaragozano.
Con verdadero deleite hemos leído las dos-
cientos sesenta y nueve cantas que el tomito
contiene, porque en ellas se revela ser igual el
psicologismo de las gentes iliteratas en Zarago-
za y Segorbe.
Se desprende de estas cantas que la conci-
sión de conceptos es tan característica del vul-
go de Zaragoza como del de Segorbe, y las
voces usadas en ellos demuestran que el len-
guaje vulgar apenas difiere entre ambas pobla-
ciones. Nadie por ello dudará que la inmortal
ciudad ha sido cuna de grandes maestros en la
literatura, y que en ella han escrito preclaros
varones sobre toda suerte de ciencias y doc-
trinas.
Más y mejor que lo dicho anteriormente
enteran al lector las siguientes cantas que copia-
mos de la referida obra':
Átate bien los calzones
que no te ^^ puan caer,
que si los ve por el suelo
se los pondrá tu mujer.
^ «Cantas Baturras», por D. Gregorio García Arista y
Rivera, doctor en Filosofía y Letras, obra premiada en los
Juegos Florales de Zaragoza de 1900. Zaragoza, 1901.
127
,E1 casase es/¿í el querer
como aventar una parva,
que queda el grano limpico
después que se va la paja.
Al parigual que la faja,
la mujer hay que llevar;
que debe andar sujetica
para dejar respirar.
No giielvo más á chuflar
pa avisarte que hi venido,
que anoche salió tu perro
y pagué caro el chuflido.
Ya m' hi compi'au una burra
y pronto tendré mujer,
luego mercaré una vara
pa lo que haiga menester.
Yo bien me trago las glárimas
pa que no sepas que lloro,
pero no se seca el Ebro
bebiéndose el agua á morro.
Me paices por comparanza
manzanica sanjuanera,
que ya sabes tú que son
pequeñicas, pero güeñas.
En Tarazona hi nacido
y te quiero con locura,
y aunque se empeñen tus padres
«Tarazona no recula.»
Cuando me jui me dicías:
«Vete tranquilo, mañico»;
güelvo al mes y estás casada,
y claro que estoy tranquilo.
128
Si piensas da7ne dentera,
te vas á llevar güen chasco.
¡Mia no venga á resultar
que te dé yo pa ir pasando!
Los que te llaman veleta,
no saben bien lo que tú eres,
que ella se cambia por Juerza,
tú te cambias porque quieres.
Está el cielo mucho nublo,
y tú mucho enfurruñada^
y el aire mucho cargau:
esto me güele á tronada.
Masíau sabes que te quiero,
aunque nunca te lo diga,
y antes que yo recule
el Ebro ha di ir hacia arriba.
Está quietica la tarde
y también tú estás quietica.
¡Nunca falta la tronada
en tarde de calma chicha!
¿Salite tú con la tuya?,
antes me dejo hacer piazos;
que sé llevar los calzones,
pero no ser calzonazos.
Que no me venga tu madre
con que si fué, que si vino,
porque sus mando á las dos,
maña, á escardar cebollinos.
A ini burra no le falta
pa presona mas que hablar,
en cuanto siente que pasas
ya i ha ichau á rebuznar.
129
¡Que yo no sirvo pa tú!
¿Quies dicirme por qué lay?
¡Que yo no sirvo pa tú,
después qu' hi sirvido al Ray!
Hi de mercar un burrico
pa llévate á ti á la güerta,
y una cuerda /¿z el burrico
pa tirar yo de la cuerda.
Cuatro leguas hi andau
pa verte, pulida Juana,
y quatro /// de desandar;
^y aun estás con mala cara?
Pa trebajar, mucha rasmia^
y /¿r comer, aspacico;
pa andar mucho, no correr,
y pa querer, abonico.
No llores aunque te veas
con las tripas en la mano,
porque mi agüela decía
que el llorar es de gabachos.
No diré yo si como progreso ó retroceso
literario, pero es lo cierto que en estos últimos
tiempos ha invadido la escena de nuestros tea-
tros gran número de composiciones en las que
el equívoco, la mala pronunciación, los defectos
gramaticales, etc., etc., arrancan aplausos y son
causa de éxito.
Las escenas de la vida militar, tan fecundas
en episodios, han dado ocasión para que se es-
Ánimo, rabia, dicen en Segorbe.
130
cribiesen zarzuelas como La banda de trompetas,
en la que el asistente Carabonita lee una carta
que deja muy atrás á todas las del Matape-
sares. En la zarzuela El regimie7ito de Lnpión
figura un sargento que no entiende nada como
esté bien dicho. En otra composición del mismo
género, La Cantina^ sobresale un sargento pe-
dante que dicta una carta á un soldado palur-
do, y éste dice, entre otras cosas, que la perso-
na á quien dirige la carta no tiene sexo.
Las citadas composiciones y las muchas más
que pueden añadirse, están escritas para hacer
reir: los chistes, equívocos, malas interpretacio-
nes, etc., de que están llenas, hanse entresaca-
do de los hábitos, ocurrencias ó inclinaciones
de tales ó cuales soldados, y sería una locura
achacarlas á todo el ejército.
En la zarzuela Agua, azucarillos y aguardien-
te actúa con lucido papel un chulo madrileño,
síntesis de los de su clase, que cree que las pa-
labras optimista y pesimista son motes denigran-
tes, y considera á un herpético como un narcóti-
co, Y nadie habrá tan insensato en España que
se juzgue enterado del habla de los madrileños
con sólo conocer el lenguaje del chulo de la
zarzuela.
Por esto debemos dolemos de que los diá-
logos de Jelipe y Javiel se hayan creído injus-
tamente lenguaje corriente de Segorbe.
Fuera estudio interminable detenernos en
131
consideraciones sobre la mala pronunciación en
los diálogos que nos ocupan. Tenérnosle por
materia que no necesita de esfuerzo para ser
comprendida, y por asunto en que el lector
sabe á qué atenerse. Pero téngase en cuenta
que en la mala pronunciación puede haber in-
fluencia de causas históricas, á veces difíciles de
apreciar y más todavía de determinar con exac-
titud.
Buen ejemplo de ello son las palabras alher-
coque y carabasa del diálogo que nos sugieren
las siguientes consideraciones:
Albercoqite, — -Los mozárabes, tomándolo de
los latinos, llamaron barcóc y bercoc^ en su tiem-
po el albaricoque. Los árabes antepusieron á
aquellas palabras el artículo al y formaron al-
barcóc y al-bercóc, de donde derivan el portugués
y murciano albercoque, el catalán y valenciano
al'bercóch, y el castellano al-baricoguc. ¿Puede
proceder de los regionalismos portugués ó mur-
ciano el albercoque usado por el tío Javiel? Sólo
vemos en ello una coincidencia casual.
Carabasa, — Los mozárabes usaron las pala-
bras calabacha y carabasa para designar el fruto
que en Castilla se llamó después calabaza. Pro-
ceden todos del latín cncurbiiasy y en Cataluña
es corriente la palabra carabasa. Lo mismo que
^ «Glosario de voces ibéricas y latinas usadas por los
mozárabes». Simonet. Madrid, i88S.
132
los catalanes la usa nuestro vulgo. Dicho esto,
¿fué el tío Javiel, respecto de sus carabasas, un
adulterador del latín, un continuador de los
mozárabes, un adicto al catalán ó un corruptor
del castellano?
Del caballico ñnico en que cabalgaba el via-
jero á Navajas nada decimos, remitiendo al lec-
tor á nuestro artículo sobre el diminutivo ico.
Veamos las palabras bien pronunciadas por
Javiel é intencionadamente puestas por Mundi-
na en su diálogo para dar relieve al lenguaje é
intentar hacerle impresionable. Las palabras de
este diálogo que hemos puesto á continuación
las usamos en la conversación familiar. Algunas
tienen valor filológico notable y son dignas de
veneración; otras están muy bien adaptadas á
las necesidades del uso, y suplen deficiencias de
sus correspondientes castellanos.
Una cosa y otra puede verse á continua-
ción.
Ababol. — La palabra ababol es antiquísima
en España; nombre de una flor coetánea de los
sembrados de trigo, es por lo menos tan anti-
gua entre nosotros como el cultivo de aquel
cereal. Los iberos y celtas la conocieron con
aquel nombre. Los modernos diccionarios de
voces ibéricas y latinas usadas en España la in-
cluyen. Los arabistas del siglo xviii y comien-
zos del XIX, excesivamente pagados de la in-
fluencia arábiga en el idioma español, han errado
133
al suponer (el principal de ellos Martínez Maria-
na) procedencia árabe á la palabra «ababol».
En Aragón, donde tan escaso arraigo hicieran
las cosas árabes, se ha usado siempre, y en Se-
gorbe puede que se use desde que la población
se fundó.
Cáicabas, — Con los nombres de latonero y
alatonero en Aragón (del griego, lato), y con los
de litoner y llidoner en Valencia, se conoce el
árbol que en Castilla se llama almez (del latín
celtisy cosa dulce). Al fruto en la primera región
llámanle pomas" ^ en la segunda Iliróns y en la
tercera almezas. No se distinguen con aquellos
nombres diferencias entre los árboles jóvenes
que no dan fruto ó le dan muy escaso, y que
por su poco coto se utilizan para aperos de la-
branza, cayados, etc., y los árboles grandes ma-
derables destinados á dar fruto ó servir de ador-
no y comodidad. Los primeros suelen vegetar
muchos juntos; los segundos, separados ó ente-
ramente aislados.
En Segorbe se usan indistintamente los
nombres aragoneses ó el castellano; pero cuan-
do se hace especial mención de un árbol de es-
tos grandes, llámasele caicabero^ y al fruto, cons-
tantemente, cateabas. Esta distinción ya la notó
^ En portugués, italiano, rumano y otros idiomas se lla-
man pomas todo fruto arbóreo con cuesco ó pepitas, bueno
de comer. .
134
con aplauso el célebre naturalista y distinguido
literato Rojas Clemente. Nosotros la creemos
importante y digna de figurar en el idioma na-
cional, ya que precisa más que el castellano y
los dialectos.
Cavernera. — Los latinos conocieron con el
nombre de carduelis^ al jilguero. Los zoólogos,
desde Lineo, llaman género carduelis al de que
forma parte nuestra cavernera. De la voz latina
derivan la italiana gardelliiWy la francesa char-
donerette y la aragonesa cardelina, que son las
usadas en los puntos indicados para designar al
jilguero. En el Maestrazgo la palabra cardelina
la encontramos transformada en cadernera% en
Valencia llámanle cagarnera^ y en Segorbe ca-
vernera, nombre que tiene más conexión con el
aragonés que con el jilguero de Castilla. El nom-
bre castellano, según Echegaray, procede del
latín sibilare, silbar.
Cós, — Esta palabra es valenciana, y se apli-
ca al ojo de la aguja de coser: su uso tiene
aceptación, porque evita determinar de qué clase
de ojo se trata. En valenciano tiene otras acep-
ciones muy distintas no usadas en Segorbe:
^ Dictionaríum Italicarum Gallicarum, etc. Ambrosi
Calpini, 1565.
-^ «Historia de Morella», por D. José Segarra, tomo I,
página 62. Morella, 1868.
* Vocabulario Valenciano-Castellano», por D. José M.*
Cuadrado. Valencia, 1868.
135
aquí, diciendo cós, nadie entiende cosa distinta
al ojo de la aguja de coser. La utilidad de esta
voz es tal, que su uso se extiende á gran parte
de Aragón, Castilla, Murcia y Navarra.
Garrofetas. — Se emplea esta palabra en Se-
gorbe para designar las judías antes de hallarse
en sazón. La Academia de la Lengua, en su
Diccionario, incluye la provincial de Cataluña
y Murcia bajocay y esta es la voz más usual en
toda España para nombrar las judías tiernas, las
que en castellano no tienen palabra propia.
Lo mismo las garrofas que las judías perte-
necen á la gran familia de las leguminosas: ambas,
antes de su madurez, tienen parecida figura pro-
longada y semejante color verde; las diferencias
de aspecto están en el tamaño. Por lo que fue-
ron lógicos nuestros antepasados al usar un
mismo nombre, el aragonés garrofa para la de
tamaño mayor, haciendo de ella (mucho antes
que los murcianos tomasen del valenciano ba-
choca, su bajoca) el diminutivo garrofetas para las
judías tiernas, que son de menor tamaño. Nos
parece indudable que la garrofa aragonesa fué
la que determinó nuestra garrofeia,
Galdufa. — De esta palabra sólo diremos que
es aragonesa, y muy usada también en Cuenca
y Navarra para nombrar la peonza ó trompo, al
que en catalán se llama baldiifa,
Güemias, — Ciertos despojos del cerdo, como
ternillas, pulmones, etc., convenientemente pi-
136
cados y aderezados hasta formar una pasta, re-
llenando con ella un trozo corto y angosto de
tripa, forma el embutido conocido en Aragón
con el nombre de güemias, cuya palabra usá-
rnosla en Segorbe en virtud de la influencia
aragonesa que durante muchos siglos hemos re-
cibido.
Rebaüeta, — D. Manuel Gómez y Manes de-
dicó á esta palabra el siguiente cantar:
— ¿Ve V. cómo se entretiene
Mi graciosísima Lola
Con su linda rebaileta?
— Señora, ¡si es perinola!
La Academia, en su Diccionario, describe
la perinola diciendo: «Piececita pequeña de ma-
»dera ú otra materia, que tiene cuatro caras
» iguales y remata en punta; por arriba es plana,
» teniendo en medio un palito delgado, el cual
»se toma con los dedos, y torciendo con ellos
» baila el tiempo que le dura el impulso. En las
» cuatro caras hay en cada una una letra, que
»son S., P., D. y T. La S. significa sacar; la P..
»poner; la D., dejar, y la T., todo. Sirve para
»el juego que se llama con este nombre; de
»suerte que el que echa la perinola, si al acabar
» de bailar le cae arriba la S., saca un tanto de
»los que están puestos; si le cae la letra T., lo
» lleva todo; pero si saca la letra P., pone otro
»tanto, y si le sale la letra D., deja, y no gana
»ni pierde». Este instrumento, conocido en toda
V ''JD
137
España, lo es en Valencia con el nombre de
ventunlla\ En Segorbe no se usa ni casi se co-
noce la palabra venturüla, D. Manuel Gómez,
inspirándose en el Diccionario de la Academia,
creyó que perinola era el equivalente castellano
de rebaüeta.
En Segorbe se entiende por rebaüeta un ju-
guete pequeño de madera, de figura cónica,
cuya altura es la tercera parte del diámetro dé
la base, teniendo también su palillo en el centro
del círculo para los propios usos que la perino-
la. Como se ve, son dos instrumentos distintos
que se diferencian por la figura y aplicaciones:
el uno se presta á juegos de interés, el otro es
siempre un entretenimiento infantil.
En castellano se reserva la palabra rebaüeta
para designar la mujer pequeñita que se mueve
ligera como si bailara. En esta comarca, y con
ella los aragoneses, han aceptado la distinción,
y el nombre de perinola sirve á un instrumen-
to y el de rebaüeta al otro.
Advierta el lector que la palabra rebaüeta
es de construcción enteramente castellana y re-
presenta la acción de bailar mucho, que es lo
que hacen estos dos instrumentos, y que da
lugar á llamar por algunos á la perinola, rebaile-
^ Según dice D. José María Cabrera en su vocabulario
ó colección de todas aquellas voces valencianas de más difí-
cil equivalencia y que más difieren del castellano.
138
ta también, y á la que igualmente en Aragón
suelen llamar pirulo,
RafeL — En Aragón se llama ra/e al alero
del tejado; de esta palabra se hizo probable-
mente la valenciana ráfol con igual significado,
y en Segorbe, haciendo prótesis al nombre ara-
gonés, pronuncian rafeL
Inclusa. — Yunque en castellano. En latín se
le conoce con el nombre de incús. De esta pala-
bra latina derivan la italiana incude, la francesa
mi enclumey la valenciana y catalana inclusa y la
aragonesa inclusa. Es una lástima que el caba-
llero que iba á Navajas sólo notase en esta frase
un castellano especial. De no ir tan de prisa, es
posible que hubiese gozado al recoger de los
rústicos labios del tío Javiel una palabra tan de
acuerdo con la etimología latina y con el habla
de importantes pueblos de Europa.
JinjoL — Azufaifa en castellano. Al autor del
diálogo entre D. Agapito y el tío Javiel se co-
noce que la palabra que más le chocó, entre las
que leyó en Gómez, fué jínjol, y la hace repetir
al tío Javiel dos veces en el corto diálogo, sin
ninguna necesidad.
Las palabras jínjol y azufaifa han sido
durante mucho tiempo materia de polémica
entre los etimologistas. El historiador Gaspar
Escolano dijo que azufaifa es palabra árabe;
debió tomar la noticia del vocabulario arábigo-
castellano, escrito por Fr. Pedro de .Alcalá en
'39
Granada á principios del siglo xvi. A esta opi-
nión adhiriéronse muchos en España, lo cual no
es acorde con la etimología hoy más aceptada.
Los filólogos convienen en que azufaifa pro-
cede del griego zizyphys^ que los latinos transfor-
maron en zizyphus y ziziphuvi; los mozárabes lla-
maron zuúzufa á la azufaifa'; zázufa, dice el pa-
dre Lerchundi, la llaman en Marruecos^; zefzttf,
zifziify en árabe oriental y occidental^ En árabe
de Siria zaizeftín^. Denominaciones todas que
recuerdan las españolas de azufaifa, azofeifa y
azufeifa, y que tienen con aquéllas un eufonis-
mo completamente armónico-.
Los defensores de. azufaifa, como mejor lo-
cución castellana, no defienden ya que sea pa-
labra árabe; al contrario, que los árabes la to-
maron de los latinos ó griegos, y amparados en
la etimología greco-latina, consideran la palabra
azufaifa como la más propia y de mejor derecho
para dar el nombre al fruto que nos ocupa.
Los partidarios de la palabra jínj'ol ponen
todavía más alto los abolengos de esta voz: ale-
gan que los celtas ya usaron la palabra jinja
* Simonet, «Glosario de voces ibéricas y latinas».
■^ «Rudimentos del árabe vulgar que se habla en el im-
perio de Marruecos >. Madrid, 1872.
^ «Charbonneau, en su Dictionnaire frangais-árabe». Pa-
rís, 1872.
* Almaccari. «Anales históricos y literarios». Leyden,
1 854- 1 860.
140
para designar la azufaifa, y que en el castellano
más antiguo que se conoce se le denominó al-
jujuba. El nombre catalán //«/i?/, el francés juyu-
bcj el italiano giug^la, el provenzal chicliotirlo
y el valenciano chinchol, son favorables á la pa-
labra jínjol. Y por cuenta nuestra hemos de
alegar que los médicos antiguos prescribían el
cocimiento, polvos, cataplasmas, etc., á^jujuba
para recetar cocimiento, polvos ó cataplasmas
de azufaifas. Pero después de todo esto, los apo-
logistas de la palabra azufaifa replican en su de-
fensa diciendo que hubo en tiempos antiquísi-
mos confusión de nombres de frutos, y el de
jínjol corresponde á la guinda. La razón es de
peso: guinda y azufaifa vienen ambos de zizy-
phwn. Los nombres con que se conoce la guinda
en diversos romances, persuaden de la posible
confusión alegada. En castellano antiguo se lla-
mó á la guinda guiízja, en provenzal se llama
chidiourla, en francés guigneyen italiano gtnggio-
La, nombres todos que arguyen en favor de la
confusión sospechada.
La Academia tiene aceptada azufaifa, y nos-
otros sólo consignaremos que jínjol es palabra
aragonesa; por esta razón el tío Javiel nombró
\os jmjoles^ ,
^ Para el conocimiento de los distintos nombres vulga-
res dados en España á las plantas y frutos, puede consultar-
se la obra «Enumeración y revisión de las plantas de la Pe-
nínsula hispano-lusitana», por Colmeiro. Madrid, 1886.
141
Pro, — Es palabra catalana enteramente con-
naturalizada en Aragón, de donde nos ha debi-
do llegar á Segorbe y hacer gran arraigo.
Pansas. — Pasas en castellano. Andrés de
Laguna' incluye esta palabra entre los nombres
catalanes. En Aragón se considera como voz
propia; en un libro del peaje que se pagaba en
el puente de Luna, año 1436, se dice: «Carga
á^ pansas y un sueldo». El condado de Luna y
el ducado de Segorbe recayeron por muchos
años en unos mismos señores, y no sería extra-
ño que los segorbinos de aquel entonces cono-
ciesen el impuesto de las pansas.
Margallón. — Palmito en castellano. Laguna,
en su obra ya citada, página 49, dice: «Sola-
mente en Castilla se le da el nombre de palmi-
to; en Cataluña y otras partes se le conoce con
el de inargallón». En Segorbe se usan los dos
nombres, haciendo de ellos distinta aplicación.
Cuando se quiere nombrar las hojas de la plan-
ta, se dice palma ó palmito; cuando la parte co-
mible y sus envolturas, margallón. De seguro
que si el tío Javiel hubiese querido dar noticia
de una escoba, no hubiese dicho que era de
viargallón^ sino de palma. Esta distinción se
hace también en otras partes, y desde luego en
el Bajo Aragón.
^ «Pedacio Dioscórides Anarzobeo», traducida é ilustra-
da por D. Andrés de Laguna. Salamanca, 1565.
142
Vendefna. — Es término aragonés, usado en
equivalencia de vendimia, tan común en Segor-
be como en la región aragonesa.
Con las pocas palabras de que nos hemos
ocupado, se puede ver que actúa en el lenguaje
en Segorbe una influencia aragonesa muy acen-
tuada, y que á muchos ha pasado inadvertida.
Los literatos valencianos tampoco han puesto
especial cuidado en estudiar la influencia que
Aragón ha ejercido en el lenguaje de todo el
reino de Valencia. Mayor atención parecen ha-
.ber puesto las gentes de su huerta, según nos
lo da á conocer una novela', hacia los poblado-
res de este reino que habitan las fronteras del
de Aragón, identificando á los unos con los
otros bajo la denominación de churros. Con lo
dicho damos por terminado el ligero examen
que veníamos haciendo de algunas palabras del
diálogo que Mundina compuso con materiales
de Gómez. Nos movió á ocuparnos de tal diá-
logo el deseo de llevar algún contrapeso al áni-
mo de los que hayan formado opinión del ha-
blar de Segorbe por la lectura de la historia del
Sr. Mundina. Las demás palabras del diálogo,
de las que no nos ocuparlos, no ofrecen nada
de particular: son frases individuales que no
merecen una tarea de crítica, ó son defectos de
^ cLa Barraca», por I). Vicente Blasco Ibáñcz, pág. 57.
Madrid, 1899.
143
pronunciación dispuestos para un fin jocoso y
fáciles de aclarar. Cervantes puso graciosamen-
te en boca de Sancho zorrinloquios por circunlo-
quios, y nadie ha necesitado para entenderlo de
las explicaciones de D. Quijote.
II
Después de escritos los diálogos de Jelipe
y Javiel y otros trabajos análogos, debió Gó-
mez sentirse tentado á mostrar al público que
era escritor que conocía bien el castellano co-
rrecto. Quiso á este fin demostrar práctica-
mente que no ignoraba las equivalentes pala-
bras castellanas á las por él usadas en los
diálogos. Por estas razones suponemos que vi-
nieran á luz sus cantares, é hizo con ellas un
trabajo enteramente contrapuesto al de los diá-
logos. Fué una lástima que con los cantares
y diálogos no hiciese un estudio de compene-
tración doctrinal y metódica, nutrido del senti-
do crítico que en condiciones excelentes po-
seía.
Los provincialismos que con el nombre de
voces incorrectas censura en los cantares, sub-
sisten en toda España: son en su mayoría pala-
bras anticuadas de la época de indecisión en el
lenguaje y de formación del romance. Todavía
circulan por el fondo del habla castellana, y al-
144
guna vez salen á la superficie. Muchas de ellas
se han conservado retiradas en los dialectos ha-
blados en la parte oriental de nuestra península.
En el prólogo de los cantares, dice Gómez:
«No se verá sino la aplicación en casos dados
»de lo que contienen la Gramática y Dicciona-
rio castellanos». Estas pocas palabras condensan
el programa y el pensamiento que le guiaba al
ponerse á escribir los cantares.
Este librito que nos ocupa está dividido en
tres partes: la primera comprende las palabras
que llamó locuciones incorrectas; la segunda, voces
y frases castellanas inoportuna7?iente aplicadas , y
la tercera, voces inoportunaj?iente aplicadas bajo el
punto de vista ortográfico y prosódico.
De las voces incorrectas no dio explicación
alguna sobre lo que entendía por tales: sólo se
lee aquel epígrafe como calificativo á ciento no-
venta cantares que siguen. A éstos alude en el
prólogo diciendo: «Doy este opúsculo á la es-
»tampa, al que no he querido privar del atrac-
»tivo de la rima, pues conteniendo voces y lo-
»cuciones bárbaras que mucho interesa deste-
»rrar, conviene que, así como sus correspon-
» dientes castizas, queden bien clavadas en la
» memoria, lo cual se consigue fácilmente con
»la versificación.»
Entre las palabras que se censuran en los
ciento noventa cantares que constituyen el pri-
mer grupo, sobresalen los provincialismos ara-
M5
goneses, catalanes y valencianos. Estas voces de
las regiones dichas suelen oírse en Segorbe (las
más veces con razón lógica), y son las que de-
terminan nuestras pequeñas discrepancias con
el idioma nacional. Todas las demás palabras
censuradas en estos cantares son defectos de
pronunciación comunes á la generalidad de Es-
paña, ó locuciones á la antigua usanza, también
frecuentes en nuestra patria.
En los provincialismos no veía Gómez, como
Pereda' y otros escritores modernos, la savia y
jugo de la lengua patria. Por el contrario, los
calificativos de locuciones bárbaras^ voces incorrec-
taSy escorias y desechos del idioma que empleó,
dan á entender su opinión en este asunto.
Rígido y severo, no se encariñó con frase
alguna de condición regional; la unidad absolu-
ta del idioma nacional era su norma.
En testimonio de lo dicho, y para que se
vea la inquebrantable adhesión que tuvo al Dic-
cionario de la Academia, diremos:
La palabra ziurería ha figurado siempre en
el Diccionario de aquella corporación como
provincialismo de Aragón; en una de las edicio-
nes dejó de incluirse, según Borao, por error
tipográfico. Esta edición fué indudablemente la
^ cNubes de estío», novela de costumbres de D. José
María Pereda, de la Real Academia Española, pág. 280.
Madrid, 1S91.
146
que consultó Gómez, y al notar la falta hizo el
siguiente cantar:
— Por dulces voy á mandar
A la nueva zucrería.
— Ya que dulces quiere usted,
Mande á la confitería^
Sus censuras á la mala pronunciación alcan-
zan á todos los malos hablistas, y en prueba de
ello véase el siguiente cantar:
— ¿'Por qué dices Celidonio,
Y Adón, Lambertos, Noverto,
Si se llaman Celedonio,
Abdón, Lamberto y Norberto?^
A las voces antiguas que la Academia ha
ido apartando del uso, por no ser ya necesa-
rias, las nombramos nosotros para que no se
crea que las tenemos en olvido, y hubiéramos
preferido que Gómez les hubiera dado la hon-
rosa jubilación de palabras anticuadas, á verlas
calificadas de desechos, escorias, barbarisjiios y voces
incorrectas.
El segundo grupo lleva por epígrafe Voces
y frases castellanas ifioporttmamente aplicadas, for-
mando otros ciento noventa cantares: en mu-
chos de éstos vuelven á aparecer los provincia-
lismos de manera muy original. Figuran en los
versos dos personas: una que ofrece las pala-
^ «Cantares lingüísticos», pág. 17.
^ ídem, pág. 23.
147
bras á la censura y otra que actúa de censor,
formando de esta manera los equívocos y cierto
juego de palabras, por lo que cuadra perfecta-
mente á los cantares del segundo grupo la cali-
ficación de juguete lingüístico que dijo Gómez
en el prólogo. En ellos desentendióse, como
siempre, de toda condición de palabra regional;
tomó éstas ateniéndose al significado que se
les da en Castilla, y dedujo después la inoportu-
nidad de su uso. El ejemplo que á continuación
transcribimos expresa bien lo que acabamos de
decir.
Recuerde el lector que la palabra pudor en
Aragón equivale á hedor] en Castilla significa
recato, honestidad, modestia, vergüenza hones-
ta, y tomando pie de la expresada diferencia
puso este cantar:
— Dices que el agua encharcada
Produce grande pudor.
O tú ó yo nos equivocamos,
Pues creo que exhala hedor.
Después de censurar en otros varios canta-
res el trueque de las palabras que son al propio
tiempo castellanas y provincialismos, se ocupó
de las voces que, siendo siempre castellanas, la
mala pronunciación designa otra voz también
castellana, pero impropia al caso, por ejemplo:
— ^Conque lajaquita torda
Suele padecer de huérfano?
148
— Mas teniendo padre y madre
No lo entiendo; ¿liuelfago?
El siguiente ejemplo, de la propia índole
que el anterior, justifica mucho esta clase de
censuras; dice así:
— Un dormitorio te han dado
Para tu mal aliviar;
Mas no siendo dormitivo,
Cuenta con no descansar.
Con el cual se alude á la mala costumbre de
confundir en el lenguaje el aposento ó sitio en
que se duerme con los medicamentos que pro-
mueven, solicitan ó determinan el sueño, equi-
vocación muy frecuente en toda España.
En el mismo grupo segundo, al tratar sobre
palabras inoportunamente aplicadas, aparecen
censuradas muy acertadamente, quizá sin darse
cuenta de ello, los galiparlantes que en España
usan el con por d ¿a y él en por con^ de lo que
son muestra los siguientes ejemplos:
Quiero que con la guitarra
Se acompañe usté á cantar.
Con la^ señora, no sé;
A la, voy á principiar.
Si mal no recuerdo, has dicho
Que en D. Ramón has soñado;
Si con D. Ramón dijeras,
Te creyera de buen grado.
El tercer grupo ó el de voces Í7ioporttcnamente
aplicadas, desde el punto de vista ortográfico y
149
prosódico, no ofrece nada de particular. Las
censuras las expuso en treinta cantares, y se
refieren principalmente al empleo ó supresión
de la hy á los usos de la ¿ y de la v y otras in-
fracciones de la vigente ortografía, interesantes
al idioma castellano en general.
Algunos han supuesto que las palabras cen-
suradas por Gómez en todos los cantares iban
dirigidas exclusivamente á los segorbinos, como
especiales infractores del idioma nacional. Esto
no es exacto, y aquel autor no era capaz de
incurrir en tal desatino. La positiva ilustración
de que estaba adornado, es bastante para no
tener un intento que sería arbitrario y para que
nadie le suponga caído en tal error.
Las censuras de Gómez á los malos hablis-
tas en general, afectan á los segorbinos en par-
ticular únicamente en lo que á provincialismos
corresponde, dada nuestra posición geográfica
y nuestras relaciones históricas.
Sería muy injusto desconocer el mérito á
que Gómez se hizo acreedor con la publicación
de sus cantares. Hay que ver en ellos una ex-
presiva muestra de la animación literaria de que
se hallaba poseído, y reconocer su esfuerzo en
pro del lustre y esplendor del idioma patrio.
150
III
Fué indispensable necesidad ocuparnos de
la obra de Mundina al juzgar los trabajos de
Gómez. Ya conoce el lector cómo apreció el
primero el lenguaje de Segorbe, pero en el mis-
mo libro dio su autor noticias del habla de todos
los pueblos de esta provincia. De aquí que, te-
niendo ahora entre manos la referida obra, le
consagremos este capítulo, ocupándonos bre-
vemente de los pueblos que tuvieron ó tienen
con Segorbe mayores conexiones lingüísticas.
Debemos señalar lo primero el insinuante
aragonismo que en ciertas voces anotadas por
el autor de la «Historia geográfica y estadística
de la provincia de Castellón» asoma en los
pueblos de Alcora, Alcudia, Artana, Eslida y
Sueras. En estas poblaciones la estructura ge-
neral del lenguaje es valenciano, con reminis-
cencias aragonesas. El excesivo uso del pro-
nombre yOy nos recuerda en Alcora una copla
castellana que remeda con ironía el lenguaje de
Aragón, y empieza así: «Si te casares con yo».
«En Artana, Alcudia y Eslida — dice Mundina —
llaman tíos y tías á toda persona». Lo cual
hacen, á nuestro entender, no en la acepción
castellana de hermanos ó hermanas de los pa-
dres, sino en la aragonesa de persona que no
tiene tratamiento de mosén, don ó doña.
De un diálogo valenciano que en el libro
que nos ocupa representa el lenguaje de Sueras,
Tales y Veo (anejo de Alcudia), podemos de-
cir como dijo Cervantes al de Avellaneda: «Pa-
» recéis aragonés por lo que escaseáis los ar-
» tí culos.»
Ya dijimos, respecto al lenguaje de los pue-
blos de esta comarca, que Mundina manifestó
ser igual al de Segorbe. Por lo tanto, no debe-
mos ocuparnos de cada uno en particular; con
ello repetiríamos tantas veces como pueblos
tiene la cuenca del Palancia estas palabras: su
lenguaje es el mismo que en Segorbe. De ma-
nera que el aragonismo atribuido por nosotros
á Segorbe, es extensivo á los pueblos de la cuen-
ca de nuestro río. La propia influencia arago-
nesa que actúa en el lenguaje de esta ciudad
subsiste en los aludidos pueblos, y las conside-
raciones ó reparos que hicimos al lenguaje de
Segorbe (tal como lo representó Mundina), tén-
ganse por hechos también á todos los pueblos
de su río.
A pesar de la equivocada muestra que para
representación del lenguaje del río de Segorbe
eligió Mundina, no deja éste de revelar en su
libro que puso atención y estudio á los tipos de
este país. De Geldo dijo muy auténticamente:
«Hablan como en Segorbe, pero pronunciando
»con cierta tonada que imita algún tanto al ga-
» llego.»
152
Pero cuando Mundina hace, sin darse cuenta
de ello, gran revelación de lenguaje aragonés, es
al ocuparse de los pueblos de la cuenca del
río Mijares'. Al dar noticia de éstos, hace men-
ción por separado del lenguaje de cada uno
de ellos. Juntando nosotros lo que en el libro
de Mundina se encuentra disperso, resulta que
Argelita, Ayódar, Fuentes de Ayódar, Ludien-
te, Montan, Montanejos, Toga, Torralba, Villa-
hermosa, Villanueva de la Reina, Villamalur y
Zucaina hablan de la misma manera ó tienen
idéntico lenguaje. Llámale Mundina lenguaje de
Argelita.
No vemos en esta denominación compara-
tiva otra razón que la del método expositivo
adoptado en el texto.
Data la fundación de Argelita de los tiem-
pos de Zeit-Abuceit, pero es la primera po-
blación en el orden alfabético con que están
dispuestos los pueblos en el libro que nos ocu-
pa, y tiene, como dijimos antes, comunidad de
lenguaje con los pueblos ya citados.
Mundina representó á su manera este len-
guaje común á varios pueblos por medio de un
diálogo, é incluyo éste en el primer pueblo de
^ El diligente escritor D. Braulio Foz, en el tomo V de su
«Historia de Aragón», dejó consignado que en la baronía de
Arenoso, en algunos pueblos de la cuenca del Mijares, como
Villahermosa, se habla el español, que allí llaman el ara-
gonés.
153
los citados de que hubo de ocuparse. Argelita
fué este primer pueblo, y por eso le llamó en
otros capítulos lenguaje de Argelita. Más claro:
al tratar después de Ayódar, Fuentes de Ayó-
dar, Ludiente, etc., dice que se habla en ellos el
castellano de Argelita, ó sea el del diálogo de
esta población y de su sierra, que es como
sigue':
Pepe. — Chico, ¿te vienes á Onda?
Rmnón. — Sí, tal cual voy.
Pepe. — Coge la yanta y vene.
Ra?nón. — ¡Tío Pepe! Si mi mare nunca ma
quisiu dar la yanta cuando bajo á Onda.
Pepe. — ¿Y no tomas un bocau para el ca-
mino?
Ramón. — ¡Cá! Tengo yo buenas garras para
llegar á Onda tal cual.
Pepe. — Pues vamonos, que yo te daré un
piazo de pan y un trago de vino agiro, si te gus-
ta; date prisa, que yo, no más comprar dos co-
jines para el tío Toni, me vengo pa ca.
Ramón. — ¿Que el tío Toni no baja hoy?
Pepe. — No puede, porque está sacando
fiemo.
Ramón. — Pues vaya usté andando, que yo
le alcanzaré. Adiós, dica dempués.
Puebla de Arenoso figura con diálogo apar-
Mundina, pág. 8i.
154
te para darse á conocer cómo hablan en ella, y
es éste':
Pregunta. — Tío Sentó, ¿que ogaño no sube á
ver á su hija?
Respuesta, — Sí que hago cuenta de subir;
este año ya estará más crecidica, y hago cuenta
de traerla para que pase aquí las carrastu-
llendas.
P, — Pues, ¿qué no se asustará de ver tantas
carachas? Mi maña no pudo el año pasau salir
de casa de miedo.
R, — Eso á las muchachas de allá riba les
sucede á todas arreu. Yo lo que le guardo á mi
chica para cuando suba son unas mangranas
que me ha dau un amigo, que son muy güeñas,
y como son de las agras, se conservan muy sa-
nas. Vaya, anímese, que yo no puedo entrete-
nerme: dica más tarde. Adiós, tío Sentó.
En el capítulo que trata de Cortes de Are-
noso, da Mundina idea de su manera de apre-
ciar el lenguaje castellano en esta comarca. En
este punto dicho escritor da explicaciones en
términos tales, que acusan en él apartamiento
ó negación del lenguaje aragonés. El diálogo
con que representa Mundina el lenguaje de este
pueblo y el breve comentario que le precede,
dicen del siguiente modo^:
jMundina, pág. 466.
ídem, pág. 266.
Dialecto, — A fin de manifestar con claridad
la notable diferencia que existe entre el caste-
llano que se habla en los diferentes pueblos de
esta provincia, y para que el lector se persuada
que no es del todo desacertada nuestra idea al
clasificarla con el nombre de dialecto castellano
por su ridiculez y extrañas frases, escribo á
continuación un corto diálogo del extraño cas-
tellano de Cortes:
Vicente. — Pascual: ¡ogaño sí que te divertirás
en las carrastuUendas, tanto que te gustan las
carachas!
Pascual, — Pues usté, tío Vicente, también
es aficionau á velas.
Vicente, — ¿Yo? Si quieres que te diga la ver-
dad, haría carachas todos los domingos arréu.
Pascual, — Pues su mañico murió de vestirse
de caracha, según me han contau.
Vicente. — ¿Tú sabes qué fué? Que mi maño
bajó aquellos días á Onda y le dieron unas man-
granas muy agras: el día de carrastuUendas se
comió una y no le pegó bien; pero vino un ami-
go y se vistieron tal cual con sus carachas; de
seguida que vino á casa, le dijo á mi maña que
le hacía mal la tripa y quería acostarse; lo supo
mi mare, y antes de acostarse enjalbegó el cuar-
to para tenerlo mejor; llamó al señor médico, y
tal cual le miró las garras ya dijo á mi maña que
era calave, y asina jué, que murió al otro día
de carrastuUendas por las dichosas carachas.
156
«En Cirat- — dice Mundina — hablan el caste-
» llano con más propiedad que en todos los pue-
»blos de la provincia de Castellón, y en Ara-
»ñuel hablan como en Segorbe.»
Nosotros encontramos en los pueblos de la
provincia de Castellón, que forman parte de la
cuenca alta del río Mijares, idéntico lenguaje
que en los pueblos vecinos que son ya aragone-
ses. En Olba, Rubielos y otros pueblos de la
provincia de Teruel, el lenguaje en nada se di-
ferencia del de Cortes de Arenoso, Puebla de
Arenoso y demás lugares valencianos de la di-
cha ribera.
Apartándonos de las distintas observaciones
críticas de que pudieran ser objeto los diálogos
transcritos, llamaremos sobre ellos únicamente
la atención respecto á ciertas voces. De éstas
figuran como notas salientes en los referidos
diálogos las palabras agrá, arréu^ calave, caracha,
carrasttdlendas y cojines y crecidicay dica dempués,
dica más tardeyfieviOy garras y güeñas y yanta, inan-
granay viañOy fuarCy ogañOy tiOy iripay piazo y vene.
El calificativo de extrañas y frases ridiculas
aplicado á estas palabras, no es propio. Unas
como arcaísmos y otras como aragonismos han
formado parte de los materiales de construcción
para el idioma nacional, y en este concepto
nada tienen de extrañas. Lo de ridiculas entra
de lleno en las leyes del gusto, y los que se de-
dican á indagar los orígenes del romance caste-
157
llano, puede que no se hallen conformes con el
parecer del Sr. Mundina.
A una comarca en que saben leer y escribir
sus habitantes el castellano en la misma ó ma-
yor proporcióa que el resto de España, no pue-
de acusársele de hablar mal. Y el que aparezcan
hoy en rústicos labios palabras ó frases que
fueron materia prima del idioma actual, lo te-
nemos como un honor para nuestra comarca.
Ha llamado la atención á ilustres viajeros
que han recorrido este país, el hecho de que el
lenguaje aragonés penetrase muy adentro en el
reino de Valencia, siguiendo las cuencas de los
ríos Mijares, Palancia y Turia. D. Teodoro Lló-
rente', ocupándose de este asunto en sus noti-
cias sobre las riberas del Mijares y Palancia, se
expresó del siguiente modo: «Después de la
»reconquista predominó en el Alto y Bajo Maes-
»trazgo el elemento catalán, y entre aquellos
»dos ríos el aragonés; indícalo bien los apelli-
tdos de las familias más antiguas. Y es digno de
» notarse que todos los pueblos de la diócesis
»de Tortosa hablan el dialecto valenciano-cata-
»lán, y todos los de la de Segorbe el castellano-
> aragonés; contribuyó, sin duda, la superior
» cultura del clero á determinar el idioma de
»cada villa y lugar.»
^ «Valencia, sus monumentos y artes, su naturaleza é
historia», tomo I, pág. 330. Barcelona, 1S87,
158
Esta idea es la que se tiene en el país, y
debió ser para el expresado señor una impre-
sión (Je viaje que consignó en su obra el ilustre
poeta y cuidadoso cronista de Valencia. Pero
esta explicación sobre la distribución de ambos
lenguajes, al mismo Sr. Llórente parece que no
le satisfizo, porque á continuación del párrafo
transcrito escribió este otro : < Si las demás
» circunstancias étnicas que observamos datan,
» como las lingüísticas, de la reconquista ó se
» remontan á épocas anteriores, cuestión es difí-
»cil de resolver. Faltan antecedentes para estos
» estudios.»
No tenemos la pretensión de que nuestra
pequeña contribución al estudio del aragonismo
en la comarca resuelva por entero el conoci-
miento histórico de nuestro lenguaje aragonés.
Los pueblos de cuyo lenguaje hemos trans-
crito diálogos de Mundina, son los propios lu-
gares que, según el Sr. Llórente, hablan el len-
guaje castellano-aragonés. Todos ellos formaron
en otro tiempo parte del territorio de la Celti-
beria, y se hallaban comprendidos en el de la
diócesis segobricense.
Es incuestionable que la influencia de la
diócesis segobricense y la superior cultura del
clero debió contribuir á dar en tiempos anterio-
res á la dominación árabe cierta unidad al len-
guaje de la Celtiberia. Después de la reconquis-
ta, la tan decantada influencia de los límites
159
actuales entre las diócesis de Tortosa y Segor-
be, como límite también del lenguaje, nos pa-
rece poco reflexiva. Interpuestos entre los obis-
pados de Segorbe y Tortosa, tiene Valencia el
arciprestazgo de Villahermosa, cuyas parroquias
corresponden á los pueblos de la cuenca del río
Mijares y que fueron motivo de diálogos para
Mundina, con lo cual dicho está que no es el
límite actual de los obispados el término del
lenguaje castellano-aragonés con el catalán-
valenciano.
El clero de Segorbe rigió en tiempos de los
godos el territorio que hoy constituye el arci-
prestazgo de Villahermosa; pero después del
siglo XIV este territorio perteneció á Valencia,
y las influencias del clero después de dicho
siglo, caso de haber existido, hubiesen sido va-
lencianas. Lo que sí nos permiten declarar
nuestras propias observaciones es que dentro
de lo que fué á un mismo tiempo demarcación
diocesana y provincia de los celtíberos, late to-
davía igual tradición lingüística.
La reconquista influyó sobre el lenguaje en
las riberas del Mijares y Palancia, más por las
cosas anteriores que respecto de las novedades
que introdujo. (Sobre este asunto véase lo que
dijimos en el capítulo XI). Ahora sólo debemos
decir que el sostenimiento en la cuenca del
Mijares del lenguaje antiguo y la valla que no
llegó á flanquear la invasión catalana, la consti-
1 6o
tuyo el señorío de Árenos, adjudicado á Jime-
no Pérez de Tarazona.
Con razón decía el Sr. Llórente que nos fal-
tan datos para remontar el estudio de esta cues-
tión de lenguaje á los tiempos anteriores á la
reconquista. Capital civil y eclesiástica de la
Ilercavonia fué Tortosa: tener esta noticia no
es bastante motivo para formular diferencias de
lenguaje con la Celtiberia; pero la capital, Tor-
tosa, sostenía relaciones marítimas y con los
pueblos gótico-meridionales, que en Segorbe es
mucho menos fácil que existiesen. La España
gótica estaba profusamente dividida en dialec-
tos y subdialectos, todos rudos, indecisos é in-
formes; hallábanse en tal estado de desaliño,
que no hay de ellos monumento alguno litera-
rio: sólo alguna que otra voz asoma en los do-
cumentos latinos para revelarnos su existencia.
Ante tanta falta de unidad en el lenguaje
hispano-latino usado por el vulgo, no es difícil
que hubiese diferencias entre celtíberos é iler-
cavones; pero entiéndase bien, diferencias no
esenciales, porque éstas fueron posteriores al
siglo XII.
Si los límites del lenguaje y de los obispados
de Segorbe y Tortosa, tal como se hallan cons-
tituidos actualmente, hubiesen de dar alguna luz
sobre este asunto, hay que tener presente que
sólo en la parte baja de la Sierra de Espadan
es donde puede estudiarse la cuestión. Los pue-
i6i
blos de Matet, Algimia de Almonacid, Alme-
díjar, Chovar y Sot de Ferrer son la frontera
del lenguaje castellano-aragonés: en ellos con-
cluía la Celtiberia, y la diócesis segobricense
sigue en ellos teniendo su término; en tiempos
pasados hasta ellos llegaba la Ilercavonia, y
antes, lo mismo que ahora, son el límite de la
diócesis de Tortosa.
Prescindiendo en estos momentos de la con-
dición jocosa de los diálogos de Gómez, de la
desanimación de los de Mundina y reparando
en las voces de nuestro vocabulario, hay que re-
conocer una misma fisonomía de lenguaje con un
mismo colorido léxico de matices distintos que,
empezando en la parte baja de la Sierra de Es-
padan, concluye en las estribaciones del Piri-
neo aragonés.
IV
Porque á Gómez y á Mundina, en sus ob-
servaciones empíricas, pasase desapercibida la
presencia del lenguaje aragonés en Segorbe, no
vaya á suponerse que desautoriza sus trabajos
ni quita importancia á las observaciones por
ellos hechas. En honor á dichos señores, debe-
mos unir sus nombres al de D. Gregorio Ma-
yáns Ciscar. Para este consumado literato del
siglo XVIII la lengua de Aragón, en los tiempos
11
102
de la reconquista, se había hecho lemosina, y se
sintió inclinado á creer que los aragoneses cas-
tellanizaron su lenguaje lemosín al advenimien-
to del príncipe castellano D. Fernando de An-
tequera al trono de Aragón.
Castellanización del lemosín fué para Ma-
yáns la causa del lenguaje aragonés usado en
su tiempo. Lo mismo significó Gómez del habla
de Segorbe, y Mundina aceptó de plano lo dicho
por Gómez. Mayáns no desconocía que en Ara-
gón, antes que lemosín, hubo otro lenguaje
independiente de los que después le afectaron,
pero no entró en apreciaciones sobre cuál pu-
diese ser aquel lenguaje.
La identidad del lenguaje aragonés y lemo-
sín en los siglos medios la aseveró Mayáns, al
decir de Borao, con mala prueba'. No aduce en
su apoyo sino el breve catálogo de vocablos
aragoneses declarados por Blancas en sus «Co-
ronaciones». Contadas estas voces, no son más
que doscientas diez, y la «Colección», tal como
la trabajó el insigne Blancas, fué formada con
palabras sacadas de documentos palaciegos. El
lenguaje palaciego del tiempo de aquellas «Co-
ronaciones» nadie duda que tenía mucho de
catalán, y de catalán nutrido de voces que,
antes que catalanas, habían sido castellanas.
Adocivy por traer; agenollarse^ por arrodillarse;
Borao, pág. 24.
103
afaitado, por aderezado; costado, por lado; coji-
nes, por almohadones; en guisa, por á manera
de; en tomo, por alrededor; extraños, por ex-
tranjeros; fillos, por hijos; home^ por hombre;
non, por no; prender, por tomar; trovar, por ha-
llar; vegadas, por veces; z;í¿//¿?^ por viejo, etc.,
aunque son hoy palabras de porte valenciano,
en otros tiempos fueron castellanas y usadas en
Aragón quizá mucho antes que en Castilla.
Remontando á mayor antigüedad histórica
la idea enunciada por Mayáns, se nos figura
que el lenguaje de la Cantabria y de la Celtibe-
ria, juntamente con el de todas las antiguas
provincias comprendidas en la España tarra-
conense, fuese algún tanto análogo al lenguaje
del territorio narbonense, que después formó
parte de Provenza.
Estas consideraciones, referentes, por lo me-
nos, á la época visigoda, no fueron objeto de las
apreciaciones de Mayáns. Este reparó en el len-
guaje habido en Aragón después de las grandes
conquistas hechas por los reyes cristianos en el
siglo XIII, y juzgó fuese de naturaleza lemosina,
ateniéndose al catálogo de voces contenidas en
el libro de las «Coronaciones», compuesto por
Blancas.
Otros escritores posteriores á Mayáns han
alegado en pro de la existencia del lenguaje
lemosín en Aragón, apoyándose en numerosos
escritos redactados en aquel dialecto después
104
del siglo XIII. Por no omitir el nombrar algún
escritor de éstos, citaremos únicamente al arci-
preste historiador de Morella D. José Segura
y Barreda, el cual se expresó del siguiente
modo: «En una gran parte del Bajo Aragón se
» hablaba también el lemosín, según vemos en
» muchas notas de escribanos de Mirambel, Al-
»cañiz y otros pueblos. La lengua aragonesa
» antigua tenía muchas voces valencianas; hoy
»se han desterrado para asemejarse más á la
» castellana'.»
Pero estos documentos, en casi su totalidad
oficiales, no dan idea del lenguaje del pueblo,
sino que son el resultado de órdenes de los
monarcas aragoneses reinantes en aquellos si-
glos. Y si fueron apremiantes las órdenes de
redactar en lenguaje lemosín los documentos
oficiales en tiempos de Jaime I, en lo sucesivo
se atenuó mucho aquel rigor, y hasta los mis-
mos monarcas se atuvieron al habla predilecta
del pueblo, como lo demuestran la carta puebla
de Alcora, las capitulaciones de la villa de
Viver y la carta de D. Pedro de Jérica á los
unidos de Valencia, que, á pesar de estar escri-
tas en el siglo xiv, aparecen redactadas en ro-
mance español^ Un sabio de tanta autoridad en
^ «Morella y sus aldeas», por D. José Segura Barreda,
tomo I, pág. 412. Morella, 1868.
* Que insertamos en otro lugar.
i6s
materias lingüísticas como el insigne Terreros,
considera el sedimento de lenguaje visigodo en
Aragón como de purísimo castellano, y entien-
de que este idioma lo recibió Aragón desde los
tiempos de Fernando el Magno hasta el siglo xii.
Amador de los Ríos considera de uso in-
memorial el romance español en Aragón.
Del P. Merino escribió Borao: «Este diligen-
»te investigador, que no debe ser sospechoso
»de parcialidad, cuando por el contrario afecta
«despreciar todo lo que no sea Castilla, omite
»hablar de documentos aragoneses, atribuyen-
»do en cierto modo el desmejoro de la caligra-
»fía á la «Coronilla», y no tiene por verdaderos
»reyes de España sino á los de Castilla; se ve
» forzado á conceder que el Aragón tuvo sus
» rimas ó su poesía propia desde el siglo viii, y
»á confesar que el vulgo, á quien exclusivamen-
»te se debe la formación del lenguaje, mejoró
»el idioma castellano con el trato de los arago-
»neses y otras gentes é hizo culta su lengua, de
» suerte que ya pudo andar en las escrituras,
» opinión que en nuestros días ha reproducido
» Montan en su «Diccionario etimológico»'.
Los que han seguido á Mayáns al soste-
ner que el lenguaje de Aragón se hizo lemosín
en el siglo xiii, sólo podrían referirse al caudal
de voces traídas con las conquistas hechas por
Borao, pág. 26.
i66
los Berengueres. Su opinión la fundaron tenien-
do á la vista documentos oficiales de aquellas
épocas, que sabido es estaba mandado se redac-
tasen en lemosín. Pero este no era el lenguaje
aceptado por el pueblo en Aragón. En confir-
mación de ello, citaremos la autorizada opinión
de Bofarull, el cual afirma en la «Crónica del
Rey D. Jaime» que la lengua lemosina «estaba
»en tal tiempo más en boga en la corte de Ara-
»gón y que se hablaba en casi todos los domi-
»nios, á excepción de la parte que correspon-
»día al primitivo reino de este nombre». Pero
más gratuito é infundado que todo esto ha sido
sostener que el lenguaje lemosín se castellanizó
en Aragón al advenimiento de D. Fernando de
Antequera al trono. En el protocolo original
del Parlamento de Caspe, que se guarda en la
Biblioteca de este Seminario, tenemos una termi-
nante prueba de que no fué así. Este documen-
to contiene un mensaje del obispo de Valencia,
fechado en dicha ciudad á 5 de Mayo de 141 2,
dirigido á los nueve compromisarios, rogándoles
cumplieran prontamente su comisión, en aten-
ción á la grave expectativa en que se encontra-
ba Valencia, cuyo mensaje está redactado en
dialecto valenciano. La reina D.^ Violante, viu-
da del rey D. Juan, hizo un escrito á los nueve
jueces representando quejas y agravios, cuyo
escrito, redactado en lenguaje catalán, está fe-
chado en Barcelona y en el mismo año de 14 12.
i67
Los jurados de Zaragoza, Daroca, Alcañiz
y otras ciudades de Aragón dirigieron mensajes
pidiendo á los jueces cura y diligencia en concor-
dia para evacuar su cometido, hallándose estos
escritos redactados en romance castellano-ara-
gonés y fechados en las respectivas poblaciones
aragonesas. Con sólo los citados documentos,
queda atestiguado que en los comienzos del
siglo XV estaban enteramente formados los dia-
lectos hoy existentes en la antigua corona de
Aragón. Y desde luego los fechados en Zara-
goza, Daroca, Alcañiz, etc., redactados en len-
guaje castellano-aragonés, contradicen rotunda-
mente la suposición de que los aragoneses cas-
tellanizaran su lenguaje lemosín al advenimiento
del príncipe castellano D. Fernando de Ante-
quera al trono de Aragón.
Y dicho cuanto antecede, debemos mani-
festar que las exigencias de una crítica impar-
cial nos han impedido reflejar el favorable juicio
que nos merece la obra del Sr. Mundina.
Los párrafos referentes al lenguaje de cada
localidad de la provincia [son lo menos intere-
sante que el libro contiene. En la historia, á las
veces erudita de cada pueblo, comprende por-
menores y citas curiosas y de interés local que
no tienen cabida en una crónica general. Lo
más importante de la obra, á nuestro juicio, es.
triba en la extensa y bien detallada historia^
geografía y estadística contemporáneas que este
1 68
libro contiene. Desde este punto de vista, con
gran paciencia y trabajo debió recoger el autor
unos datos que forman, cual si fueran un acta,
la descripción del ser y estado de la provincia
de Castellón en la fecha en que escribió el señor
Mundina.
Las personas que en los venideros tiempos
hayan de consultar las cosas y pormenores de
nuestra época, tendrán en la «Historia, geogra-
fía y estadística de la provincia de Castellón»,
publicada por D. Bernardo Mundina, una valio-
sa ayuda.
D. SIMÓN DE ROJAS CLEMENTE
Al saber un buen amigo nuestro que nos
proponíamos coleccionar voces aragonesas usa-
das en Segorbe, nos favoreció grandemente re-
mitiéndonos desde Titaguas apuntes autógrafos
de D. Simón de Rojas Clemente.
No todos nuestros lectores tendrán noticia
de este sabio; en atención á ello, haremos un
esbozo biográfico.
En orden á los conocimientos gramaticales,
pocos han alcanzado la altura á que llegó este
jiijo de nuestro país. D. Simón de Rojas Cle-
mente es una de las glorias intelectuales de Es-
paña; en las cátedras, academias, revistas, co-
í69
misiones oficiales y libros vertió el rico caudal
de su ilustración. Floreció á fines del siglo xviii
y en los comienzos del xix, dejando perpetua
memoria de sí en las ciencias y literatura.
Nació en Titaguas' en 27 de Septiembre
de 1777; estudió latinidad en Segorbe con el
excelente profesor Cister, del que aprendió
también la Retórica y Poética latinas y castella-
nas. En la Universidad de Valencia cursó Filoso-
fía y Teología, obteniendo los títulos de Maes-
tro en Artes y doctor en Teología con el premio
que se concedió entonces al alumno más sobre-
saliente. Siendo casi un niño, hizo oposiciones
en Madrid á una cátedra de Lengua Hebrea; no
fué agraciado, pero dejó bien sentada su repu-
tación, y. pronto le fueron encomendadas las
cátedras de Lógica y Ética del Seminario de
Nobles.
Aplicóse mucho al estudio del Árabe y del
Griego. Ocuparse de Química, Botánica y Mi-
neralogía era un bello recreo para nuestro
eximio paisano.
Con ocasión de ciertas comisiones oficiales
pasó á París y Londres, y en los Museos de
Historia Natural puede decirse que tenía su
alojamiento. En el año de 1804 se encontraba
* Para mayores datos y pormenores consúltese la Gaceta
de iI/¿j5^r/¿/ correspondiente al día 27 de Marzo de 1827, en
la que se insertó su necrología, y la «Biblioteca valenciana»
de D.Justo Pastor Fuster, tomo II, pág. 453. Valencia, 1829.
170
en Andalucía, donde hizo muchos trabajos nota-
bles (en aquel tiempo); midió geométricamente
las alturas de Sierra Nevada y otras del mon-
tuoso terreno andaluz, formando al mismo tiem-
po la escala vegetal desde las cimas al nivel del
mar; examinó las prácticas agrícolas, los usos,
costumbres, lenguaje y cuanto interesa á un
viaje eficaz é ilustrado.
En Sanlúcar de Barrameda establecióse por
el Estado, y bajo la dirección de D. Simón de
Rojas, un jardín botánico destinado á prácticas
agrícolas con las especies botánicas traídas de
América; pero vino la invasión francesa y no pudo
seguir aquel centro de estudio. Ocupada toda
Andalucía por los franceses, se retiró á Madrid
y después á Titaguas. En su pueblo permaneció
los años 1812, 13 y 14. El de 181 5 volvió á
Madrid. Con Lagasca trabajó en coleccionar los
seres naturales traídos de Santa Fe de Bogotá,
y contribuyó á la publicación de «La Agricul-
tura», de Herrera, nivelándola con los conoci-
mientos de su tiempo. Los sucesos políticos le
alejaron de Madrid, marchando nuevamente á
su pueblo.
Fruto de su inteligencia es el notable tra-
bajo «Ensayo sóbrelas variedades de la vid»,
publicado en 1807, y vertido en todas las len-
guas europeas; la traducción francesa fué circu-
lada por todos los departamentos, y Luis XVIII
ordenó se repartiesen ejemplares á las autori-
171
dades de los pueblos. En Alemania el ilustre
Schultzer se esforzó en popularizarla.
Tan notable como el «Ensayo sobre las va-
riedades de la vid» es el tratado de la «Ceres
española y la Historia Natural de Granada»,
obras que á su muerte legó al rey D. Fernan-
do VIL Escribió el «Semanario de Agricultura»
y otras muchas cosas más.
Elegido en 1820 vocal de Cortes, fué uno
de los encargados de la corrección de estilo en
la redacción del Diario de Sesiones. Contribuyó
también á la publicación del «Diccionario de la
Academia de la Lengua», proponiendo muchas
inclusiones de voces. A su muerte, ocurrida en
Madrid el año 1827, quedaron inéditos muchos
manuscritos siiyos. En este caso se encuentra
un grueso cuaderno, que contiene los apuntes
de que hemos hablado al comenzar este artícu-
lo. Estos apuntes eran un mamotreto de los
distintos que el sabio hijo de Ti taguas haría en
su vida literaria.
En el mencionado cuaderno autógrafo están
sin numerar las páginas y muchas hojas sueltas;
es indudable que se han extraviado algunas,
particularmente al principio.
Los apuntes que nos ocupan son, al parecer,
las anotaciones que el autor hacía cuando co-
laboraba en la redacción del «Diccionario»,
publicado el año 18 17. Debía andar aquél pre-
ocupado en fijar las etimologías de algunas pa-
172
labras, como fósil, oxígeno, hidrógeno, hidráu-
lica, hidrofobia, libre albedrío, mitología, etc.,
pues á continuación de cada una escribió larga-
mente en caracteres árabes.
Que nuestro coterráneo había propuesto
la inclusión de muchas palabras en la edición
del «Diccionario» de 1817, lo demuestran las
voces que llevan al margen un asterisco (*), por-
que en una de las últimas hojas del cuaderno
dice escrito con distinta tinta: «Las palabras
señaladas con esta indicación (*) ya han sido
puestas en el «Diccionario». Se ve en este ma-
nuscrito que nuestro botánico trabajaba para
sustituir ciertas definiciones antiguas que trae el
«Diccionario» por otras que él propuso. Muchas
de las propuestas fueron aceptadas por la Aca-
demia, pero otras no. Así, por ejemplo, la palabra
jerarquía la define la Academia diciendo: «El or-
»den entre los diversos coros de ángeles y los
» grados diversos de la Iglesia. Por extensión se
»aplica á otras personas ó cosas». D.Simón Rojas
propuso, sin resultado, definirla de esta manera:
« Jerarquía es el orden y subordinación que en
» cualquier república bien ordenada tienen las
»diversas clases de sujetos que la componen.»
Otras muchas definiciones del porte de la
anterior contiene el manuscrito, evidenciándose
con ellos la atención que el Dr. Clemente puso, á
fin de embellecer y hermosear el idioma caste-
llano. Pero como nuestro estudio sólo se enea-
173
mina á investigar la influencia que ejerció Ara-
gón en el habla de Segorbe, hemos de alejarnos
de esta parte de los apuntes para detenernos en
lo que él llamó lenguaje de Titaguas.
Este particular estudio no llegó á explanar-
lo; en los apuntes se encuentra un proyecto de
estudio, no un trabajo ya hecho; trazó magis-
tralmente el boceto de su asunto, y quedó la
obra nada más que comenzada. Rotuló con
epígrafes varias hojas del manuscrito, y á con-
tinuación escribió algo en unos capítulos: en
otros se ven listas de nombres vulgares del país.
La distribución y forma de antemano trazada al
asunto, demuestran que su autor era excelente
observador con hábitos de naturalista. De la
expresada distribución surgen incidencias que
revelan la trascendencia del lenguaje aragonés,
y que nosotros intentaremos aprovechar.
Y para que en nada puedan confundirse
nuestras opiniones y noticias con lo dicho, por
Clemente, lo que éste consignó lo escribimos
variando el tipo de la letra.
Es una gran lástima que la interrupción, por
causas que desconocemos, no nos permita con-
templar una obra comenzada por persona tan
idónea.
Rojas dividió su asunto en dos secciones:
una gramatical, la otra los vocabularios.
174
I
Pai>te gramatical
I.* Voces compuestas do osadas en casteDano.
CASTELJJkNO
ESTITAGUAS
SE CC»iFON£
EQUIVALENTE
Manifecero
Mano y haces
EntrcHnetido
Pañomesa
Paño y mesa
Mantel
Agaamanal
Parígiial
Paré igual
Iguales
Botinchado
Boto é hinchado
Hinchado
En Titaguas se usa mucho el pronombre tú por ti; así se
dice: confio en /», por confío en ti.
Empieza á introducirse cierto abuso común en Segorbe
de suprimir el pronombre KsUd; por ejemplo: hágame el
favor ^ por hágame usted el favor. ^Qué dice á esto el doctor
Vicente} y por ^ué dice usted á esto, señor doctor Vicente?
Usan muy poco del relativo cuy o. i
Al relativo cual han dado en Titaguas terminación feme-
nina y neutra, tanto en singular como en plural, confun-
diendo en éste la masculina con la neutra; por ejemplo: ha-
blando de peras, icuála quieres} y por^'cuál quieres? Hablando
de borregos, {cudlos escoges?^ por ^cuáles escoges? ó di los
que escoges.
En casi todas las ocasiones que se ofrecen puede notar-
se la sustitución de cualquiera, quienquiera y cualesquiera
por cualsiqniera.
Algo significa también alguna otra cosa] por ejemplo:
dame pan ó algo, es decir, alguna otra cosa que comer.
2p El verbo comer se pronuncia en Titaguas comed.
Los gerundios, precedidos de la preposición en^ se resuel-
ven muy frecuentemente á la valenciana, es decir, por algún
tiempo del verbo á que pertenecen con el infinitivo ser; por
ejemplo: en ser que cene me acostaré^ por en cenando me
acostaré.
Muchos verbos de la primera conjugación, que hacen
irregulares los castellanos añadiéndoles en algunos tiempos
175
antes de la e del infinitivo una i que éste no tiene, recobran
su forma regular en Titaguas.
Apretar aprieta. apreta
Atestar atiesta atesta
Aventar avienta aventa
Empedrar empiedra empedra
Fregar friega frega
Retentar retienta retenta
Por la inversa, los titagüenos usurpan de los castellanos
la facultad de intercalar dicha i en algunos verbos en que
éstos no han querido admitirla hasta el día; tales son:
EN CASTELLANO
EN TITAGUAS
Enredar
enreda
enrieda
Plegar
plega
pliega
Desplegar
desplega
despliega
Escampar
escampa
escampia
El verbo andar conserva en Titaguas su sencilla forma
regular; así se dice comúnmente ande y no anduve, andará
y no anduviera, andaré y no anduve.
Los verbos acabados en acer^ ecer^ ocer, mudan común-
mente la e radical en g en las personas y tiempos que reci-
ben z antes de ella, como en el verbo complacer, complazgo
por complazco, nazgo por nazco, etc.
A la lista de los verbos de la segunda conjugación que
admiten i antes de e conjugándose por el verbo ascender,
cual los trae la Academia en su Gramática, añaden los tita-
güenos algunos más.
EN TITAGUAS EN CASTELLANO
Comprender
Aprender
Pretender
Compriende Comprende
Apriende Aprende
Pretiende Pretende
El verbo responder, además del pretérito respondí y el '
participio de pretérito respondió, que son los usuales en
176
castellano, tienen en Titaguas estos otros irregulares, res-
puso^ respuesta^ como si fueran compuestos de poner.
Bendecir y maldecir sólo se apartan del uso corriente en
los tiempos siguientes: bendecid por bendije; bendiciera^ por
bendijera.
El verbo traer se usa en Titaguas con todas las irregula-
ridades que el uso general ha sancionado, y muy frecuente-
mente también con las siguientes:
Pretérito imperfecto. Trayba.
Id. perfecto Truje.
Infinitivo Trair.
Imperativo Traí.
Pretérito imperfecto de subjuntivo.. . . Trujera.
Gerundio Traindo.
El verbo reir se usa comúnmente con las siguientes
anomalías:
EN TITAGUAS
EN CASTELLANO
Rir
Reir
Ría
Reía
Rite
Ríete
Riyera
Riera
Riyese
Riese
Ri
Reí
Riré
Reiré
Riyere
Riere
Riyendo
Riendo
Rido
Reído
En el verbo ir se usa ves^ por ve; veste^ por vete, é
indo^ por yendo.
Son verbos impersonales no cal^ si cal, por no es me-
nester, ó no falta, ó sí es.
Los verbos que empiezan por des, pierden generalmente
la d al pronunciarlos en Titaguas; tales son, entre otros
muchos, los siguientes:
177
EN TITAGUAS
Esbancar
Estrozar
Estroncar
Esaparejar
Esabotonar
Esbaratar
Escalabrar
Escantillar
Escartarse
Escer rajar
Esclavar
Escolgar
Esvarar
Espeñar
Esportillar
Esposar
Espotricar
Espuntar
Estajar
Estapar
Estemplar
Estejar
Esto.rnillar
Estrabar
Espizcar
Esconcertar
Escular
Esgañitarse
Esgarrar
Escomenzar
Esmontar
Espartir
Espellejar
3.° Adverbios.
Tal cual que
A la que
EN CASTELLANO
Desbancar
Destrozar
Destroncar
Desaparejar
Desabotonar
Desbaratar
Descalabrar
Descantillar
Descartarse
Descerrajar
Desclavar
Descolgar
Desvarar
Despeñar
Desportillar
Desposar
Despotricar
Despuntar
Destajar
Destapar
Destemplar
Destejar
Destornillar
Destrabar
Despizcar
Desconcertar
Descular
Desgañitarse
Desgarrar
Descomenzar
Desmontar
Despartir
Despellejar
Luego que
Cuando
12
178
EN TITAGUA3 EN CASTELLANO
En antes Antes
De camino Al mismo tiempo
Tal cual Al instante
El día que Cuando
A dos por tres Frecuentemente
De baldes A ningún precio
De primeria Primero
Pues sí Cierto
Las preposiciones cada por cada uno, y detrás por tras.
Rojas dejó en este punto varias hojas en blanco, y más ade-
lante escribió.
Por la conjunción «mientras», emplean el valencianismo
Mientras. Así que sólo la usan los titagüeños en lugar de
«luego que». Cuando la habían desusar como conjunción
continuativa, la sustituyen sin economizar nada el pesadísimo
conque.
Entre las interjecciones, hoyga. Y no con-
tinúa el artículo, pasando, tras dos hojas en
blanco, á las figuras de dicción.
La sinalefa, tan favorita del vulgo español, hija acaso de
la pereza más bien que de la viveza, del aturdimiento, tor-
mento y escollo de los extranjeros para la inteligencia del
idioma hablado, que por una vez que suaviza la pronuncia-
ción ó sonido quita, en otras cien, mil gracias al idioma, ya
de suyo generalmente sonoro y armonioso, es también la
figura querida de los titagüeños hasta un exceso horrible y
que tendrá por fortuna pocos ejemplos. No contentos con
quitar la vocal, suprimen al paso muchas veces alguna con-
sonante, dejando así las voces bárbaramente desfiguradas.
Quitan siempre una o al gerundio cuando se junta el
afijo; por ejemplo: mojandos por mojándoos.
De sintaxis, manifestó:
Cuando se juntan los pronombres 7ne y se, anteponen los
179
<ie Titaguas ordinariamente el primero. Así dicen: (Y ámi
qué me se da deso?^ por <-y á mí qué se me da de eso? Tam-
bién dicen qué me séyo^ por qué sé yo.
De sintaxis figurada puso estos ejemplos:
No más se reia^ por se reía no más ó se reía y nada más.
No mucho que y por no será mucho que. Talcual voy y por
■en seguida voy. Lo que es eso si, por sí. Lo que es córner^
bien comemosy por comemos bien.
11
Los vocabularios pueden reducirse á los si-
guientes:
\P Arcaísmos usados en Titaguas.
2P Voces usadas en Titaguas con otra
acepción que en Castilla.
3.^ Voces castellanas que se pronuncian en
Titaguas con una corta alteración, subdivididas
en: i.^, aféresis; 2.^, síncope; 3.^, apócope;
4.^, prótesis; 5.^, epéntesis; 6.^, metátesis, y
7.^, antítesis.
4.^ Voces castellanas que se pronuncian en
Titaguas con grande alteración y de voces téc-
nicas agronómicas no usadas en Castilla.
5.^ Aragonismos y valencianismos.
6.^ Voces propias de Titaguas derivadas
del castellano, tomadas de lenguas extranjeras
de origen desconocido, y voces procedentes de
otras lenguas y dialectos de la península, ya en
lo material del sonido, ya en acepción.
7.0 Sinalefas no usadas en Castilla. Modis-
mos y refranes propios de los vecinos de Tita-
1 8o
guas ó que al menos no son comunes en caste-
llano, con algunas observaciones. Voces de
niños.
8.^ índice alfabético de los nombres que
dan en Titaguas á algunas plantas de las que
crecen en su término, con indicación de los
usuales en castellano.
I P Arcaísmos.
Lo más característico del lenguaje arago-
nés consiste en cierta desviación del idioma
hispano hacia el arcaísmo. Ciertas voces usadas
en Titaguas las calificó Rojas de arcaísmos.
Esta sección pudiera ser la más larga entré los
vocabularios, y resulta corta en atención á que
muchos arcaísmos se encuentran usados y bien
conservados en los dialectos de España, y por
ello los incluyó en otras secciones. Los arcaís-
mos usados en Titaguas son conocidos en toda
España, frecuentemente empleados en Aragón
y muy oídos en Segorbe, como puede verse ái
continuación:
Agüelo
Abuelo
Agro y agre
Agrio
Allegar
Llegar
Arrecoger
Recoger
Aj untarse
Juntarse
Arrempujar
Empujar
Arriscar
Ponerse en peligro
Ansa*
Asa
* También se usa para designar el hueso, la clavícula^
del siguiente modo: Romperse la ansa del cuello^ por frac-
turarse la clavícula.
i8i
Baratar
Trocar
Chorrar
Chorrear
Desparecer
Desaparecer
Fastio
Hastío, tedio
Yantar
Comer
Iñir
Eñir
Logar
Alquilar
Otri
Otro
Refriar
Elnfriar
Rescaldo
Rescoldo
Malaltía
Enfermedad
Mesmo
Mismo
Niervo
Nervio
Sinaguas
Enaguas
Turrar
Asar
Zafrán
Azafrán
Estos son los arcaísmos que Rojas consignó
hasta que interrumpió la escritura en este ca-
pítulo; el largo espacio en blanco que sigue de-
muestra que no era esta sección un capítulo
concluido.
A los arcaísmos anteriores debemos añadir
nosotros los siguientes, de gran uso en Aragón
y conocidos en Segorbe:
Agora
Ahora
Atorgar
Otorgar
Ambrolla
Embrolla
Asasinar
Asesinar
Blau
Azul
Cárrega
Carga
Cudicia
Codicia
Ciminterio
Cementerio
I82
Deposar
Depositar
Enterviniendo
Interviniendo
Empués
Después
Ético
Tísico
Escuro
Obscuro
Enantes
Antes
Estoria
Historia
Estentinos
Intestinos
Filicidad
Felicidad
Fieto
Feto
Letrero
Rótulo
Mochacho
Muchacho
Homecida
Homicida
Previlegios
Privilegios
Previdencia
Providencia
Probes
Pobres
Prucisión
Procesión
Quisiendo
Queriendo
Reconvinió
Reconvino
Redículo
Ridículo
Refitorio
Refectorio
Riguridad
Severidad
Sabo
Sé
Tubiendo
Teniendo
Vieda
Veda.
Todos los arcaísmos suelen juzgarse hoy
como simples desviaciones eufónicas. Nuestra
opinión se aparta algo de este sentir. El tiempo
refina ó adultera, pero no para todos, el idioma.
i83
Es obra de siglos connaturalizar una mudanza
gramatical, y lo que suele llamarse corrupción
de voces, puede muy bien ser, en algunos casos,
inalterable subsistencia de las mismas al través
de los siglos.
La conservación de estos materiales del
idioma actual entre nuestro vulgo sin las hue-
llas del tiempo, tiene cierto poético deleite que
agrada contemplar. Los poetas, comprendién-
dolo así, se han aprovechado de ello en sus
versificaciones.
2P Voces usadas en Titaguas con otra
acepción que en castellano.
La razón de esta distinta acepción de voces
entre Castilla y Titaguas nos la aclaran en gran
parte los aragonismos.
Las pocas voces siguientes que Rojas tenía
ya reunidas en este capítulo sirven de ejemplo
á lo que acabamos de decir, revelando la acción
de Aragón en este lenguaje:
VOCES
Almenara..
Amasador..
EN TITAGUAS Y SEGORBE
Zanja por donde sale el
agua sobrante al río.
Abertura en las ace-
quias para entrar el
riego en los campos.
Persona que amasa.
EN CASTELLANO
Candelero sobre el
cual se ponen can-
diles de muchas
mechas para alum-
brar. Señales he-
chas con fuego en
las torres para dar
aviso á io lejos.
Aposento donde se
amasa.
1 84
VOCES
Andador. .
Abrevador.
Bebedor. .
Bengala.. .
Currucíi.. .
Cárcavo.. .
Costal.. . .
Carraspera.
EN TITAGUAS Y SEGORBE
Espacio para paseo en
los jardines.
Paraje para beber los
animales.
El vaso de barro ó de
otra materia en que
se echa la bebida á los
pájaros de jaulas y
otras aves domésti-
cas, como palomas,
gallinas, etc.
Bastón de junco.
El conjunto de perros
que cazan juntos y
componen una cua-
drilla.
Capacidad interior de
los puentes en los mo-
linos.»
Porción atada de mieses,
hierbas, leñas ó cosa
semejante. Persona
desfigurada por exce-
so de gordura ó muy
delgada; así se dice:
«Está hecha un costal
de paja; parece un
costal de huesos.»
EN CASTELLANO
Fiebre larga no exenta
de gravedad y de cui-
dado.
Persona ó animal
que anda mucho.
Persona que da ó
lleva el agua á los
animales domésti-
cos.
El que bebe. Co-
múnmente se dice
del que bebe con
exceso vino ó li-
cores.
Especie de muse-
lina.
Ave.
Cavidad ventral en
los animales.
Saco grande de jer-
ga, lienzo ú otra
tela en que común-
mente se transpor-
tan granos. Pisón
adelgazado por la
punta inferior, que
sirve para apretar
la tierra de que se
hacen los tapiales.
Las heridas, gol-
pes, quemaduras,
etcétera, que ra-
dican en el cos-
tado.
Cierta aspereza en
la garganta que
impide tragar li-.
brómente la saliva.
VOCES
Cumplido..
185
EN TITAGUAS Y SEGORBE EN CASTELLANO
La sala principal y ga-
binetes adyacentes en
que se recibe á las
visitas que no son de
confianza; así se dice:
«Visitas de cumplido,
relaciones de cumpli-
do, personas de cum-
plido.»
Hablando de algu-
nas cosas, largo ó
abundante. El sol-
dado que ya sirvió
el tiempo que le
correspondía y to-
davía permanece
en el regimiento.
El que es puntual
en todas las aten-
ciones y actos de
urbanidad. Cum-
plimiento, acción
obsequiosa. Cum-
plo y miento.
3.^ Voces castellanas que se pronuncian en
Titaguas con una corta alteración.
Muy pocas voces tenía Rojas acopiadas en
las distintas agrupaciones que hizo de este ter-
cer capítulo. Son muy frecuentes en este país
las alteraciones en las palabras ocasionadas por
la preferencia del . vulgo hacia ciertas letras.
Muchas palabras ofrecen la leve diferencia de
sílaba ó letra sustituida al principio, al medio ó
al fin por aféresis, síncopa ó apócope, ó letra
adicional por prótesis y epéntesis, juntándose á
estas leves diferencias las no mayores de las
metátesis y antítesis.
Las anteriores alteraciones del lenguaje ocu-
rren tanto en Castilla como en Aragón. La per-
ceptible inclinación que el vulgo de esta última
región ha mostrado hacia algunas voces de esta
1 86
manera alteradas, no nos parece suficiente mo-
tivo para calificarlas de aragonismos. Lo que sí
creemos es que, si no se conocieran en Aragón,
tampoco aquí subsistirían, y Rojas no hubiera
abierto cuenta con ellas en los términos si-
guientes:
EN TITAGUAS
EN CASTILLA
i.° Aféresis
Oceiía
Docena
Id.
Masijo
Amasijo
2.^ Síncopa
Ceazo
Cedazo
Id.
Empastro
Emplasto
Id.
Espargos
Espárragos
Id.
Cujón
Cugujón
Id.
Escullar
Escudillar
3.° Apócope
Vay, vay
Vaya, vaya
Id.
Algui
Alguien
Id.
Foguer
Foguero ó fogón
Id.
Verdá
Verdad
4.^ Prótesis
Atroj
Troj
Id.
Apeligra
Peligra
Id.
Forear
Orear
5.** Epéntesis
Acobardear
Acobardar
Id.
Chimeneía
Chimenea
Id.
Henchizar
Hechizar
Id.
Escalondrijo
Escondrijo
Id.
Indulugencias
Indulgencias
Id.
Teda
Tea
Id.
Enriedo
Enredo
Id.
Peder
Peer
Id.
Escalambrujo
Escarambrujo
e."" Metátesis
Adrento
Adentro
Id.
Cofadre
Cofrade
Id.
Cátreda
Cátedra
Id.
Catredal
Catedral
Id.
Catredático
Catedrático
1 87
7-°
EN TITAGUAS
EN CASTILLA
Metátesis
Naide
Nadie
Id.
Pedricar
Predicar
Id.
Sastifacer
Satisfacer
Antítesis
Güey
Buey
Id.
Güitre
Buitre
Id.
Golver
Volver
Id.
Cuchara
Cuchara
Id.
Cuchillo
Cuchillo
Id.
Rególver
Revólver
Id.
Pisco
Pizco
Id.
Malandrán
Balandrán
Id.
Mandurria*
Bandurria
Id.
Muñuelos
Buñuelos
4.^ Voces castellanas que se pronuncian en.
Titaguas con grande alteración.
Seis palabras solamente se encuentran ano-
tadas en esta sección, y su lectura nos complace,
porque no hallamos en ellas las deformidades
enormes que algunos han atribuido al lenguaje,
vulgar de nuestro país. Sospechamos que Rojas,
de haber continuado el acopio de estas voces,
no hubiera aceptado otras que las verdadera-
mente connaturalizadas en el país y de existen-
cia real y positiva.
Las seis palabras dichas son las que siguen:
EN TITAGUAS
Carrastuliendas
Capirucho
Espargatas
EN CASTELLANO
Carnestolendas
Capricho
Alpargatas
Voz empleada ya por el arcipreste de Hita.
iS8
EN TITAGUAS EN CASTELLANO
Estreudes Trébedes
Demontre Demonio '
Zalandraj os Zarandaj os
Las palabras técnicas agronómicas no usa-
das en Castilla son aragonismos y valencianis-
mos en su totalidad. El mismo Rojas lo expre-
só así, escribiendo á la cabeza del artículo las
siguientes palabras: «Las voces que se usan ó
han usado en Castilla con diferente significación
que en Titaguas llevan 1 (indicación convencio-
nal). Las que se usan con el mismo en Valen-
cia llevan 1. Cuantas veces puso la indicación ii ,
escribió junto á ella = del aragonés =. Por lo
tanto, es de rigor las incluyamos entre los ara-
gonismos, y con ellos figuran en nuestro voca-
bulario. A las palabras valencianas de esta sec-
ción las consideramos, como á las demás,
valencianismos.
5.0 Aragonismos y valencianismos.
Rojas conocía perfectamente que los arago-
nismos eran parte importantísima del idioma na-
cional, pero no fijó sus miras en la gran influencia
ejercida por Aragón en el habla de su pueblo.
No le era de mayor provecho el reunirlos todos
bajo el epígrafe de aragonismos usados en Tita-
guas. Su objeto, quizá más práctico al fin que
se propuso, fué consignar las diferencias de len-
guaje entre su pueblo y el castellano académi-
co: lo esencial era dejar bien sentado que de-
1 89
terminadas voces no pertenecían al castellano
usado en su tiempo; lo secundario, disponer su
filiación según el origen, procedencia, destino,
naturaleza, etc. Por ello en todas las secciones
del vocabulario se encuentran voces tan arago-
nesas como las que figuran en el capítulo «Ara-
gonismos». El conjunto de todas ellas encuén-
trase en nuestra colección de voces aragonesas.
Los valencianismos ocuparon la sección más
nutrida de voces en el trabajo de Rojas. Se ad-
vierte en éste cierta complacencia hacia todo lo
que es valenciano, y parece estaba adherido
gustoso á los límites oficialmente geográficos
establecidos desde los tiempos de la dominación
árabe. Las conexiones de lenguaje entre Tita-
guas y Valencia podemos permitirnos decir que
le eran simpáticas.
Para calificar de valencianismos muchas pa-
labras, bastóle el hecho de que estuvieran al
tiempo que escribía bien naturalizadas en Va-
lencia.
Es cosa anómala que palabras de mayores
abolengos aragoneses que valencianos apenas
se usen en la primera región y sean corrientes
en la segunda, pareciendo ser enteramente va-
lencianos'.
* D. Juan José Saroihandy, comisionado en clase de
alumno becario por la Escuela de Estudios Superiores de
París para que' pasara á Aragón y emprendiese el estudio
gramatical y léxico de las distintas comarcas aragonesas, ha
190
Hay muchas voces comunes á ambas regio-
nes, sobre las cuales es difícil decidir en dónde
se usaron primeramente ó qué región le prestó
á la vecina. Rojas, sobre ellas, se limitó á decir
en el epígrafe de sus aragonismos las = voces de
esta índole usadas también en Valencia van se-
venido haciendo luminosos informes sobre sus estudios. El
informe publicado sobre el lenguaje de Anso (pueblo situa-
do en la frontera vasco-navarra) contiene frases que nos son
interesantes, por cuanto muestran cierta semejanza entre el
antiguo idioma hispano y el lemosín, lo cual puede notarse
á continuación:
ANSO
^Cómo te clamas? ^'Por qué
ploras? Fa buena caló. Me
fan goyo tus guellos. A ple-
biu, i ya está xuta la carrera.
Daban da caseta hi staba una
xerata que itaba muita ñama.
^Cuálo ya ó nueso? ,iQuí ya
exe? S'en y iba enta ó mon.
<2Ya trillan? <*En cuála era?
Escuite, tía Bos. De gordos
en tingo, delgaditos en que-
ribai. ^'Quí le ma dito ixo?
Hablando, pone maito ó que
ya fembra y fembra ó que
ye maito. Se maco. Lo as
feito aldrede. ^'A dó vas? Ent
á fuen.
^Cómo te llamas? ^Por qué
lloras? Hace buen calor. Me
hacen gozo tus ojos. Ha llo-
vido, y ya está seca la calle.
Delante de la casita había un
fuego que echaba mucha lla-
ma. ^Cuál es el nuestro?
¿Quién es ese? ¿De dónde
eres? Se iba hacia el monte.
<Ya trillan ustedes? ^En
cuál era? Escuche, tía Fula-
na. Gordas tengo, delgaditas
quería. ¿Quién se lo ha dicho
eso? Hablando, pone macho
lo que es hembra y hembra
lo que es macho. Es tarta-
mudo. Lo has hecho adrede.
^Adonde vas? A la fuente.
(Tomado del «Annuaire> de 1901 de la Escuela de Estu-
dios. París, 1900. Versión española de Laborde. Zarago-
za, 1902).
191
ñaladas con un punto (.), y al llegar á los va-
lencianismos no hizo advertencia alguna. Mucho
nos extraña esto último porque la influencia
provenzal fué importante en Aragón, y es ad-
mirable que la tenacidad de los aragoneses no
permitiera surgir entre ellos un dialecto como
los de Cataluña, Mallorca y Valencia.
Con marcada insistencia quiso el rey don
Jaime arraigar el lemosín en sus estados. Esta
lengua la declaró lenguaje de corte, sirviéndo-
se de ella los príncipes en la esfera oficial y
particular; en lemosín se redactaban escrituras
y documentos públicos; era lenguaje de los pro-
cesos y actos del reino; en él cantaban los tro-
vadores á las damas, y entre la buena sociedad
era lenguaje de moda. Con todo lo dicho, el
pueblo aragonés continuó adherido á sus tradi-
ciones antiguas, é impidió que los intentos del
monarca tuviesen éxito.
Aconteció, sin embargo, que muchos voca-
blos valencianos pasaron á Aragón, de lo que
están plenamente convencidos cuantos conocen
las fuentes del lenguaje aragonés.
Es bastante común la creencia de que el
origen más importante del lenguaje lemosín se
remonta al siglo x, debiéndose su formación al
borgoñés y al latín corrupto. Cataluña fué la
región primeramente afectada por el nuevo
lenguaje. Las relaciones entre aquélla y los
pueblos aragoneses recayentes á la izquierda
192
del Ebro fueron muy estrechas primero, acre-
centándose después al advenimiento de los Be-
rengueres al trono de Aragón. Esto persuade á
reconocer hubo entre ambas tierras un incesan-
te cambio de voces antes que el lemosín llegara
á Valencia.
Durante los siglos xi y xii, Aragón y Cata-
luña se encontraron en relaciones que con Va-
lencia no pudo haber hasta la reconquista, ó sea
entrados en el siglo xiii. De modo que la mayor
parte de las voces de origen catalán, que son
muchísimas, comunes á Aragón y Valencia,
deben, en buena lógica, ser consideradas como
aragonismos más que como valencianismos.
Rojas transigió en esto con los hechos consu-
mados, y se atuvo al común uso de las palabras
en Valencia. Huyó, sin embargo, de aceptar
voces claramente castellanas ya adaptadas a la
pronunciación valenciana, no guardando análo-
gas miras con las voces aragonesas, las que
figuran en extraordinaria proporción entre los
valencianismos usados en Titaguas.
No vaya á creerse que á todos los valencia-
nismos los consideramos palabras lemosinas. Lo
son la mayoría; pero debemos hacer la razona-
ble consideración de que el dialecto hablado
hoy en Valencia no se debe exclusivamente á
la conquista de Cataluña por los franceses, y de
Valencia por los aragoneses y catalanes. En
todos los territorios nombrados debió subsistir
193
al tiempo de la reconquista un resto considera-
ble de población mozárabe, y por lo menos
debió suceder que en la lengua de los muladíes
y moros se retuviesen multitud de vocablos
pertenecientes á la antigua aljamia hispano-
romana, las cuales pasarían al lenguaje de los
nuevos dominadores.
Sirvan de muestra á lo dicho las palabras
pecatoso y corfa, usadas como apodos en la
aljamia de la España oriental, y corbella, cuya
invención y nombre se deben á un árabe de
Zaragoza. Julio Moreto Columela ya se sirvió
y usó de la palabra corbella. Como éstas, tienen
existencia y uso en Valencia muchas voces que
son anteriores al reinado de D. Jaime I y pasan
por valencianismos, de origen exclusivamente
provenzal.
A ciento ochenta ascendía ya el número de
voces que Rojas tenía recogidas en su cuaderno
bajo el epígrafe de c Valencianismos usados en
Titaguas». De estas voces, apartamos las que
Barao incluye en su «Diccionario» como arago-
nesas, las cuales figuran en nuestra colección;
las restantes las hemos sometido al examen de
personas competentes que, á su ilustración, re-
unen la condición de haber pasado su vida por
Aragón en comunicación constante con los
hijos del país.
Sobre ellas nos dijo D. Francisco Montolío,
antiguo y estudioso maestro de escuela, ahora
13
194
de Castelnovo, pero que lo fué durante veinte
años en Rubielos de Mora, que tan usuales como
puedan serlo en Titaguas lo son en Rubielos
las voces siguientes:
EN TITAGUAS
EN CASTILLA
Aconortarse
Acorar
Acortar la criatata
Adonarse
Adosarse
Aganchar
Agoniarse
Aguaita
Al compás
A manido
Amelarse
Apencar
Arrupido
Atarantarse
Badar
Bambolla
Barra
Boleada
Bono
Bora
Borradura
Botifarrón
Brocada
Bullir
Burro
Cagallón
Calbote
Cañamiza
Cascall
Cate
Consolarse
Aniquilar
Vestirla de corto
Reparar
Resignarse
Pillar
Acongojarse
Vistazo
A la vez
Arreglado
Engolosinarse
Apechugar
Encogido
Aturdirse
Quebrar
Ampolla: ostentación
Quijada
Envoltura para los recién na-
cidos
Tolondro
Orilla
Salpullido
Morcilla pequeña
Retoño
Hervir
Borrico
Mojón
Golpe en la mollera
Agramiza
Adormidera
Catar
195
EN TITAGUAS
EN CASTILLA
Oote
Hoyuelo
Cocot
Empanada
Cojinera
Almohada
Cordil
Hilo muy grueso
Correcher
Guarnicionero
Cosiol
Cuenco
Chano, chano
Poco á poco
Chicharra
Cigarra
Churritada
Chorreada
Desficasio
Desficacio
Desfisioso
Displicente
Desocupar
Parir las mujeres
Donsaina
Dulzaina
Emboticar
Envolver, mentir
Endeñarse
Infeccionarse
Endormiscarse
Dormitar
Ensa
Señuelo
Erizo de frío
Escalofrío
Escarramarse
Poner las piernas abiertas y
extendidas
Esclatar
Abrir los capullos la flor
Escorrí
Sobradero
Escotiflao
Herniado del ombligo
Espentolar
Destrozar
Falsón
Podoncillo
Fartón
Tragón
Filistrón
Ventanillo
Furgada
Metida
Gallet (al)
Beber á chorro
Garcearse
Corvarse
Gemecar
Sollozar
Groma
Broma
Guilopo
Tunante
Guiñoso
Coceador
Inflarse
Hincharse
Laboretas
Anís (simiente)
196
EN TITAGUAS
EN CASTILLA
Llus
Mañán
Mamantona
Mechonar
Menescal
Mijorrería
Melsa
Mochicón
Molienda
Molí
Mostoso
Mugrón
Mugronera
Musol
Mustela
Mustio
Ninote
Paleta
Palleta
Pellorfa
Pichera
Pinol
Pulse
Racha
Rastra
Reglóte
Reu (a)
Rodina
Roña
Rullo
Rusiente
Merluza
Cerrajero
Mamadera
Espigar (carpintería)
Albéitar
Pequenez
Bazo
Mojicón
Taleguilla llena de trigo que
recoge el molinero y entre-
ga después de hecha la ha-
rina
Salmonete
Sucio, con mocos en el labio
superior y en las ventanas,
de la nariz.
Pezón del pecho
Pezonera
Orzuelo
Comadreja
Marchito
Monigote
Badila
Pajuela
Paja de maíz
Jarro
Cospillo (aragonés)
Sien
Ráfaga
Sarta
Regüeldo
De cualquier modo
Torno
Mugre, tacaño
Crespo, rizo
Candente
197
EN TITAGUAS
EN CASTILLA
Safanoria
Zanahoria
Saladura
Salazón
Sambor
Infernáculo
Soca
Parte de la raíz más gruesa de
los árboles
Socarrín
Quemadura de poca intensi-
dad en la piel, ó destruc-
ción por el fuego de peque-
ña porción de telas ó tra-
pos
Sompo
Soso
Sofre
Azufre
Tanca
Tapia, cerca, talanca, váida.
Torna
Gratificación especial de la
propia especie que el géne-
ro que se compra
Turba
Vahido
Vaga
Lazada
Votobadéu
Voto á Dios
Lo primero que debemos decir ahora es
que todas estas voces son comúnmente usadas
y hasta familiares en Segorbe y su comarca.
El uso de los valencianismos de Titaguas, en
Rubielos de Mora y en toda la parte meridional
de Aragón, es una contaminación por vecindad
irradiada desde Valencia y que se debilita con
la distancia.
Para nuestras propias exigencias, escaso
apoyo dan tan exiguo caudal de voces; pero
nos vemos precisados á utilizarlas, ya que es la
única colección de valencianismos del Bajo
Aragón que conocemos calificados de tales por.
198
persona competente. Algo apreciaremos con
ellos la debilitación del valencianismo desde la
parte meridional de Aragón hacia el Norte. So-
metimos al examen de D. Francisco Blasco,
conocido médico forense de la ciudad de Caspe,
los valencianismos titagüeftos que nos ocupan^
y únicamente consideró el expresado señor vo-
ces usuales de la ciudad del Compromiso las
siguientes:
Acorar
Cióte
Mugronera
Acortar la criatura
. Cordil
Mustio
Aganchar
Erizo de frío Ninote
Agoniarse
Espentolar
Paleta
Aguaita
Fartón
Pansirse
Apencar
Groma
Rullo
Bambolla
Guilopo
Saladura
Botifarrones
Guiñoso
Socarrín
Brocada
Mamantona
Tanca
Cagallón
Melsa
Turba
Cañamiza
Menescal
Cate
Mugrón
También el distinguido literato y notable
químico de Calatayud D. Benito Vicioso nos
hizo el favor de ver estos mismos valencianis-
mos anotados por Rojas en Titaguas, aceptados
como propios de Rubielos por el Sr. Montolío
y considerados por nosotros como familiares en
Segorbe. Sobre ellos dijo que podían conside-
199
rarse de uso
habitual en Calatayud los si-
guientes:
Acortar la criatura
Guiñoso
Mugronera
Aganchar
Guilopo
Molienda
Cate
Inflarse
Mustio
Cañamiza
Menescal
Racha
Chicharra
Mamantona
Roña
Endormiscarse
Melsa
Rastra
Erizo de frío
Mostoso
Rullo
Gemecar
Mugrón
Saladura
Reduciendo á números los anteriores datos,
resulta que de io8 palabras tomadas entre los
valencianismos usados en el límite meridional
de Aragón, al llegar á Caspe nos encontramos
con sólo 34 y perdemos diez más, ó sea queda-
mos con 24 al tocar en Calatayud.
Y á propósito de valencianismos, debemos
advertir que hemos hecho con ellos y los voca-
blos provenzales y catalanes una masa común
en todo el transcurso de este trabajo; á ello no
se oponen nuestras miras respecto al lenguaje
de Aragón. Pero creemos oportuno insistir en
que el valenciano es el dialecto quizá más mo-
derno de entre los de nuestra Península, y tan-
to del antiguo idioma hispano-romano como
del castellano anticuado y del catalán tomó su
caudal de voces; así que sobre estas palabras
cuya existencia aparece comprobada en Caspe
y Calatayud, cabe por lo menos la posibilidad
de que llegasen á Aragón antes de nacer el
dialecto del reino de Valencia.
6.^ De las voces propias de Titaguas deri-
vadas del castellano cita éstas:
Aguja de cabeza, acarrucar el ojo, esparteñas de cáña-
mo, silla de reposo y cujón de la manta.
Las voces tomadas de lenguas extranjeras
son por punto general galicismos anticuados.
Palabras de origen desconocido anotó las
siguientes:
Gisela: ruedo hecho con las hojas secas de los ajos de
una rastra, donde se asienta el caldero y sartenes.
Chosco: tozudo.
Cáicabas: almezas.
Cantearse: inclinarse á un lado. No cantearse: permane-
cer inmóvil y silencioso; no hacer revelaciones de ninguna
especie.
Rocha: cuesta.
Guasqui: arre.
Abrigamos la sospecha de que las anterio-
res palabras sean de origen céltico.
Respecto á voces tomadas de otras lenguas
ó dialectos de la Península, ya en lo material
del sonido, ya en su acepción, apenas tenía
Rojas hechas anotaciones. Solamente figuran
bajo este epígrafe los siguientes nombres:
Molla, derivado del murciano y además de la miga de
pan, significa la parte ó porción blanda de la carne, del te-
rreno y de otras cosas.
Amerarse: también derivado del murciano en la signifi-
cación de empaparse de humedad, especialmente las perso-
nas cuando llueve.
HyA
Botiga: palabra aragonesa é italiana»
Toñina: voz andaluza que designa el atún fresco y sa-
lado.
yP Las sinalefas sólo fueron consignadas
en número de cinco:
Aialante
Ahí adelante
Astajo
A destajo
Casicasi
Así como así
Miusté
Mire usted
Sinoque
' Sino es que
Los modismos nos llamaron hace mucho
tiempo la atención en Segorbe; los íbamos ano-
tando siempre que la ocasión de hacerlo se pre-
sentaba, y llegamos á reunir gran número.
Creemos que esta nuestra colección era repre-
sentación gráfica del lenguaje local y la demos-
tración de su existencia. Llegó después á
nuestras manos el manuscrito de Rojas, y com-
prendimos por él que aquellos modismos tenían
mayor asiento geográfico y eran al propio tiem-
po una de las tantas pruebas que demuestran la
•influencia que sobre este país ha ejercido Ara-
gón. Concluyó de convencernos de esto la lec-
tura de las curiosas locuciones escogidas por
Barao, como maneras usuales de decir en Ara-
gón, que, según dicho señor, no alteran en nada
el idioma castellano, ni difieren de la sintaxis
común, ni son otra cosa que combinaciones de
las sinnúmero que permite un idioma.
No dejan de despertar interés ciertas locu-
dones por lo que tienen de comparativas, como
puede verse á continuación:
Más listo que Cardona, como alusión al viz-
conde de este título, que, cuando su grande
amigo el infante D. Fernando fué mandado
matar por el rey su hermano en 1363, huyó
precipitadamente desde Castellón á Cardona,
pasando el Ebro por Ampurias. Sigo en mis
trece, estoy e^i mis trece, es modismo á que dio
origen la obstinada terquedad del célebre anti-
papa D. Pedro de Luna, empeñado en no re-
nunciar á sus trece, es decir, al nombre papal
de Benedicto XIII. Más malo que Piván y ser U7t
Fierabrás, ambos personajes caballerescos. Sabe
más que Merlín, nigromante y hechicero como
Briján. E^i donde Cristo dio las tres voces, denota
un paraje extraviado ó lejano. Más duro que el
pie de Cristo, se aplica á cosas materiales como
el pan, queso, etc. Corre como un desenfrenacb^ se
aplica al que corre mucho. Pude como un perro
muerto, denota hedor insoportable. Quedó co?no
canasta sin culo, moteja al que no cumplió como
se esperaba de él ó había prometido. Otro día
será la fiesta en 7ni calle, anuncia que se procu-
rará el desquite. Ya te has enculao, por ya no
puedes moverte ó no tienes salida. Estar todo
como Dios quiere, es una irreverente manera de
excusar el desorden ó suciedad en la casa. Para
postres llegó X^ anuncia una nueva complicación.
En tan bendita hora, califica de grata una solu-
203
ción. Ir de capa caída, expresa se anda en deca-
dencia. Búscate la manta, quiere decir que se
ignora el paradero de algún sujeto q la solución
de un negocio. Esto traerá rastro, es afirmar ul-
teriores males y perjudiciales consecuencias. Se
desbarató el pastel^ es como decir se deshizo una
intriga. Tirar de la cuanta, equivale á descubrir
un secreto. Más morado que un lirio, representa
la suma lividez de una persona. Más pesado que
un ruejo, denota que una persona carece de ac-
tividad. Arrapaba la tierra, es locución emplea-
da para ponderar un dolor, particularmente del
vientre. No quiero que 7ne quede ningún retintín, se
emplea para justificar el proceder resuelto y
decidido en negocios de interés, particularmen-
te multiplicando las diligencias en busca de re-
medios contra las enfermedades. Me rompían la
puerta, por llamaban á ella fuerte. Más perdido
que una aguja en el mar, representa que una
cosa perdida ya no se encontrará, ó que un ne-
gocio no puede tener buen término. Más perdi-
do que Carracuca, se usa en sentido de no tener
salvación. Mear muy alto, es ser muy pretencio-
so. Parece que el rey le cuida los puercos, acusa
orgullo en grado sumo. Hacía una noche como
una boca de lobo, manifiesta que la noche era muy
obscura. Mearse de risa, no es más que reir con
mucho gusto. De buenas á primeras, alude al pri-
mer instante. De buenas se escapó, apercibe que
faltó poco para ser hallado ó prendido. Ni por
204
Dios y es una rotunda é impía negación, por des-
gracia frecuente en todas las clases sociales. ^A
qué sanio} ^ impropia manera de decir imposible
ó no puede ser. Echado de 7ne7?ioria, se dice del
que se acuesta boca arriba. A dos por tres ^ deno-
ta frecuencia. Levantarse á repique campana, da
á entender que se salió del lecho precipitada-
mente: este modismo recuerda los tiempos en
que con frecuencia las campanas de las torres
avisaban á los vecinos la proximidad de algún
peligro, y era el repique la señal de alarma. Una
pechada de fruta, es lo que puede colocarse
entre la camisa y el pecho. Una tripada de peras,
ciruelas, etc., representa haber hecho excesiva
comida de aquellas frutas. Ni Cristo que lo fundó,
se suele decir para recalcar las negaciones. No
quedó títere con cabeza, es como decir todo fué
roto, estropeado ó disperso. No hay tu tía, alude
á que no se admiten reclamaciones. SÍ7i comerlo
ni deberlo , expresa que, ajenos á un negocio,
sufrimos sus malas consecuencias. A cierra ojos,
sin inconveniente. Ahora mismo, por verbigracia.
No hay un amparo, por no hay nada. Bay, pues,
quiere decir adiós. Camallí, ca^nallá, es cabalgar
con una pierna á cada lado de la montura. Co-
rrer la acidóla, es ir de broma. Correr Ceca y Meca,
es ser un correntón. Chico^ se dicen así y llaman
muy frecuentemente unos á otros en el trato
familiar y cariñoso; sírveles también esta voz
de interjección para expresar admiración, ex-
205
trañeza, sorpresa triste ó alegre: se ha tomado
del valenciano chic, Dirá7i que, por he de decir,
Esclatar á llorar, denota que al punto comenzó
á llorar. En aquellas entremedias, ó sea por en-
tonces. Cuánto ni más, expresa lo contrario de
lo dicho, esto es, cuanto más.. Tener gola, dicen
los titagüeños á comerlo todo ó pasar por todo
como sea cosa de provecho al cuerpo. Mas él
ya 710 pudo levantarse, expresa cansancio, embria-
guez, enfermedad, herida ó cualquier accidente
grave y repentino. Vaya usté mirando^ es en Ti-
taguas una admiración despreciativa. Y yo el
prÍ77tero, este modismo se usa en Titaguas más
que en Castilla para significar exceso ó que se
sobresale en aquello de que se habla, sea lo que
fuere; por ejemplo, dice uno: «hay quien usa á
cada instante de este modo de hablar»; y res-
ponde el mismo por quien se dice: «sí, señor^
muchos, y yo el primero. Atente y bo7ietc , es ha-
cer las cosas según el antojo de uno. Co7i todo y
con eso, como si dijéramos á pesar de eso. To77iar
mala vuelta, es marchar con mala fortuna ó em-
peorar en el estado de la enfermedad. Pues va-
mos, además de los usos comunes, tiene en Ti-
taguas esta expresión otro muy frecuente y
fastidioso; cuando se habla amistosamente se
repite entonces muy á menudo, é intercala en
cualquier parte sin significar nada ni venir al
caso, como no sea para denotar el abandono de
la familiaridad ó la pesadez mental y torpeza de
206
la lengua del que habla. Como digo, es locución
impertinente muy usada, aun cuando no se
narra.
Determinadas voces y maneras de hablar
todavía no consideradas como arcaísmos por el
Diccionario de la Lengua, muy castellanas, pero
decaídas y aun ridiculas en el mismo Castilla,
son 'de uso común en Aragón y Segorbe; las
podemos considerar hoy como verdaderos mo-
dismos y tienen frecuente uso, porque nuestras
clases populares están mucho más adheridas al
lenguaje antiguo que á las innovaciones. Más
que los razonamientos dicen sobre ellos los
ejemplos: Apuntico día ya estábannos en el cazade-
ro, por al amanecer. A la boquica noche llegába-
mos á la masía^ por al anochecer. No sé por gtcé
sus queréis tan mal. En salir de misa del Gallo nos
verefnos las caras, por al salir de la misa del Ga-
llo zanjaremos la cuestión. Poniendo de mi parte
los imposibles, haciendo de mi parte cuanto pue-
da. No por quererse tanto, han de estar todo el día
juntos. Por no comprometerme, me fui del baile antes
con antes, por. no comprometerme me fui del
baile al punto. En puesto de ir á la huerta, se Tuetió
en la taberna^ en lugar de ir á la huerta se metió
en la taberna.
Los refranes sería muy de nuestro gusto
poderlos transcribir ó comentar, pero Rojas no
hizo sobre ellos más que escribir el epígrafe.
El pueblo en esta comarca es aficionado al
-.■•^
207
uso de refranes: los intercalan con frecuencia á
la manera de Sancho Panza en la conversación,
y los labradores apoyan en ellos sus conjeturas
sobre las vicisitudes estacionales y porvenir de
las cosechas. Todas las tradiciones máximas de
la agricultura las conserva nuestro pueblo en su
memoria con refrenes.
Nosotros teníamos anotados muchos refra-
nes oídos en Segorbe, pero hemos prescindido
de ellos al encontrarlos consignados en los Dic-
cionarios y en la obra que compuso D. Francis-
co Rodríguez Marín' sobre refranes de los países
románicos. Después de gastar mucho tiempo en
comprobaciones, hemos formado la opinión de
que no hay refrán alguno propio de Segorbe.
De las voces de niños sólo puso el epígra-
fe, y á continuación papá^ nene^ tete^ tita pon y
bUj ba,
8.^ índice alfabético de los nombres que
dan en Titaguas á algunas plantas de las que
nacen en su término, con indicación de las
usuales en castellano. Este índice sería de gran
interés local, dada la competencia de Rojas
para la determinación y clasificación de las
plantas. Pero nuestro sabio naturalista é inteli-
gente políglota no hizo más que enunciar con
^ «Los refranes del Almanaque, recogidos, explicados y
concordados en los diversos países románicos», por don
Francisco Rodríguez Marín, de la Academia Sevillana de
Buenas Letras. Sevilla, 1896.
208
este epígrafe octavo el estudio que intentaba
hacer.
La atrevida revelación que hemos hecho del
proyecto de estudio que Rojas tenía preparado,
nos obliga á reclamar la indulgencia de las per-
sonas ilustradas que se tomen la molestia de
leernos. Creímos nos fué lícito poner nuestras
desaliñadas manos en este proyecto, por consi-
derarlo trazado en términos favorables al cono-
cimiento de las voces aragonesas usadas en Se-
gorbe.
El diminutivo «ico>
I
No se nos oculta que para el buen uso de
los diminutivos es necesario cierta discreción y
gusto. Todas las cosas materiales, lo mismo que
las cualidades del espíritu, son susceptibles de
diminutivo.
En nuestro idioma admiten diminutivo, no
tan sólo los substantivos, sino hasta los adjetivos,
adverbios y preposiciones, sobre todo en el len-
guaje familiar.
Más de treinta diversas terminaciones de
carácter diminutivo tenemos en castellano; entre
ellas, las en ico^ ito^ tilo son tan generales, que se
aplican indistintamente á casi todos los nom-
bres: úsanse las tres como verdaderos sinóni-
mos.
209
Nuestros gramáticos no han hecho divisio-
nes correspondientes á la estimación ó desafec-
to que los diminutivos pueden expresar, ya que
unos denotan compasión, otros ternura ó cari-
ño, enojo ú odio, burla ó vilipendio, etc. Gene-
raímente en España se abusa de los diminutivos,
dando al lenguaje cierto sesgo afeminado.
Hay en la elección de los diminutivos algo
que es tradicional: las diferentes regiones de
España muestran desde muy antiguo predilec-
ción por uno ú otro. En Aragón, por ejemplo,
es universal el uso del ico^ al paso que en Va-
lencia y Castilla predomina el ito. En Andalu-
cía se sirven del illo^ y en Murcia abunda mucho
el ico.
También la elección del diminutivo suele
depender de las pretensiones sociales de los
que los usan: la gente modesta y sencilla, que
respira atmósfera de naturalidad, se sirve con
frecuencia del ico; las personas pretenciosas que
buscan posturas señoriles en el lenguaje, tienen
su uso como una falta imperdonable y le con-
ceptúan ridículo.
Si reparamos un poco, echaremos de ver
que las terminaciones en illo arguyen cierto des-
precio, tienden al achicamiento, por ejemplo:
chiquillo^ 7nediquillo; las en ito suelen denotar hi-
pocresía, por ejemplo: ¡tiene una risita mi snegre-
cita!; las en ico manifiestan cariño, predilección,
siendo á lo menos un añadido inofensivo; el ico
u
210
tiende á la alabanza, y cumple mejor que los
otros en el lenguaje de la buena fe.
Un poco chocante se hace oír el ico cuando
se prodiga mucho su uso, pero nunca resulta
tan empalagoso como el ito é ülo^ usados tam-
bién con prodigalidad.
El uso del ico es muy antiguo en Segorbe;
en prueba de ello, ahí tenemos los nombres de
las partidas de Puntalicos, Cuevica y Fontani-
cas en Azuébar. Montañica, RoUico y Huerti-
cas, en Geldo. Aliaguicas, Carrasquica, Rompi-
dicos y Solanica, en Gátova. Fontanicas, RoUico
y Peña los Pajaricos, en Altura. Alcornocarico,
en Valí de Almonacid. Casica, en Almedíjar.
Y Fontanicas también en Segorbe, como en
Azuébar y Altura.
La frecuencia del uso del ico en Segorbe no
es tanta como en Aragón, pero sí lo bastante
para que en ciertas localidades de la próxima
costa nos califiquen desfavorablemente.
No hay motivo para lamentarnos por ello.
Los grandes maestros del idioma le usaron mu-
cho, ajenos á que personas razonables en años
posteriores habían de conmiserar su uso.
El ico es para ciertas gentes un testimonio
de llaneza, apreciación gratuita y ligera, que
queda bien desmentida con el uso que hicieron
de él los ilustres escritores de los mejores tiem-
pos de nuestra literatura. Fr. Luis de Granada
se expresa con suma dulzura y propiedad, di-
ciendo <íie\ pollico que nace se pone bajo de las
alas de la gallina, y lo mismo hace el corderico».
Santa Teresa da tonos de candor celestial cuan-
do escribe «al primer airecico de persecución se
pierden estas florecicas». El P. Avila aconseja
conservar «aquella centellica del celestial fuego».
El P. Nieremberg compara los gustos y entre-
tenimientos de esta vida «con una gótica de
miel». Y en las meditaciones del P. Lapuente
se pueden contar gran número de terminados
en ico, Lope de Vega compara el meteoro de
San Telmo «con una estrellicav>. Cervantes se
expresó con suma propiedad y acierto cuando
habla tde las tajadicas de carne de membrillo
con que se regalaba el gobernador de la ínsula,
y de los zapaticos que para sus hijos ansiaba
Teresa Panza». En el Palacio de nuestros Re-
yes, los médicos que actualmente se llaman de
la Facultad de Cámara, denominábanse en la
antigüedad «médicos de la áulica de Cámara.»
Moreto, en su comedia Trampa adelante^
pone entre los personajes á Jusepico y Mantee"
lico. Y Quevedo llamó Pablicos al protagonista
de su novela El Buscón,
¿Y puede darse á la versificación mayor
gracia que la que encontramos en los siguientes
versos de Calderón á la gitanilla?
La ropilla, ancha de espaldas,
Derribadica de hombros
Y redondica de falda.
Y para citar también algún nombre ilustre
entre los contemporáneos, ahí tenemos al re-
nombrado es'critor escénico Felíu y Codina>
que en su obra laureada María del Carmen em-
plea las palabras nenica y font-santica^ y otros di-
minutivos en ico de excelente efecto y propia
aplicación.
<^{Bületico amoroso tenemos, Fernando?» >
hace exclamar Suárez Bravo á la turba de ele-
gantes calaveras madrileños que en el año 1834
formaban la Partida del Trueno^.
«Me lo sé de memoria desde que era ia?na-
ñico^y y arrimadicas^ aquí», ha escrito el insigne
Pereda.
Tengo por un carácter de religiosidad el
que llamemos todos en Segorbe al portal de la
Verónica la cabecica de Nuestro Señor. Esta
manera de nombrarle tiene cierto sabor piadoso
que no hallamos en Madrid y Andalucía cuando
dicen la Cara de Dios.
No hay motivo para que borremos de entre
las estaciones Otoño é Invierno el veranico de
San Martín. No está mal dicho que vamos ó ve-
nimos del paseico del Obispo.
^ «Guerra sin ciiarteb, novela de D. Ceferino Suárez
Bravo, premiada por la Real Academia Española, pág. 135.
Madrid, 1885.
^ «Tipos y paisajes>, por D. José María Pereda, de la
Real Academia Española, pág. 270. Madrid, 1897.
' «Tipos trashumantes», novela del propio autor ante-
rior, pág. 281. Madrid, 1888.
213
Ahora sigamos diciendo:
Las mañanicas de Abril
Son muy dulces de dormir.
Que nadie con asomos de cultura podrá re-
procharlo. Prescindiendo de los juicios del agri-
cultor, bien dicho está:
Por San Bartolomé
La noguerica abatogé.
Y con la propia salvedad repítase siempre
que venga el caso:
Por la Ascensión
Cerecicas á montón.
i^ii^^^>^^^».<i»» ' » " «^^^^^^^^^mKi^i
LOS NOMBRES DE LAS PARTIDAS
Creemos que la nomenclatura de las parti-
das en los términos municipales no es hija de
providencia alguna por parte de las distintas
instituciones que en la historia de los pueblos
han ejercido el poder público. Estos nombres
no fueron puestos de manera que pudiéramos
llamarla oficial ó por disposición-autoritaria. No
se hizo lo que ahora se estila y la ley dispone
para rotular calles nuevas ó para cambiar los
rótulos de las antiguas.
Los nombres de las partidas surgieron con
la necesidad de designar un paraje. La natura-
leza de éste, su composición geológica, orien-
tación y disposición topográfica; la vegetación
erial primero y la de los cultivos después; las
chozas, viviendas y edificios instalados en el
paraje con la índole individual, colectiva ó cor-
porativa de ellos; los destinos y gravámenes im-
puestos á las tierras; los recuerdos de toda es-
pecie que evocan ciertos terrenos; los accidentes
de que son ó han sido objeto, etc., etc., fueron
2l6
causas de las denominaciones empleadas al de-
signar el paradero de las fincas rústicas. Y los
nombres á la larga quedaron permanentes por
un mecanismo igual al que observamos hoy con
los apodos puestos á personas. De todas las
consecuencias que de los nombres de las parti-
das pueden sacarse, las que más interesan al
presente libro son las que demuestran la pre-
sencia de nombres reveladores de una tradición
latina en el país, apenas interrumpida por la
lengua árabe y sin casi huellas de lenguaje le-
mosín.
Uniendo á la crítica histórica que hemos he-
cho la indagación filológica, hallaremos tam-
bién en ésta motivos para reconocer la existen-
cia de población mozárabe. Las voces ibéricas
y latinas usadas por los mozárabes en España,
abundan en Segorbe en la nomenclatura de las
fincas rústicas. Los nombres que á continuación
ponemos los creemos usados en Segorbe desde
antes de la invasión árabe ó durante la domina-
ción sarracena.
Albiisquet, — Las influencias godas sustituye-
ron la palabra latina neimis por boscus, del griego
bosis, comida; boskás, el que pace; bóske, pasto;
bóskema^ ganado que se lleva á pastar; de estas
palabras griegas deriva la baja latinidad boscus y
btisctcs; los mozárabes antepusieron el artículo al,
traído por las influencias árabes, de donde re-
sultó albose, y añadieron la terminación diminu-
217
tiva et para el bosquecillo, lo cual dio lugar á la
palabra albusquet,
Artell. — Ares, entre los celtas, era fortaleza
roquera situada á la orilla de un camino. De
ella procede la mozárabe artell, ó sea sitio fuer-
te para emplazar las máquinas de guerra que
defendían un camino ó la comunicación entre
dos fortalezas. En lo que ahora se llama Mojón
de Artel ó Artell, estaba el artell que guardaba,
defendía ó vigilaba la comunicación entre los
castillos de Segorbe y Castelnovo': en los cam-
^ En el Castelnovo de hoy hubo fortaleza aneja ó auxi-
liar de Segóbriga. De esta opinión era el canónigo de esta
Catedral Sr. Cortés. Los ventanales del arruinado, más
que ruinoso, castillo, que todavía están á la vista, son de
época romana. La puerta de la fortaleza ofrece una señal
muy gráfica de la manera de defenderlas en aquellos tiem-
pos. La entrada al castillo está situada en el único ángulo
entrante que hay en el perímetro de los muros. Altos y
estrechos ventanales, situados en las paredes del ángulo,
permitían ofender al guerrero que se atrevía á acercarse á
la puerta. En el testero de ésta, un doble dintel de arcos,
dispuestos con la conveniente separación, dejaban espacio
suficiente á los de dentro, sin ser vistos por los de fuera,
para arrojar piedras ó lancear al que osara aproximarse al
umbral.
Los detalles de ejecución monumental que aun se notan
en lo subsistente de aquellas ruinas, acusan la importancia
que tuvo esta fortaleza.
Entre las varias visitas que hemos hecho á estas ruinas,
tuvimos en una ocasión el honor de acompañar á Mr. Laval,
ingeniero en la ciudad de Nimes (Francia), al cual le vimos
hacer la siguiente exploración: levantó con una pequeña
piqueta por todos 4os ámbitos del local el revoque de yeso
2l8
pos próximos al Mojón, las remociones del
suelo para cultivos descubren con alguna fre-
cuencia esqueletos humanos.
Affiara. — Entre los iberos significaba terre-
no de encinas pequeñas ó coscojas, y también la
bellota ó fruto amargo de este arbusto. Todavía
en las huertas de esta partida recayentes á la
cabeza del riego tienen los labradores que
arrancar con frecuencia brotes de aquella anti-
gua vegetación. Al tiempo de la Reconquista,
en esta partida había viñas: se ve claramente en
una donación hecha por el rey D. Jaime, donde
se nombra A?nara y el viñedo que había en ella.
Albalat. — Los visigodos llamaban así á los
terrenos que criaban con abundancia el espino
alba (especie de cardo silvestre).
Muchos campos de esta índole de vegetación
espontánea tomaron en otros puntos el apellido
de sus dueños ó señores, y después, y de esta
de tiempos muy posteriores á la fábrica de los maros, y se
encontraron todos los sillares ennegrecidos, quemados por
la cara exterior, lo cual hace creer hubo un antiguo incen-
dio y reparación posterior en el castillo. Este ^ebiá hallarse
habitable antes de la abolición de los señoríos, por cuanto
todas las actas del concejo redactadas durante el siglo xvm
empiezan de la siguiente manera: «Reunidos en la casa-cas-
tillo del señor y dueño de este pueblo, etc.» Én la Eldad
Media los señores de este castillo fueron muy entonados y
de lujoso boato; uno de ellos, D. Gilberto de Castellnou,
acudió á dirigir un torneo en Figueras en tiem|>os de Alon-
so III, al que asistieron doscientos caballeros de cada bando,
gastando en la fiesta una cuantiosa suma.
219
manera, tomaron denominación, como Albalat
deis Sorells, de [Ribera, de Segart, de Taron-
chers, etc.
Al tiempo de la Reconquista, nuestra parti-
da de Albalat era ya huerta, según se dice en
el libro del «Repartimiento hecho por don
Jaime».
Albaset, — Es un diminutivo de Albalat: es
lo mismo que Albatet, de 'Cuya palabra parece
corrupción, pero que ya se había cometido al
tiempo de la Reconquista, como podrá verse
en la parte del «Repartimiento» que incluímos
en este trabajo.
Arguinas, — Entre los mozárabes llamábanse
así una especie de jalmerías instaladas junto á
caminos muy transitados y donde vendían cosas
propias para los caminantes.
Agostzna. — Así llamaban los mozárabes á los
campos de mal riego y que más sentían la sed
estival; las huertas que hoy conocemos con aquel
nombre no tenían buen riego hasta que se los
proporcionó la acequia nueva construida en
tiempos de D.^ María de Luna, señora de Se-
gorbe y esposa del rey D. Martín.
Albures, — Para los mozárabes quería decir
tierra blanca de sembradura.
Alpiota. — Llamaban los mozárabes al alpis-
tar ó sembrado de alpiste.
Aurín. — Esta partida tomó el nombre de la
fuente que hay en ella; llamáronla Aurín los
hispano-latinos por la riqueza y conjunto de ha-
cienda que con el riego de sus aguas proporcio-
na á muchos campos de la misma; en este mis-
mo sitio hubo un lugarejo, llamado también
Aurín, que después de muerto Zeit-Abuceit
fué dado á los Borjas por el rey D. Jaime.
Balaguera. — El nombre de esta partida de
Altura es una palabra céltica todB.vía conserva-
da en el dialecto asturiano, y que quiere decir
pajeras.
Barbello. — Era el paraje señalado fuera de
las poblaciones para albergar ciertos aventure-
ros de vida errante, á los que llamaban barbello-
nes; de esta palabra procede probablemente la
de barbián. También se conocían dichos aven-
tureros con el nombre de barberaitos, y de ellos
tomó nombre en Altura la partida de Bar-
berana.
Berche. — Los mozárabes llamaban berchele y
pérchele á una especie de mal mesón ó parador.
Es voz próxima á la catalana y mallorquína
porxada, que significa cobertizo y sobradillo, y
probablemente techo ó cubierta, derivando del
latín portícula. Por esta partida atraviesa el ca-
mino que desde Segorbe se dirige á Chelva, y
es el mismo por donde salían los que de esta
región marchaban al reino de Toledo. En lo
que ahora son corrales debía de haber, en
tiempos remotos, uno de estos mesones, que
debió ser el que dio nombre á la partida.
221
Begez (Be/ez), — Los mozárabes usaban el
adjetivo be/ez, aplicable á todo lo que está bajo.
Con este sentido cuadra bien á la partida de
este nombre, existente en el término de Altura.
Bañador. — La usaron los mozárabes en sen-
tido de paraje bañado por el viento, ó sea lugar
muy ventoso.
Cabrera. — Para los mozárabes, paraje de ca-
bras, esto es, la espesura ó bosque destinado
para pastar esta especie de ganado.
Costera. — Los mozárabes llamaban costera ó
costero á todo lo que estaba en cuesta; así cua-
dra perfectamente á la partida de este nombre
que tenemos en Castelnovo, y no le convendría
en la acepción lemosina de orilla ó límite.
Cuencas. — Del latín concavus hicieron los
mozárabes concas y los castellanos cuencas, con
aplicación á los campos situados entre monta-
ñas afectando la figura de conchas.
Chirivüla.— Es corrupción de chiriquüla.
Los mozárabes llamaron chirical al carrascal, é
hicieron el diminutivo chiric-üla para el carras-
cal pequeño.
Fontaneta y Fontfría. — Estas dos partidas
son nombres ya usados por los mozárabes y de
origen evidentemente latino.
Faneca. — Cierta porción de tierra equiva-
lente á quinientos estadales á propósito para
sembradura. Esta era medida de tierra que se
empleaba en el repartimiento hecho por don
Jaime el Conquistador al asignar fincas á sus
servidores.
Gallorí, — Esta partida del término de Altu-
ra la llamaron así los mozárabes porque produce
abundantes cosechas en tiempos favorables á la
agricultura, y nulas cuando no concurren aque-
llas circunstancias. Gollorí, en el lenguaje de
aquellos antepasados nuestros, era pérdidas ó
ganancias extremadas.
Granellas. — Es partida del propio pueblo
que la anterior, y los mozárabes usaban de este
nombre para dar á entender el mucho grano
que se cogía en ella.
Guarga, — También partida de Altura, que
en el lenguaje mozárabe significa guarida, es-
condrijo, refugio.
Huerpita, o trillas y har tejuelas. — Los nom-
bres de estas tres partidas proceden de diminu-
tivos mozárabes hechos en la palabra latina
hortus. Los mozárabes, en atención á lo peque-
ña, llamaron huerpita á la primera; atrillas y
hartejuelas son, á nuestro entender, corrupcio-
ciones de hortillas y hortejuelas, diminutivos
probablemente motivados por escasez de pro-
ducción ó de riego. Téngase en cuenta que la
introducción de los abonos en el cultivo es muy
posterior al tiempo de los mozárabes.
Jarea, — Llamaban así los mozárabes á la
falda de una montaña susceptible de riego.
Jar. — Paraje de humedad.
223
Langasto. — El nombre.de esta partida co-
rresponde á la significación que daban los mo-
zárabes al paraje desproporcionado por lo lar-
go. También llaman á esta partida angosto, y en
ambos casos es clara la procedencia latina ó de-
rivación de angustusy estrecho, reducido.
Lascay ó ascay, — El nombre que tiene esta
partida de la huerta de Castelnovo es también
mozárabe: significa losar desigual, clapisar de los
catalanes.
Lajas. — Rambla de lajas ó partida de lajas,
por los bolos de piedra grandes de figura de
redomas, á los que llamaban lajas los mozá-
rabes.
Marga, — Los godos llamaban así á la tierra
natural compuesta de caliza y arcilla, en deter-
minadas proporciones.
MallaL — Los mozárabes llamaban así al
lugar ó paraje donde se recogían por la noche
los pastores y encerraban el ganado.
Marjalet y Majadülas. — Son sinónimos di-
minutivos de la propia época que mallal, de
donde viene el nombre á estas partidas.
Matanza. — Era el paraje donde se alojaba
el ganado de cerda destinado al sacrificio.
Mar7noraya, — Era para los latino-hispanos
terreno de mármoles.
Maza, — Entre los mozárabes, portal ó casa
fuera del poblado donde se vendía vino, espe-
cies, etc.
224
Marinóle, — Este nombre, de una partida en
Gátova, es mozárabe: procede, como el de
muela, en sentido de cerro alto, del latín 7noles
(mole, dique, murallón).
Murta, — Los mozárabes llamaron así á las
bayas que produce el mirto y á toda la planta;
el nombre de la partida procede de la abundan-
cia con que se ofrece esta vegetación en aquel
paraje.
Muratilla, muratella ó 7noratilla, — Con todos
estos nombres se conocía en el arte militar de
los godos el paraje rodeado de murallas ó fosos
naturales que ponían al abrigo de las sorpresas
de la caballería enemiga. Los profundos ba-
rrancos que circuyen esta partida en Segorbe,
hacen que sea muy propia aquella denomina-
ción.
MoncheL — De la palabra latina inons (monte)
hicieron los mozárabes los diminutivos montü
chelo, monchelo, monchel, etc., para designar el
montecillo.
Susierris, — Es desviación latina hecha por
los godos de sub-serra, y que aplicada á esta
partida quiere decir bajo la sierra ó montes.
Nava, — Campo llano; es voz que deriva de
la hebrea navah, en sentido de pradería; intro-
ducida en el lenguaje latino-hispano, era muy
usual en toda España. Todos los historiadores
han venido empleándola al narrar las célebres
jornadas de las llanuras de Tolosa, que tanto
225
quebrantaron el poder sarraceno, llamándola
batalla de las Navas. El uso de navas por llanu-
ras estaba generalizado en este país, pues tene-
mos partida de la Nava en Altura, Ahín, Cas-
telnovo, Gátova, y en Segorbe navas. En Alba-
rracín hay navas y en Jaca también.
Navajo. — Es palabra de la misma época que
la anterior. Los latino-hispanos dieron este
nombre á las llanuras deprimidas por el centro
donde se recogían las aguas pluviales. Corres-
pondiendo á esta disposición topográfica, tene-
mos partida de Navajo en Segorbe y Altura.
Tormo. — Este nombre mozárabe se aplicaba
al peñasco eminente de piedra viva.
Satarra. — Quiere decir en lenguaje de la
Edad Media sierra fría.
Somat. — Para los mozárabes, esta palabra
declaraba que el terreno que así se llamaba
producía un trigo de tan inferior clase, que el
pan que de él se hacía sólo lo comían los sier-
vos ó cautivos.
Con los nombres de las partidas hasta
ahora consignados creemos que hay bastante
para poder afirmar la existencia del lenguaje
mozárabe en nuestro país durante toda la do-
minación sarracena. Pudiéramos haber aumen-
tado considerablemente esta colección de nom-
bres: son muchísimos más los que hemos dejado
por incluir (de los de todo el partido) que los
que ofrecemos al lector.
226
También hay que suponer que muchos nom-
bres de las partidas, ahora castellanos, entre su
actual forma gramatical y el tipo latino, pasa-
ron por las modificaciones mozárabes ó hispano-
latinas, introducidas gradualmente en la lengua.
Entre pratum (latín) y prado (castellano), decían
los mozárabes prato; como entre póns (latín) y
puente (castellano), dirían los mismos ponie 6 al-
ponte y etc., pudiéndose hacer la propia obser-
vación con la mayor parte de los actuales nom-
bres castellanos de la nomenclatura de las fin-
cas. Fuera de estos nombres, de uso especial en
el lenguaje general comúnmente usado, se no-
tan alguna vez palabras aparecidas en el campo
del idioma cual si fueran brotes de vegetación
anteriores al actual cultivo gramatical'.
Excluyendo los nombres de partidas de ori-
gen evidentemente latino, quedan escasamente
tina décima parte. No siendo esta parte de ori-
gen latino, en ella hay que buscar, con probabi-
lidad de encontrarse, las palabras árabes de
^ Éntrelos nombres de plantas, medicamentos y enfer-
medades, no es raro que reaparezcan hoy voces mozárabes
y árabes, estando las primeras en mayor proporción que las
segundas y hasta siendo preferidas aquéllas á éstas: así ve-
mos que la palabra castellana cáncer es más veces sustituida
por la mozárabe al-cdncer que por la árabe zaharatán.
Curiosidad de carácter local para los segorbinos nos
ofrece la fuente del Argén: diéronle los mozárabes el mismo
nombre que tenían para nombrar la plata, en atención á la
estimación que pusieron en lo frescas de sus aguas.
227
nuestra nomenclatura. Estas consideraciones
dan razón del arraigo que tenía el lenguaje vul-
gar usado por los mozárabes y de la vitalidad
de aquel pueblo.
En Segorbe, de indudable etimología árabe,
tenemos Ahnagrán, ó sea impuesto que paga-
ban al emir las tierras comprendidas en aquella
denominación. En Castelnovo están Anquibla ó
Alqiiibla, que es como si dijéramos situadas al
Mediodía; Benasei 6 Benzeit era nombre del
que fué Emir. En varios pueblos se encuentran
Almunia, ó sea alquería; Azagador, ó paso de
ganado, y Azudes con la propia significación que
en castellano. Y no citamos más nombres de
partidas de origen árabe porque, desconocien-
do este idioma, sólo hemos consignado las que
son notoriamente originarias de aquella lengua:
en manera alguna queremos dar lugar á que se
piense por alguien que actuamos de arabistas.
De tiempos todavía más añejos puede ser
manantial de noticias la nomenclatura que nos
ocupa, y su estudio hace renacer los tiempos
remotos con pormenores de la vida ordinaria.
El nombre de la partida Hontanar lleva
nuestra imaginación á la época del gentilismo.
Honta7iar llamaban los gentiles á los montes en
que celebraban las fiestas en honor de las fuen-
tes y á dichas fiestas también.
No menos antigua que el nombre de la an-
terior partida es el de Tebaida, ya usado por los
228
egipcios como una de las partes en que dividían
el país del Nilo, y que recuerda al propio tiem-
po la ciudad de Tebas.
Rocha, en la significación de cuesta, es pa-
labra de muy difícil filiación léxica: tenemos la
sospecha de que sea palabra céltica. Es voz muy
usual en nuestra comarca y en muchos pueblos
nombre de partida, por lo que le damos cierta
importancia. Tenemos en nuestro Registro de
la Propiedad y diversos pueblos que compren-
de, hasta seis veces repetida la partida de la
Rocha, además de las de Rocha del Tornero^
Rocha del Baile, Rocha del Vizcaíno y Rocha
de Logroño. Está el diminutivo Rocheta y el
plural Rocheras. En la jurisdicción hipotecaria
de Viver se encuentran varias partidas de la
Rocha. De la parte de Chelva sabemos por el
sabio Rojas Clemente que rocha es una palabra
corriente en Titaguas, á la cual consideró aquél
como de origen desconocido. En Jaca no se co-
noce. En Valencia pierde la significación de
cuesta, y se aplica como término lemosín al
color rojo con el nombre de partida de la Casa
Rocha, Pero en Albarracín aparece la palabra
rocha en la forma diminutiva de partida de Ro-
chilla y en la aumentativa de Rochón.
Nuestra connaturalización hacia las formas
latinas puede notarse en los muchos nombres
de partidas que conservan las raíces matrices
de aquel idioma, á pesar de las necesarias in-^
229
fluencias árabes que actuaron sobre nuestra co-
marca. Tenemos las partidas de Olietes, Olive-
ra, Monte Olivete, Olivares, Olivarda, Olivastrar^
Olivardares, Oliveras y Olivos: denominaciones
todas que recuerdan las palabras latinas oleum
(aceite) y olivum (olivo). Cuando pudo conocer-
se en el país el oli (aceite) lemosín, ya circula-
ban aquellos nombres en Segorbe. El árabe az^
zeitey zeitum (olivo) y az-zanbudja (acebnche,
según Fr. P. de Alcalá), á pesar de haber lle-
gado á ingresar en el idioma castellano, no han
penetrado todavía en la nomenclatura de nues-
tras fincas rústicas.
AMeer una lista de nombres de partidas del
término municipal de Segorbe, nos llamó la
atención no encontrar en ella más nombres de
Santos que Santa Lucía. En Altura se encuen-
tran Santa Bárbara, San Sebastián, San Julián
y Santa Magdalena. En Algimia y Valí de Al-
monacid, San Juan, y en Sot de Ferrer, Santa
Ana. Tan escaso número contrasta con la rotu-
lación de las calles y plazas de los pueblos del
partido, los que tienen en sus recintos un ver-
dadero santoral. Así, que presumimos al punto
que en los pueblos que se vieron libres de la
dominación sarracena, la nomenclatura de las
partidas de los campos correspondería á la pia-
dosa rotulación de las calles. Para hacer la
oportuna comparación con Segorbe, nos remi-
tió el registrador de la Propiedad de Jaca una
230
lista de aquella nomenclatura, y sólo en el tér-
mino municipal de dicha ciudad encontramos
los siguientes nombres de partidas con advoca-
ción á santos y santas: San Cristóbal, San Juan,
San Jorge, San Lurce, San Miguel, San Pedro^
San Salvador, Santo Tomás, San Francisco,
Santa Cruz, Santa Águeda, Santa Ana, Santa
Engracia y Santa Lilaila. Excepción hecha de
San Francisco, cuyos créditos de santidad pu-
dieron ser conocidos en el siglo xii, todos los
demás santos y santas citados son de un culto
antiquísimo en España, anteriores desde luego
al dominio sarraceno en nuestra península. Cabe
sospechar que los santos que probablemente
tendría la nomenclatura de las fincas rústicas en
Segorbe durante los últimos tiempos del impe-
rio y durante la dominación visigoda, desapare-
cerían aquí durante el poder musulmán. Difícil-
mente pueden darse cambios de tan alta tras-
cendencia social como el tránsito de las domi-
naciones dichas, y sólo mudanzas de la impor-
tancia expuestas son capaces de causar cambio
en estas dominaciones. El poder oficial hoy no
podría hacer con los nombres de los campos lo
que viene haciendo con los de las calles en las
poblaciones.
La condición selvática de la comarca en
tiempos remotos se evidencia con los muchos
nombres de partidas que señalan espesura de
árboles y malezas en sitios que ahora son suelos
231
cultivados. Hay nombres de partidas que de-
muestran antiguas y pobres viviendas campes-
tres, como también se atestigua con los nom-
bres de otras partidas la abundancia de anima-
les dañinos y de caza. A este propósito recuer-
do haber visto en un documento oficial del
siglo XVI que el duque de Segorbe prohibió
vender en las tablas del mercado carne de ja-
balí por de cerdo, estableciendo penas para los
que cometieran tal infracción.
Los que gusten de conocer la adaptación
propia y práctica de los diminutivos, tienen
magníficos ejemplos en nuestra nomencla-
tura.
Da gran significación á la nomenclatura el
uso del diminutivo ico. Este diminutivo, tan del
agrado del pueblo aragonés, está empleado en
nuestra comarca con la propia ñrecuencia que
en la de Aragón para designar las partidas. Las
citas que hacemos en nuestro artículo sobre
dicho diminutivo atestiguan nuestro aserto y
arguyen muy en favor de la semejanza de
gustos que tuvimos con Aragón en la elección
de diminutivos para denominar ciertas par-
tidas.
Entre los nombres de partidas terminados
en ico que consignamos, figura el de Fontani-
cas. Es cosa notable hallar conservada y rete^
nida en Altura, Azuébar y Segorbe con el di-
minutivo Fontanicas la palabra foittana, sólo
232
usada ya por los poetas amantes de las antiguas
formas latinas en el lenguaje. Que esta palabra
la usábamos al propio tiempo que los antiguos
españoles de Sobrarbe, lo dice la conservación
de la misma en Jaca bajo la forma aumentativa,
ó sea partida de Fontanaza.
La inclinación que los aragoneses muestran
por las terminaciones en era y ero^ de que tanto
participa esta comarca, haciendo de exigible
exigidero; de entrada, entradero; de laurel, laure-
lero^ etc., puede observarse también en las par-
tidas de Boqueras y por Bocas; Alcornoqueros, por
alcornocales; Palomera, por palomar; Avellaneros,
por avellanos, etc.
Muchas palabras aragonesas corrientes en
aquella región no son ya comúnmente usuales
en nuestra comarca, pero se deduce que lo
fueron en tiempos pasados del hecho de haber
dado lugar á designar partidas.
Hay en Altura la de Alfaz, que en Aragón
significa alfalfa.
Gabarda es nombre aragonés de la planta
conocida en Castilla por mosquetos silvestres.
Ribas, para los aragoneses, son las llanuras si-
tuadas entre dos pendientes. Giiarca, en ciertas
localidades de Aragón, quiere decir paraje
donde pastan los cerdos; Cornaca y cornaquillo
son terrenos donde se cría el arbusto conocido
en castellano por cornejo y que en Segorbe
llama el vulgo cerecico de pastor, Alfaz, Gabarda^
Rivas, Guana y Comaco han perdido en esta co-
marca el carácter de nombres colectivos, siendo
muy conocidos como destinados á nombrar las
partidas de aquellas denominaciones. Esta indi-
vidualización de nombres y el desconocimiento
por algunos de la condición de colectivos, de-
nota decadencia en el aragonismo entre nos-
otros.
Se aprecia también la propia decadencia
del aragonismo en el menor uso que se hace
hoy de la palabra zaga. Los aragoneses prodi-
gan y amplían más que los castellanos su uso,
habiendo hecho de ella zaguero y zaguería, limi-
tando el uso del tras. La parte que en estas
modalidades del lenguaje aragonés tomaron
nuestros antepasados, se ve en los nombres de
las partidas Zaga-la-Horca, de Valí de Almona-
cid, y Zaga-el-Santo, en Castelnovo. En confir-
mación del arraigo que tenían aquí muchas pa-
labras aragonesas todavía usadas en Segorbe,
puede verse que dan con frecuencia nombre á
las partidas de nuestros campos, y entre otros
tenemos la de Algezares, Abrevador, Arbello-
nes. Baladrar, Brazal, Bojar, Bajador, Barchilla,
Censal, Garrofa, Juncar, Ondonera, Olivera,
Perdiguera, Pedrera, Ruejo, Riera, etc. Pala-
bras ya anticuadas en Aragón subsisten entre
nosotros como nombres de partidas; en este
caso se encuentran Baldornos, ó sea terrenos
baldíos, y Ga7nelloneSj que eran una especie de
234
pilas instaladas en las cercanías de las viñas, las
cuales servían para pisar la uva\
No damos al presente artículo más alcance
que el de haber saludado el asunto; por eso
sólo nos es dable decir habernos parecido cosa
clara y evidente la procedencia y motivos del
nombre en partidas como Arenales, Barranco,
Cuencas, Dehesa, Estacada, Fábrica, Hoya,
Jara, Loma, Llano, Molino, Plano, Realengo,
Santa Lucía, Tejería, etc.
La sencillez y gran trivialidad de las consi-
deraciones anteriores es extensiva á los nom-
bres de partidas tomados del uso corriente en
nuestro lenguaje actual ó anticuados de recien-
te. Cuando los nombres de las partidas fueron
voces usadas solamente en la larga época de
formación del actual romance ó son provincia-
lismos anticuados, las dificultades se acumulan
en tanta manera, que su conocimiento y el de
su oportuna aplicación reviste el carácter de un
estudio etimológico serio y difícil.
Para hacer este estudio con provecho, juz-
gamos indispensable disponer de nomenclatu-
ras procedentes de Registros de la Propiedad
de todas las regiones de España. Nosotros sólo
tenemos á la vista estas nomenclaturas de Jaca,
^ Téngase presente que las huertas llamadas hoy partida
de Gamellones fueron campo de secano antes de tener el
riego de la acequia Nueva.
235
Albarracín y Valencia. La compulsación de di-
chas nomenclaturas con la de Segorbe revela
muy claramente la influencia aragonesa que
actúa en nuestra comarca. Los nombres de las
partidas en Valencia difieren casi por igual con
los de Albarracín, Jaca y Segorbe.
Debemos advertir que en la lectura de las
listas nominadoras de las partidas hemos trope-
zado con nombres cuyas palabras, definidas por
los Diccionarios, no cuadran de ninguna mane-
ra al terreno ó paraje de las fincas; no nos ha
sido posibfe comprender el significado que les
darían los antiguos, y desde luego había de ser
otro que el actual. En este caso se encuentran
Jauta, Rando y otras. Sobre determinados nom-
bras de partidas no hemos podido encontrar
explicación ó etimología que satisfaga nuestras
propias exigencias; Cuchaní^ Chuchín y otras más
se encuentran en este caso.
Damos por terminadas estas sucintas indi-
caciones sobre la nomenclatura de las fincas
rústicas, advirtiendo al lector que no conside-
ramos imposible figuren entre las partidas nom-
bres peregrinos ó antojadizos, hijos del capricho
de cualquier remoto antecesor nuestro.
236
El romance
La sedimentación lingüística no pudo ser
uniforme en el suelo hispano. Las distintas ra-
zas prehistóricas y los diversos pueblos de que
dan noción los documentos más antiguos, son
materia contributiva á la fragmentaria compo-
sición de nuestro lenguaje vigente. El conoci-
miento originario del romance español es indis-
pensable indagarle con el examen de todos los
medios de expresión incrustados en el vulgo y
usados actualmente por éste: llámenseles pro-
vincialismos, maneras ó voces locales.
Creo fundadamente que en las maneras ac-
tuales de comunicarnos con los animales hay
restos toscos del lenguaje informe del hombre
incivilizado. Riiiquio decimos para llamar al
cordero; riiino y coch coch para acariciar al cerdo;
silbamos pausadamente para llamar las palomas,
y con ciertos sonidos sibilantes invitamos á be-
ber ú orinar al caballo, muía, asno, etc. Las pa-
labras chuchos^ misino y zape^ empleadas al diri-
girnos al perro ó al gato, ya denotan mayor
civilización y quizá lenguaje celtibérico.
Hay en la lengua española matices célticos
y arcaísmos muy perceptibles que pudieron
salir en parte de Segóbriga y llegar á Castilla
237
por conducto de Aragón. El hecho positivo de
que la civilización aragonesa absorbió las apti-
tudes de la Celtiberia meridional, es un razona-
ble punto de partida del anterior supuesto.
No limitamos nosotros la influencia céltica
á haber dado voces á la lengua latina, incorpo-
rándose después estas voces á aquella lengua.
Palabras célticas que no han llegado á figurar
en los Diccionarios latinos se encuentran hoy
en los castellanos. Su presencia en éstos es sín-
toma de antiguos dialectos latinos, entre los
cuales el de la Celtiberia había de ser impor-
tante.
Enlazadas y absorbidas, como decíamos
antes, las aptitudes de la Celtiberia meridional
por Aragón, en las tradiciones aragonesas se
encuentra vertida la parte que aportó la comar-
ca de Segorbe á la formación del romance.
Como puede suponerse, no todas las pala-
bras de los dialectos latinos ingresaron ó sufrie-
ron la descomposición necesaria para figurar en
el romance español, muchas de ellas quedaron
sin ascender al rango de voces nacionales. Por
ello pudo decir el anónimo autor del «Diálogo
de las lenguas»: «Cada provincia tiene sus vo-
cablos propios y sus maneras ¡propias de decir»,
maneras y vocablos que es lo probable sean
anteriores á la escritura castellana.
En la génesis y desarrollo del romance que
hemos dado en llamar castellano, no deben
238
de identificarse, cual si fueran una misma cosa,
hablar y escribir romance. Romancear el latín
en la conversación familiar, es hecho antiquísi-
mo; escribir en romance, mucho más moderno.
Considerar comienzo del romance castellano la
época y fecha en que aparecen los primeros
documentos escritos, no es más que un conven-
cionalismo de nuestros filólogos. Las mismas
personas que escribían antes del siglo xii en
latín, es lo probable que usasen en sus conver-
saciones íntimas, palabras ó períodos roman-
ceados.
A esta nuestra manera de pensar podemos
darle el apoyo de D. Francisco Javier Simonet.
Según este sabio, «en el poema del Cid se hace
» mención de un moro latinado que andaba al
«servicio del emir de Molina, y que habiendo
» entendido ciertos pérfidos tratos de los infan-
»tes de Cardón, los denunció á su amo.
»Quando esta falsedad dicen los de Carrión,
>Un moro latinado bien ge lo entendió.
»De este dato colige el Sr. Martínez Maria-
»na que á fines del siglo xi era común y vulgar
»en Castilla el lenguaje latino; pero á nuestro
»juicio, ni en las Castillas, ni en la Bética, ni en
»otra provincia alguna se hablaba ya el latín,
»sino un lenguaje vulgar que conservaba el
»nombre de su lengua madre. Finalmente, á un
» romance vulgar y no al latín clásico aluden
239
» ordinariamente los escritores arábigo-hispa-
»nos cuando citan vocablos pertenecientes á la
» aljamía del andalus'.»
En la historia de la Medicina, correspon-
diente á los tiempos anteriores al siglo xii, no
es raro encontrar nombres de medicamentos,
instrumentos de Cirugía, lexiones, detalles de
Anatomía topográfica, apositos, enfermeda-
des, etc., completamente romanceados, lo cual
es muy significativo, porque en aquellos tiem-
pos todavía no existía la ciencia médica como
profesión organizada civilmente^ y por punto
general su ejercicio estaba en manos de gentes
vulgares.
D. Modesto Lafuente'' cita, para prueba de
lo mismo, la escritura de fundación del monas-
terio de Obona, año 780, en que se hallan las pa-
labras «vacas, tocino, río, peña»; una donación
de Alfonso el Católico al santuario de Cova-
donga, que comprende «duas campanas de fe-
rro y tres casullas de syrgo», y un documento
de Ordoño I con las voces «verano, iverno, ga-
nado, carnicería, caballo, etc.», cuyas voces
podemos llamar de las fases embrionarias del
romance escrito.
Andando el tiempo, las palabras romancea-
^ Simonet. «Glosario de voces ibéricas y latinas», pá-
gina XXXVI.
* «Historia de España», tomo I, pág. 215. Barcelo-
na, 1886.
240
das se entresacan en mayor número entre los
documentos de fechas sucesivas. Llegados al
siglo XIII, hablando con propiedad, no son ya
las palabras en romance las que pueden entre-
sacarse del escrito, sino las latinas interpuestas
entre el romance.
Esta manera de expresarnos hacérnosla ex-
tensiva al comienzo del romance en Castilla y
Aragón. Discuten los doctos si la génesis del
romance fué más medrada en la primera ó en
la segunda región; pero todos convienen en que
no hay documentos del siglo xi ni de los pri-
meros tercios del xii. D. Aureliano Fernández
Guerra no halló entre los de aquella época do-
cumento alguno en el archivo de la Real Aca-
demia de la Historia.
Durante el siglo xti, los documentos fecha-
dos en Zaragoza y los redactados en Toledo
acusan paralelismo de incremento con ligeras
diferencias de forma. Estas diferencias, recono-
cibles actualmente en el lenguaje del vulgo, no
consisten en otra cosa sino en la mayor incli-
nación habida por parte de Aragón hacia el
arcaísmo: por lo menos tuvo Aragón, y sigue
teniendo todavía, conservación más viva y tenaz
del arcaísmo común con Castilla. El lenguaje
del pueblo en Aragón recuerda, mucho más que .
el de Castilla, el habla de los españoles antes de
aparecer los documentos escritos. Por cada,
diez veces que en la primera de las dichas re-
241
giones se dice «agora, begada, mesmo, ñudo,
truje, etc.», en la segunda se oye sólo una.
Hecho viable el romance escrito, tardó algún
tiempo á confirmarse su empleo, y durante mu-
chos años hubo en la escritura cierta especie de
lucha latente entre el latín y el romance.
Por lo que se refiere á antigüedad y uso del
último en Segorbe, nos proporciona alguna luz
el erudito canónigo de Valencia Sr. Chabás.
Este estudioso prebendado publicó en el to-
mo IV de «El Archivo», pág. 297, un docu-
mento de fecha 30 de Enero de 1232. En este
documento, Zeit-Abuceit hizo ciertas donacio-
nes á D. Jaime I en Valencia, y existe copia
legalizada de él en el Archivo de la Corona de
Aragón (pergamino de D. Jaime I, núm. 375).
Esta copia fué sacada el V de las kalendas de
Mayo del 13 19 por el notario de Segorbe Mi-
guel Pérez de Heredia, que á su vez la sacó de
un traslado directo del original hecho por Pe-
dro Carbonell, notario de Barcelona, el IV de
las nonas de Agosto de 1274.
No ofrece interés á nuestro objeto el texto
de este documento que Chabás publicó con
motivos muy distintos; á nuestro fin, lo intere-
sante son las signaciones y legalizaciones del
instrumento, que aparecen en la siguiente
forma:
«Sigfnum Guillelmi scribe qui mandato do-
minj ageyd hanc cartam scripsit loco die et
242
era prefixis. Sigfnum Bernardj de caderica not.
Qui pro teste subcrivo. Sigfnum Nicholai de
Samanes not.
» Sigfnum petri Carbonellj not. publici bar-
chinone. Qui hoc trascribí fecit fideliter et clau-
sit iiij nonas augusti anno dni. M-CC.*" LXX°
quarto.
»Sigfnum Nicholai de capraria justitia civi-
tatis segurbij qui huic traslato auctoritatem
suam prestitit et decretum.
» Sigfnum de Martinj lupi de morta not. pu-
blici Segurbij nomine eiusdem pro Nicholao de
capraria que auctoritatem dicti justicia eius
jussu in hoc transíate aposuit et scripsit die et
anno prefixis.
»Sigfno de Rodrigo Santacruz, not. público
de Segorbe.
»Sigfno de Miguell Pérez de Heredia, not.
público de sogorbe, é por actoridad del Se-
nyor Rey por toda la su tierra y senyoría
que de la original bien et lealment aqueste
traslat fago escriuir et con el dicho original lo
aprouo é con el día é año desús dicho le
gerro. >
La legalización que hicieron los notarios de
Segorbe Rodrigo Santacruz y Miguel Pérez de
Heredia en el año 13 19 tiene gran solemnidad,
no sólo por el hecho de poner su signo al docu-
mento, sino por la elevadísima jerarquía de las
partes contratantes que aparecen interesadas en
243
él. Hecha la copia para figurar probablemente
como pieza documental en algún litigio de inte-
rés, excusado es decir que había de ser leída
y examinada principalmente por personas ver-
sadas en letras y no vulgares. Los notarios de
Segorbe, cualquiera que fuese su ilustración,
debieron fijarse más en esta legalización que en
otras, y cuando al signar escribieran en roman-
ce fué sin peligro de que este hecho diese lugar
á ser calificados de rudos é incultos. También
es de suponer que en esta ocasión no introdu-
cirían los notarios de Segorbe novedad tan lla-
mativa, y escribir en romance sería práctica y
liso establecido en años muy anteriores al
de 13 19. El conjunto, como se ha visto de las
sucesivas legalizaciones, demuestra gráficamen-
te que, por lo menos, en 13 19 el romance al-
ternaba con el latín en la esfera oficial'.
* Que quedaron numerosas palabras latinas en el roman-
ce español, lo reveló más ingeniosamente que nadie Fernan-
do Pérez de Oliva. Siendo éste todavía un niño, en el
año 1 5 18 escribió un diálogo en lengua castellana y latín. La
composición fué hecha en honor de la Aritmética, y figura
en la obra de esta ciencia que publicó Siliceo, á la sazón
maestro de Oliva. Este género de escritura puede verse en
los párrafos que copiamos á continuación:
«Siliceus: O quan profundas imaginaciones appraehendó:
considerando quanto precio tu, novilisima Arithmetica vales,
quae personas Ínfimas niagníficamente coronas. Tu subtiles
contemplaciones revelas, obscuros errores clarificando. Tu,
ingeniosas conclusiones mostrando, pomppsametjte triüA-
pha3. Quando tan altas recreaciones cognosco, culpo te 'mi-
244
Admitido el romance ai uso oficial, ocurrió
á los notarios de la región valenciana en el
siglo XIV que al redactar documentos en len-
guaje castellano-aragonés, usaron términos que
unos quieren sean palabras lemosinas y otros
del lenguaje hispano antiguo. Así pasó en la
carta-puebla de la villa de Alcora otorgada
en 1333. No debemos insertar íntegro este do-
cumento por su mucha extensión y por ser su-
ficiente á nuestro objeto que copiemos algunos
de sus párrafos para confirmar lo dicho': «Do
et otorgo a poblar la vila mia que es dicha la
sera ignorantía, tenebrosa insipientia, que falsas vias procu-
ras. O tu floridissima Arithmetica, quae inmortales fines
pensando perpetuos honores procuras, tu de última me-
moria me salva, tu de mala fama me conserva.
^Arithmetica,.. Si contra tam impetuosas aclamaciones
proterva resisto, justamente me culpas. Voluntaria te amo,
notando, quantas gracias, quales perfectiones, quam concor-
des doctrinas sustentas.
»Siliceus...Tu sola una dignissima Arithmetica, de eviden-
te doctrina me adornas altissimas consideraciones manifes-
tando. Si tu ante odiosas intenciones, ante venenosos ánimos,
ante invidiosas murmuraciones de discordia me salvas,
excellentissimos favores sustentas. Arithmetica,,, De sola
prudencia tu cura discretas personas imitando.
T^Siliceus,.. De sola escandalosa discordia me fatigo,
quando apprehendo divisiones, inclinaciones diversas, opi-
niones contrarias, prósperas fortunas contra miserias, cons-
tantes ánimos, contra malas fortunas, duras persecuciones
contra ánimos constantes...»
* Pergamino que se conserva en el Archivo municipal de
la villa de Alcora. Existe de este pergamino una copia literal
en el Memorial ajustado de autos de un pleito entre el conde
245
Puebla de Alcora dalcalaten, con todo el térmi-
no de aquella, y con casas y cassals, et huertos
et hortals, et viñas, et viñals, et con todas plan-
tas, et con todas tierras ansin labradas como
yermas, et son aguas Zudes, et sequías ansi de
Ríos como de fuentes... La cual Puebla luos po-
bladores et ayades luos, et los vuestros a fuero
de Aragón... con todos melioramientos feitos ó
facederos, a dar et a vender, et a empeñar, et
a facer a todas uestras propias voluntades,
salvo a caualleros e infanzones et a ordenes; sin
todo contradimiento de mió... que no seyades
tenidos de dar Diezmos de pollinos ansin caua-
Uinos, como de mulatos ni de asnos, ni de be-
cerros... Do a vos y a los uestros el Peso y Me-
sura en lo que vosotros pesades... En cara do
et otorgo que en la dita Puebla podades coser
al vuestro fuego pan, a la vuestra voluntat em-
pero dando a mi o a los mios la pueya... que
ayades francament. Pasturas fustas ansin ver-
des como secas, leñas verdes y secas, piedras
calcinas algepsfacer... todos otros ademprios
por toda la mi Tenencia et térmeno de Alcala-
tem e de Lucena...»
Los párrafos anteriores son notables desde
el punto de vista lingüístico y ocupan un buen
lugar entre los escritos aragoneses de los co-
de Aranda y el pueblo de Alcora. Imprenta de Peris. Valen-
cia, 1788.
246
mienzos del siglo xiv. Ofrecen señales de in-
fluencia provenzal, ó cuando menos se percibe
en su redacción la acción del lenguaje gótico
meridional.
Las provincias tarraconense y narbonense
estuvieron durante muchos años en la época
visigoda sometidas á un señorío común, y mu-
chas palabras que tenemos por lemosinas quizá
pasasen de España á Francia cuando la inva-
sión sarracena, y volviesen después á su patria
ibérica traídas por los francos, conquistadores
de Cataluña, ó por las huestes de D. Jaime I.
De haber ocurrido así, sería muy lógico deducir
la identidad originaria entre el lenguaje hispano
usado por los visigodos, el gálico meridional y
el provenzal.
No todos ios documentos redactados en ro-
mance español durante el último tercio del
siglo xni y en el transcurso del xiv ofrecen el
mismo grado de progreso. Nuestra comarca fué
de las que más se adelantaron en perfeccionar
el nuevo idioma, lo cual podrá verse leyendo
documentos pertenecientes al señorío de Jérica.
La casa del señorío de Jérica iba en la avanza-
da de los reformadores del idioma en España.
Presididos por D. Pedro de Jérica, se re-
unieron los honrados D. Vicente de Paracue-
llos, D. Juan Pérez de Sigüenza y Juan, escri-
bano y notario, representantes de Segorbe, con
los de la villa de Castelnovo D. Ramón Gil
247
Daivar, D. Gil Navarro y Domingo Fillach, ha-
llándose todos presentes en la villa de Jérica en
la tcapiella de la casa del dito noble D. Pedro
señor de Exerica dia do7ningo nueve dias contados
del mes de Octubre ano Domini MCCCXLV».
D. Jaime Bayo, escribano del noble D. Pedro
de Jérica en todo el reino de Aragón, publicó
la concordia concertada entre los representan-
tes de ambas poblaciones.
Se refiere dicha concordia al uso que habían
de hacer Segorbe y Castelnovo de las aguas de
la fuente de Aurín, regularizando su aprovecha-
miento y determinando la manera y forma de
utilizarle. El lenguaje en que se consignó todo
esto fué en castellano-aragonés, muy digno de
ser conocido por lo adelantado que estaba en
su formación, como lo demuestra el siguiente
recorte: «quels azudes do toman lagua para los
» términos de Castellnou sean e finquen en el
»stado e en la forma que agora e en todos los
»tiempos passados an stado.
»E1 que las aguas de la Rambla e rio vayan
»daqui auant según D. Guillen de Loria lo or-
»deno en el azut... anin que en aquel finque
»portiello por el qual salgua todo tiempo aque-
»lla agua que el dito D. Guillen ordeno en el
»tiempo que les serán restringidas o por sequa
»foren menguadas*.»
* Copiado del pergamino original que se guarda en el
Archivo de la villa de Castelnovo.
24S
Dos años antes de morir D. Juan Alfonso de
Jérica otorgó carta de población á favor de
Juan Aznar, Guillem Pineda, Domingo Simón y
otros doscientos cristianos para que poblasen la
villa de Viver, dándoles términos, libertades
del diezmo por ganados, gallinas y hortalizas,
concediéndoles propuesta de juez en terna y
aforándolos al fuero y costumbres de Aragón,
«al cual fuero nos femos la dita población». De
la perfección que alcanzaba en el año 1367 el
romance, son una excelente muestra los capí-
tulos de la expresada carta-puebla, que dicen
así:
«ítem queremos e otorgamos que vos á los
» nuestros pobladores o los succehidores puedan
»bastir y edificar casas y cambras, cillero, por-
»ches, bescambras en el dito lugar e término,
»cada uno en lo suyo, do bien visto le será
» francamente sin todo contrasto.
»Item otorgamos e queremos que podades
» beber vino en el dito lugar de qual part ó
» lugar querades, entretanto que de vuestra co-
»gida no cojades prou. E encara queremos e
» otorgamos que podades facer iglesias, orgtias,
»o fossar e fossares o ciminterio alli do mejor
» provecho sera o bien visto vos sera.
»Item queremos e otorgamos que vosotros
»e los vuestros e los ditos pobladores, e los
» ditos succihidores usedes de los fueros, e del
» cocer del pan e de los molinos, e del maguirar
249
» según que lo usan los de la dita villa de Exé-
»rica.
»Item queremos e otorgamos que los moline-
»ros e íorneros que serán en el dito lugar sehan
» tenidas de moler a diez y seis: que el cocer
»del pan sean de treinta panes, uno de poya; e
»del trigo, e del panizo de veinte y uno'.»
A la misma época, pero revelando una ele-
gancia del lenguaje apenas conocida en aquel
tiempo, corresponde la notable respuesta que
dio á los unidos de Valencia D. Pedro de Xéri-
ca; debiendo notarse que los jurados de aquella
ciudad se le habían dirigido en lenguaje lemo-
sín, contestándole él, entre otras cosas, según
lo ha dado á conocer por vez primera el erudi-
to Sr. Quinto, lo siguiente:
«A la qual letra bien entendida vos respon-
»do que me semexa que es bueno que requira-
»des al Señor Rey e supliquedes que vos serve
» fueros, e previlegios e libertades, e buenos
»usos, e que si alguna cosa ha feitto contra
» aquellos, que lo quieran tornar a testamento
»debido, assí como aquestas cosas deben de-
» mandar e requerir a Señor mas no por mane-
»ra de unión.»
Los documentos anteriores los hemos trans-
* De la colección de documentos inéditos para la Histo-
ria de España, tomo XVIII, inserto en el libro de «La pro-
vincia de Castellón», por D. Juan Antonio Balbas, pág. 107.
Castellón, 1892.
2 50
crito para hacer ver con ellos lo temprana que
fué la aparición del romance escrito en la co-
marca de Segorbe. Todos los referidos docu-
mentos los calificamos de redacción aragonesa,
pero debemos de advertir que en el siglo xiv
hallábase confundida el habla de Aragón y Cas-
tilla; y decimos esto, dejando á un lado la difícil
cuestión de origen del lenguaje aragonés. Basta
manifestar sobre este punto que en tiempos an-
teriores al expresado siglo, Aragón anduvo más
adelantado que Castilla en la formación del ro-
mance común, y se detuvo cuando era lógico
conservar lo adquirido. Castilla fué de espíritu
lingüístico más movible. Así que las diferen-
cias que hoy tienen ambas regiones apenas bos-
quejadas en la época dicha, tomaron relieve
después.
La comarca de Segorbe sintió la acción del
romance español muy principalmente por con-
ducto de Aragón; por ello el carácter aragonés
del lenguaje es demostrable recogiendo el cau-
dal de voces comunes'.
^ Pueden verse ciertos documentos en los archivos ecle-
siásticos y municipal de Segorbe, redactados en el trans-
curso de los siglos XVI y xvii, los cuales fueron escritos en
dialecto valenciano. Ello es debido á motivos enteramente
oficiales é hijos de la dependencia de Segorbe al virreinato
de Valencia. Durante aquellos siglos, el régimen feral, con
sus prácticas regnícolas, llevó á nuestras curias, oficinas y
protocolos algunos textos valencianos. Pero este no era el
lenguaje de la comarca de Segorbe. Así lo demuestran los
251
Algo hemos intentado hacer en este senti-
do, coleccionando uñas novecientas voces ara-
gonesas usadas en Segorbe. Debemos de ad-
vertir que se nos han ocurrido muchas más;
pero después de examinadas, hemos desechado
gran número de ellas.
En nuestra colección no figuran voces que
no hayan sido declaradas aragonesas por auto-
ridad respetable. A las voces usadas en Segor-
be, para calificarlas de aragonesas, impusimos la
condición de figurar como tales en el Dicciona-
rio de la Academia ó entre los provincialismos
aragoneses admitidos en el Diccionario de Ro-
que Barcia y Echegaray; aceptamos también los
aragonismos que figuran en los «Apuntes», de
Rojas Clemente, y sobre todo incluímos las
muchas palabras que, usadas en Segorbe, tienen
la mejor de las facturas aragonesas, esto es, figu-
rar en el «Diccionario de voces aragonesas».
expedientes, que contienen informaciones testificales ó de-
claraciones de testigos, en las cuales los declarantes se ex-
presaban constantemente en lenguaje castellano-aragonés.
En confirmación de lo mismo, podemos citar un testamento
otorgado el año 1680 en la villa de Almedíjar, el cual con-
tiene el preámbulo ó encabezamiento y la fórmula final del
documento redactados en valenciano, y la institución de he-
redero y los legados en romance español. De los tiempos
posteriores á la abolición del fuero valenciano, ó sea des-
pués del primer tercio del siglo xviii, no hemos visto testa-
mento que contenga parte alguna de su redacción escrita
en dialecto valenciano.
252
de Borao. No son pocas, entre todas estas vo-
ces, las que su aragonismo le encontramos con-
firmado por todos los testimonios citados, y
algunas de ellas se encuentran en los Dicciona-
rios castellanos, particularmente en el de Do-
mínguez, sin calificativo de provincialismos ara-
goneses ó de voces originarias de dicha última
región.
Dicho lo que antecede, tenga en cuenta el
lector las varias apreciaciones que en este libro
se han hecho respecto al lenguaje lemosín, y
con ello sabrá á qué atenerse respecto á ciertas
palabras aceptadas por nosotros como aragone-
sas, no obstante figurar como valencianas en el
«Diccionario valenciano», de Escrig.
La colección de voces aragonesas usadas en
Segorbe que ofrecemos al lector es la siguiente:
Ababol: amapola. Abrevador: abrevadero.
Abasto (dar): bastar; ser bas- Abrigo: abrigado; y así suele
tante ó suficiente á alguna decirse: «estar abrigo», por ir
cosa, por ejemplo: «tres ama- abrigado,
nuenses no daban abasto á co- Acacharse: agacharse,
piar tanto como escribía; no Acaloro: acaloración.
daba abasto á cortarle pan. > Acaudillar: z\x\Xx\^x\ así se
Abaratar: se usa en las fra- dice: «acaudilla más tierra de
ses«á abarata canciones», pa- la que puede.»
ra denotar á vil precio, á bajo Acantalear: llover mucho,
precio. diluviar.
Abatojar: golpear los noga- Acerarse los dientes: den-
les para que suelten las nue- tera .
ees. Aclocarse: clocarse.
Abellota: bellota . Aconsolar: consolar.
Abonico: con tiento, bajito. Aconsolaio: el egoísta que
Aborrecer: molestar, cansar, por nada se aflige ni molesta,
importunar; y así se dice: ^ile Acontentar d uno: dejarle sa-
aborreció con tantas pregun- tisfecho.
tas; ya me aborrezco con tanto Acotolar: aniquilar,
limpiar la casa. » Acudidero: cosa ó atención
precisa que exige cumplimien-
to inmediato; así se dice: «aun-
que tengo regulares rentas,
¡son tantos los acudideros! »
Acurcullarse: ponerse enco-
gido como un ovillo .
Adinerar: hacer efectivos los
valores; atesorar.
Adote: dote.
Adusto: tieso, inflexible.
Agramar: machacar lino ó
cáñamo.
Aguachinar: empaparse de
agua los frutos, particularmen-
te los higos.
Aguadera: rocío de la ma-
ñana.
Aguárdente: aguardiente.
Aguja: alfiler; también se lla-
ma al alfiler aguja de cabeza;
la púa tierna del árbol que sir-
ve para injertar.
Ahorro: dícese del que cami-
na solo, sin peso encima.
Ahoramismo: verbigracia.
Ajada: azada.
Ajadón: azadón.
Ajoarriero: guiso particular
de bacalao, que consiste en
deshacerlo á menudas rajas y
servirlo con ajo y especies.
Aladro: arado .
Alambrado: alambrera.
Alatonero: almez.
Alagardera: sarmiento que
se deja sin podar para amugro-
narle.
Alabancias: elogios.
Albada: alborada; música ca-
llejera en las aldeas, acompa-
da de canto, y usada particu-
larmente la noche de Navidad.
Albarán: papeleta que acre-
dita el cumplimiento parro-
quial.
, Albardar: en la frase «no
dejarse albardar», significa no
dejarse imponer:
Albe: acuestas.
Albellón: albañal.
Alborcera: madroño.
Alcahuete: chismoso.
253
Alcahuetear: chismear.
Alicanca7io: piojo gordo.
Alicorto: el que por algún
motivo no tiene el ánimo ó
resolución que antes tenía.
Almenara: zanja por donde
sale el agua sobrante al río;
abertura en las acequias para
regar los campos.
Algezar: yesar.
Algecería: yesería.
Algecero: yesero.
Algezón: yesón.
Algez: yeso.
Almacera: almazara.
Almudi: almudín.
Aluda: piel para guantes.
Alum: alumbre.
Alzado: robo, hurto; así se
dice: «se há alzado con el san-
to y la limosna», para denotar
que hizo sustracción maliciosa
de cuanto al santo pertenecía.
Alzarla: alzada ó altura.
Amagar: esconder.
Amanta: mucho; así se dice:
«tengo fruta amanta» y «tengo
novios amanta.»
Amasador: el que amasa pan,
cal, yeso, etc.
Ambrazos: en brazos.
Amerar: merar; empapar de
agua los vajillos dé madera;
llenarse de agua los poros de
las obras de barro; así se dice:
«amerar la olla, amerar los la-
drillos.»
Amero: en la frase «sudado
como un amero», equivale á
bañado de un sudor copioso.
Amorgonar: amugronar.
Amparo: pizca; así se dice:
«no han quedado uvas para un
amparo.»
Amprado: lo que se tiene ó
lleva de prestado .
Amprar: tomar ó pedir pres-
tado.
And: así que.
Ancharla: anchura.
Ancheza: muy ancho.
Andada: gran caminata.
254
Andaderas: la gran resisten-
cia de un sujeto para hacer
largo camino.
Andador: andén; calle ó pa-
seo en los jardines.
Andurriales: paraje fuera de
camino y muy extraviado.
Anganillas: jamugas.
Anieblado: entontecido, ale-
lado, suspenso, atontado.
Animalada:h^st\2i\iádíá
grande.
Antorchera: velón de cobre.
Antojo: aseó.
Añadijo: añadidura.
Añero: se aplica á los árbo-
les que un año dan mucho fru-
to y otros poco ó ninguno;
vecero.
Apañar: remendar ó compo-
ner lo que está roto.
Apaño: remiendo, compos-
tura.
Aparatero: el que pondera
con exceso la importancia de
una cosa.
Aparatos: grandes extre-
mos en cosas que no merecen
importancia .
Aparejo redondo: el traje
propio de nuestras labrado-
ras.
Apenar: intimar una pena
ya señalada de antemano; úsa-
se principalmente contra los
que entran ó hacen entrar ani-
males de pasto en propiedad
ajena.
Apetencia: apetito.
Aplegar: recoger; así se dice:
«aplegar por Dios; aplegar oli-
vas. »
Apocilgarse: aficionarse de-
masiado á alguna cosa y ape-
nas salir de ella. »
Aqziebrazarse: formarse grie-
tas en las manos ó' piel.
Aquel: «no tener ese aquel >
que es necesario, por carecer
de juicio ó del talento conve-
niente.
Arañada: arañazo.
Arañan: arañazo .
Arbelldn: desaguadero en ca-
lles y patios.
Arclprestado: arciprestazgo.
Arguellado: desmedrado fí-
sicamente.
Arguellarse: quedar desme-
jorado y enfermizo; no blan-
quear la ropa lo que debiera.
Arguello: suciedad; carga de
censos sobre una hacienda.
Arguelluz: desmedrado, en-
canijado, rancio.
Arienzo: la décima parte de
una onza.
Ama: polilla.
Aro\ en la frase «echar por
el aro», comer, engullir, em-
baular.
Arramblar: llenar de grava
los arroyos la tierra que han cu-
bierto en una avenida; llevar-
se uno con codicia muchas co-
sas ó todas las de una especie.
Arrajic adero: el sitio ó línea
de donde parten los caballos
que corren en competencia; la
parte más gruesa del cañón de
la escopeta.
Arre: caballería de monta ó
de tiro.
Arrear: andar, marchar, par-
tir, por ejemplo: «arre á la es-
cuela.*
Arrematar: rematar; dar tér-
mino ó fin á alguna cosa.
Arreo: se dice «echar un
arreo», por un turno ó vuelta
de beber!
Arréu: de cualquier modo.
Arrimadillo: friso pintado
en la pared.
Arróbela: medida de aceite
de 24 libras .
Asestadero: sesteadero ó lu-
gar donde sestea el ganado .
Asina: así (en Castilla anti-
cuado).
Asnada: majadería.
Asolarse: aclararse los lico-
res bajando al fondo las par-
tículas más gruesas.
Aspeado: maltratado por la
fatiga del camino.
Atabladera', tabla que, tira-
da por caballerías y puesta de
plano, sirve para allanar la
tierra ya sembrada.
Atajoi rezago del ganado
más endeble á quien se condu-
ce á pasto más cercano y abun-
dante.
Atan liar el contenido de
un fardo ó paquete.
Atarantarse: aturdirse, que-
dar fuera de sí.
Atarugado: encogido, falto
de soltura en los modales.
Atollarse la tierra: otoñarse.
Aturar: hacer asiento algu-
na cosa.
Anchar: azuzar.
Aun: escasamente , difícil-
mente, á duras penas; se dice:
«podrá tener ella unos quince
años, y aun . »
Avinar: empapar de vino
los toneles.
Avispado: agudo, vivo, en-
tendido, activo.
Ajobar: ajuar.
Azacanado: el que va hecho
un azacán.
Azar olla: serba ó acerola.
Á^ud: presa para sacar agua
del río.
Badage: tonto, necio ó tor-
pe, pero no de buenas inten-
ciones .
Badallas: bostezar.
Badina: balsa ó charca de
agua detenida en los caminos.
Badinal: el sitio ó paraje
donde con frecuencia se for-
man las charcas.
Baga: cuerda con que se
asegura la carga sobre las ca-
ballerías.
Baladre: adelfa.
Balda: cerradura en forma
de barra.
Baldragas: persona perezo-
sa y desinteresada, á la par
que falta de energía.
255
Balsa de sangre: la mucha
sangre acumulada en el suelo
durante una hemorragia.
Barbado: sarmiento con raí-
ces dispuesto para la planta-
ción.
Barbaridad: gran cantidad.
Bar chilla: la duodécima par-
te de un cahiz de grano.
Bar ral: redoma de vidrio.
Barranquear: no ir muy de-
recho .
Barraftquera: se aplica á
cualquier género de peonza
que, por tener mal limado el
clavo ó la punta, da vueltas
con poca suavidad.
Barras: las cuatro listas ó
palos rojos con que blasona el
reino de Aragón.
Barredera: se usa en la ex-
presión «echar la barredera*,
para denotar que se ha decidi-
do bruscamente la cuestión,
que se ha dado una salida, que
ya no admite más opiniones.
Barrera: corral de ganado
al descubierto.
Barreño: jofaina.
Barriguera: especie de cin-
turón de correa ó cincha.
Barros: lodos; ambas son
castellanas; pero tratándose de
la suciedad de las calles, en
Aragón se preñere la primera
y en Castilla la segunda.
Basta: hilván.
Baste: especie dé albarda ó
aparejo á propósito para afian-
zar la carga.
Bateaguas: paraguas.
Batir: vertir, arrojar, dese-
char, sepultar; así se dice; «ba-
tir de casa á la suegra; batir al
suelo el regalo de su novio;
no te cargues tanta fregada,
que la vas á batir. >
Batueco: huevo huero.
Beber la toca: incomodarse,
irritarse, impacientarse, par-
ticularmente con los niños.
Belén: desorden, confusión;
256 ,
persona insípida; así se dice:
«se armó el gran belén; está
en Belén», como si dijéramos,
«está en Babia.»
Bengala', bastón.
Berganto ó berdanco'. carde-
nal producido por un golpe
sobre la piel.
Berniz: barniz.
Bezón\ mellizo, gemelo.
Bigardón: el que es desme-
suradamente alto.
Birlos: juego de bolos.
Blanco: especie de embuti-
do abundante en grasas y muy
aderezado.
Blanquero: blanqueado i*.
Boca: la abertura que deja
un tumor al ulcerarse ó venir
á supuración.
Bofo: fofo.
Bogiieia: sardineta.
Boira: niebla muy espesa.
Bolado: azucarillo espon-
jado.
Bolchaca: faltriquera.
Bolea: mentira; pelota juga-
da al aire.
Bolinche: persona de mucho
vientre; cierta especie de judías.
Bolo: almohadilla oblonga
donde se hacen los encajes.
Bolsear: formar pliegues ó
arrugas las telas.
Bollinada: agua que sale con
fuerza después de represada.
Bombona: cántara de tierra
ó vidrio de algunas arrobas á
propósito para guardar aceite .
Botadero: higo sin la sazón
que debe tener para comerse.
Bromera: espuma.
Borrón de la vid y otras
plantas: botón.
Botarga: monigote.
Botiga: tienda de mercader.
Botifarrones: morcilla pe-
queña; es un diminutivo de la
palabra catalana «butifarra.»
Boti7iflón: hinchado .
Boto: pellejo para vino, acei-
te, etc.
Bornizo: vastago estéril de
los árboles frutales.
Bozo: bozal.
Braga: lienzo que se pone
á los niños bajo el pañal.
Bragueta: se usa en la frase
«más serio que la bragueta de
un ciego.»
Brasa: ascua de fuego.
Brazal: sangría que se hace
á un río ó acequia para regar
los campos.
Brisa: los despojos de la
uva después de prensado el
mosto.
Bramera: espuma.
B rozos o: persona torpe ó
desmañada.
Brutaña: grosero, indecoro-
so, abrutado.
Bufa: vejiga de cerdo.
Bufido: soplo.
Burra: callosidad, general-
mente en las manos, efecto de
golpes ó rozaduras ñiertes.
Cabal: peculio; «no tiene
cabal » , es que remató con cuan-
to tenía.
Caballón: lomo de tierra que
subdivide los campos según
las conveniencias del riego y
cultivos.
Cabecero-, el que hace frente
al pago de varios, ó cobra y
ajusta el trabajo de muchos.
Cabezudo: hombre de buena
cabeza.
Cabrear: entre jugadores,
los últimos que juegan para
ver quién paga la ganancia de
los demás.
Cacha: epvite falso en cier-
tos juegos de naipes.
Cachirulo: fleco ú adorno,
generalmente muy colorido;
especie de cometa de figura
exagonal.
Cacho: gacho.
Cagazas: miedoso, pusilá-
nime.
Ca güera: cagalera.
Calcerio: calzado.
257
Caldoso', el que se ostenta
mucho ó se ciñe demasiado á
una compañía.
Caletre-, fisonomía.
Calmudo: calmoso, reposa-
do, perezoso.
Calorina: calor fuerte.
Caloyo', recental.
Callizo', callejón ó calle-
juela.
Cambra: monte pío.
Campar: lucir el garbo.
Canalera: canal en el teja-
do, y el agua que cae por ella
cuando llueve.
Candileiear: ir de una parte
á otra visitándolo todo por
pura curiosidad y no por pre-
cisión.
Candiletero: ocioso y curio-
són, que quiere estar en todo.
Cañuto: alfiletero.
Capacidad: poder, y así se
dice: «no hay capacidad para
hacerle trabajar; no hay capa-
cidad para tenerle en casa por
la noche. >
Caparra: garrapata, alcapa-
rra.
Caparras: caparrosa.
Capazón: capadura.
Capel: capullo.
Capitulo: cabildo.
Capucete: el acto de meter
la cabeza en el agua por un
momento, y aun también todo
el cuerpo.
Caracola: caracol con en-
voltura membranosa.
Car callada: carcajada.
Carasol: paraje abrigado del
viento y protegido por el sol.
Cárcavo: capacidad interior
de los puentes en los molinos.
Carcular: calcular.
Carga: medida de peso equi-
valente á diez arrobas.
Cargazón: gravamen impues-
to á una finca; así se dice: «la
casa tiene diez libras de carga-
zón para misas. >
Carnuz: carne podrida ó fofa.
Carraña: ira, enojo; perso-
na propensa á estas pasio-
nes.
Carta de gracia: pacto de
retroventa, en virtud del cual
el vendedor puede volver á
adquirir la cosa vendida siem-
pre que entregue el precio.
Casca: cascara de huevo,
nueces, etc.
Cascamujar: quebrantar una
cosa machacándola.
Cascar: dedicarse con pre-
ferencia á una cosa, como se
ve en las frases «cascarle al
pan, cascarle á las matemáti-
cas.»
Castañetas: castañuelas; me-
tafóricamente se dice «tener
muchas castañetas», por ser
poco mirado ó muy osado. •
Casera: la mujer ó ama de
gobierno que sirve á un hom-
bre solo, particularmente si es
sacerdote.
Cavilar: ahorrar.
Cazcarrias: hombre ó mu-
jer sucios á quienes no moles-
tan las muchas manchas.
Censal: censual.
Censalista: censualista.
Cera: miedo; así se dice: «le
entró cera cuando vio venir á
la Guardia civil.»
Cereal: aro de las cubas .
Cerol: especie de pegote he-
cho con cera y pez, que sirve
para enderezar el hilo con que
cosen los zapateros la suela del
calzado.
Ciento en un pie: clavel me-
nor que el ordinario, el cual
brota en grupos cual una ñor
compuesta.
Cisco: pendencia, discordia.
Clarearse: en la frase «cla-
rearse de hambre», por tener
mucho apetito y ser ésta po-
cas veces satisfecha.
Clavijero: en las frases «es-
tar ó hallarse al último clavi-
jero», quiere decir que es in-
17
258
mínente la ruina ó suerte de
una persona.
Clisar', apocar.
Glosar, ultimar, cerrar.
Clocar se: ponerse en cuclillas
Cloquetas (en): en cuclillas.
Clugir: crujir.
Cobar: incubar.
Coca\ nuez; cualquiera golo-
sina que se ofrece á los niños.
Cocí O', cuenco.
Coger: caber; «coger el tien-
to ó tomar el tiento», equiva-
len á tomar el corriente.
Comiquian comenzar los ni-
ños de pecho á comer algún
alimento sólido; comer peque-
ñas cantidades los convale-
cientes y las personas inape-
tentes.
Compás: distancia; «marcha-
ban todos al compás», por
guardar las distancias corres-
pondientes á la categoría de
cada cual.
Comprero'. comprador.
Concarar. confrontar; jun-
tarse dos personas para ulti-
mar un asunto ya iniciado por
otras.
Co7tdenado\ perverso; vio-
lento con relación al genio,
carácter, maña, voz, etc.
Confitado: aborrecido, y sue-
le decirse: «ya me tiene confi-
tado con tanto prometer y no
dar; esperando heredar, antes
morirá ella confitada, que falte
el viejo.»
Confitar: cocer las frutas en
almíbar.
Consiente: consciente, que
se hace cómplice.
Consonante (al): se usa del
siguiente modo: «allí todos los
gastos son aJ consonante; te-
nía buen caballo, buen perro,
buena escopeta, y todo así, al
consonante.»
Contornar: revolver la parva
para que se vaya trillando toda
por igual.
Contra: cuanto, y así se dice:
«contra más pobre, más gene-
roso; contra más le castigan,
más se rebela.»
Contrafirma: inhibición con-
traria á la firma.
Contraparientes : parientes
de parientes.
Convenienzudo: el poltrón,
amigo de demasiadas comodi-
dades.
Corea: carcoma.
Corearse: se dice de la ma-
dera cuando la roe el gusano.
Corrigüela: planta enreda-
dera ó trepadora.
Correndero: el que muestra
diligencia cuando no es pre-
ciso.
Correntida: corrida.
Corriente: «tomar el corrien-
te», por tomar el tiento.
Corrinche: corrincho; círcu-
lo de gente.
Corro: corrincho; ganado de
toros que se lidia en las calles
y plazas de los pueblos.
Corromper: aburrir, impor-
tunar, disgustar; así suele de-
cirse: «me corrompe para que
le venda la casa: es cosa que
me corrompe tener que ves-
tirme ahora. »
Cortada: rebanada de pan,
melón, jamón, etc.
Cortezón: costra que cubre
ciertas úlceras ó heridas lige-
ras.
Coscón: hombre entrado en
años y marrullero.
Costal: porción atada de
mieses, leñas, etc.
Coto: entre jugadores, el nú-
mero de partidas estipuladas.
Criadilla: patata. Antes de
conocerse la patata en Espa-
ña, dábase el nombre de ccria-
dilla» á una especie de hongo
sin raíz, globuloso, sólido, par-
do por ftiera, blanco-rojizo y
algo oloroso por dentro. Se
cría bajo tierra, y guisado es
sabroso. Cuando trajeron á
España las primeras patatas, la
semejanza de éstas con aquel
hongo dio lugar á que las lla-
masen también en Aragón y
Valencia criadillas .
Qr ibero', criba pequeña para
limpiar el arroz poco antes de
cocerlo.
Cr/í?: niño; también se dice
«cría», sin diferencia de sexo.
Cuajada: composición con
leche endulzada y coagulada.
Cuartear: cuartar, sacar la
cuarta parte .
Cubrecama: tela de tejido
ligero ó de punto que se pone
sobre los abrigos de la cama.
Cuco: cuclillo; hombre tai-
mado, experto y solapado.
Cucharero: zurrón en que
los pastores llevan, no sólo
las cucharas de palo, sino tam-
bién otros útiles para comer.
Cuchareta: renacuajo; mu-
chacho entremetido.
Cucharetear: meterse en
todo.
Cujón: la bolsa que forma la
manta de los labradores.
Culeca: Clueca.
Culera: la parte del panta-
lón corrrespondiente á las apo-
Sentaderas.
Culo de pájaro: para indicar
que uno se encuentra desnudo.
Culpante: culpable.
Curro: zurdo, manco.
Curruca: conjunto de perros
que cazan juntos, ó sea jauría.
Currutaco: señorito.
Curio: rabón. Son muy usua-
les en el Alto Aragón y Nava-
rra las frases «alábate curto,
que la cola te crece», y «alá-
bate curto, que el rabo se te
cae», para denotar qué no hay
motivo para engreírse ó ala-
barse.
Chafar: machucar; dejar á
uno burlado con una salida
que no esperaba.
259
Chafarrear: hablar sin dis-
creción.
Chaf arretes: hombre ó mu-
jer muy habladores y diche-
ros.
Chamorro: especie de trigo.
Chaparrudo: se aplica al que
es grueso, fornido y bajo de
estatura, y no deja de tener
conexión con las palabras cas-
tellanas chaparro y chaparra,
que significan, la primera, «co-
che ancho que tenía muy bajo
el cielo», y la segunda, «mata
de encina de mucho follaje y
poca altura . »
Charraire: hablador, jactan-
cioso.
Charrar: charlar.
Chepa: jorobado.
Chiba: jiba.
Chibar: jibar.
Chirigol: pisto; «darse chiri-
gol» es ciarse charol ó pisto.
Chiquiralla: conjunto de mu-
chachos traviesos y bulliciosos.
Chisnete: chichón.
Choto: berrinche; «cogerle
un choto», es llorar con coraje
el niño.
Chu flete: chiflo ó silbato .
Chulla", chuleta.
Churro: aragonés (entre los
valencianos).
Deja: manda testamentaria;
legado.
Desasentarse: ausentarse del
pueblo; retirarse ó dejar de
pertenecer á una cofradía, so-
ciedad, etc.
Descomido: inapetente.
Desembuñigarse: d e s e n r e-
darse de trampas ó deudas.
Desespero: desesperación.
Desembelecar: quitar estor-
bos.
Desfachatadamente: desver-
gonzadamente.
/)^j/<3!¿r/t¿z/¿z¿f¿7: descarado, in-
solente.
Desfachatez: desvergüenza.
Desgana: desmayo, congoja^
26o
Desgarr abandera : persona
resuelta y poco cuidadosa de
su aseo.
Desecho', desgobierno, des-
orden, calamidad, y así se dice:
«esa casa es un desecho.»
Desmayo: sauce.
Desocupo", desocupación, y
asi se dice: «¡qué desocupo de
mujer, estar todo el día com-
poniéndose! s>
Despartidero', punto de con-
vergencia ó cruce de dos vías
cualesquiera.
Despedida: salida; desagua-
dero.
Desterrarse: ausentarse mu-
cha gente en busca de alguna
diversión ó espectáculo, y así
se dice: «:Zciragoza toda se ha
desterrado para ir á ver las
maniobras; Segorbe entero se
desterró por ir á la fiesta de
Altura. >
Destroza: destrozo.
Dica: hasta.
Digendas: dichos, hablillas.
Disprecio: desprecio.
Dita: el tanto que se ofrece
cuando se subasta algo.
Doncel: agenjo.
Dotorear: dar parecer y opi-
nión sobre cosas difíciles y de
especial competencia.
Drape: holgazán é inapli-
cado.
Dula: Vecería.
Echadazo: tendido por pol-
tronería.
Ejecutor, albacea.
Elástico: almilla.
Elor: frío.
Emhafar: empalagar.
Embastar: hilvanar.
Embelecar: llenar de estor-
bos.
Emblanquinar: enjalbegar.
Emboticar: estorbar; decir
mentiras.
Empajada: mezcla de paja
mojada y sal para dar á las ca-
ballerías en determinadas en-
fermedades.
Empastrada: desacierto, ma-
jadería, torpeza que acarrea
perjuicios.
Empedradura : especie de
flemón producido por el roce
del calzado mal ajustado á la
medida ó por la presión en las
manos de las kerramientas del
trabajo; llámasele también en
Aragón «sentadura.:^
Empelle: injerto.
Empentón: empujón.
Encabezado: vino mezclado
con aguardiente ó alcohol.
Eftcantillo: lugar donde se
venden las cosas ya usadas.
Encomienda: encargo, depó-
sito.
Enchizar: hechizar.
Enfilar: dirigir un asunto;
tomar una dirección recta.
Enfurrusc arse: enfurru-
ñarse.
Engafetar: abrochar.
Engarronar: pisar á otro el
talón, descalzándole el pie.
Engullidor: sumidero.
Eíirebuñado : oxidado. En
algunas localidades de Aragón
y en Segorbe dicen «robe-
llado.»
Enreligarse: enredarse, en-
trelazarse; enmarañarse.
Enruna: el conjunto de es-
combros, cascotes y desperdi-
cios que salen de las obras.
Enrunar: echar enruna en
algún sitio. Metafóricamente
se dice de alguno: «es tan rico,
que nos puede enrunar á on-
zas de oto,'s>
Ensimesmado: el que está
distraído, metido en sí mismo
y absolutamente extraño á lo
que pasa en torno suyo.
Ensobinarse: caer una caba-
llería en postura tal, que el
lazo que la retenía le ahoga ó
la pone en peligro de perecer
estrangulada.
26 1
Entalegado', persona que,
metida en un saco, compite
con otras en correr á saltos,
habiendo algún premio señala-
do para los que sobresalen en
este ejercicio.
Entrecavar-, limpiar de hier-
ba la hortaliza.
Estafar-, evaporar.
Esbarrar: asombrar; espan-
tar la caza, caballerías, etc.
Esbromaderai espumadera.
Escalera-, escalón, peldaño;
así se dice: «cayó de seis esca-
leras, brinca cinco y las sube
de dos en dos.
Escalñdo-, florecido.
Escaparrar', «mandar á es-
caparrar», para denotar que se
le despide de mala cara ó que
se le contesta agriamente.
Esclafar: machucar, chafar,
quebrantar; también se dice
«esclafar los huevos, por cas-
carlos, partirlos ó abrirlos.
Escocido-, escarmentado.
Escomenzar; comenzar.
Escopetada-, escopetazo.
Esc osear: esmollar, descor-
tezar.
Escorchón: desolladura.
Escorredor: escorredera.
Escornarse-. se usa en la
frase «escuérnate como pue-
das», en significación de com-
ponte como puedas; «me es-
come estudiando >, por hice un
estudio largo y pesado.
Escrismar: descrismar.
Escuageringado : deshecho
de fatiga.
Esgarran: rasgón, desgarro.
Esmerar: conseguir la dis-
minución de un liquido por la
ebullición.
Esmorrillado: esportillado,
cuando se trata de cacharros,
y rozado cuando de telas.
Espanturriar: sacudir, par-
ticularmente las moscas.
Esparteñas: calzado, no sólo
de esparto, como dice la Aca-
demia, sino también de cual-
quiera otra substancia vegetal,
como cáñamo, lino, etc.
Espatarrarse: despatarrarse.
Espeso: el que se ciñe mu-
cho á una compañía ó á un
negocio.
Esponjado: azucarillo.
Espichar: morir.
Esputar: prorrumpir, lanzar
fuera de sí, por ejemplo: «es-
píe tó á llorar, espletó mil im-
properios, espletó el saram-
pión, espletó á orinar», etc.
Espumar: chisporrotear.
Esqueje: irónicamente se di-
ce del niño pequeño y mal
educado.
Esquilador: en la frase «po-
nerse como el chico del esqui-
lador», denota que se ha co-
mido, bebido ó tenido otro
goce hasta el exceso.
Estefiazas: tenazas.
. Espiazar: despedazar.
Estora: estera.
Estrebedes: trébedes.
Estrenas: gratificación ob-
sequiosa.
Estripacue?itos\ el que suele
interrumpir inoportunamente
al que lleva la palabra .
Estropicio: ú^sp^xí^ctOf des-
orden.
Esturdecido: aturdido ó des-
mayado por efecto de golpes.
Esturrufao: descompuesto,
particularmente el cabello. Es-
ta frase figura en los fueros dé
Aragón.
Esbararse: resbalarse.
Esbernizar: rozar hiriendo
ligeramente una superficie,
particularmente la piel.
Exigidero: exigible.
Exporga: expurgo.
Exporgar: expurgar; soltar
los árboles y las vides parte
de su fruto en flor.
Fajar: poner á los niños la
envoltura.
202
Falaguera'. deseo imperti-
nente.
Falca', cuña.
Falordia: fábula, cuento.
Falsa: desván, solana; puer-
ta excusada; pauta para escri-
bir.
Falsía: culantrillo-
Famoso: injurioso, infama-
torio, y suele decirse: «famoso
sujeto me citan», para deno-
tar que se trata de persona
poco recomendable.
Fandango: pendencia, riña,
confusión, y así se dice: «¡se
armó el gran fandango!»
Fanfarria: fanfarrón.
Farfalloso: tartamudo.
Femado: abonado con es-
tiércol.
Fematero: el que recoge y
acarrea el estiércol.
Fet Ulero: melindroso con la
comida.
Figurante: persona de apa-
rente gravedad, posición ó
ciencia.
Finja: finca.
Filindrajo: andrajo.
Flojar: aflojar.
Flojo: falto de salud; conva-
leciente.
Florada: entre colmeneros,
el tiempo que dura una flor.
Florear: elegir lo mejor en-
tre las muchas cosas de un
mismo género. La Academia
da á esta palabra significado
muy distinto.
Florecido: enmohecido; cu-
brirse de moho alguna eosa.
Forano: forastero.
Fregadera: fregadero.
Friolenco: friolento.
Frior y friores: frío y frial-
dad.
Fuchina: escapatoria; par-
ticularmente se dice de los ni-
ños cuando se ausentan furti-
vamente de casa los padres ó
hacen falta á la escuela.
Fulero: se aplica á lo que no
es de recibo, á la persona de
malas mañas y á las prendas
de vestir que no son de buen
gusto.
Fulla: mentira.
Furris: tramposo, embro^
llón.
Gafarrón (ave): pardillo; se
dice de los niños que hablan
mucho.
Gafete: corchete.
Gajo: porción de manzana,
naranja, etc.
Galce: marco ú aro rebajado.
Galdufa: peonza.
Gallinero: localidad de en-
trada general en el teatro.
Gallos (á): se usa en la frase
«hervir á gallos», para expre-,
sar un hervor fuerte.
Gandumbas: hombre de ge-
nio blando ó carácter poco ac-
tivo.
Gana: extremos de la he-
rradura, reja ó azada; las aber-
turas que tienen los peces á
los lados de la cabeza.
Garba: gavilla de mieses, á
distinción de la de sarmientos,
Garbar: formar la garba ó
recogerla.
Garbear: afectar garbo en lo
que se dice ó hace.
Garbo (de): con abundancia
y derroche; así se dice: «gastó
de garbo en el bautizo.^
Garnacha: cierta especie de
uva.
Garra: en la frase «estirar
la garra», significa morir.
Garrampa: calambre.
Garras: piernas.
Garrear: patalear; agitar y
mover descompuestamente las
piernas por enfermedad ó por
coraje.
Garrofa: algarroba.
Garro feral: algarrobal.
Garro fin: el grano ó si-
miente de la algarroba; niño
pequeño poco medrado y muy
ágU.
Garrón: calcañar, y así, al
que lleva las medias caídas, se
dice que las lleva al «garrón»;
codillo de la res.
Carroso: patituerto.
Gabia: expresión para mo-
tejar á uno de loco, travieso ó
calavera.
Gayata: cayado.
Geribequts: gestos, guiños,
visajes, contorsiones.
Geta: grifo.
Getazo: bofetón.
Gínjoh azufaifa.
Gordaria: grosor.
Gorrmera: choza en que se
encierran los cerdos.
Gorrino: puerco ó cochino;
en Castilla, puerco que no lle-
ga á cuatro meses.
Gorroftera: agujero cilindri-
co en que entra el gorrón ó
espiga de la puerta de calle,
construida con este giro y no
con bisagras,
Glope: buche, sorbo, boca-
nada.
Grilla: mentira.
Grillo': en la frase «se las
grilló», indica que uno se au-
sentó con aires de huida.
Gr ilion: el hijuelo que brota
de una simiente, del cual hace
después la planta nueva.
Gris: tiempo frío-
Gruñón: gruñidor.
Guaja: bribón solapado.
Guajar ó cuajar: echar mu-
cho grano la espiga.
Guapo: se emplea para de-
notar asentimiento; así se dice:
«¿quiere usted pasear? > «Gua-
po», esto es, conforme.
Güeso: cuesco, hueso.
Guantazo: guantada, bofe-
tón.
Güeñas: especie de embu-
tido.
Guilinduges ó guilindainas:
adornos impropios en el traje
de la mujer; fingidas razones
para excusar que se procedió
263
de manera distinta á la que
era de esperar ó se había pro-
metido.
Guipar: atisbar, brujulear,
descubrir.
Guisopo: hisopo.
Guita: dinero en abundan-
cia.
Guitón: picaro *.
Gusanado: lo que está daña-
do ó agujereado por los gusa-
nos.
Hablada: hablillas.
Habladuría: hablilla.
Hacer: en la frase «hacer
leña* , por cortarla.
¡Hala!: exclamación ó in-
terjección equivalente á la de
¡vamos!, ¡arriba!
Hartar: precisar, obligar,
vencer; así se dice: «le harté á
palos; me harté de pegarle.»
Hartazón: hartazgo.
Helor: tiempo de hielos.
Herejía: cualquier falta, aba-
so, exceso de precio, etc., que
se separa de lo razonable .
Historiado: todo lo que tie-
ne mucho ornato, ya sea mue-
ble ó prenda de vestir. La
Academia lo aplica sólo á la
pintura.
Huerta: tierra de regadío.
Huevatera: la mujer que
vende huevos, rogando que se
los compren de puerta en
puerta.
Ifi fiarse: morirse.
IscOy i se a: hombre ó mujer.
En el texto hebreo del «Gé-
1 Borao incluye esta palabra entre
las aragonesas. Echegaray la conside-
ra holandesa, y dice de ella que se
emplea para designar al picaro por-
diosero que, con capa de necesidad,
anda vagando por lugares y chozas
sin quererse sujetar ni trabajar. El
nombre de «Pería de Guitón» que lleva
la peña que hay á la orilla del paseo de
Sopeña, procede del albergue que to-
mase alguno de estos pordioseros en
la cueva que forma el declive de dicha,
peña.
204
nesis» ya se nombra así á la
mujer. Apenas vio Adán á
Eva, dijo con luz superior: tve
aquí un hueso de mis huesos y
carne de mi carne; su nombre
ha de ser Isca, esto es, hem-,
bra humana»*.
Ivierno', invierno.
Jabeda: juego de muchachos
en que linos forman cadena
cogidos de las manos y otros
corren perseguidos por los
primeros.
Jabegón: red gruesa de es-
parto con ancha malla que sir-
ve para llevar paja.
Jada: azada.
Jarmentear: sarmentear.
Jasco', desabrido, seco.
Juncar', junqueral.
Jazminero: jazmín.
Jetazo', mojicón.
Joparse-, irse, largarse.
Jovenzano', joven recién ca-
sado.
Julepe', se usa en las expre-
siones «llevar un julepe», para
significar haber sufrido mucho
ó haberse dado un mal rato.
Justillo', corsé ajustado en
las mujeres.
Labor-, simiente de gusanos
de seda.
Lamín', golosina; úsase mu-
cho en sentido de cebo ó atrac-
tivo cuando se dice: «al lamín
de la dote cayó en la trampa.»
Laminear', lamer, golosi-
near.
Laminero: goloso.
Lanza: «echar la lanza» equi-
vale á cortar de un árbol las
ramas al nivel del plano ver-
tical que se supone levantado
sobre la línea colindante que
separa dos campos vecinos.
Lapo: bofetón.
Latonero: almez.
1 Asi lo dice Fr. José del Salva-
dor. «Pláticas dogmático-morales», to-
mo I, pág. 79. Madrid, 1803.
Lengudo'. l^ngvisxsz', largo de
lengua*
Leñazo: garrotazo.
Ley: cariño, fidelidad, amor,
y así se dice: «tener poca ley;
no tener ley al pan que se
come.»
Legona: azada en forma de
pala, y usada más para recoger
la tierra suelta que para re-
mover la firme.
Lesna: lezna.
Lomillo: solomillo.
Lorza: pliegue que se hace
en los vestidos para alargarlos,
si conviene.
Luna: patio descubierto.
Lloradera: especie de par
sión de ánimo que se resuelve
en copioso llanto, imposible
de contener; el acto de llorar
desesperadamente, por ejem-
plo: «al saber la muerte de su
padre, le entró una lloradera
que llegó á darnos cuidado. >
Madera: se usa en la frase
«tener mala madera», para in-
dicar el estado accidental de
debilidad orgánica ó nerviosa,
ó de displicencia y flojedad de
ánimo.
Madrija: pez de río; cosa
pequeña entre las de su gé-
nero.
Majencia: se dice de las fa-
milias ó casas cuyo caudal y
buen gusto andan aparejadas.
Esta palabra aragonesa guarda
cierta afinidad con majestad.
Majo: lujoso, elegante, bien
puesto de traje. En Castilla se
refiere principalmente al des-
garro ó libertad de maneras.
Malmandado: inobediente.
Malo: mal, en sentido de
adverbio; por ejemplo: «me
sabe malo repetir dos veces
las cosas.»
Maltrabaja: haragán, pere-
zoso para el trabajo.
Manar: brotar agua de al-
gún manantial ó filtración.
Mancha: fuelle.
Manchadon el que mueve
los fuelles.
Manchar: manejar ó dar
aire á los fuelles.
Manchoso: se dice de lo que
por su color delicado ó por
cualquier otra causa recibe
con facilidad ó, por mejor de-
cir, no suelta la suciedad ni
las manchas.
Mandria: haragán, egoísta;
en Castilla, cobarde.
Mandarria: bandurria.
Mangrana: granada.
Manta: la prenda que com-
pleta el traje de abrigo en los
labradores.
Mantornar: dar segunda la-
bor á la tierra.
Manzana: con las varieda-
des «comadre, helada, sanjua-
ñera, morro de vaca> y otras.
Mañanica: principio de la
maiSana.
Maño: hermano.
Marcear: reinar tiempo ven-
toso.
Mar daño: camero padre,
morueco.
Márfega: jergón de tela
tosca.
Mari: palabra que se ante-
pone á otras muchas para de-
notar frecuencia en alguna co-
sa; así se dice: «mariprisas,
marienredos, mariapuros», co-
mo si dijéramos, el hombre de
las prisas, enredos ó apuros.
. Aldrrega: jergón.
Marro: sorpresa desagrada-
ble, chasco; así se dice: «toda
la vida esperando heredar, y el
difunto les dio marro.»
Mas: casa de campo y la-
branza; úsase en sustitución de
«tan> en las frases «qué pan
más blanco, qué queso más
duro», etc.
Masada: masía; también se
usa la palabra «masadero> por
265
el colono ó vecino de la masía;
lo que se amasa de una vez.
Masdr: amasar.
Mascara: tizne.
Mascarar: tiznar.
Máselo: hombre; leemos en
Blancas: «el Arzpbispo, levan-
tándose en pie, respondió: —
Empero si á Nuestro Señor
Dios pluguiese dar á V. A.
fijo ó fijos máselos legítimos>;
animal macho.
Masero: lienzo en que se
acomodan los panes para lle-
varlos á cocer.
Mastuerzo: majadero; per-
sona negada ó muy inútil.
Mata de pelo: crencha.
Matacahra: granizo menu-
do que cae en el invierno.
Matacán: escamonea falsa.
Matapuerco: las faenas con-
siguientes al mondongo.
Meadina: meada.
Mediero: el que va á me-
dias en la administración de
tierras ó en la cría de anima-
les.
Medrana: miedo, pavor, y
se dice: «le entró una medra-
na cuando vio los alguaciles. >
Mejer: mecer; dar vuelta ó
remover la brisa á poco de
fermentada.
Melón de agua: sandía-
Melsa: bazo; flema, calma,
poltronería.
Memoria: se dice «caer ó
dormir de memoria>, para de-
notar que «en posición su-
pina.»
Mereftdola: merendona.
Mermar: disminuir las subs-
tancias expuestas al calor.
Me pena: lo siento.
Mesmamente: adverbio deri-
vado de «mesmo» ó mismo con
igual significación, verbigracia:
«yo mesmamente se lo dije>,
por yo mismo; significa tam-
bién, precisamente ó puntual-
mente; verbigracia: «mesma-
266
mente aquel día no estaba yo
en casa.»
Miajitina : diminutivo de
«miaja.»
Mida-, Medida.
Micha: bazo.
Milenta', gran número.
Milocha : cometa ; apodo
contra la persona demasiado
alta y delgada .
Aliramar: mirador ó torre
en las casas de recreo.
Mitadenco', trigo mezclado
con centeno.
Morar: sonar.
Mócete: jovenzuelo.
Modoso: se aplica á la per-
sona de moderación y tem-
planza en sus acciones y pala-
bras.
Momos: gestos; visajes que
se hacen para burla de alguno.
Mona: gusano de seda que
no continúa formando el ca-
pullo
Monero: fisgón.
Monda\ despojo de piel ó
corteza de frutas ó legumbres.
Moñaco: muñeco.
Mora: el fruto apiñado que
da la zarza silvestre.
Moradura: mancha lívida en
la piel, causada por golpes ó
hemorragicis capilares; equimo-
sis.
Mor cacho: morcajo.
Morcas: heces del aceite .
Morgaño: ratón campesino.
Morgón: mugrón de vid.
Morgonar: tender los sar-
mientos para que arraiguen.
Morreras: eritema ó grietas
alrededor de los labios.
Morro: enfado, berrinche .
Morrocotudo: grande, formi-
dable, terrible; se usa sólo
vulgarmente en las frases «ca-
pital morrocotudo; juego mo-
rrocotudo; dista cuatro leguas
morrocotudas», etc.
Morrón: calificativo de cier-
ta variedad en los pimientos.
Morrudo: el que se apercibe
pronto de un buen condimen-
to; el que de ordinario está
enfadado.
Mortajar: amortajar.
Mose'n: título ó tratamien-
to equivalente á Don, y que
hoy sólo se da á los clérigos.
Motilar: cortar el pelo.
Nano: enano. Se dice tam-
bién «año de la nanita» para
denotar mucha antigüedad.
Naya: galería en palacio,
iglesia ó casa de importancia.
«Naya», según el Diccionario
valenciano de Escrig, palco.
El vocabulario valenciano-cas-
tellano de Cabrera admite
también el diminutivo «naye-
ta» para designar la especie
de entresuelo que tienen los
pisos bajos de algunas casas
de comercio. En Segorbe se
usa solamente en la acepción
aragonesa, y D. Manuel Gó-
mez dijo á este propósito:
Si esta «naya» mía fuera,
¡Cuan lucida la pondría!
¿Qué «naya».> No lo comprendo.
<Esta «naya»? Galería.
Nazareno: voz familiar que
señala al que anda sucio de
sangre, polvo ó con traje des-
compuesto .
Nebleros: moldes para ha-
cer las hostias.
Nevaterla: sitio donde se
vende la nieve .
Nevatero: el hombre que
vende nieve.
Niéspola: fruto del níspero.
Niquitoso: dengoso.
No-cosa\ nada; poca cosa.
Nublo: en las frases «tocar á
nublo», viene á ser como «pre-
dicar en desierto», y así se
dice: «mandar á los niños que
callen, es como tocar á nublo.»
Nuncio: alguacil de la curia
eclesiástica.
Ocheno: la octava parte de
ocho.
Oleaza: agua sucia sobrante
después de sacado el aceite de
la pila.
Oliva: aceituna.
Olivera: olivo.
Otri: otro.
Pagentar: apacentar.
Pachuchada: dicho ó hecho
que no vale la pena y que de-
nota sandez ó tontería.
Paja: «trabajar por la paja»,
denota haber hecho alguna
cosa con poca ó ninguna utili-
dad: hay quienes hacen con
sus caballerías la faena de la
trilla de mies ajena, reserván-
dose para si toda la paja.
Paja-humo: en la frase «hu-
mo de paja», denota que un
asunto ó persona se coloca
fuera de juego.
Pajarilla: insecto que des-
truye la cebada.
Pajarolear: hacer vida ale-
gre, ociosa y disipada.
Pajuz: paja medio podrida.
Panderete: pandereta.
Panel: voz de carpintería.
Panizar: sembrado de maíz.
Panizo: maíz.
Pansa: pasa.
Pa7tsido: seco, marchito, sin
jugo.
Pantasma: fantasma.
Pataca: mentira.
Parar: disponer, preparar,
y así se dice: «parar la mesa»,
en sentido de cubrirla con los
manteles, ó como dice la Aca-
demia de ponerla.
Parra: «subirse á la parra >,
ofenderse; picarse de alguna
alusión .
Parranda: jolgorio, ociosi-
dad, pasatiempo.
Parvada: gran cantidad.
Pasadas (á todas): «enajena-
ción absoluta sin condiciones
de retracto», es frase que se
usa en oposición á carta de
gracia .
267
Patalea: reunión de gente
ociosa y descarada.
Pavana: «salida de pavana»
es expresión que significa ré-
plica intempestiva, insuficiente
ó grotesca; desenlace poco de-
licado en algún asunto.
Peal: úsase en la frase «po-
ner á uno como un peal», equi-
vale á «poner á uno como un
trapo.»
Pebre: guindilla fuerte; en
la frase «pica el pebre», equi-
vale á mucho precio.
Pedrera: mina de piedra ó
cantera.
Pelacahas: viento fuerte y
frío.
Pelele: pobrete; falto de in-
teligencia.
Peleja: mujer de defectos
capitales.
Pelindusca: ramera.
Peluchón: pelo descompues-
to; se dice también del que lo
lleva.
Pellejero: el que se dedica á
comprar pieles de desecho ó
de reses mortecinas.
Penar: pesarle á uno; arre-
pentirse.
Pendonear: disipar el tiem-
po; callejear; concurrir á toda
distracción.
Pendonero: haragán, vago;
amigo de pasatiempos.
Peneque: borracho.
Perdigana: perdiz sin plu-
marse por completo.
Perejil: «ser como el pere-
jil», paxa indicar que uno se
multiplica en todas partes.
Pero: tiene alguna vez ofi-
cios de partícula afirmativa
equivalente á «sí»: como «es
fácil, pero muy fácil.»
Pes calero: pescadero; el que
vende pescado.
Petate: dar el petate; aban-
donar el pueblo en que se
vive.
Petrusos: terreno peñascoso.
268
Picaporte: llavín con que se
abre la puerta.
Picar, machacar, desmenu-
zar.
Picazo: picotazo.
Picor: escozor.
Picotear: ir comiendo de
poco en poco.
Pie: medida para la acei-
tuna.
Pigre: tardo, negligente.
Pilla: pillaje.
Pilma: bizma.
Pimentón: pimiento.
Pinada: pinar.
Vinchar: punzar.
^ingo: sucio, desmedido, de
maneras libres; se aplica co-
múnmente á la mujer.
Vintiir rutean' pin torear.
Pipirijaina: compañía ó tro-
pa de malos comediantes.
Pisazo: pisotón, pisada.
Pitorro: hombre calculador
y de agilidad extraordinaria.
Yitez: viveza.
hitaste ó petaste: hombre
importuno, desmañado, que
sueje estorbar con su presen-
cia.
Vizco: pellizco.
Vlantar cara: presentarse
en ademán de resistencia.
Vla?ttaina: llantén.
Vlañir: sentir, deplorar, por
ejemplo: «no se plañe él por
cien duros más ó menos. >
Vlegador: el que recoge li-
mosna para alguna cofradía ó
comunidad.
Voder: úsase en la frase «es
cosa que me puede >, como di-
ciendo que me incomoda.
V ore he: soportal.
Vorreta: en la frase «que-
darse en porreta», significa
haber perdido toda la hacien-
da y también despojarse de
toda prenda de vestir.
Voso: parte gruesa que de-
positan los líquidos.
Vote: Bote.
Votrear: molestar, apurar,
cansar; aburrir á uno.
Vresa: puchero de enfermo.
Vresco: melocotón.
Vresquilla: bresquilla.
V restar: dar de sí las telas.
Vrieto: mezquino.
Vrobar: catar.
Vrobatina : ensayo , tenta-
tiva.
Vropio (de): como de in-
tento.
Vrou: bastante.
Vudir: heder.
Vudor: hedor.
Vtiga: púa.
Vunchar: punzar .
Vunchazo: punchada .
Vunchón: punzón.
Vuntilloso: el que tiene mu-
cho puntillo ó una susceptibi-
lidad exquisita. La Academia
admite «puntoso» y «pun-
tuoso
Vunza: espina.
V uñazo: puñada, puñetazo.
Vurna: chispa; «tener malas
purnas», ser de poco aguante,
mal genio ó no admitir chan-
zas.
Quebrazas: grietasdelapiel.
Quejón: quejumbroso.
Quijal: muela.
Rabada: rabadilla.
Rabagallos: mujer propensa
á suscitar riñas y pendencias
ruidosas.
Rabal: arrabal.
Rader: raer.
Radido: miserable, mu-
griento.
Raedor: rasero .
Rafe y rafel: alero del te-
jado.
Rallado: se dice «rallado de*
viruelas» al que quedó seña-
lado de ellas.
Rampa: calambre.
Ramucha: ramuja; ramiye
inútil; ramiza.
Raspajo: escobajo de la uva;
rampajo.
Reblar, titubear, retroceder;
hincar en la madera la punta
de un clavo; aplastar el extre-
mo de un hierro.
Rebornecen bastardear, de-
generar.
Rebuchar: recusar.
Rebutido: lleno.
Recibidor: sala de recibi-
miento.
Rechichivado: guisado que
se pasa de fuego; también se
aplica á la persona á quien se
le apura la paciencia.
Redolar: caída de algún ob-
jeto, persona ó animal dando
vueltas por un declive.
Refilar: sortear una mone-
da, palillo, pelota, etc.
Refirmar: apoyar la estabi-
lidad mecánica de un muro,
puntal, etc.
Refitolero: indiscreto.
Refrían: enfriamiento in-
tenso.
Re frotar: frotar.
Regadora: regadera.
Regañao: el que tiene los
párpados contrahechos y vuel-
tos algo por fuera .
Regla: listón de los que
usan los albañiles para las ali-
neaciones.
Remugar: rumiar.
Rendrija: rendija.
Renegón: renegador.
Retólicas: retóricas .
Repaso: la segunda prensada
de la aceituna.
Replegar: alzarse con todo;
así se dice: < antes de irse de
casa, replegó cuanto en ella
había de frutos, muebles», etc.
Reposte: despensa.
Requilorios: exceso de ador-
nos; rodeos ó atavíos en la
conversación.
Respetudo: dícese de la per-
sona que inspira gran respeto
por su exterior.
Respingo: en la frase «pegar
269
un respingo», significa tomar
ánimo.
Respulero: respondón; úsase
mucho en femenino .
Restregón: estregón .
Restrojo: rastrojo.
Retastinarse: pasarse de
fuego.
Revés: bofetón .
Revisalsear: registrar, entre-
meterse.
Revisalsero: curiosón.
Rezago: ganado endeble.
Riada: avenida de río .
Rebullen es: setas .
Rispo (á): hombre ó mujer
listos.
Rodancha: equimosis; lonja
de pan, queso, tocino, etc.
Rolde: círculo .
Romana: «correrse la roma-
na», equivale á exagerar.
Roncha: lonja de tocino,
pan, etc.; equimosis.
Rónego: descarnado.
Roñar: regañar.
Ronón: regañón.
Roñoso: llorón, tacaño.
Rosada: escarcha.
Roscada: colada.
Rosigar: roer; murmurar por
lo bajo.
Royo: rubio, rojo.
Royura: (véase moradura).
Ruejo: rodillo de molino;
«comulgar á uno con ruejos
de molino», querer convencer-
le de una cosa increíble.
Rufo: rozagante, vistoso,
bien adornado .
Rugiada: golpe de lluvia.
Rugiar: rociar con agua.
Rujio: rocío.
Rusiente: candente.
Rustir: asar hasta tostar.
Sanjuanada: los días próxi-
mos, antecedentes y subsi-
guientes á la Natividad de
San Juan Bautista.
Saque: se dice de uno «que
tiene buen saque», para deno-
tar que es comedor ó bebedor.
270
Saquera', aguja de coser sa-
cos.
Sargantana y sargantena: la-
gartija.
Sal morra: salmuera.
Saltadera: «estar á la salta-
dera», es hallarse una mujer
preñada dentro del noveno
mes.
Sarria: esportón.
Sastresa: la mujer del sastre.
Secados: secos; no se dice
como en Castilla higos secos,
sino secados.
Secano: se dice «abogado de
secano > al hombre sin estu-
dios que se entremete en lo
que no entiende.
Semejante: extremado en
magnitud, número ó lujo, y
así se dice: «ha hecho seme-
jante fortuna; ha venido con
semejante traje; trajo seme-
jante caudal.
Semo: hueco, sin jugo; ra-
quítico .
Sentido: «costar un sentido> ,
es costar mucho.
Serreta: cadenilla que se po-
ne al freno en los animales de
monte para refrenarlos.
Sinjusticia: injusticia.
Sinfinidad: multitud.
Sobré-barato: muy barato.
Sobre-bueno: excelente.
Sofoco: el acto de apasio-
narse ó disgustarse vivamente.
Solanar: el día caluroso y
de horizonte despejado; el
aposento ó paraje que recibe
el sol de lleno.
Sol de caracoles: el de poca
fuerza.
Somardón: marrullero, re-
servado, egoísta.
Sondormir: dormir con sue-
ño ligero; dormitar.
Sopapo: revés .
Sopas: «llegar á sopas he-
chas», es que se acudió cuan-
do todo estaba hecho .
Sotobar ó estoban mullir .
Sudar: en las frases «sudar
pez, sudar el quilo», sigoiñca
sudar copiosamente.
Sumsido: lo mermado y aun
seco.
Surtida: salida en sentido
de acometida.
Subidor: subidero .
Tablero: mostrador.
Taca: mancha.
Tajadera: compuerta para
detener ó desviar el agua.
Tajo: «un tajo de cosas >,
por muchas; «acudir al tajo»,
por acudir al sitio donde se
trabaja.
Talegazo: costalada .
Talegal d talegtiera: cereza
de carne más dura que la or-
dinaria.
Tamborinazo: caída, golpe.
Tapera y taperott: alcaparra
y alcaparrón.
Tapia: «sordo como una
tapia», para ponderar la suma
sordera de un sujeto.
Tardano: tardío.
Tarquín: cieno en el fondo
de las aguas.
Tarumba: el que se halla
confundido, aturdido á anona-
dado.
Teda: tea.
Teja de agua: la cuarta par-
te de una fila.
Tejedor: insecto que anda
con gran velocidad sobre las
aguas .
Tejugo: tejón.
Tenaja: tinaja.
Tentón: á tientas.
Terna: el ancho de las telas;
así se dice: «una sábana de
tres ternas, vestido de cinco
ternas.»
Tiberio: bulla, escándalo,
confusión, desorden.
Tierra blanca: la de sem-
bradura .
Tinglado: tablado alto y ar-
mado á la ligera.
Tío ó ña: hombre ó mujer;
271
en la frase «no hay tu tía» y
en la de «no hay tío pásame
el río», indican que no valen
excusas ó que no hay que es-
perar perdón .
Titada: monería; acción afe-
minada; remedio impertinente.
Tobo: hueco, mullido.
Tocadura: especie de llaga
producida en las bestias de
carga por el roce de los apa-
rejos.
Tocárselas: en la frase «to-
cárselas», significa marcharse
disimuladamente.
Tocata: sonata; pieza de
música: tunda.
Tongada: capa de tierra,
sal, azúcar, etc.
Tontina: tontería, tontada.
Toquitiar: diminutivo ó ate-
nuante de tocar.
Tozar: topar el carnero; por-
fiar neciamente.
Tozolada: tozolón.
Tozudo: testarudo.
Tozudear: porfiar demasia-
do y obstinarse.
Trancada: trancazo.
Trascolar: trasegar.
Trasmudar', trasegar.
Trazar: sustantivo aplicado
en plural al hazañero que es
todo apariencias; úsase mucho
en los diminutivos «tracillas»
y «trace tas.»
Trena: trenza; «meter en
trena»; sujetar á uno.
Trencha: pretina.
Triarse: agriarse la leche;
escoger; y se dice: «tríate lo
que quieras; tría el arroz», etc.
Trifulca: gran bulla, diver-
sión, contienda.
Trinchar: saltar, correr.
Trinquis: trago.
Tripas: se usa en las frases
«tener malas tripas», para de-
signar persona cruel ó venga-
tiva.
Tronzado: cansado, tullido á
consecuencia de una marcha
penosa .
Truco: úsase en la frase «co-
mo si dijeras truco», para sig-
nificar que una persona no
consigue nada de otra .
Untura: enjundia.
Vajillo: cacharro, cuba, to-
nel.
Valerse: tener valor alguna
cosa, y así se dice: «este año se
vale mucho el trigo . »
Varear: esponjar, mullir.
Vareador: el que tiene por
oficio varear la lana.
Vedado: espacio comprendi-
do entre la glotis y la epiglo-
tis.
Villutero: el que trabaja en
seda.
Ve7ideduria: vendería.
Vendema: vendimia.
Ventano: ventanico ó ven-
tanillo; la Academia sólo ad-
mite estos diminutivos, pero
no su respectiva voz radical.
Vera: orilla.
Verdad: se dice mucho en
sentido de eternidad ó de la
otra vida, por ejemplo: «le ha-
llé inmóvil, sin color, frío, y
creí que ya estaba en la ver-
dad.»
Verde: forraje.
Ver güero: alguacil; macero.
Veta: trenzadera ó cinta de
algodón.
Viciar: mimar.
Vicioso: educado con sobra-
da libertad.
Vigüela: guitarra.
Vislay: soslayo.
Volada de aire: ráfaga de
viento.
Vueltas: bovedillas.
Yerba: alfalfa; se toma el
género por la especie.
Zafrán: azafrán.
Zagueramente: últimamente.
Zamarrazo: golpe; desgra-
cia que uno sufre en su salud,
en su carrera ó su fortuna, y
272
así se dice de uno que ha que- greña>, en lugar de ir á la
dado cesante: «hoy le ha lie- greña.
gado el zamarrazo.» Zote\ ignorante.
Zapatero-, el que en algunos Zucrerta-, confitería,
juegos no hace tanto ó baza. ' Zuro: corcho.
Zarpa\ «andar á zarpa la i
?i
II ^
Tan cabal idea del aragonismo en Segorbe
como dan las voces que anteceden, se encuentra
en la construcción gramatical y maneras de ha-
blar de la labranza aragonesa. D. Luis M.^ Ló-
pez AUue, de la ciudad de Huesca, ha publicado
recientemente' en la Revista de Aragón una no-
velita de costumbres aragonesas, la cual ha sido
muy favorablemente juzgada por la prensa de
Zaragoza. Es un trabajo muy á propósito para
que tomemos de él algunos párrafos, los que
parecen, tanto como oídos á labradores de
Huesca, recogidos entre los del propio gremio
en Segorbe.
Titúlase la novela «Pedro y Juana». El au-
tor de la obra emplea en ella, de cuando en
cuando, palabras de los tipos populares que
figuran en la composición, escribiendo algún
diálogo en lenguaje baturro. Este lenguaje coin-
cide en tanta manera con el del vulgo en Se-
gorbe, que nadie dudará de su identidad origi-
naria; atienda ahora el lector al padre de Juana,
hablando de su hija en estos términos: «Lásti-
»ma que mi Juanica no haiga nacido en un pa-
^ Revista de Aragón^ año 1902.
273
lacio ú no sea la hija de algún deputao, por-
que sabría hacer su papel con toda la verdad y
el aquel del señorío. Me juego una onza á que
si la ponen con muchos volantes y ciúticas en
cualquier balcón del Coso de Zaragoza, naide
la tomará por hija de un labrador de par de
güeyes. Por supuesto — añadía con acento va-
nidoso, — de raza le viene al galgo. A mi agüe-
la le oí decir que, siendo chiquitica, había en
su casa del valle de Broto más de tres mil ca-
bezas de ganado lanar; pero cuando la guerra
de los gabachos no quedó estaca en paré, por-
que todo lo redotaron aquellos granujas.»
No dejaba Juana de aspirar con fruición el
humo de tales alabanzas, pues al fin era mujer;
pero nadie le sorprendió en flagrante delito de
soberbia, ni siquiera de vanidad.
Muerta la madre de Juana, las cavilaciones
secretas y los pensamientos íntimos del viudo
eran el casamiento de su hija. Dos eran los as-
pirantes á la mano de Juana; aunque el uno
por exceso de vanidad y el otro por falta de
decisión, ninguno de los dos había expuesto á
la sazón sus pretensiones á la moza. Andrés
llamábase el primero, y era, como suele decirse,
de los de manta y trabuco, el mejor plantado
de toda la comarca bailando la jota ó tañendo
la vihuela de punteado: era un estuche; las mo-
zas se desvivían por bailar con él, y todas daban
oídos á sus requiebros, pues era decidor y ga-
Í8
274
lante á su manera. El otro pretendiente llamá-
base Pedro, y era el reverso de la medalla, tan-
to por la figura como por el carácter y sus afi-
ciones; en las fiestas y firancachelas apenas se
notaba su presencia. Más aún: los días de pre-
cepto se aburría soberanamente porque sus
gustos y aficiones lo encaminaban al trabajo.
Ni el uno ni el otro pretendiente habían pa-
sado á la sazón de los trabajos preliminares
cerca de Juana; cuando Pedro, en una tarde
antes de ponerse el sol, se fué al encuentro del
padre de aquélla, que se hallaba cavando en una
viña, entablaron el siguiente diálogo:
« — Buenas tardes, sino Manuel (este era el
^nombre del padre) — dijo Pedro cuando se
» acercó al padre de Juana.
» — ¡Hola, Perico! — respondió éste con mar-
iscadas muestras de cansancio.
» — ¿Cómo vivimos?
» — ¿Cómo quiés que viva? Como una casa
» cuando se cae.
» — ¿Y la tierra, qué tal está?
» — Nada más que talcualica. Con este seque-
»ro se pone muy cotaza (seca ó costrosa), de
»modo y manera que me engaña la volunta. En
» otros tiempos esta viña la remataba por un
»regular hasta el mediodía, y hoy, en fin, ya lo
»ves, se va á esconder el sol y aun me queda
»tajo pa mañana. ¡Esto se acaba, Pedro! — aña-
»dió el viejo con acento resignado. — La jada
275
»pesa mucho, los años pesan más que la jada, y
»los huesos paice que se me güelven vidrio.
» — Pues no hay que apurarse por la presen-
>>te, sino Manuel — dijo Pedro quitándose la
> chaqueta. ^ — Vayase á echar un traguico, mien-
»tras que yo remato lo que falta.
» — ¡Quiá, hombre! Si no me apuro por tan
>poca cosa. Dende que nací, no hi tuvido más
» oficio que el que ves.
» — Que se asiente, le digo — interrumpió el
»otro arremangándose las mangas de la camisa,
»y al dar el primer golpe con la azada en tierra,
idijo: — Pa eso estamos los jóvenes, pa descan-
^>sar á los viejos.»
Concluida la faena, y de regreso hacia el
pueblo, Pedro expuso á su manera sus preten-
siones hacia Juana, que el viejo escuchó con la
prudencia sagaz de los montañeses. Son dignas
de anotarse las palabras empleadas por Pedro
al declarar al señor Manuel el amor que sentía
por su hija:
« — Yo no sé lo que me sucede con Juanica,
»pero es el caso que no la puedo separar de
»mis adrentos». Y más adelante dice: «Por eso
»hi venido á su encuentro esta tarde, pa con-
»tale lo que me sucede; porque si usté no me
» disprecia, aunque se ajunte el cielo con la
»tierra, me caso con ella». Diciendo después:
«Yo tengo siñaladas á la raya de veinte onzas,
» pagaderas en tres años». Cauteloso el viejo en
276
contestar á Pedro, sólo le dijo: «Ya hablaremos
»de este negocio más despacio, porque naide
»nos aprecisa, y estas cosas se deben platicar
» después de bien pensadas.»
Con bellísimas frases y muy adecuados pen-
samientos describe el novelista la sorpresa des-
agradable con que Juana recibió las noticias que
su padre le comunicó, terminando la conversa-
ción entre padre é hija de la siguiente manera:
« — Déjate estar de bromas — le dijo el señor
»Manuel. — El mozo no tiene más que valer, y
»en esta casa se necesita un hombre así, treba-
»jador y de buenos sentimientos.
» — ¿Pero usté se ha fijao en sus trazas? —
» interrumpió Juana con nervioso acento.
» — No, ni falta que me hace, porque arrepa-
»ro más en sus modales y en las tierras que
»tribaja todo el año.
» — Vaya, padre, que no me gusta miaja ese
»hombre. Tres ó cuatro veces he bailao con él^
»y tenía que sacarle las palabras del cuerpo á
»empentones. Me paice más bruto que el eos-
» pillo (ó pinol).
» — Y tú — agregó el viejo malhumorado — me
»paice que tienes muchos pajaricos en la cabeza
»pa que puedas entender este negocio. Más
»vale Pedro sin pizca de conversación, que
»otros con muchas retólicas y majencias.»
El ánimo de Juana quedó algo soliviantada
con las últimas palabras de su padre, sospe»
277
chando que tantos elogios pudiesen convertirse
en imposición.
No proseguimos ocupándonos de esta pre-
ciosa novela dando á conocer su brillante des-
enlace, porque esto sería extractar ó bibliogra-
íiar la obra. Lo que de ella hemos tomado basta
como ejemplo del lenguaje serio y formal del
pueblo aragonés. Los párrafos transcritos ofre-.
cen además puntos de comparación para juzgar
los diálogos de Gómez y de Mundina.
Llevando nuestra atención á las cosas de
los niños, encontramos en los cuentecillos in-
fantiles pruebas del aragonismo en Segorbe.
Dejando á un lado la materia y analogía de
estos relatos, hay entre Aragón y Segorbe ab-
soluta identidad en lo que pudiéramos llamar
fórmula final: todos los cuentecillos concluyen
en Aragón y Segorbe de esta manera: «Cuen-
tico arremaíao, por la chimenera si fué al tejaoy>. En
Castilla lo más usual es decir: «Colorín colora-
do, este cuento está ya contado.»
De Aragón vino á Segorbe el juego de mu-
chachos que conocemos con el nombre de A la
limón: este es corrupción de «hola, lirón». Los
niños de las principales ciudades de Aragón,
remedando las escenas de la obra de Miguel
Santos, titulada «La guarda cuidadosa», dieron
en cantar y danzar como habían visto en la co-
media, y cogidos con sus manecitas unos de
otros, entonaban por todos los paseos:
37S
— ¿Hola, lirón, lirón!
¿De dónde venís de andaré?
— No tenemos dinero.
—Nosotros los daremos.
— ¿De qué son los dineros?
— De cascaras de huevos, etc.
Ningún niño ha dicho en Segorbe que ha
jugado al juego que en Castilla llaman La galli-
na ciegUj y que, según el Diccionario de la Aca-
demia, consiste en vendar los ojos, alternativa-
mente, á uno de los muchachos que en la diver-
sión intervienen, hasta que coge á otro ó le
conoce cuando le toca. Coger, tocar y conocer
el muchacho con los ojos tapados á cualquier
otro de los compañeros de diversión, es buscar
por aquél quien haga sus veces. La sucesiva
tarea de buscar con dificultad un niño á otro
entre los varios, es la delicia de los muchachos-
El juego está reducido á buscarles, y buscarles^
en un subdialecto aragonés del Pirineo, se dice
busquedos. Jugar á Savibuscarlos me parece de-
nominación más expositiva que jugar á La ga-
llina ciega; pero lo llamativo del caso está en
emplear la palabra busqiudos por buscarlos, di-
ciendo jugar á Savibusqticdos.
Cumple incluir entre los datos indicadores
de aragonismo en Segorbe el Códice del siglo xv>
que se custodia en el Archivo municipal de
esta ciudad; fué escrito por Gonsaltw (Gonzalo)^
de la caballería de Zaragoza, el menor de aquel
279
Colegio, y lo dedicó á los jurados, Capítol e con-
seyo de la Ciudad de ^aragoga.
Trata su texto, doctrinalmente, asuntos de
Antropología, Derecho público, Moral social,
Higiene, etc. Como libro de consulta para el
Concejo de Segorbe, debió difundir en esta po-
blación las doctrinas y teorías elevadas por
Gonsaluo á la estimación del Concejo de Zara-
goza'.
^ La índole del siglo xiv y su civilización se refleja en
todos los capítulos de este Códice. Entre ellos son muy ori-
ginales los que, traducidos al lenguaje actual, llevan los si-
guientes títulos:
«Qué nos es común con los animales, y en qué cosas se
diferencia el hombre de la bestia. •
»De qué cosas nace lo honesto.
»De la mutación de los tiempos, por los cuales se mudan
los oficios.
»De los oficios que se deben reservar para aquellos de
quien hemos recibido injuria.
»Las guerras que se hacen por querer imperio, deben
ser menos crueles.
» Contra los bajos debe ser observada la justicia.
. »Que las cosas de la ciudadanía no son menores que las
de la guerra ó de las armas.
»De los oficios de los regidores en las ciudades y de los
ciudadanos pigricios.
»Que los viejos deben menguar los trabajos corporales
y acrecentar los mentales.
»Que las partes vergonzosas del cuerpo deben ser ocul-
tadas.
»De las maneras de andar por la ciudad.
>^Por qué cosas los hombres se hacen dignos de honor,
y por qué cosas se da fe á los hombres?
28o
Es Oportuno detenernos un instante en filiar
algunas pinturas de gran belleza que se trabaja-
ron en Aragón durante los siglos xiv y xv, y de
las que tiene Segorbe ejemplares espléndidos y
geniales. Todas las relevantes pinturas que se
conservan en Segorbe de los siglos anteriores á
Joanes (padre), son de aquella escuela aragone-
sa que precedió en España á la aparición en
Italia de los dulces frescos de Rafael.
El retablo que se admira en la sacristía de
la iglesia de las monjas Agustinas, y la magní-
fica bandeja gótica que forma el altar del aula
capitular, son los mejores ejemplares que pue-
den verse en otras partes dentro de la aludida
calificación aragonesa.
El nunca bastante ponderado altar del ora-
torio episcopal es de igual estilo, pero de traza
más primorosa que el retablo de Calatayud y
>De las causas por que fueron instituidos los reyes y las
leyes.
» Que la justicia es necesaria á todos, aun á los malos.
»^-Por qué razones de amistad suelen ser perturbados los
oficios?
>Que la cosa fea, aunque esté oculta, no puede ser ho-
nesta.»
Tanto en estos capítulos como en el resto de los que
contiene el Códice, su autor actúa de filósofo peripatético.
Pero no es Aristóteles su único inspirador: la filosofía socrá-
tica y de Platón, con los dichos de los demás sapientes de •
Atenas, informan con frecuencia las ideas expuestas en el
Códice que nos ocupa.
2Sl
que las tablas de la colección Carderera del
Museo de Huesca, y hasta supera en mérito á
las tablas de este carácter existentes en el Mu-
seo Arqueológico Nacional.
Y si en el siglo xvi Segorbe se apartó de
las ciudades aragonesas no adoptando el arte
plástico para el altar mayor de su catedral, pre-
firiendo (á mi juicio con acierto) las pinturas de
Joanes (padre), no por ello dejó de tener vida y
calor entre segorbinos la escultura alabastrina
empleada en los grandes retablos de las iglesias
aragonesas.
Un paisano nuestro, Juan de Segorbe, fué
el artista que, muerto su principal, cubrió los
compromisos del difunto maestro, terminando
el grandioso retablo alabastrino de la Seo de
Zaragoza, tan detallado en filigranas y calados,
y del que dice Valverde ser una maravilla de
góticas creaciones.
Pero cuando la escultura aragonesa dio ga-
llarda muestra de primorosa labor en Segorbe
fué en el siglo xvm con la venida desde Huesca
de D. Nicolás Camarón.
Las tallas de la sillería del coro en nuestra
catedral y las de los altares del crucero en la
iglesia del Seminario, atestiguan el talento artís-
tico é inspiración de aquel aragonés. Las labo.
res ejecutadas por el escultor Camarón, dentro
del churriguerismo dominante en su tiempo,
son menos abultadas y de relieves menos hen-
282
chidos que los de los tallistas valencianos y ca-
talanes de aquella época.
Este Camarón, su cuñado mosén Eliseo Bo-
ronat, su hijo D. José y sus nietos presidieron ^
los gustos artísticos en Segorbe hasta el primer ^
tercio del siglo xix, y dejaron en sus obras per-
ceptible sabor aragonés.
Del Aragón primitivo procede la costumbre
arraigadísima en Segorbe de dividir la hora en
medias y cuartos, cual hacen en Castilla, al me-
dir vino ó pesar carne. Pero no es exclusivo de
Aragón y Segorbe hacer unidades de tiempo
las medias y los cuartos; por toda la antigua co-
ronilla anuncian carteles públicos funciones de
teatro á las ocho y media, y en esquelas de invi-
tación á funerales ó aniversarios suele escribir-
se: «la ceremonia se celebrará á las nueve y
cuarto, á las nueve y media ó á las diez menos
cuarto de la mañana.
Finalmente, y para poner término á las
muchas causas determinantes ó reveladoras de
aragonismo en Segorbe que pudieran alegarse,
diremos: la piadosa devoción que Aragón con-
sagra con tanto celo á la Virgen del Pilar tras-
ciende á Segorbe. Al sonar las doce del día en
esta ciudad, si nos encontramos en el seno de
una familia de hábitos religiosos, creeremos ha-
llarnos en una población aragonesa, porque á la
salutación angélica preceden casi constante-
mente estas palabras: «Bendita y alabada sea la
283
hora en que la Virgen Santísima llegó en carne
mortal al Pilar de Zaragoza.»
III
Lo expuesto en este trabajo persuade á
reconocer en Segorbe tradiciones hispanas aná-
logas á las de Aragón. Por ello es lógico que el
antiquísimo lenguaje de esta región fuese análo-
go al de la comarca de Segorbe. Perdida litera-
riamente el habla aragonesa en las márgenes del
Ebro, quedó este lenguaje sin representación en
la escritura en Segorbe. Conservado en Aragón
por el pueblo en el uso familiar y del vulgo, sub-
sistió también en la misma forma en Segorbe.
Que esta comarca participe en gran manera
del lenguaje de Aragón, no debe ser para los
segorbinos motivo de fastidio, sino de compla-
cencia. Son muchas las excelencias del habla
aragonesa y notable la superioridad de algunas
palabras sobre sus correspondientes castellanas.
Los nombres aragoneses bateaguas ^ justillo y
tapapiés que leemos en unas cartas dótales otor-
gadas en la villa de Castelnovo en el año 1780,
cumplen y explican mejor el uso de los objetos
que sus equivalentes castellanos paraguas, corsé
y guardapiés. En una causa criminal incoada
en el lugar de Almedíjar en el siglo xviii, decla-
ró un testigo que un hombre que estaba senta-
do, al enderecharse fué agredido; en este caso la
palabra enderecfiarse, de condición aragonesa,
284
cumple mejor que la castellana enderezarse. En
las palabras botinflado y lloradera tiene Aragón
locuciones que, por lo expresivas, son inmejo-
rables. Arrmiadillo está más en armonía con
nuestro mecanismo doméstico y más cerca del
genio del idioma, que las palabras castellanas
zócalo y iriso. Hay palabras, como ababol^ que,
no desmereciendo en suavidad de sus corres-
pondientes castellanas, obedecen más á su
etimología. Hay otras, como cortada y hiievatera,
muy superiores á sus análogas corte y huevera,
que en castellano son ambiguas y confusas por
sus diversas acepciones. Como palabras de To-
nismo rápido y casi sincopadas, pocas aventa-
jarán á las aragonesas rónego, márfega y tápara.
Son de muy excelentes condiciones asnada^
brisa y caloyo] de composición muy perfecta
son, por ejemplo, ajo-arriero , matacabra y 7nata-
can; los tiempos de los verbos aragoneses alosar,
entrecavar y amprar, tan comúnmente usados en
Segorbe, son insustituibles. Del verbo ojnprar
dijo D. José Jimeno Agius:
«Si hubiera en francés el verbo ernprer ó
y>a7nprer, seguramente ya andaría en labios de
» todos el verbo amprar, por cuanto nos hace
» falta un vocablo que, sin necesidad de circun-
»loquios, exprese el acto de tomar prestado;
»pero como si bien tenemos los españoles este
» verbo, figura en el Diccionario como provin-
»cialismo aragonés, es rechazado con desdén^
285
»si no con desprecio, y no falta quien prefiera
»al verbo español amprar^ á la palabra aírance-
»sada emprestar^ ,->->
Si tratásemos de reunir voces aragonesas
usadas en Segorbe que no tengan rigurosa
equivalencia castellana con las anteriores y las
muchas más que pudiéramos tomar de nuestra
colección, ocuparían un buen lugar las palabras
ajovar, borroso, boto, brazal, cabecero, capacear, co-
rrentida, encabezado, hablada, lorza, mantornar^
mañanada, ?nasobera, modoso, picotear, tardada^
taste^ tinglado y vellutero. El conjunto de todas
ellas es de esperar alcance algún día el lugar
que ya les cupo á las palabras pajel, pajarel,,
polla de agua, picaraza, tordo y verderol, que, usa-
dos de inmemorial en Aragón y Segorbe, pene-
traron al principio del siglo xix en el Dicciona-
rio de la Academia para unirse y formar en la
masa común del idioma cual si fuesen caste-
llanas.
En elogio del dialecto aragonés dijo, con
aplauso de los doctos, D. Jerónimo Borao:
«Puesto que lejos de perfeccionarse ni aun con-
» servarse estos dialectos, amenazan confundir-
>se poco á poco en el idioma general, bueno
> fuera que la lengua conquistadora utilizara
»en beneficio común esos restos lingüísticos,
^ «Reforma de la Ortografía castellana», por J. Jimeno
Agius, cuarta edición, pág. 209. IMadrid, 1896.
286
»que de otro modo han de perderse, y enton-
»ces ya el vocabulario aragonés ni se conser-
>vara sino en libros como éste ú otros de
> mejor desempeño, ni sirviera sino como una
> curiosidad filológica, contribuyendo por lo me-
»nos á enriquecer el acervo común de la sin
»par lengua española; y á cambio de tantas glo-
»rias abdicadas en favor de la unidad ibérica,
» conservaría Aragón la de haber mejorado con
»su hermoso dialecto el habla rica de Cervan-
»tes'.»
Pero tratándose de voces usadas en Segor-
be, sentimos verdaderamente no poder ofrecer
en este lugar una colección de palabras celti-
béricas. Estamos persuadidos que podría for-
marse. Muchas entre las aragonesas nos pare-
cen de aquella condición, pero retrocede nues-
tro ánimo á señalarlas en particular ante el
temor de incurrir en equivocaciones.
Lo que nosotros no nos determinamos á
hacer hoy, alguien lo hará en los tiempos veni-
deros. Menéndez Pelayo, ocupándose de los
estudios bibliográficos, ha dicho justificadamen-
te: «Crezca en nosotros el amor á las glorias de
muestra provincia, de nuestro pueblo y hasta
»de nuestro barrio, único medio de hacer fe-
> cundo y provechoso el amor á las glorias co-
^ Borao, «Diccionario de voces aragonesas», pág. 138.
Zaragoza, 1885.
287
» muñes de la patria, y sea posible contrarrestar
»esa funesta centralización á la francesa que pre-
»tende localizar en Madrid cuanto de vida lite-
>raria existe en todos los ámbitos del suelo es-
» pañol, borrando por ende toda diferencia y
»todo sello local'.»
Aludiendo más directamente á estudios de
la índole del nuestro, dijo muy oportunamente
el sabio rector de la Universidad de Salamanca
Sr. Unamuno: «Esperamos que renazca el estu-
>dio de las hablas regionales y populares, y así
»se recogerá tanta y tanta cosecha lingüística
» diseminada por nuestros campos, y servirá á
»la vez para quebrantar cierto supersticioso res-
>peto á lo académico. No debe desecharse —
» añade — ninguna voz popular á pretexto de
»que es una corrupción, pues no pocas veces
> están más cerca del origen que las formas
» académicas y casi siempre las explican^»
Y damos por terminado este trabajo, di-
ciendo: Si el lector se convence tan por entero
como lo estamos nosotros de que las pequeñas
desviaciones del lenguaje castellano usado por
el pueblo de Segorbe dependen principalmente
de la influencia aragonesa, habremos consegui-
^ «La ciencia española», por el Dr. D. Marcelino Menén-
dez Pelayo, catedrático de Literatura española en la Univer-
sidad de Madrid, tomo I, pág. 79. Madrid 1887.
^ Tomado de las «Cantas baturras», por García-Arista,
página 124. Zaragoza, 1901.
288
do el objeto que nos propusimos al escribir este
libro.
NOTAS
El nombrar á Segóbriga repetidas veces en
este trabajo, nos ha movido á decir algo en que
los críticos no han reparado.
Segóbriga vino al terreno de la discusión de
una manera preternatural.
En el siglo xiii se negó y dudó, por quien
tenía vital interés en ello, que Segorbe fuese la
antigua Segóbriga. No nació la discusión en las
serenas esferas de la indagación histórica, sino
en el campo de la pasión y porfía de un pleito.
Ni en la corte de Aragón ni en la curia romana
prevalecieron las artificiosas argucias ingenia-
das por litigantes equivocados ó de mala fe. El
asunto estaba ya reducido al recuerdo de un
litigio de resonancia, en el que tantas travesu-
ras forenses se pusieron enjuego cuando Zurita
en el siglo xvi suscitó de nuevo la discusión.
El cronista de Aragón negó que Segorbe
fuera la antigua Segóbriga, y Mariana y Ma-
yáns, con cuantos le han seguido, no se fijaron
en la situación de ánimo de que estaba poseído
Zurita al hacer aquella declaración. No han tra-
tado este particular los autores, pero hay moti-
289
VOS para creer fué esta discusión hija de com-
petencias de amor propio ó alardes de erudición
por parte de Zurita ante el arzobispo de Tarra-
gona D. Antonio Agustín.
Reparando con cuidado el fondo de las car-
tas del eruditísimo cronista de Aragón al sabio
arzobispo Agustín, encontramos en ellas cierta
tensión de relaciones difícilmente contenida. En
ocasión en que el arzobispo pretendió de Zurita
hiciese un discurso, contestóle éste en la forma
siguiente: «En las oraciones (arengas) que se
» pudieran poner, yo fío muy poco de mi retó-
»rica, y demás de esto soy muy enemigo dellas
»y me desagradan en extremo las de Guichar-
»dino, aunque sean muy elegantes, y las de
»Xernando del Pulgar, y nosotros los aragone-
»ses en esta parte, señor ilustrísimo, tenemos
» algún reparo y voces propias de nuestra
» tierra.»
Las obras de Fernando del Pulgar las apre-
ciaba el arzobispo de muy distinta manera, y
parece que el menosprecio de Zurita hacia
aquel insigne autor era una reticencia dirigida
al expresado arzobispo. Téngase en cuenta que
Zurita se había criado en la corte de D. Fer-
nando el Católico, de quien fué médico su pa-
dre y después protomédico de Carlos I, había
estudiado en Alcalá y desempeñado de muy
joven altos cargos en la administración pública,
habiendo casado en Valladolid con D.^ Juana
19
290
de Olivan. Los cargos de Contador mayor de
Hacienda, de Cronista de Aragón y de secreta-
rio de la Inquisición en unos tiempos en que
los maestrazgos se incorporaron á la corona,
se conquistó Granada y se descubrieron las
Indias; creáronse derechos, empleos, intereses
y beneficios que daban lugar á una profusión de
escritos y de documentos, sobre los cuales era
Zurita como la última instancia. Era autor de
la monumental obra «Anales de Aragón» y de
otras muchas más, que algunos hacen ascender
al número de cuarenta.
En un hombre de tan inmensa actividad, de
hábitos cortesanos y de tan extraordinarios co-
nocimientos, se nos hacen sospechosas las pro-
testas de modestia excesiva con que pretende
excusar la pretensión de que fué objeto. Zurita
recordó su naturaleza aragonesa, presentándola
como un reparo, cuando en sus obras era muy
raro usase vocablos que no fuesen castellanos';
este recuerdo hecho á otro aragonés, cual lo era
el arzobispo, también parece escrito con segun-
da intención.
Pero la carta que ahora nos interesa dar á
conocer es la que escribió Zurita al propio arzo-
bispo, diciéndole: «A lo que V. S. dice que cree
»que tengo por cierto que Segorbe no es Segó-
^ «Biografía de Zurita», por D. Cayetano Rosell. Ma-
drid, 1879.
291
briga y hago burla del pleito de Valencia, que
no se sabe si con Segorbe ó con Cartagena, y
desea saber qué pueblo creo que es Segóbriga,
digo que tengo por certísimo que Segorbe, que
llamaron Xegort, no es ni puede ser la Segó-
briga, pues entre Segorbe y la Celtiberia está
parte de la Edetania, y Murviedro está dentro
de la Edetania, y aun la ciudad de Valencia, y la
Segóbriga estaba en el principio de la Celtibe-
ria, in capite Celtibérica, como dice Plinio; yo he
hecho harta inquisición por saber las ruinas de
ella, y no la puedo descubrir; aunque si fuese
al nacimiento del Tajo, que, como V. S. sabe,
nace en la Celtiberia, y discurriese por él has-
ta seis leguas, me persuado que cerca de las
riberas de aquel río, y no muy lejos de Alba-
rracín, sino como hasta seis leguas de aquél ó
poco más, se descubrirían sus ruinas, y estoy
muy dudoso de creer que sea el lugar de Cel-
da, que está á cuatro leguas de Teruel, de
sitio muy excelente y con grandes ruinas an-
tiguas, y dentro de él hay algunos pavimentos
romanos en algunas casas y tiene una fuente
maravillosa. La causa es porque está metida
en la Edetania y fuera de la Celtiberia. Apiano
hace mención de una batalla que se dio, á lo
que creo, por Mételo y Pompeyo en la guerra
sertoriana que dice haberse dado entre Bíbilis
y Segóbriga, y fuera disparate, si Segorbe
fuera Segóbriga, poner en tan gran distancia
292
»dos lugares por señal del lugar donde se dio la
»batalla, porque, á lo que creo, hay del uno al
»otro más de veintitrés leguas.
»Tajo no está en Calatayud á Bíbilis sino de
»doce á catorce leguas arriba, y así, estando en
»el sitio que yo imagino, estaba dos leguas muy
» famosas no tan lejos, entre las cuales se puede
» decir que se dio aquella batalla'.»
Se deduce de la carta anterior que el arzo-
bispo tuvo alguna noticia sobre el particular
sentir de Zurita respecto á Segóbriga, y pregun-
tándole á éste, recibió la contestación que aca-
bamos de transcribir. No deja de ser llamativo
el calificativo de «certísimo», adjetivando Zuri-
ta su particular manera de pensar cuando el
arzobispo lo dejaba en cierto.
Los escritos de Zurita al Arzobispo revelan
en aquél algo como si escribiera con ánimo
atropellado y salido de su natural manera de
escribir.
El arzobispo presumía que Zurita no podría
darle una contestación cumplida y categórica
sobre las partes de esta cuestión, y parece quiso
aprovechar la ocasión para hacerle divagar. Y
^ Esta carta la publicó D. Juan Francisco Andrés de
(Jstarroz en su obra titulada «Progresos de la Historia en
Aragón y elogios de Jerónimo Zurita>. Zaragoza, 1680. De
este libro la tomó Antillón primero y después Pruneda, este
último para llevarlo á la «Crónica general de España».
293
á nuestro juicio consiguió el intento que le atri-
buímos.
No fueron tan hartas como pudieran ha-
berlo sido las inquisiciones que hizo Zurita
para indagar las ruinas de Segóbriga, pues no
menciona en la carta las que hiciera en Segor-
be, siquiera fuese para desecharlas, lo cual en
el siglo XVI hubiese tenido importancia, y es
muy de extrañar que tampoco las hiciera, como
el mismo Zurita da á entender, en las riberas
del Tajo, cerca de Albarracín, ni en los alrede-
dores de esta población.
Nada dice la carta de inspecciones docu-
mentales. La inquisición, si la hubo, no debió de
ser muy harta; de serlo, es probable hubiérale pa-
recido formidable la fortaleza de Segorbe. Cuan-
do menos, un pergamino existente en el Archi-
vo municipal de esta ciudad, en el cual se ordena
la manera de atender á la reparación y cuidado
de muros y valles, dan razón de unas fortifica-
ciones que á muchos han pasado inadvertidas.
Por anómalo tenemos hayan pasado sin con-
tradicción por los historiadores los comentarios
de Zurita á la noticia de Apiano sobre una ba-
talla dada por Mételo y Pompeyo entre Bíbilis
y Segóbriga. Dice Zurita que sería disparate la
manera de señalar Apiano el lugar donde se dio
la batalla de ser Segorbe Segóbriga.
Sería disparate si se hubiera dicho ó dado
á entender por Apiano; los ejércitos de Mételo
294
y Pompeyo tomaron posiciones ó se pusieron
en orden de batalla entre Segorbe y Calatayud.
Pero tratándose de grandes masas beligerantes
como las que en aquella guerra actuaban, no
tiene nada de particular la manera de citar
Apiano el lugar de la batalla, interpretándose
rectamente su dicho. Si un ejército salió de Se-
gorbe y el otro de Calatayud, y después de tres
ó cuatro jornadas tuvieron un choque, ¿tiene
nada de particular que se dijera que entre Se-
gorbe y Calatayud se dio una batalla? Dichos
semejantes á aquél en orden á las distancias,
los leímos repetidas veces durante la guerra
franco-prusiana. Hallarse un ejército entre Ma-
guncia y la frontera francesa, entre Strasburgo
y Metz, entre Metz y París, etc., fueron noticias
telegráficas dadas por la prensa.
Hemos comentado esta carta de Zurita en
la forma que acaba de verse, porque nadie que
sepamos se ha hecho cargo de tales extremos.
Ahora debemos ocuparnos de lo dicho por
el cronista de Teruel D. Pedro Pruneda cuando
escribió el tomo correspondiente á la provincia
de Teruel para la obra «Crónica general de Es-
paña», publicado en el año 1869. Esta obra es
muy conocida en toda España y tuvo cierto
éxito editorial, pero hay en ella algún error de
los que después nos ocuparemos'.
^ Quadrado, en la obra «España y sus monumentos»,
tomo de Teruel, reproduce lo dicho por Pruneda.
295
En todo lo que se refiere á negar que Se-
gorbe fué la antigua Segóbriga, ha entrado en
mucho más la gran autoridad de Zurita que lo
substancial de sus razones. Sólo así se explica lo
dicho por el expresado Pruneda en la «Crónica
general de España» al escribir lo siguiente: «El*
t presentimiento del insigne Zurita quedó en
1 parte confirmado por las exploraciones que
>hizo D. Isidoro de Antillón á fines del siglo
t pasado*. Estas exploraciones lo que hicieron,
á nuestro entender, fué confirmar las vacilacio-
nes y dudas de Zurita, y demostrar que el cro-
nista de Aragón no hizo las inspecciones que
dijo en su carta tan hartas como algunos histo-
riadores han entendido.
Pruneda tomó partido porque Segorbe no
es Segóbriga, y dijo que ésta debió estar en la
Muela de San Juan. Para apoyar su dicho, co-
pió á D. Isidoro de Antillón en los términos
siguientes: «Que Segóbriga haya estado en
>la diócesis de Albarracín no es demostrable,
tpero sí tiene á su favor todas las razones y
t conjeturas que en materia tan obscura se pue-
tden dar. Su sitio parece se ha de señalar en la
t Muela de San Juan, sobre los pueblos de Gua-
tdalaviar y Griegos y cerca de las fuentes del
»Tajo.
t Primero, porque terminando la Celtiberia
t hacia medio en las aguas del Tajo, y estando
»situada Segóbriga, según Plinio, en el punto
296
»más meridional de la Celtiberia, respecto de
»Clunia, parece debe colocarse en la Muela de
»San Juan. Allí se ven ruinas de edificios, mo-
»nedas é inscripciones romanas que existían
»en 1 58 1 , según el proceso de demarcación. En
•»el año 1795, hacia el mes de Julio, en que an-
»duve investigando y recorriendo este sitio, no
»vi inscripción alguna, pero sí rastros y ruinas
»de edificios por un espacio tan vasto que ma-
»nifestaban ser, no de población pequeña, sino
»de una ciudad populosa, pues llegan, aunque
»con interrupción, desde la cima de la Muela
» hasta el sitio donde hoy se ven los lugares de
» Griegos y Guadalaviar, los cuales mismos están
» sobre las ruinas ó se formaron de ellas.
> Segundo: según Plinio, en el libro 36, ca-
»pítulo XXII de su historia, nos pondera la
» abundancia de lapis specularis á cien pasos de
»Segóbriga. En Segorbe no se encuentra tal
» piedra, según el P. Traggia; pero yo puedo
«asegurar que el territorio de Albarracín abun-
»da mucho en piedra especular ó yeso de espe-
»juelo y de muchas semicristalizaciones de esta
«substancia, que hacen brillar el suelo por todas
» partes.»
El P. Traggia, D. Isidoro de Antillón y don
Pedro Pruneda, nada dicen que no sea repetir
lo dicho por Zurita.
Indeliberadamente y tan á ojos cerrados
como otros historiadores, aceptaron el bastardo
297
fruto que el cronista de Aragón ofreció al arzo-
bispo de Tarragona, y lo gracioso del caso es
que al intentar ellos sazonarle, le hicieron menos
digerible.
Zurita había dicho «que no muy lejos de
Albarracín se descubrirían las ruinas de Segó-
briga», pero no hizo inspección ocular de aquel
terreno. D. Isidoro <ie Antillón, que lo hizo, no
encontró inscripción alguna, pero sí rastros de
ruinas de edificios por un espacio vasto.
Estas ruinas saben muy bien los lectores de
la «Crónica general de España» que, cuando
son romanas, es muy difícil confundirlas con
otras, si se trata de murallas ó de torres, y en el
campo son más permanentes, porque su derribo
para aprovechamiento de materiales, sobre ser
costoso, da un cascote menos utilizable que las
piedras del campo.
Si hubiera habido fábrica de sillería^ Anti-
llón no se lo hubiera callado. Aquellos restos de
edificios, pensamos que no fueron nada más que
de cabanas ó cierres de ganados, muy numero-
sos en todos los siglos por aquella parte en de-
terminadas épocas del año. Antillón visitó estos
parajes en el mes de Julio, probablemente por
el excesivo frío que se siente en ellos en otras
épocas. La vegetación en aquel clima sólo es
á propósito para pinares y pastos'; los hielos
* El trigo que siembran suelen segarlo por el mes de
Septiembre.
298
duran la mayor parte del año, y los míseros
habitantes de Griegos y Guadalaviar trashuman
con el ganado durante el invierno. ¿Era posible
en este clima, propio de la Siberia, la existen-
cia de una gran ciudad romana?
Respecto al término de la Celtiberia, repe-
tiremos lo dicho en otras partes de este libro,
estaba en la Sierra de Espadan.
Lo dicho por el P. Traggia y repetido como
argumento formidable por Antillón respecto á
las piedras especulares, lapis specularis como las
llamó Plinio, es un grande error con aparien-
cias de engaño. Las rocas y peñas del monte
de San Blas, sobre el que se recuesta parte, de
la población de Segorbe, se encuentran muy
comúnmente revestidas de carbonato de cal
cristalizado en romboedros. Esta forma no fre-
cuente de cristalizar dicho carbonato, y cuyo
yacimiento concuerda con la distancia de cien
pasos de Segóbriga, como dijo Plinio, es indu-
dablemente el lapis specularis citado por el geó-
grafo antiguo.
Si el P. Traggia hubiera vivido eri nuestros
días, le hubiéramos remitido algunos ejemplares
de este mineral, del que tenemos coleccionadas
variadas agrupaciones de cristales. Haber su-
puesto que á Plinio le. llamara la atención el
yeso de espejuelo y sus semicristalizaciones, es
una candidez infantil. Los yacimientos de yeso,
más ó menos cristalizado, son muy comunes en
299
todas partes: apenas se encuentra, fuera de los
terrenos graníticos, lugar que no los tenga, y ha-
cer Plinio mención de los de Albarracín, es su-
poner una tontería muy impropia de aquel sabio
de la antigüedad romana.
U
Dijimos en la página 1 1 2: «El hablar sesean-
do es la característica de nuestro lenguaje local.
«No es este carácter absoluto, y mucho menos
tiene el seseo máxima localización geográfica
entre nosotros. En media España y gran parte
de las repúblicas hispano-americanas se comete
este vicio de pronunciación. Desde este punto
de vista, en igual caso se hallan el dicho de un
labrador del inmediato pueblo de Soneja, cuan-
do dijo: «la grasia de una donsella está en la sm-
turay>, que «mi delisia mayor es casar siervos»,
que dijo aspirando las eses un elegante sportman
de Buenos-Aires.
Del seseo se habló ya en el célebre «Diálogo
de las Lenguas». Esta obra se creyó durante
muchos años compuesta por anónimo autor; al
presente atribuyese á Juan de Valdés, uno de
los pocos españoles de la corte de Carlos I que
abrazaron la reforma luterana. La escena de la
conversación aparece en una quinta de Ñapó-
les, y Marcio, uno de los interlocutores, pre-
guntó: «¿De dónde viene que algunos españoles
300
len muchos vocablos, que por el ordinario es-
t cribes con z, ellos ni la pronuncian ni la escri-
»ben?» A lo cual contestó Valdés: «Ese es
t vicio particular de los tales, que no les sirven
»para aquella asperilla pronunciación de la z, y
» ponen en su lugar la s; por hacer, dicen haser;
»por razón, rasón, y por rocío, rosto, etc.»'. Y
no debía darse en aquel tiempo gran importan-
cia á este vicio de pronunciación, ya que el
propio Valdés añadió: «¿No os parece que po-
»dría pasar dondequiera por bachiller en ro-
» manee y ganar vida con estas bachillerías?»
No escribimos esta nota cual si fuese una
ejecutoria de nobleza para el seseo en Segorbe.
Nada de esto; todas las censuras hechas por los
buenos hablistas á los seseadores de España y
América, las consideramos enteramente aplica-
bles á las de Segorbe. Y copiando á un autor
moderno, diremos: «El seseo y ceceo constituyen
»el primer vicio de pronunciación que los pa-
»dres y profesores deben corregir con cuidado
» constante y exquisito »^
^ «Orígenes de la Lengua Española», obra compuesta por
varios autores, recogidos por D. Gregorio Mayáns, publica-
dos en 1737 y anotados por D. Eduardo de Mir, pág. 72.
Madrid, 1873.
^ «Curiosidades gramaticales», por D. Eduardo Martínez
García, profesor normal y ex director de la escuela pública
superior de Puerto Rico, pág. 303. Madrid, 1896.
UNIV.
ERRATAS MÁS NOTABLES
Página
Linea
Dice
Debe decir
2
6
romano
romance
29
I
Zam
Zaén
59
19
sarracenos
serranos
63
25
carta
corte
68
15
Cervera '
Corvera
75
3
XII
XIII
89
28
Antiñón
Antillon
134
30
Cuadrado
Cabrera
253
35
Alagardera
Alargadera
257
36
Cereal
Cercol
266
15
Morar
Mocar
279
I
Capítol
Capirol